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21 Abr 2019
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

¿Por qué cuando está lloviendo decimos que está lloviendo?

La lluvia monopoliza el inicio de cualquier conversación. Cualquiera. La lluvia, en lo que al lenguaje de refiere, es fascista.

La lluvia es una de esas evidencias que necesitamos compartir.  Alguien sube en mi taxi y dice: “Madre mía, vaya forma de llover”. Sería inquietante que lo dijera bajo un sol de justicia y sin nubes, pero lo hace mientras efectivamente llueve, de modo que no está aportando nada en absoluto (ya sé que llueve, por el amor de dios, tengo ojos en la cara y no soy idiota y, aunque lo fuera, no conozco a ningún idiota lo suficientemente idiota como para negar semejante certeza).

No. El motivo de su comentario es otro. Supongo que a veces tranquiliza encontrar puntos en común entre dos desconocidos. Nos reconcilia estar de acuerdo en algo, en lo que sea, sin la necesidad de conocer la realidad particular del otro: Llueve para mí y para ti también. El agua moja, y moja a todos por igual. En lo que a la comunicación verbal se refiere, la lluvia es un arma reconciliadora. Nos permite constatar que, a la postre, viajamos todos en un mismo barco. Y, quieras o no, por muy superficial que parezca, tranquiliza saberlo. Más aún en estos tiempos de fake news, ofensas por doquier y opiniones a la carta.

Dicho lo cual, viene bien que llueva. Para el campo, para la contaminación ambiental, para las reservas de agua pero, sobre todo, para reconciliarnos en torno a una misma verdad inquebrantable. O dicho de otro modo: para mojarnos.