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10 Ene 2020
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Cibercyrano de Bergerac

Crecen los turistas que hacen uso de apps de traducción simultánea para comunicarse conmigo en mi taxi.

El uso es sencillo (y la tecnología empleada, cosa de magia). Los usuarios japoneses, o turcos, o indios, o mozambiqueños, acercan el móvil a la boca y preguntan, de viva voz y en su idioma, por ejemplo: «¿Cuánto cuesta ir del aeropuerto al Hotel Santo Domingo?» y al instante aparece en la pantalla su frase traducida al castellano. Yo les contesto mediante gestos, o escribiendo el importe en un papel. Pero a veces, cuando su pregunta requiere una respuesta más extensa («¿Conoce algún local de striptease cerca del Santiago Bernabéu?»), he de hacer yo uso, también, del traductor, y el móvil suyo dispara su magia en ambas direcciones. Obviamente todos, los turistas y yo, nos vemos abocados a confiar en la fiabilidad de la app que manejen. Una traducción mal enfocada, o defectuosa adrede, podría generar conflictos diplomáticos; guerras incluso. Poca broma.

Pero hay algo que no puedo evitar cada vez que hago uso de estas apps, y es pensar en cuál será la siguiente novedad tecnológica loca que se valga de la voz como argumento: ¿Acaso apps que mejoren la dicción del que habla atropellado?, ¿apps mediadoras que suavicen el mensaje, por ejemplo, eliminando palabras gruesas o cambiándolas por antónimas en procesos de divorcio (haciendo a su vez de consejero matrimonial)?, ¿apps que traduzcan tus audios de amor a un lenguaje más poético (algo así como un Cibercyrano de Bergerac en tiempo real)?

Ansío verlo y lo temo a partes iguales.