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21 Abr 2020
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Entrevista

Paco Ignacio Taibo II: «Todos los escritores fuimos escribidores»

Laura García Arroyo

Entrevista con el escritor, historiador y activista

Paco Ignacio Taibo II nos recibe en una sala de juntas del piso 14 de un edificio imponente al sur de Ciudad de México. Aquí tiene su sede el Fondo de Cultura Económica, la casa editorial pública en español más grande del mundo y que Taibo dirige desde hace un año por decisión del Gobierno de Andrés Manuel López Obrador. Mucho movimiento. Bullicio. Gente que camina de una oficina a otra. Él entra y sale de cada una de ellas. Juraría que está atendiendo hasta cuatro asuntos al mismo tiempo. Nos dice varias veces que en seguida viene con nosotros, se disculpa. Vuelve a entrar en dos oficinas más. Por fin llega al final del pasillo, solo quedamos nosotros. Trae buen humor, su inseparable cigarro y dos o tres personas que le preguntan muchas cosas o esperan respuestas para pendientes por hacer.

Sigue siendo el contador de historias que hace reír a todos los que tiene alrededor, el escritor que llena salas en las ferias de libro, el responsable de la brigada que lleva libros a muchos rincones alejados de la ruta usual y el compañero que se preocupa por todos los que le rodean. Es el mismo cuando lo ves paseando en la colonia Condesa, cuando recoge premios y cuando escribe. Es cercano, malhablado y resuelto. Ahora, además, sonríe orgulloso porque sus decisiones afectarán a miles en todo el país. Su activismo emprende un nuevo episodio. Uno que cada día saca nuevos titulares en la prensa. Y su experiencia como escritor y promotor cultural le ha permitido saber qué quiere hacer para conseguir un país lector. En poco tiempo ya tiene un diagnóstico, una idea muy clara de lo que hacer y un plan en marcha.

Un mensaje cultural y político con el que pretende cambiar desde las letras una forma de pensar, de vivir y de vernos. ¿Lo logrará? El tiempo dirá.

-¿Qué queda de ese joven que entregó su primer texto?
Uy, hay que remontarse a los años 70. ¿Qué queda? El espíritu, el estilo. Queda una especie de voluntad, de que el libro abre puertas, te cambia la vida. Queda la sensación de que leer, escribir, es el mejor oficio del mundo. Y el ímpetu. No me paran ni poniendo barreras en cien trenes.

-Es y se ha desempeñado como escritor, guionista, docente, activista, funcionario… Ha hecho diversas actividades en las que ha defendido lo mismo desde diferentes puntos de vista, ¿hay alguna trinchera desde la que le guste más hacerlo?
La experiencia del Fondo es de una riqueza invaluable. Se trata de convertir una empresa ineficiente en una eficiente, sin olvidar que el concepto de eficiencia está íntimamente ligado al de servir al pueblo, sea eso lo que sea; eso ya lo iremos hablando y caminando con la gente. Pero la parte editorial es fundamental y la más divertida. Estamos preparando una antología de un gran periodista mexicano y el proceso para ver qué y cómo funciona, por qué otros lectores aparte de los que estamos en esta mesa, podrían quererla leer, qué debe incluir, si se necesita un prólogo, si sí, de qué tipo, quién lo puede escribir… Esta labor editorial es apasionante, porque en cuanto salgamos con todos los grandes cañones dentro de dos meses o funciona o no funciona. O encontramos a los que creemos que son lectores que quieren leer lo que queremos proponerles a partir de lo que hemos estado hablando en las ferias del libro, en la calle, en los tianguis, etc., o nos equivocamos y no existe ese universo que pensamos.

-¿Cómo mide si está funcionando una publicación?, ¿con las ventas?
Son muchos factores, no solo las ventas. Con la colección Vientos del pueblo parece que acertamos. Eso indican las primeras respuestas. Lecturas breves, ilustradas, a precios bajísimos que te permiten llegar a un sector que había dejado de leer. Sabían leer, pero no leían y, por otro lado, te permite llegar a núcleos grandes, los adolescentes, que no sabían que leer era divertido y apasionante. Eso significa que está funcionando.

