El asombro de un turista solitario
Me alegra y me enternece y me esperanza ese usuario de mi taxi, extranjero todo él, dispuesto a intentar hablar mi idioma repitiendo lo que digo una y otra vez:
—What is that?
—Puerta de Alcalá.
—Puehta do Cala. What does it mean?
—Puerta is door. And Alcalá is the name of the street.
—Puehta.
—Puerta.
—Puehrtha. Wow. It´s difficult. And how can I say ‘Good morning’ in spanish? —dice rascándose la cabeza.
—Buenos días.
—Buios dies.
—Bue-nos.
—Bui-nos.
—Bue.
—Buie.
—Dí-as.
—Di-es. Buienos dies, sinior. Jaja.
Turismo también es viajar a través del lenguaje. Y comer lo que el autóctono come. El turista integral busca «ser español» por unos días en lugar de mantener e imponer sus costumbres donde quiera que vaya.
Pero mi predilecto es aquel turista con vínculos de sangre ya lejanos, que viaja para ahondar en sus raíces. Un abuelo o una abuela española, tal vez gallega o burgalesa o turolense, que emigró a Suiza, o a Noruega, o a Brasil en tiempos de posguerra, y allá se casó con un suizo, un alemán, un francés y 70 años después sus nietos han querido conocer la raíz de la raíz de sus raíces. Buscan saber dónde vivió su abuela, su entorno, la casa o la calle donde pasó su infancia. Buscan entender el porqué de su huida y la razón intrínseca del lugar que ahora ocupan en el mundo. Es turismo de raíces, y tirando del hilo de ese turista en cuestión, puedes encontrar historias asombrosas. Historias que unen.
Y eso es lo que, a fin de cuentas, busco. Lazos.