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16 Abr 2019
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Catedral

Estaba yo en mi taxi, en una parada del centro, ojeando mis redes sociales, cuando me asaltaron las primeras imágenes de Notre Dame ardiendo.

Era un video en directo, un primer plano de la catedral más famosa del mundo consumida por las llamas.

No sé bien por qué, pero a propósito de aquel espanto me dio por pensar también en la destrucción del lenguaje. Instintivamente me vino a la cabeza un buen puñado de libros: Conversación en la Catedral, de Vargas Llosa, Los Pilares de la Tierra, de Ken Follet, La Catedral del Mar, de Ildefonso Falcones, La Catedral, de Blasco Ibáñez, Asesinato en la Catedral, de T.S. Elliot, o aquel fantástico libro de relatos de Raymond Carver llamado, simplemente, Catedral. Libro que, de hecho, volví a ojear nada más llegar a casa, sujetando el tomo como con miedo a que se desvaneciera entre mis manos.

Supongo que me dio por asociar catedrales y lenguaje porque ambos fueron ideados para resistir el paso del tiempo y ambos fueron construidos piedra a piedra, o palabra a palabra, en base a unos cimientos teóricamente inquebrantables. Y que ambas estructuras buscan, en esencia, solidez, y que el pórtico equivale a la portada de un libro y que, de hecho, los techados son como libros abiertos a un paisaje interior, y las vidrieras auténticos relatos (a mi juicio, apasionantes). Y que ver arder aquello duele casi como en carne propia porque es un mazazo grande para la historia de nuestra civilización. Pero también, es un mazazo grande para aquellos que amamos el valor estructural de la palabra.