-¿Con qué se enfrentan para lograrlo?
Hay muchos pequeños problemas: perfeccionar una red de distribución, encontrar los precios justos, buscar la promoción, que en este país se mercantilizó de una manera… Parece que una editorial decide que si esto fue un best seller en Chicago lo tiene que ser en México, basta con promoverlo. Y esa es una decisión puramente comercial, de neoliberalismo chafa, y nosotros no, nosotros no tenemos por qué rendirle culto a dioses que no nos gustan.

-El neoliberalismo se menciona muchísimo en estos tiempos, ¿qué considera neoliberal en la literatura?
En el mundo del libro, el neoliberalismo es poner por delante el concepto del mercado en lugar del concepto del lector; poner por delante una concepción del éxito basado el 90 % de los casos en la banalidad; es tenerle miedo al experimento; es nunca pensar en el inmenso universo que lee y que podría leer. Esta lógica neoliberal que todo lo mercantiliza es peligrosísima y más cuando diriges una editorial que aparte de sus funciones obvias sociales es una editorial que tiene que resultar económicamente rentable. En tiempos de austeridad como estos, no puedes, es dinero del pueblo y es pecado tirar el dinero del pueblo.

-¿Por qué cree que le eligieron a usted?
Porque Andrés [el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador] cometió un error, uno más [risas].

-¿Por qué cree que critican que sea usted el elegido?
Porque Andrés cometió un acierto [más risas]. Pisó muchos callos, es evidente. Les molesta mi literatura, que haya fomentado la lectura durante diez años sin cobrar, que vaya en contra de su lógica mercantil y porque critico a ese periodismo del que soy blanco fácil porque no me callo, digo lo que pienso y soy visible. Lo cual es divertido, no pasa nada.

-¿Cree que como funcionario tiene una mayor y más directa incidencia que como escritor o docente?
Más directa de lo que estamos haciendo no veo cómo. En 75 días que llevamos dirigiendo el Fondo he participado en 25 operaciones especiales y en unas 14 ferias del libro, discutiendo, conversando con la gente. He lanzado un proyecto editorial que de arranque soltó sobre la calle 400 mil ejemplares de la colección Vientos del pueblo. Y todavía vamos a tener impactos fuertes, muy fuertes. Se viene una batalla política y cultural para principios de 2020.

-Cuando habla de la democratización de la lectura, ¿a qué se refiere?
A que nadie deje de leer porque tengan bloqueos y estos bloqueos los hemos encontrado en varios lugares: una política educativa equivocada que hace del libro una obligación en la enseñanza media y no un placer y que entonces construye lectores vacunados, que piensan «leer, qué aburrido; leer, qué obligatorio; leer, qué castigo». Ese lector en secundaria y preparatoria va a llegar a la universidad, si llega, con prejuicios antilectura y es difícil rescatarlo. Esta política que separó la educación formal de la informal ha sido peligrosísima. ¿Es necesaria la educación formal aritmética? Sí, pero el placer de leer a los diez años Los tres mosqueteros, también.

-¿Dejará esto en algún momento? ¿Hay algo que le haría decir ‘hasta aquí’?
Tomé una decisión el primer día: hay que vivir esto no como un proceso de seis años, sino como un alcohólico anónimo que dice que no beberá en las siguientes veinticuatro horas. Hay que dirigir esto con esa mentalidad de las próximas veinticuatro horas, porque si no el proyecto a largo plazo te abruma. Cuando de repente te alegras por haber podido llegar a 24 escuelas de Ciudad de México en un mes con los librobuses y llega alguien y te recuerda que hay siete mil en total, puedes pensar que no se está haciendo lo suficiente y olvidarte del logro de haberlo hecho en esas 24. Así que no puedes vivir pensando en seis años, tienes que vivir al día y decir «Bueno, veinticuatro este mes, doscientas el mes que viene y seguir avanzando».

-¿Encuentra tiempo para escribir en medio de esta vorágine en la que se metió?
Es una buena pregunta. Sí, pero no me preguntes cuánto, porque entonces lloro. En el último mes he escrito cuatro páginas, cuando antes escribía un centenar de páginas al mes, tranquilamente y feliz. Pero voy a terminar un libro a fin de año.

