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13 Dic 2019
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

El inicio de todo lo demás

Los niños creen que el mundo fue construido por y para su comodidad. Pero eso no es todo.

El mundo de los niños es ciertamente pequeño. Apenas ocupa su campo de visión: lo que no pueden ver, no existe. Su percepción del mundo se parece a esos libros infantiles con paisajes desplegables que se abren y se cierran al pasar cada página. De hecho, cuando el niño cierra los ojos, ese entorno construido a su propósito deja simplemente de existir, y es por eso que odian la oscuridad. No es que realmente crean que podrá salir un monstruo de entre las tinieblas, o tal vez sí: lo que llaman «monstruo» no es tanto un ser abominable de brazos largos y mirada aterradora, sino una pavorosa representación de la nada.

Y en ese viaje inicial entre el entorno y la nada (o entre la placenta y una realidad tirando a hostil), surge la palabra. Al principio, como en el inicio de Cien años de soledad, el mundo es tan reciente que las cosas carecen de nombre y para mencionarlas hay que señalarlas con el dedo. Los niños comienzan a asociar objetos con palabras, pero también sensaciones. Y emociones. Y comienzan también a hilar conceptos: el hielo está frío, el peine pincha, el agua moja y papá es ese señor que quiere mucho a una mamá que es el centro de todo su universo (ergo papá, subsidiariamente, mola).

Pero a veces, el acto de repetir palabras recién aprendidas señalando con el dedo, genera inquietantes equívocos. Como el que me ocurrió esta misma mañana, cuando una mujer subió en mi taxi con un niño de poco más de un año, y una vez iniciado el trayecto el niño comenzó a señalarlo todo sin decir nada. Señaló un autobús. Un árbol. Una moto. Y girándose sobre su eje, aparecí yo de repente en su campo de visión, alzó el dedo en dirección a mi asiento, y después señaló a mi cabeza, y de esta guisa balbuceó, ahora sí, su primera palabra:

Papá.