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18 May 2022
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Entrevista

«Quien no sabe hablar o escribir correctamente está indefenso»

Sol Genafo

Entrevista a Paloma Díaz-Mas

Entra usted en la RAE y es, sin duda alguna, un gran momento. ¿Cuál cree que es la principal labor de quien pasa a formar parte de esta emblemática Academia?
Tengo claro que haber sido elegida para la Real Academia Española es un honor y un reconocimiento profesional, pero también un compromiso de trabajo y colaboración con las labores de la institución. Unas labores a las que cada uno debe contribuir de acuerdo con sus capacidades y sus conocimientos. Por otra parte, la RAE tiene en marcha muchos proyectos, colaboraciones y actividades. Cuando me incorpore, veré qué espera la Academia de mí y qué puedo aportar. De momento, estoy abierta a todas las posibilidades.

A doña Emilia Pardo Bazán le negaron tres veces el ingreso en esta Academia por ser mujer. ¿Qué siente usted al respecto por la parte que le toca?
Indudablemente, la sociedad española, y la europea en general, han cambiado mucho desde el siglo XIX hasta el XXI, y la Real Academia Española no es una excepción: es producto de los tiempos y ha ido evolucionando y adaptándose a cada época. Hasta 1979 no entró en la RAE la primera mujer, Carmen Conde. Por aquel entonces en España no había mujeres ministras, ni militares, ni policías, ni bomberas, ni rectoras de universidad, ni casi juezas (la primera lo fue en 1972), ni grandes empresarias, la mayor parte de los médicos eran hombres, y las mujeres ingenieras, arquitectas o científicas eran escasísimas. O sea, que hubo una mujer en la RAE antes que en el Consejo de Ministros, en el Ejército, en los altos tribunales de justicia, en el rectorado de las universidades o en puestos directivos de la banca y de las grandes empresas. La mayoría de las once mujeres que han sido o son académicas entraron en la RAE desde finales de los años 90, es decir, cuando las mujeres han empezado a ocupar también puestos relevantes en otros ámbitos de la sociedad española.

Usted será quien ocupe el sillón i de la RAE, que ocupaba Margarita Salas, ¿qué opinión le merece su antecesora?
Me hace mucha ilusión ocupar el sillón que dejó vacante Margarita Salas, una gran investigadora, la única mujer científica que entró en la RAE (todas las demás son filólogas, historiadoras o escritoras), que además trabajó muchos años en el mismo organismo de investigación que yo, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), donde dirigió un importante centro de biología molecular. No llegué a conocerla personalmente, pero admiro mucho su trayectoria profesional y humana. En su honor, intentaré que mi discurso de ingreso sea un homenaje a la ciencia desde la filología, que es mi especialidad.

La cultura sefardí entra de su mano en la RAE, motivo, por cierto, de gran alegría entre los miembros de esa minoría. Según el Oxford Handbook of Endangered Languages, cada tres meses, más o menos, se extingue una lengua. ¿Qué futuro le augura al judeoespañol?
En efecto, el judeoespañol (que en Israel llaman ladino) es una de las lenguas calificadas por la UNESCO como endangered language, lengua en serio peligro de extinción. Los motivos históricos, sociales y culturales que han llevado a esta situación son múltiples. Con esas circunstancias, una revitalización del judeoespañol como lengua de comunicación parece problemática; pervive hoy día como lengua de la memoria, y como tal hay intentos de recuperación y se produce creación literaria (sobre todo, poesía) como forma de recuperar una parte del pasado sefardí. Aunque revitalizar la lengua sea hoy muy difícil, queda una importante labor académica por hacer, estudiando y dando a conocer los tesoros literarios y lingüísticos producidos en judeoespañol cuando este estaba plenamente vivo, entre el siglo XVIII y las primeras décadas del XX.

