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17 May 2019
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Palabras como bombas de racimo

A veces el lenguaje es una suma encadenada de granadas de mano latentes a la espera de que algo o alguien tire de la anilla.

No importa dónde suceda: el resultado no deja indemne a nadie, aunque al menos consigue liberar al preso que todos llevamos dentro. En lo que al lenguaje se refiere, todos somos guerrilleros en reserva pendientes del teléfono rojo. 

Sucedió en este caso en mi taxi, un hombre demasiado parecido a mí que tiró de su anilla en plena calle O´Donnel, nada más colgar el teléfono.

“Disculpe, era mi mujer. Joder, no se imagina lo complicado que es todo. Yo entiendo que ella entienda lo duro que es el día a día, ¿sabe? Tenemos dos hijos: el mayor, que en julio cumplirá cuatro, y un bebé de seis meses que el jodío parece que tiene un sensor. Siempre le da por llorar cuando mi sueño entra en fase REM, es acojonante esto, menuda forma de berrear, qué pulmones, hágase cargo: llevo sin dormir justo eso, cinco meses y claro, mi mujer tampoco duerme y yo estoy currando de ocho a seis, dándolo todo y ahora ella también, y la falta de sueño que arrastramos noche tras noche, la guardería, el cole, cada niño en un centro distinto, las carreras, que si Pablo tiene otitis, vete al jefe y pídele un permiso para ir al pediatra, mi mujer desquiciada, yo desquiciado, el mayor con ataques de celos, haz caso al mayor, préstale más atención, llévalo al parque, vete con él a cada cumple de cada uno de los 25 niños de su clase, piérdete la final de la Champions porque tienes otro cumple en el McDonald´s a tomar por culo de casa, bórrate tú, borra todo lo que has sido, tus aficiones, tu cervecita con tus amigos de siempre, tus noches de farra porque ahora tu vida es otra, más gastos, horas extra en el curro para afrontar esos gastos, sales tarde y tienes que pillar un taxi porque el bus se retrasa y la guardería cierra a las siete y estás que se te sale el corazón por la boca, pero luego llegas a casa y te encuentras con un cerro de plancha y todo manga por hombro, y báñalos, y haz la cena, y tienes que leerle un cuento al mayor mientras el otro se encarga del bebé, y tu mujer instalada en el cabreo y el sentimiento de culpa porque tuvo que dejar de dar el pecho en cuanto se incorporó al trabajo y eso, lo entiendo perfectamente, le hace sentir mala madre. Fíjese qué vergüenza de país, se siente mala madre por algo que no depende de ella, y el caso es que no te puedes permitir flojear ni un segundo, no puedes darte un respiro y mandarlo todo a la mierda aunque sólo sea, yo qué sé, por un par de horas o tres porque sabes que hay dos personitas a las que, cuidado con ésto, quiero con locura, que dependen de ti y de tu toma de decisiones y todo eso. Mente fría las 24 horas del día y los 365 días del año. Ni un solo error. Menuda chapa le estoy dando, discúlpeme, pero es que si no lo digo, reviento. Si es que no he reventado ya…”.