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13 Oct 2020
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Poetas mal

Tarantino ha hecho mucho puto jodido daño al uso enfático del lenguaje. La intensidad de una frase ahora se mide en número de tacos y exabruptos adjuntos al adjetivo de marras. Y lo peor de todo es que resulta un recurso muy común entre las nuevas hornadas de poetas millenials.

«Tu mirada me ha puto helado el alma. Buah, chaval. Qué frase», le dijo una millenial a otra desde el asiento trasero de mi taxi. Si la repitiéramos suprimiendo ese «puto», sería una frase de lo más normal, tirando a floja. «Helar el alma» emplea recursos poéticos, pero la imagen es tan manida que podría considerarse un insulto a la inteligencia. Ah, y que una mujer se refiera a otra «chaval» mediante, está mal. Paradójicamente, es mucho más habitual el uso de la coletilla «chaval» entre féminas millenials que entre chicos, no me preguntéis por qué.

A tenor de lo ojeado en redes y salvo rarísimas excepciones, el nivel de la cultura poética millenial es bastante flojo. Hemos pasado de no entender a los clásicos a abusar de cierto infantilismo poético. El millenial flipa con presuntos poetas que no pasarían el filtro de las normas más básicas del lenguaje evocado. Y para añadir más dolor al asunto, ahora los y las influencers de Instagram publican fotos de sus cuerpazos adjuntando en el cuadro de texto «citas poéticas» que avergonzarían al mismísimo nieto de Paulo Coelho. El nivel es bajo, mediocre (salvo, como digo, raras excepciones). Se nota que no han sufrido de verdad pero, sobre todo, se nota que no han leído poesía. Meter con calzador un «puto» no es poético, ni incluir el término «coño» es transgresor. La sensación de libertad (que, como concepto y en esencia, puede resultar bueno), se malgasta cuando no tienes ni mierda en las tripas. El dolor no es más real adjuntando un «jodido» al adjetivo que toque, sino demostrando que cada palabra está pidiendo auxilio a gritos, o expirando su penúltima bocanada. Y para conseguirlo, para construir poesía, hay que ser poeta. Por descontado que yo no soy poeta ni aspiro a serlo, porque siempre he pretendido ser feliz y sufrir lo justo.  Pero hay y conviene reconocer a quienes sí lo son o lo fueron (y se toman en serio eso de extraer la esencia y la belleza de las palabras) y no a esta pandilla TikTok de mimados farsantes. He dicho.