El historiador Raul Hilberg resume los principales hitos de la historia antisemita en tres frases: «No podéis vivir entre nosotros como judíos»; «No podéis vivir entre nosotros»; «No podéis vivir». ¿Puede imaginar cómo sería si no hubieran expulsado a los judíos de España en 1492, en lo que a lengua y cultura se refiere?
Es imposible saberlo y cualquier especulación al respecto entra en el género de la historia-ficción. Seguramente la sociedad española hubiera sido más diversa en los siglos XVI y XVII, lo cual es bueno. Por lo que se refiere a la lengua, está claro que, si no se hubiera expulsado a los judíos, el judeoespañol no hubiera nacido nunca: estudios filológicos muy rigurosos han demostrado que la lengua de los judíos medievales de la península ibérica no difería sustancialmente de la de los cristianos (salvo el uso de algunos hebraísmos, sobre todo para referirse a realidades religiosas o jurídicas). El judeoespañol solo pudo nacer en el exilio, en la diáspora, en el seno de unas comunidades judías cuyos fundadores tenían como lengua materna el castellano, el catalán o el portugués, pero que vivían lejos de la península y, por tanto, separados de las variedades lingüísticas peninsulares, lo que propició que en las siguientes generaciones se fuese formando una variedad lingüística propia.

¿Qué importancia le concede usted al correcto uso de la lengua? ¿«Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo», como dijo Wittgenstein?
El uso correcto de la lengua es importante, no por una cuestión de purismo o de casticismo, sino de eficacia y de justicia social: quien sabe manejar la lengua es capaz de expresarse con precisión y eficiencia; quien no sabe hablar o escribir correctamente está indefenso, no puede expresar sus ideas ni argumentar para defenderlas porque no maneja adecuadamente el instrumento para ello, que es el lenguaje. Así que procurar que todos los ciudadanos utilicen la lengua correctamente (independientemente de su clase social o de su nivel económico) contribuye a democratizar la sociedad.

¿Qué relación cree que establecen los expulsados con la lengua que se llevan? ¿Quizá se unen más?
Para todos los migrantes (sea cual sea el motivo de su migración), la lengua materna es un elemento identitario muy fuerte, el mayor vínculo con sus orígenes. Es también un elemento de cohesión entre los migrantes de un mismo origen asentados en otro país. Pero lo más frecuente es que se conserve solo en la primera generación, que los de la segunda generación la entiendan pero no la hablen y los de las siguientes generaciones la vayan perdiendo. Eso sucedió también con el judeoespañol de los sefardíes que, desde principios del siglo XX, emigraron desde sus comunidades tradicionales a terceros países.

Los recuerdos tienen siempre una modalidad apelativa. ¿Usted se acerca a ellos con miedo o más bien con afán de arqueóloga de los sentimientos?
Creo que no debemos tener miedo de nuestros recuerdos. La memoria es fundamental para configurar la identidad personal y colectiva. Y, por lo que respecta a la creación literaria, me parece que en toda obra de creación, sea del género que sea (incluso aunque se trate de una novela histórica, por ejemplo) hay algo de autobiografía y, por tanto, de reelaboración de los recuerdos.

En el intento de recuperar el pasado a partir de sensaciones leves como olores, sabores, sonidos, ¿qué olor o sabor rescataría de sus recuerdos personales?
El sabor de las tartas caseras que preparaba mi madre por nuestros cumpleaños, en lugar de comprar una hecha en la pastelería. Y el olor penetrante del cilantro y otras especias la primera vez que anduve por las calles de la ciudad vieja de Jerusalén.

Según Caballero Bonald, la memoria es el factor desencadenante de cualquier expresión literaria. Entre la memoria y la imaginación, ¿qué herramienta le parece más útil para la creación literaria?
Las dos cosas son imprescindibles. Incluso la literatura más autobiográfica necesita algo de imaginación para recrear los recuerdos. Y toda obra de creación incorpora elementos de la memoria.

¿Cree que el olvido también deja su herencia?
Bueno, una de mis novelas se titula, precisamente, Lo que olvidamos, y trata sobre la pérdida de la memoria, la recuperación y reelaboración de los recuerdos, los falsos recuerdos y las cosas olvidadas que, pese a todo, dejan una huella en nuestra vida.

