PATROCINADORES
INSTITUCIONES
Junta castilla
jcm

Archiletras

Archiletras es posible gracias al apoyo de las siguientes empresas e instituciones

Junta castilla jcm
04 Oct 2019
Compartir
Entrevista

«Pienso en catalán, en español, en francés y en italiano»

Paula Arenas

Los libros, carpetas, archivadores y papeles cuidadosamente ordenados y catalogados de la décima mujer que ha entrado en la Real Academia Española apenas permiten abrir la puerta de su casa, donde nos recibe. El papel es el rey, y eso que —como nos dice Clara Janés (Barcelona, 1940)— «tiré casi todo cuando me divorcié». A sus casi 80 años, su actividad es como sus libros: apabullante, propia de quien no ha perdido la ilusión, de quien ha logrado que ni los años ni las desgracias ni las miserias que asolan cualquier vida deterioren la suya. Buena prueba es el Kamasutra para dormir a un espectro (Siruela) que ha publicado este mismo año. Un poemario erótico. De él y de toda una vida dedicada a la escritura y la traducción nos habla cuando pasamos a una habitación llena de luz.

¿Es en esta habitación donde siempre escribe?
No, yo escribo en todas partes…

¿Dónde le viene la inspiración?
Bueno, ahora ya es más trabajo que inspiración…

¿Antes no era así, había más de inspiración?
Depende de dónde y en qué estés. Si tienes que dar tres conferencias, dejas la inspiración y te pones a investigar. Y lo hago con gusto.

Cuando empezaba, ¿era más inspiración que trabajo?
¿Cuándo es el principio?, ¿cuándo consideras que es el principio?

¿Cuando era una niña que escribía su primera novela?
Estuve enferma en la cama todo un año, desde los seis hasta los siete. Mi padre me dejó toda la pintura italiana desde el Quattrocento hasta no sé cuándo, así que estaba dibujando todo el tiempo. Copié toda la Capilla Sixtina. Y entonces fue cuando empecé a escribir una novela.

Y solo tenía seis años…
Sí, y escribí la novela entera. En cada página hice un dibujo.

¿La conserva?
No, porque cuando me divorcié tiré muchos papeles, casi todos los que eran antiguos. Estuve un mes tirando papeles.

¿Quería deshacerse de una parte de su vida?
En realidad no sabes de qué te quieres deshacer, y luego he echado de menos cosas de las que tiré. Pero, bueno, por otra parte piensas: «Me muero y ¿qué se va a encontrar mi hija?». Al final uno lo que quiere es desaparecer y no dejar casi nada.

¿Ese es su deseo? Lo va a tener difícil…
Sí, lo sé. Y además mi hija se empeña en estudiarme. Gamoneda me decía un día: «Hay que tirar todo lo que no vale». Pero, a veces, entre lo que no vale encuentras algo que vale.

¿Qué es lo que no vale?
Es difícil. Al fin la vida te va dictando lo que has de hacer. A mí, muchísimo. Si tengo que inaugurar un congreso de Galileo, pues eso he de hacer. Y ya está. Me hacen encargos, y algunos me cuestan más y otros los hago con más gusto.

¿Qué le cuesta más?
A mí me cuesta todo muchísimo, la verdad sea dicha, porque tiendo a empezar la casa por el tejado, y una vez estás en el tejado, tienes que volver a empezar. Cambiar mi naturaleza es muy difícil. Quiero tener una visión global enseguida y eso hace que empiece por el tejado.

¿Le sucede lo mismo cuando escribe poesía y cuando traduce?
Bueno, hay un tipo de traducción que yo ya no la hago, la que es para ganarte la vida, que vas haciéndola lo mejor que puedes y que es más sistemática. Ahora, cuando traduzco poesía, elijo lo que quiero traducir, porque hay cosas que son muy difíciles. Para no traicionar al poeta y al poema original, has de buscar aquellos en los que puedas conservar cierta melodía y no apartarte del concepto. Y en algunos poetas no se puede traducir la melodía sin traicionar. Es hacer otro poema, y esa es otra historia.

¿A usted la han traicionado?
Me tradujeron unos poemas al inglés que no tenían nada que ver con los míos. Escribí a la traductora para felicitarla por los poemas tan bonitos que había hecho a partir de los míos. Estuvo contentísima con lo que le escribí, pero aquellos no eran mis poemas.

¿Esa es la línea que no pisa? ¿Si ya no es el poema original cuando lo traduce, lo deja?
Sí, así es. En ese momento, cuando me aparto del original, ya no lo traduzco.

¿Qué revisa más: lo que escribe o lo que traduce?
Lo reviso todo muchísimo. Cuando traduzco, reviso una y otra vez, una y otra vez.

¿Llega a ser obsesiva corrigiendo?
No sé si soy obsesiva, lo que sí sé es que soy impulsiva en todo. Es por eso que hasta que no estoy tranquila con lo hecho no paro. Pero, ¿es esto ser obsesiva? Porque, luego, cuando ya siento que está bien el trabajo, lo dejo y paso a otra cosa.

