Otra anécdota con acento andaluz
Los acentos locales a veces generan malentendidos realmente graciosos. Como aquella vez que subió en mi taxi un andaluz de visita turística por Madrid. Iba solo, y nada más tomar asiento y saludarnos me dijo: “Quillo, llévame a zó, a la mihmita puerta der zó”. Y yo, lógicamente, le llevé al zoológico de la Casa de Campo.
Pero nada más llegar, detener mi taxi e indicarle dónde estaba el acceso, me miró confundido y me dijo:
—Quillo, ¿y el reló?
—¿Qué reloj?
—Zí, el reló que zale en lah campanadah de fin de año.
Y ahí me di cuenta que al decir “zó, la mihmita puerta der zó” se estaba refiriendo a la Puerta del Sol, y al caer en el error acabamos los dos con un ataque de risa que aún me duelen los carrillos. Por supuesto, me disculpé por el malentendido, detuve el taxímetro y regresamos al destino indicado.
Aquello, en cualquier caso, nos sirvió para hablar de los acentos particulares de cada región y de cómo se “hace patria” a través del lenguaje. “Mih raíceh zon mi acento allá por donde vaya”, llegó a decirme. También reconoció que tendía sin querer a exagerarlo cuando estaba con los suyos, en su entorno, como si el “deje” característico se retroalimentara entre iguales hasta el punto de hacerlo casi incomprensible para el foráneo. Algo así como un juego de orgullo andaluz que, sin embargo, no encontraba tan patente en otras regiones de España. Sólo en Andalucía y tal vez también en Canarias, añadió.
Y al llegar a la Puerta del Sol, me dijo con sorna:
—Quillo, ¿y dónde ehtán loz animalez?
—Ahí —le dije señalando a dos tipos disfrazados de oso y de tigre. Y nos reímos. Otra vez.