La literatura oral y el romancero han sido objeto de estudio por su parte. ¿Puede que su encanto resida en eso que tiene de inaprensible, de efímero, por su carácter de oralidad?
No exactamente. Lo que me ha interesado siempre de la literatura oral en general y, más concretamente del romancero, es el proceso mismo de transmisión y su efecto en el texto literario. Es decir, cómo un texto puede ser memorizado, recitado o cantado, aprendido de oídas, vuelto a reproducir, y así se transmite de generación en generación. Pero cada recitador o cantor introduce, consciente o inconscientemente, cambios que van modificando el texto, de manera que cada persona que conoce y canta un romance, por ejemplo, es también coautor, recrea el texto en el mismo momento de usarlo. Es un proceso apasionante, bastante distinto de los cambios que pueden producirse en la transmisión escrita de las obras literarias.

¿Cree que el impacto de la pandemia desembocará, además de en manuales de historia, en una literatura que lo refleje de tal modo que perviva a lo largo del tiempo?
Es indudable que surgirá —o, mejor dicho, está surgiendo ya— una literatura que trata de la pandemia y su impacto en nuestras vidas personales y en la sociedad. Se trata de una experiencia extraordinaria, algo que las generaciones actuales nunca habían vivido, y sin duda se está convirtiendo en un recuerdo muy fuerte, muy potente, que estará muy presente, de una manera u otra, en la literatura que se escriba en los próximos años.

En su obra, a menudo se detiene en los detalles pequeños y cotidianos, sencillos solo en apariencia. ¿Encuentra allí más elementos en común entre las personas de una y otra época o de uno y otro lugar del mundo?
Es que fijarse en las pequeñas cosas es una forma de analizar el mundo que nos rodea. Los pequeños detalles y las anécdotas son a veces enormemente significativos y nos dicen mucho de la sociedad y de nosotros mismos. Y, claro, es inevitable preguntarse si las gentes de otras épocas sentían y percibían esas pequeñas cosas igual que nosotros. Nunca podremos saberlo, pero siempre podemos jugar con las posibilidades, algo que he hecho en algunas de mis novelas consideradas históricas, como La tierra fértil o El sueño de Venecia.

Atendiendo a algunas de sus obras como La tierra fértil o El rapto del Santo Grial, me pregunto si tiene usted especial querencia por la época de la Edad Media para ambientar sus escritos.
La literatura medieval, sobre todo la castellana, la catalana y la francesa, me han apasionado siempre y he leído bastantes obras (en el caso de la literatura francesa, en traducción, porque el francés medieval es demasiado difícil para mí), y eso se refleja en mi obra literaria. Aunque en los largos años en que fui profesora en la Universidad del País Vasco nunca enseñé literatura medieval, sobre todo di clases de literatura del Siglo de Oro y de otras materias, lo cual resultó muy enriquecedor. En cuanto a mi discurso de entrada, tratará, sin duda, sobre el judeoespañol y la literatura sefardí.

Investigadora sobre los sefardíes y muchas cosas más

Paloma Díaz Mas

Acaba de ser elegida, en abril de 2021, académica de la Real Academia Española para ocupar la silla con la letra i minúscula. Ha sido catedrática de literatura española en la Facultad de Letras de la Universidad del País Vasco e investigadora en el CSIC de Madrid. Fruto de los primeros años de investigación sobre los sefardíes, publicó en 1986 Los sefardíes. Historia, lengua y cultura. Ha publicado numerosos trabajos de investigación sobre literatura oral y romancero y literatura medieval española. Con solo diecinueve años, publicó el libro de microrrelatos Biografías de genios, traidores, sabios y suicidas según antiguos documentos (reeditado años después con el título Ilustres desconocidos).

En Anagrama publicó las novelas El rapto del Santo Grial (finalista del I Premio Herralde de Novela 1983), El sueño de Venecia (Premio Herralde de Novela 1992), La tierra fértil (1999, Premio Euskadi 2000) y Lo que olvidamos; el libro de cuentos Nuestro milenio; los de narrativa de no ficción Lo que aprendemos de los gatos y El pan que como, y los relatos autobiográficos Una ciudad llamada Eugenio y Como un libro cerrado. También ha colaborado en dos antologías de cuentos coordinadas por Laura Freixas, Madres e hijas y Cuentos de amigas. Algunas de sus obras han sido traducidas al francés, al inglés, al portugués, al alemán y al griego.

 

Esta entrevista es uno de los contenidos del número 13 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras.
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