PATROCINADORES
INSTITUCIONES
Junta castilla
jcm

Archiletras

28 Sep 2020
Compartir

Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Las palabras y el viento

Todo va endiabladamente rápido: la información, la vida útil de las palabras. Los trending topics varían en cuestión de minutos. Hablamos de esto, de lo otro. Opinamos. Todo el mundo tiene algo que decir, pero pocas palabras aguantan la fuerza del viento.

Me dice un hombre en mi taxi que las mascarillas son una «soberana gilipollez» porque en el resto de Europa no son obligatorias. Para más inri, dice ser jefe de servicio de neumología en un hospital de Madrid. Le llevé a renovar su permiso de armas, aunque este dato carece de importancia. El caso es que me dijo ser quien es del mismo modo que yo podría autoproclamarme escritor (y de los buenos). Ojalá siempre, en lugar de sentar cátedra sin más, tuviéramos que demostrar lo que decimos o adjuntar pruebas sólidas capaces de avalar nuestro discurso.

Retrotrayéndome, creo que mi única especialidad demostrable es el amor y el desamor. Ni siquiera podría considerarme un buen taxista (soy despistado, y no memorizo las calles) o un buen escritor (sería tremendamente subjetivo asegurarlo). Pero mi trayectoria amatoria ha sido densa y extrema: amores pequeños y grandes, cicatrices fantasma en todas las partes del cuerpo, millares de recuerdos nítidos. Aprendí a conquistar y también aprendí a cagarla. Podría escribir una tesis de los celos (300 páginas aprox.), otra de sexo (unas 500), otra del deseo (700) y otra de echar de menos (más de 1000). Podría hablar de la vida interior de algunas mujeres con mayor exactitud que de la mía propia. Podría vender por kilos la adrenalina derramada, y las risas henchidas, y las lágrimas (y demás fluidos; también sudor). Sería, tal vez, mi epitafio: «Amé muchísimo y aprendí a desamar también».

No es cuestión de acreditar mi currículum amatorio con cada usuario de mi taxi cuando surgen charlas ad hoc (y menos ahora, que soy hombre casado). Pero no estaría de más un pin, o una chapita en la solapa, o algo. Ojalá un documento oficial visible en cada caso: periodista de acreditado prestigio, economista ducho en datos fiables, borracho vocacional…