-¿Y para leer?
Eso sí, he estado leyendo como buitre, pero he estado intentando leer sin obligación, porque la lectura obligatoria te entume. Tengo un mal hábito: cuando tengo treinta libros que leer sobre la mesa, reparto veinte y me quedo con los diez que me interesan. Ya sé que es arbitrario, injusto, autocrático, pero mi modo. Y sí, sigo leyendo mis cien páginas diarias.

-Viene de una familia que ha cambiado muchas cosas en España y en México, con una clara vocación activista empezada por su papá. ¿Qué cree que ha heredado de él?
El desconcierto. Mi padre me dijo una vez: «Hijo mío, ¿te das cuenta de que nos pagan por hacer lo que nos gusta?». Una vez fui a firmar un contrato con mi papá. Yo ya tenía diez libros publicados, había firmado diez contratos, algunos en otros países y tenía cierta experiencia. Ese día le hicieron una oferta y él iba a decir que sí. Yo lo detuve, me parecía una miseria lo que le ofrecían, pero a él le parecía genial que le pagaran por publicar algo que le gustaba. Desde ese día le dije que yo le diría cuándo aceptar y cuándo pedir más. Papá era así. Yo heredé el desconcierto, pero no tanto. He vivido de mi profesión los últimos 30 años, vivo de mis derechos de autor, no necesito empleo. Son 80 libros publicados en 26 países y tengo una vida bastante, bastante, bastante civilizada, franciscana en cierto sentido. Papá era la coherencia, papá era sobre todo el amor a la palabra escrita. Él y mi tío se tiraron una vez un rollo que casi me masacra y me convierte en carpintero en lugar de en escritor. Me agarraron los dos juntos un día en un parque a mis 15 años y me soltaron que escribir era una responsabilidad, era la voz de los mudos, el oído de los sordos, la mirada de los ciegos. Entonces me paré y les dije: «Yo solo escribí un cuento, deténganse, no me echen esa losa en las espaldas».

-¿Y en qué se diferencia de él?
Papá, por razones de vida, tuvo que trabajar en oficios que tienen que ver con la palabra escrita que no le gustaban y yo he logrado escaparme de eso. En mi juventud tuve trabajos chafas horribles y asquerosos, pero por poco tiempo. Logré pronto vivir de la palabra escrita y eso me libró del peso del escribidor. Todos los que somos escritores también fuimos escribidores; yo, por ejemplo, hice fotonovelas, escribí programas de divulgación científica, pies de foto para revistas deportivas, escribí las cosas más exóticas, programas de televisión con la actriz Lola Beltrán, guiones… pero fueron tiempos muy breves, no los sufrí tanto.

-Hablando de la palabra escrita, ¿cómo es su relación con el lenguaje, cómo busca sus palabras?
Escribir es pelearte contra el lenguaje, aunque desde hace unos diez años empecé a gozar más la reescritura, antes me faltaba paciencia. La llegada a mi vida de Luis Befeller y Paloma [Sáiz, su mujer] con una computadora me cambió el mundo. Me enseñaron a borrar texto, a escribir sobre lo escrito, a insertar, a colocar los pedazos de texto que no sabía dónde iban todavía en el proyecto global, a crear subarchivos… Al terminar esa semana descubrí el arte de reescribir, que es tan divertido como escribir. Aprendí que un libro se escribe del principio hacia el fin, luego del fin hacia el principio. Para la cuarta vez que haces el recorrido ya te paras porque a partir de ese momento cada vez que corriges
estropeas y no mejoras. Pero el placer está ahí.

