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30 Sep 2022
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Congresos

¿Por qué en Cádiz?

José Luis Girón Alconchel

Algunos argumentos para solicitar que sea Cádiz la sede del próximo Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE)

Cádiz solicita ser la sede del próximo Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE) con una unanimidad admirable de toda la sociedad gaditana. Aparte de este acuerdo, hay algunos argumentos sacados de la historia del español que nos permiten formular esa solicitud con esperanza de que sea atendida positivamente.

El primero es la vinculación de Cádiz con el español en América. No es una vinculación exclusiva de Cádiz, pero se puede decir que el español viaja desde Cádiz a América y vuelve desde América por Cádiz. Desde el primer momento Cádiz está presente en este continuo y variado viaje de ida y vuelta que va conformando la variedad lingüística de los primeros colonos en el primer siglo largo de la América española. Una variedad lingüística que era una nivelación en suelo americano de andaluz del suroeste peninsular, canario, y castellano, a la que, con toda propiedad, se ha llamado «español atlántico».

Sabemos que durante dos siglos (el XVI y el XVII) la hispanización del Nuevo Mundo se planifica en Castilla y se gestiona en Andalucía con la colaboración de Canarias. El Consejo de Indias en Madrid diseñaba la administración de los territorios americanos. Los emigrantes solicitaban el pasaje en la Casa de Contratación de Sevilla, y desde el siglo XVIII en Cádiz, y en estas ciudades y sus alrededores pasaban un año o más antes de embarcar. Quiere esto decir que la ciudad de Cádiz y los puertos de su bahía representan un papel protagonista en el viaje del primer español que llega al Caribe, un español en el que sobresale el claro predominio de la variedad lingüística andaluza occidental.

Las tripulaciones de los barcos eran mayoritariamente andaluzas. En el año o más que los migrantes pasaban en Sevilla o Cádiz convivían con marineros y estibadores; embarcados, pasaban uno o dos meses en el mar y adquirían vocabulario náutico para actividades comunes a bordo, como el atraque, los cabos y el achique. Luego los colonos usaban en tierra esas palabras marineras, como botar, amarrar, abarrotes, atracar, balde, desguazar, timón, y otras muchas.

En las poblaciones del litoral del golfo de Cádiz habían entrado desde antiguo muchas palabras asturleonesas, como pollera, platicar, fierro; y también otras gallego-portuguesas, como bosta, cardumen. Estos vocablos se habían ido aclimatando por Extremadura, Andalucía y Canarias y embarcaron en los puertos andaluces hacia América, donde pervivían en los dialectos hispanoamericanos más alejados de los centros de poder.

Esa ruta desde tierras leonesas hasta el golfo de Cádiz, siguiendo la Vía de la Plata, y luego desde Cádiz a América, debió de seguir también el vulgarismo salmantino barbijo, según De Lamano en su Dialecto vulgar salmantino: «La cinta que sujeta, por debajo de la barba, la gorrilla o sombrero para que no lo lleve el aire»; pero hoy ese vocablo se conserva en Argentina y otros países hispanoamericanos para designar la mascarilla.

Durante el primer siglo de la conquista más de la mitad de las pocas mujeres emigrantes eran andaluzas, en su gran mayoría de los puertos de Cádiz y sevillanas, por lo que la transmisión del habla andaluza como lengua materna estaba asegurada. La presencia en las Antillas de emigrantes andaluces, procedentes de Sevilla y Cádiz, es notoria y aumenta progresivamente entre 1511 y 1515. Poco después, entre 1517 y 1520, dos mil de estos españoles principalmente andaluces, jóvenes y animosos, zarpaban de Santo Domingo y Cuba para Centro América y México.

Con el tiempo y con las sucesivas oleadas de gentes de todas las regiones de España, en los viajes anuales de la flota, se fueron nivelando las distintas hablas. Por eso el español en América presenta rasgos castellanos, leoneses, riojanos, navarros, aragoneses y hasta catalanes y vascos, aunque «es innegable que la versión andaluza de la lengua española peninsular» es la más parecida al español americano (Lapesa 1992: 20). De modo que desde el principio y, de un modo exclusivo, desde los primeros años del siglo XVIII, la ciudad de Cádiz se fue convirtiendo en un escenario de la ida y venida de hablantes de todas las clases sociales y de todos los lugares de la Península y de Ultramar. Por Cádiz pasaban los virreyes, los altos cargos de la Administración, los altos mandos del Ejército, la alta jerarquía eclesiástica, los grandes comerciantes, pero también los más humildes colonos, el bajo clero, los soldados, los funcionarios de más bajo nivel. Todos estos hablantes dan forma a un verdadero macrocosmos lingüístico que se desarrolla en un escenario concreto: la ciudad de Cádiz. Durante los tres siglos largos que dura la dominación española en la América continental, Cádiz es no solo el escenario del comercio intercontinental, sino también del intercambio de palabras e ideas.

Existe un segundo argumento lingüístico que solo la ciudad de Cádiz puede exhibir. Es la Constitución de 1812, cuya gestación y promulgación en Cádiz significa, entre otras cosas, la presencia de América, incluso físicamente, en Cádiz, pero también la presencia de Cádiz en América.

