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02 Nov 2020
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Ligar en dos frases (y una foto)

Vender tu cuerpo a través de la palabra. Contenido y continente. De eso tratan las apps de citas. Transacciones de índole casi cárnico. Entiéndase a este respecto mi función como la de mero intermediario. Llevo y traigo en mi taxi a parejas recién horneadas. Y escucho con suma atención.

Mauro, veintitantos años. No es excesivamente guapo, pero emite ganas y tiene cierto don de la palabra. Me cuenta que apenas busca echar un polvo y lo que surja. Lo que surja, en su caso, es comenzar una relación, pero reconoce que no es su prioridad. Con el tiempo ha aprendido a ser más explícito, a dejarse de rodeos. Se ha dado cuenta que, estadísticamente, es más práctico tender a la cantidad que a la calidad: ir al grano con cuantas más, mejor, y «dejar la literatura romántica para Antonio Gala» . Se presenta a la chica cuya foto le ha llamado la atención, cruza con ella un par de frases y, si su respuesta le resulta medianamente sugestiva, continúa hasta intentar acordar verse en persona. El truco está en no demostrarse demasiado desesperado ni obsesionado con el sexo. A las chicas no les gusta eso. Ni siquiera les gusta a esas chicas que, igual que él, buscan encuentros fortuitos. Les va más la actitud despreocupada de quien nunca tiene nada que perder.

Es todo un arte.

Frases cortas, me dice. Responder rápido para que la chica no se piense que estás intentando lo mismo con varias a la vez. No buscan ser princesas, pero tampoco quieren ser cabezas de ganado. La técnica se aprende a base de práctica. Mauro lleva un par de años en esto de las citas vía app y me asegura que ya ha tenido no menos de cuarenta encuentros con chicas de toda clase y condición. Una cada dos semanas, más o menos. Con alguna repitió, y con una en concreto estuvo a un par de encuentros más de enamorarse, pero resultó ser casada. Fue enterarse y huir como de la peste, claro. No quiere problemas con nadie.

Justo antes de bajar del taxi, me pidió el teléfono y quedó en llamarme consumada su cita para llevarlos después a los dos a su casa, o a la casa de ella (según se terciara). Dentro de una hora, no más, me dijo. Le dejé en la puerta de un gastrobar y seguí con mis cosas esperando su llamada.

Pero apenas media hora después ya estaba sonando el teléfono:

—Oye, que la chica vive cerca. Iremos andando y seguramente me quede a dormir. Si no te importa, guardaré tu número para la próxima.

De acuerdo, le dije, y colgué. Y me quedé con las ganas de poder ponerle rostro y voz a la chica en cuestión. ¿De qué hablan dos desconocidos en un taxi cuyo único propósito en común es mantener un encuentro sexual fortuito?

Manténganse atentos a próximas entregas…