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19 May 2020
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Diario de un escritor en cuarentena (Día 68)

Cuidado con los atajos. En literatura son necesarios, pero a veces esconden también una trampa mortal. Me explico.

Si escribes que en estos momentos te encuentras, por ejemplo, en Malasaña, no cabe mucho más que añadir. Te estarás ahorrando descripciones detalladas acerca del tipo de gente que pasea o vive en esa zona, los comercios, las fachadas  (jóvenes modernos; cultura chic) porque ya existe un imaginario colectivo más o menos extendido de ese barrio en particular. Y quien dice Malasaña, dice Vallecas o Carabanchel (barrios obreros), Chueca (barrio gay), barrio de Salamanca o La Moraleja (alto poder adquisitivo), etcétera. Si añades que entraste en un Starbucks para pedir un Espresso Macchiato, además, estarás formando parte de un exacto ecosistema no sólo estético, sino también de pose o de actitud ante la vida (yo, por ejemplo, no he entrado en un Starbucks en mi vida; prefiero el bar tradicional de siempre). Normalmente estos ejemplos suelen aparecer en las novelas modernas de un modo bastante natural, pero también, y ahí la trampa, acotan muy mucho al lector objetivo.

Por una parte, Malasaña no es conocido en todo el mundo más allá de España y poco más. Si pretendes llegar al lector de Bogotá, o al de Lima, tendrás que añadir ciertas pinceladas aunque no demasiadas o aburrirás por sobredosis de obviedades al lector español. Si bien es cierto que Starbucks, por seguir con el ejemplo anterior, es una imagen más internacionalizada que el concepto «Aluche», incluirlo también puede incurrir en una normalización bastante injusta de marcas comerciales (publicidad gratuita, para entendernos), aunque también, si el escritor es militante de lo contrario, podría aprovecharse para ridiculizar la cultura de las «modas patrocinadas» o el esnobismo exacerbado que impera hoy en nuestra sociedad. La línea entre el baño de realidad y la crítica puede ser tan fina como el escritor lo desee.

Un claro ejemplo es la célebre novela American Psycho de Bret Easton Ellis, donde la cultura de la ostentación resulta tan sumamente obscena y psicópata que el lector llega a dudar si el libro es una crítica brutal al aperturismo económico de la era Reagan o si, por el contrario, existe cierta fascinación estética por parte de su autor (aunque después de leer su último ensayo, Blanco, recientemente publicado, hoy me inclino más por lo segundo). Pero hay más ejemplos, muchos más. Desde El Gran Gatsby de Fitzgerald hasta El Lobo de Wall Street (autobiografía del excorredor de bolsa Jordan Belfort después adaptada al cine por Scorsese). Normalmente a muchos autores les gusta jugar con la ambigüedad. Y tiene su encanto, no lo dudo. Dejar que el lector acabe tomando sus propias conclusiones también es un buen modo de interactuar con él, o dicho de otro modo: supone tratarlo con la inteligencia que merece.

Conclusión: Y yo qué sé. Si eres escritor, haz lo que te pida el cuerpo literario.

(86.100 palabras. Reconozco que escribí poca novela en estos días. Anduve escribiendo otras vainas).