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12 Dic 2018
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Secretos del lenguaje remoto

Imagínense un taxi en movimiento. Imagínense un taxista (yo) y una usuaria sentada detrás hablando por teléfono.

En el caso que nos ocupa, la mujer alterna su charla privada con indicaciones del itinerario al taxista en cuestión. De modo que su interlocutor telefónico (un hombre; Carlos se llama) ha de interpretar, sin estar presente, en qué momento la mujer se dirige a él y cuándo le está hablando al taxista. Lo sabrá, se entiende, mediante el tono, el contexto y el lenguaje formal (por ejemplo, ella a mí me habla de usted, y a Carlos le tutea). Y aunque en ciertos momentos Carlos y yo seamos los destinatarios de frases alternas, cada cual parece tener claro el papel que ocupa.

Sin embargo, yo, el taxista, aunque he de estar atento a cada indicación de la mujer, no debo prestar atención al contenido de su charla privada. Presupongo que ella no desea que yo escuche cuánto echa de menos a su interlocutor Carlos, o el color del conjunto interior que acaba de comprar de cara a su próximo encuentro (verde oliva). Y para negarme el acceso a su conversación privada, la mujer usa un arma infalible: sus ojos. Cada vez que se dirige a mí, se incorpora y me mira a través del espejo retrovisor (“…la segunda a la izquierda, detrás de aquel coche gris”), y después desvía la vista hacia la calle, retomando su charla con Carlos. La función de sus ojos equivale a la de aquellas telefonistas de antaño metiendo y sacando clavijas en el panel del emisor y el receptor (las clavijas serían sus ojos y panel, mi espejo retrovisor). Unos ojos preciosos, por cierto, que Carlos no puede ver.