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12 Nov 2019
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Estar (o ser) solo

No conozco oficio más solitario que el de escritor. Por eso escribo.

Evidentemente hay más oficios solitarios. Vigilante nocturno, transportista, orfebre, programador informático, operario en cadenas de montaje o el tipo o la tipa que limpian casas por horas. (Este último, por cierto, resulta de lo más literario: planchar la ropa de otros, husmear en sus cajones o pasar el plumero por marcos de fotos ajenas parece un buen recurso de creación y recreación de personajes). O incluso el taxi, a veces, también es un oficio solitario cuando no hay clientes o en las largas esperas del aeropuerto.

Sin embargo, conviene establecer diferencias entre estar solo y ser solo. Aunque en inglés «ser» y «estar» se agrupen en un solo verbo («to be», bendito castellano), no es, ni de lejos, lo mismo.

Para ser escritor no sólo (adverbio) has de estar solo (adjetivo), sino también «serlo», al menos durante el proceso de creación, ya sea escribiendo o pensando en escribir mientras caminas, o conduciendo, o en la ducha, o en la cola del súper, o en el dentista (con la boca abierta mientras escuchas cómo se acerca el taladro). Has de estar en perfecta comunión contigo mismo; mirándote hacia dentro todo el rato, escarbando cual perro ansioso husmeando hueso. Y es posible, a veces pasa, que no te guste lo que veas, o incluso te decepcione, o te sorprenda, o te asuste. Cuando estás, por ejemplo, tirando del hilo de una trama y la cosa torna en giro loco, puede que concluyas diciéndote “Joder, tío; estás fatal de la cabeza”, lo cual es bueno siempre y cuando tu tara mental no traspase los límites del papel.

Aunque el lado negativo tiene también que ver con el ensimismamiento. A menudo me sucede que estoy a lo mío, a mis tramas, mientras conduzco mi taxi y me equivoco de salida o acabo dirigiéndome a un destino distinto al deseado por el atónito usuario. En mi curriculum interiore llevo ya tres golpes de chapa (dos quitamiedos y el muro exterior de un cementerio; afortunadamente sin usuarios, ni consecuencias graves), un número indeterminado de multas y un par de amagos de divorcio por olvidos imperdonables. Sin embargo, en cualquiera de los casos, aunque suene políticamente incorrecto decir esto, mereció la pena.