La ciudad de Cádiz no tiene rival en este aspecto: sus cafés, sus imprentas, sus tertulias en casas particulares compusieron un variado escenario urbano donde se desarrolló una creación conceptual y léxica sin precedentes. Durante la guerra de la Independencia las imprentas de Cádiz publicaban incesantemente libros, folletos y periódicos que nos dan cuenta de la inflamada guerra de ideas y palabras entre liberales y serviles. Aparecían neologismos llamados a tener larga vida en el léxico político: opinión pública, progreso, representación, soberanía, clase media, burguesía, revolución, anarquía, ciudadano, libertad, igualdad, democracia, Constitución.

Esta mera enumeración «basta para captar el decisivo papel que en el alumbramiento de esos conceptos le cupo a la España de 1808-1814, y en particular al efervescente microcosmos del Cádiz de las Cortes» (Álvarez de Miranda, 2008; y 2013: 199).
En Cádiz se alumbran nuevos conceptos y nuevas acepciones de antiguas palabras. Los constituyentes estaban empapados de los autores de la Ilustración. Por eso en Cádiz estos hombres eminentes supieron engrandecer el léxico español con creaciones que hoy se han hecho moneda de curso corriente en el vocabulario político.

La palabra liberal, por ejemplo, se conocía desde antiguo con el significado moral de ‘generoso’; pero renace en el Cádiz de 1810-1811 como etiqueta política, igual que su derivado liberalismo.

Otro ejemplo muy interesante es la nueva acepción de la palabra bienestar. También este cambio semántico, como el de liberal, muestra el paso de la esfera privada a la pública.

El artículo 13 de la Constitución de Cádiz declara solemnemente: «El objeto del Gobierno es la felicidad de la Nación, puesto que el fin de toda sociedad política no es otro que el bienestar de los individuos que la componen», Constitución de Cádiz (1812). En este punto la Constitución es un precedente temprano de lo que en el siglo XX se conocerá como estado del bienestar.

La palabra bienestar se venía usando desde el siglo XVII y quizá antes en las frases de cortesía de los comienzos o finales de las cartas familiares, en las que se deseaba al destinatario que disfrutara de «bien estar», frecuentemente escrito con separación de sus dos componente; pero es en Cádiz —unos años antes de que empezara el trabajo de las Cortes— donde aparece por primera vez la nueva acepción de bienestar, inscrita en el ámbito de lo público. El comerciante gaditano de origen saboyano Raimundo de Lantery en sus Memorias (1705-6) anotaba que el rey de Francia, Luis XIV, «desuella [a] sus vasallos a contribuciones, pero los hace respetar en todas partes, por cuya razón contribuyen de buena gana, porque ven que todo se gasta por su bienestar» (en Álvarez de Miranda, 2008).

Los constituyentes gaditanos proclamaron que «el fin de toda sociedad política no es otro que el bienestar de los individuos que la componen», no porque fueran unos revolucionarios, sino porque habían asimilado muy bien los textos del siglo XVIII y habían aplicado con acierto una idea de la Ilustración.

Pero no fue fácil la aprobación del artículo 13 de la Constitución. Capmany lo objetó, precisamente porque había percibido que en su redacción se usaba la palabra bienestar con la acepción de obligación del Gobierno de la Nación, cuando su significado propio era el contentamiento individual.

El Diario de sesiones refleja el debate parlamentario, con el rechazo de la novedad que representaba la nueva acepción del término por parte del ala derechista de la asamblea y la opinión, desde el bando liberal, de que los gobernantes tenían la obligación de procurar a los gobernados ese bienestar, ese «mejor estar» en el mundo. Por cierto, además de bienestar, aparece en el Diario de sesiones el compuesto mejor-estar, empleado por el conde Toreno y por Larrazábal (Álvarez de Miranda 2013: 201).

Al fin triunfó la innovación, como evidencia el citado artículo, y el concepto y la palabra se extienden al avanzar el siglo XIX con especificaciones como bienestar público, bienestar general, bienestar social y, como decíamos antes, estado del bienestar, ya en el siglo XX. Los diputados doceañistas que actuaron «con tanta inteligencia y pasión», aquí en Cádiz, «bien merecen por ello nuestro recuerdo» (Álvarez de Miranda, 2013: 201-202).

Historias parecidas a la de bienestar son las de moción, igualdad, y propaganda.

La palabra moción ya existía en nuestra lengua antes de 1810-1811, pero con otros sentidos distintos de la nueva acepción que se crea en los debates de las Cortes de Cádiz y que es la misma que todavía hoy recoge el Diccionario académico: «Proposición que se hace o sugiere en una junta que delibera». Pero la RAE no introdujo esta acepción hasta 1852. Más de 40 años después de que se empezara a utilizar en el Cádiz de las Cortes.