-Cuando le menciono Gijón, su ciudad natal, ¿qué viene a su cabeza?
El mar, ¡maldita sea!, es lo único que me falta. Necesito el rumor del mar, la serenidad que te da mirar el mar, que está asociada a mi infancia. Me viene los 20 años que dirigí la Semana Negra, que fue un aprendizaje continuo, de lograr hacer cosas que parecían imposibles (una vez me dijeron que no se podía tener submarinos amarillos en Gijón porque la marina española solo tiene dos submarinos y uno estaba hundido en Cartagena y, después de darle muchas vueltas, conseguí un periscopio amarillo que salía del fondo del mar y un cartel en la superficie que decía «Abajo está el submarino»). Ese placer imaginativo que resulta de hacer un festival multigenérico partiendo de literaturas de acción, novela policiaca, fantasía, ciencia ficción, cómic, novela histórica y volverlo de masas y hacerlo una fiesta. Ese aprendizaje vale oro.

-Siempre le vemos con un cigarro en la mano. ¿Qué es para usted el tabaco?
Es el que te da pausas, es un instrumento que asocié con la escritura desde muy joven y al trabajo pensante y que te da la pausa; puedes engañar a alguien simulando que estás encendiendo un cigarrillo y ganar los treinta segundos que necesitas de ventaja en el debate [lo hace].

-Con tanta responsabilidad y con tanto trabajo ¿le da tiempo a reír?
Todo el rato, todo el rato hago chistes no indicados en las reuniones que causan sorpresa, desconcierto y buen humor. Todo el rato me estoy burlando de mí mismo, del aparato, de la gente.

-¿Pediría disculpas por algo que haya dicho o hecho?
Sí, sí pediría disculpas, por cosas muy extrañas. Primero por no haber apreciado justamente el valor de hablar otros idiomas. Aprendí inglés porque me gustaba una chica pero me hubiera gustado aprender francés, leer en polaco, hablar mejor italiano. Hablaría hoy cinco idiomas.

-¿Es feliz? ¿Se va a la cama tranquilo?
Absolutamente, soy absolutamente feliz.

 

Los Taibo, un referente cultural en México

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Los Taibo son una familia que se ha convertido en un referente cultural en México. Todo empezó en 1959, cuando el periodista y escritor asturiano Paco Ignacio Taibo llegó a México huyendo del régimen franquista en España. Su mujer y su único hijo entonces, llamado igual que él, lo acompañaban en la travesía. En la otra orilla nacerían años después dos varones más. Benito y Carlos completaban la saga y empezaba así un núcleo sólido y unido volcado en disfrutar, difundir y contagiar su amor por la cultura. Paco Ignacio Taibo II nació en Gijón, Asturias, en 1949. Ha publicado más de 80 libros, donde abundan las novelas policiacas e históricas. En 1988 organizó la Semana Negra de Gijón, que dirigió durante 25 años. Después, fundó el proyecto cultural Para leer en libertad, en el que difunde la lectura por todo el país. A finales de 2018, el recién proclamado presidente de México Andrés Manuel López Obrador anunció que lo quería al frente del Fondo de Cultura Económica, pero un requisito era haber nacido en territorio nacional. Aunque naturalizado mexicano en 1984, hubo que reformar la ley federal para que asumiera el cargo, una modificación que hoy se conoce como Ley Taibo.

 

Balazos sueltos

…¿Una palabra que me defina? ¡Hay como treinta! Intransigente, franciscano, radical, visceral, coherente.

…Mi oficina aquí en el Fondo es una puerta abierta con un letrero que dice: «Si no tienes sentido del humor, ni entres».

…El poder no me resulta en lo más mínimo atractivo. El poder es capacidad para almacenar recursos para servir a la gente.

…Mi lugar favorito para irme a escribir es Paloma. Paloma es mi casa. Haber descubierto a Paloma a tiempo ha sido un verdadero hallazgo, uno de los pocos aciertos potentes de mi vida.

…Lo que más me piden ahora por la calle es empleo y libros. Me piden recomendaciones de lectura, para empezar en la lectura, para ser escritor.

…Mi mayor enemigo en la vida cotidiana es la burocracia. Heredamos un aparato del Estado repleto de trabas y trampas increíbles, construido para que medio funcionara y para que lo aceitara la corrupción; como eliminamos la corrupción no hay aceite, y entonces pervivió una burocracia insensible, ridícula y absurda.

 

Esta entrevista es uno de los contenidos del número 6 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras.
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