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25 Ago 2022
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

(Si te gusta el deporte no leas esto)

Me llamó cobarde un tipo que ahora está en coma. Me llamó «peseto de mierda» un mileurista en tratamiento médico por estrés laboral. Si me pitan en los semáforos, sonrío. Si surge un ruido raro en el motor de mi taxi, subo la música.

El deporte. Diré algo poco convencional: aborrezco el deporte. No tanto por la práctica en sí, a menudo hermosa, sino por la finalidad implícita de obligarte a ser mejor que el contrario. Ganar a otros; demostrar que eres mejor que otros. O peor: atribuirte el mérito de otros desde el sofá. «¡Hemos ganado la Champions!». ¿Hemos? ¿Tú también? ¿Qué hiciste exactamente para conseguirlo? ¿Gritar, insultar y beber cerveza?

Por esa misma razón me apasiona el arte, la escritura, la música y, en definitiva, los impulsos creativos en cualquiera de sus formas. Porque en el mundo del arte, nadie compite contra nadie, sino a favor de uno mismo. Se busca dar un paso más con cada disco, con cada libro, con cada cuadro. En el arte no es preciso desear que el otro yerre o peor, que se lesione. Ningún fan de Jöel Dicker insultaría a Houllebecq por ganarle en calidad literaria. Nadie verá nunca a seguidores de Lady Gaga a hostia limpia contra ultras de Justin Bieber. Y sí, cada libro que publica Houllebecq es mejor que el anterior porque el paso de los años, al contrario de lo que sucede con el deporte, mejora y hace más sabio al artista.

No me gusta el deporte, pero lo respeto en casi todas sus formas. Respeto que la gente vibre y se evada con cualquier competición. Respeto profundamente que todo el bar le grite al televisor mientras yo flirteo con la camarera. Y a la contra: Detesto el mundial de Quatar, detesto que equipos rivales se peleen o que padres frustrados presionen hasta el delirio a sus propios hijos para convertirlos en el próximo Messi (y si no lo consiguen, se frustren y traumen al pobre chaval). Y detesto las mafias de los palcos y el blanqueamiento de negocios chuscos con la excusa del deporte.

Pero quién seré yo para opinar si apenas soy, como dijo el otro, un peseto de mierda.