Cosas que nunca decimos
—Estoy perdida.
—(Pues ya somos dos).
Lo de «Ya somos dos» lo dije para mí, porque soy el taxista y se supone que en ningún caso puedo decir eso.
Miré el navegador con disimulo.
—Estamos en la calle Jaime Beltrán —dije.
—¿Y qué zona es esta?
—Ehm.. Patraix. ¿Dónde quiere ir?
—Estoy buscando un psicólogo.
—(Pues ya somos dos) —pensé, pero tampoco dije.
—Está en la calle… veamos… —la chica sacó su móvil. Al desbloquear la pantalla se le abrió de fondo la foto de un hombre muy muy fuerte, ciclado, con camiseta de tirantes y en pose bíceps.
—(Jesús) —pensé, pero tampoco dije.
—Pío XI número (xx).
—Ah, está cerca de aquí.
—Bien. ¿Podría llevarme?
—Claro.
Como el trayecto era corto, tuve que saciar mi curiosidad directamente, sin rodeos:
—¿Su primera cita en el psicólogo?
—Sí, bueno. Es al tercero al que voy.
—¿Y qué pasó con los dos anteriores?
—No me decían lo que yo quería oír.
—(Entonces no necesita un psicólogo. Necesita un adulador profesional). ¿Y qué es lo que quiere oír? —pregunté.
—Me decían que estar con Hugo, mi novio, no me hacía ningún bien. Y que, para fortalecer mi autoestima, debería romper con él.
—¿Y usted qué opina?
—Que no quiero romper con él.
—¿Sabe? Me pasó lo mismo con mi médico. Me dijo que debía dejar de fumar y claro, cambié de médico. Pero el siguiente médico me dijo lo mismo.
—Y el tercero le dirá lo mismo también. Porque fumar es malo para la salud.
—(Touché) —pensé, pero no dije. —Ya hemos llegado. Son 4 euros, por favor. (Por la sesión improvisada. El trayecto en taxi se lo regalo).
—Tome. Y gracias.
Al bajar del taxi, la mujer se quedó pensativa. Miró el cartel del psicólogo y por un momento me dio la impresión que dudó si debería entrar.
Luego respiró hondo y entró.