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10 Feb 2022
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Chándal y oro

Sospecho una brecha radical entre el lenguaje internetero (o internetense) y el habla a pie de calle. Somos los mismos lobos pero cambia el disfraz.

En la parada del autobús nadie habla de NFTs. La señora de mi izquierda le dice a otra que esta noche ha refrescado. Y que hizo cola de veinte minutos en el banco y de pie, qué vergüenza. Al escucharla pienso que esa cola no está en internet. Que no hay que esperar de pie en internet. Pero ella no se adapta porque es un mundo nuevo y lejano y difícil.

El autobús está medio vacío. El teletrabajo, supongo. Consigo sentarme detrás de dos chavales. Están preocupados por el examen de química. Yo a su edad también me preocupaba el examen de química, así que no hay diferencia veintitantos años después.

—Por cierto— dice uno de ellos. —Tienes que escuchar este tema. Es buenísimo. Te lo mando.

El chico saca el móvil, manipula la pantalla y al instante le llega al móvil del otro.

—¿Ayax y Prox? —pregunta extrañado.

—Es rap. Las letras se salen. Nada que ver con el «Te quiero ride, como a mi bike» de Rosalía, jaja.

—Jajaja.

Me vienen un par de pensamientos. El primero es la forma de compartir música. Antes usábamos walkmans y auriculares con cable o más antiguos: de diadema. Había que estirar el cable o desmontar el casco para compartir canciones: uno para cada uno, muy juntitos porque el cable no daba para más; y tampoco había «cancelación de ruido ambiente».

Y el segundo, las letras. Por mucho que romanticemos lo de antes, también había canciones chorra. «Aquí no hay playa, vaya, vaya». «La barbacoa». «Para hacer bien el amor hay que venir al sur». No eran, digamos, dignas del Nobel. Aunque ahora, tal vez, la temática es distinta. La mayor diferencia podría recaer en la ostentación actual, la desmesura implícita en las letras. Hoy las nuevas promesas van de millonetis y lanzan billetes al aire y manejan coches caros: el culto al dinero rápido y el derroche. Las mansiones, el yate, chándal y oro (el «chándal de vestir» obedece a lo poco que cuesta hacerte rico, sin salir de casa y a golpe de bitcoin). Todo es mentira, claro, pero la imagen que trasmite resulta cualquier cosa menos inocente. El objetivo a conseguir ya no es la chica guapa, sino el dinero que implícitamente atrae a la chica guapa. Y es horrible.

Los chicos se bajan del autobús. Yo continúo, sin rumbo. Ellos, al menos, tienen a dónde ir.