Más polémica trajo la palabra igualdad, de claras resonancias revolucionarias. El diputado Gordillo había defendido en las Cortes que los hombres eran iguales por naturaleza. El debate prendió inmediatamente; el bando servil no tardó en ver el peligro de la idea que comunicaba esta palabra y fray Francisco Alvarado, El Filósofo Rancio, arremete contra ella y, de paso, contra la palabra moción: «Quisiera yo —escribe en sus Cartas críticas— que estos caballeros ampliasen su explicación a varias otras cosas que nos podrían traer mucha comodidad; v. gr., este principio, los caballos son iguales por naturaleza, es tan cierto y tan eterno como aquel de los hombres. Ea bien, hágase en el Congreso una moción (también este terminito vino de allá) para que se iguale el precio de los caballos…» (Álvarez de Miranda, 2008).

Caso muy interesante es el de la palabra propaganda, porque la nueva acepción se debe esta vez a la bancada conservadora y, concretamente, al mencionado fray Francisco Alvarado. Propaganda hasta ese momento solo se utilizaba para denominar la congregación romana De propaganda fide, o sea, «la Congregación establecida en Roma para cuidar de la propagación de la fe», según la definición de Terreros en su Diccionario; pero El Filósofo Rancio emplea ya esta palabra en su nueva acepción política al tronar contra la «larga caterva de misioneros de la propaganda jacobina que han venido a Cádiz» (Álvarez de Miranda, 2008).

Independizadas las Repúblicas del Continente —empresa en la que la Constitución de Cádiz tuvo también su parte— quedaron todavía españolas hasta 1898 las islas de Cuba y Puerto Rico, además de Filipinas. En las Antillas se vive un último episodio del viaje de ida y vuelta del español, desde Cádiz y a Cádiz. En el léxico literario y periodístico de Puerto Rico penetró el vocabulario de la Constitución de 1812: liberales, serviles, patria, compatriota, ciudadano, estado, seguridad personal, existencia moral del ciudadano, derecho de la propiedad, etc. Y la literatura popular de la isla también se hizo eco de la Constitución de Cádiz, como atestigua esta copla muy difundida en la época: «Jablando de leyes / qué güenas que son / las que ha condusío / la Constitución!»

Hay todavía un tercer argumento para que Cádiz sea la sede del Congreso de la Lengua Española. Una vez alcanzada la independencia por las jóvenes Repúblicas del continente americano, afloraron algunos conatos de ruptura lingüística o de sustitución del castellano por el francés, sobre todo en Argentina. Frente a estos intentos condenados al fracaso, surgió en figuras señeras de la misma América independizada, como Andrés Bello, «el contundente argumento de que la lengua era patrimonio común, bien irremplazable y soporte histórico» (López Morales 1998: 108). En ese momento y un poco antes, en el tránsito del siglo XVIII al XIX, algunos comerciantes gaditanos mantenían una correspondencia epistolar con sus homólogos de México, Cuba y Puerto Rico (Frago Gracia, 2012), que constituye un excelente ejemplo de la fortaleza de la unidad del español en América y en España.

Así mismo en los finales del siglo XIX hubo un nuevo viaje de vuelta del español desde América a Cádiz. La obra de José Martí El presidio político en Cuba se publica en Madrid, con una pieza preliminar titulada «Castillo» que se había publicado meses antes en el periódico de Cádiz La Soberanía Nacional, con una pequeña introducción del mismo periódico, que vale la pena recordar: «Sin comentario alguno, porque realmente no lo necesita, pero con la profunda convicción de que el servicio más patriótico que hacemos a España es el de que se entere de la verdad de lo que pasa en Cuba, y con el objeto de llamar la atención del Gobierno, y del señor Ministro de Ultramar, insertamos a continuación el relato que se nos ha entregado y de cuya autenticidad no abrigamos la menor duda (López Morales, 1998: 129-125).

Estas son algunas de las razones, sacadas de la historia lingüística, para que Cádiz sea la sede del próximo Congreso Internacional de la Lengua Española.

 

Referencias bibliográficas
-Álvarez de Miranda, Pedro (2008): «La revolución de los conceptos. Notas sobre el concepto de bienestar y sobre la ebullición léxica en la España “de entresiglos”», en A. Ramos Santana y A. Romero Ferrer (eds.), Cambio político y cultural en la España de entresiglos, Cádiz, Universidad de Cádiz, págs. 201-218.

-Álvarez de Miranda, Pedro (2013): «Las palabras de las Cortes», Boletín de la Real Academia Española, XCIII, págs. 199-202.

-Frago, José Antonio (2012): «El español hacia la independencia de América: epistolarios gaditanos entre el siglo XVIII y el XIX». Cauce, 34-35, págs. 139-157.

-Girón Alconchel, José Luis (2021): «El español en América: un viaje de ida y vuelta». Discurso de Ingreso como Académico de Número. Cádiz: Real Academia Hispanoamericana de Artes, Ciencias y Letras.

-Lapesa, Rafael (1992): «El español llevado a América». En C. Hernández Alonso (coord.), Historia y presente del español de América. Valladolid: Junta de Castilla y León, págs. 11-24.

-López Morales, Humberto (1998): La aventura del español en América. Madrid: Espasa-Calpe.

 

Este artículo es uno de los contenidos del número 15 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras.
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