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14 Ene 2019
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

La afonía del nuevo siglo (vía WhatsApp)

Dos veinteañeras en el asiento trasero de mi taxi. Reina el silencio. Por supuesto, las dos se encuentran abducidas por sus teléfonos móviles: miradas gachas, rostros retroiluminados.

Mi espejo retrovisor sólo alcanza a recoger las muecas de la chica de la derecha. Teclea y lee a intervalos, levanta las cejas, ladea el morro, suspira.

—Qué fuerte, ¿no?

—Ufff.

—Venga va, dile lo de Antonio.

—¿En serio?

—Dale. No seas tonta.

Deduzco que las dos se encuentran chateando en el mismo grupo de Whatsapp. A pesar de encontrarse físicamente juntas, se comunican a través de mensajes de texto y sólo interactúan verbalmente para comentar la jugada.

—Hala, tía, ahí te has pasado.

—¿Tú crees?

—¿Emoji de vómito? No sé… me parece EXCESIVO.

—Apóyame, tía. Di algo.

—Voy.

La de la izquierda vuelve a teclear. La otra sonríe.

—Ale. Ya está.

—Ostras. Rebe salió del grupo. Qué fuerte.

—Sí. Muy, muy, MUY fuerte, tía.

—Pues nada. Más pierde ella.

—Dilo.

—¿El qué?

—Escríbelo: “Más pierde ella”. Venga.

Entramos en un túnel. Poco a poco se va perdiendo la cobertura.  

—Buah, no hay conexión.

—¡Mierda!

—Escribí “Más pierde ella” y le di a enviar, lo juro, mira.

—Sí, pero no ha llegado. Te aparece el relojito.  

Vuelven al silencio. Un silencio tenso, incómodo. Sus vidas son eso que pasa mientras esperan las dos rayitas azules del whatsapp. Suena un pitido.

—No me lo puedo creer.

—¿Qué pasa?

—Me estoy quedando sin batería. 3%. Te juro que me están entrando ganas de llorar.

—Uff, tía.

—¿Y sabes lo peor? Como se me apague el móvil, pensarán que soy una cobarde.

—Tranquila, yo te cubro.

—No, no. No puedes decir nada, tía. Se supone que no estamos juntas.  

—Puffff…

(De toda esta escena con tintes dramáticos, destaco una de sus frases: «Me estoy quedando sin batería». No dijo «Mi móvil se está quedando sin batería», sino «Me estoy quedando…», como si el aparato en cuestión formara parte de su propio ser, al nivel de la glotis, o las cuerdas vocales. O como si la falta de batería o de cobertura fueran la afonía del nuevo siglo).