¿Ha tenido usted que traducir mucho para ganarse la vida?
Mucho, mucho. Ni sé cuánto.

¿Nunca ha vivido de la poesía?
No he vivido ni de la poesía ni de la prosa. Lo que me ayuda es dar conferencias, porque está mejor pagado que escribir.

¿Se acostumbra uno a que la realidad sea tan poco justa, tan triste como para que le paguen a uno más por hablar que por una obra de poemas?
Sí, es triste, claro que lo es. Pero hay una situación tan difícil en el mundo del libro que el hecho de que te publiquen te da mucha ilusión. A mí al menos me da mucha alegría que me publiquen. ¿Que no puedo pagar los gastos de comunidad? Pues eso ya es un poco más grave, pero ahora ya los puedo pagar.

¿Ha vivido momentos muy complicados?
Sí, porque puede que te den un premio, pero ese premio lo estás pagando indefinidamente. Hasta que vendas todo lo que suponen que te darán los derechos de autor de los que te han dado el premio. Pero, ¿qué es esto? A mí, al final, me da hasta risa.

Mala solución tiene…
Ninguna. Dedicarse a otra cosa.

¿Eso le diría o dice a alguien que quisiera dedicarse a la poesía?
Pues te diré una cosa. Una vez que estaba muy mal fui a una modista cerca de casa que pedía una ayudante.

¿Cosía usted?
Sí, me encanta, tanto que tuve que tirar la máquina de coser porque me pasaba la vida cosiendo cosas. Fui a aquella modista a preguntar por el trabajo de ayudante, y pagaban una ridiculez absoluta, muchísimo menos que una traducción, así que, bueno, pensé: «No es tan malo».

¿Es un premio ser académica, es lo justo, es suerte?
Es un azar. Para mí es un azar claramente, porque quisieron presentar a María Victoria Atencia y no salió. Fue Soledad Puértolas, ambas habíamos publicado juntas en una antología de relatos, quien pensó en mí y me presentó. Y fue el azar el hecho de que saliera que sí. Y es que en mi caso muchas cosas suceden por azar, y qué bien.

Pero hay mucho trabajo detrás, porque el azar solo…
Sí, hay trabajo. Mucho. He trabajado y trabajo mucho, pero no estoy persiguiendo nada ni lo he perseguido nunca con ello.

Como académica, ¿cuál es su postura ante el lenguaje inclusivo?
Es que como no he estado en el pleno de la Academia sobre el lenguaje inclusivo tampoco me he enterado mucho.

¿No habría querido estar?
No, no es que no quisiera estar, es que lo eligieron así.

¿Y, como mujer, le molesta que la incluyan en el masculino genérico?
Yo soy muy vieja, voy a cumplir 80 años y toda mi vida ha sido esa la forma de expresión usada. La cosa, si cambia, cambiará, pero si realmente cambia.

¿Cómo le resulta el uso del femenino como fórmula genérica, es decir, que con ella se incluya a los hombres?
Yo te digo la verdad: no me siento cómoda, y cuando oigo a alguien que empieza una conferencia con «Queridas amigas, queridos amigos», pienso: «¿Qué es esto?». Yo creo que no hay que recargar, pero cada uno… Hay maneras y maneras de ser. Hay tantos problemas y cuestiones en el tema del lenguaje… Unos parecen muy lógicos y de fácil solución y otros te chocan. Yo tengo un problema añadido, soy bilingüe, porque soy catalana. Y esto pesa mucho más de lo que parece.

¿En qué?
En la manera en que formulas mentalmente las cosas.

¿Cómo se crea el pensamiento?
El pensamiento se crea en una de las dos lenguas, pero la otra ha influido siempre. Yo, por poner un ejemplo, decía: «Esto vale un riñón» o «vale un ojo de la cara», y me dijeron: «No se dice así. Es: “cuesta un ojo de la cara”». Tal vez es que en catalán se dice «vale un riñón» o «vale un ojo de la cara» y yo por eso lo digo de esa manera. No lo sé, porque no he estudiado esta cuestión, pero tal vez sea por eso.

¿En qué piensa primero?
Pienso en catalán, en español, en francés y en italiano. La novela El hombre de Adén, que me parece de lo que más he conseguido en prosa, está pensada en francés. Entonces, cuando me la tradujeron al francés, me decían los traductores: «No nos ha costado nada traducirla». Y yo pensaba: «Es que está pensada en francés». Ahí, detrás, está Marguerite Duras mentalmente dictándome. Otro ejemplo: me leo todo Petrarca y a continuación me salen unos poemas en italiano.

¿Qué piensa acerca de la cuestión enseñar en catalán?
Tengo la opinión de que hay que ser bilingüe. He visto en los últimos congresos de lengua a la gente de Barcelona hablar muy mal el castellano, y eso me parece muy mal. Es una riqueza hablar en las dos lenguas.

¿Antes no sucedía?
No, esto es algo que sucede recientemente. Lo he observado en los últimos diez años.

¿La falta de lectura (la literaria, porque leer leen en todos los dispositivos digitales y a todas horas) ha contribuido a tener individuos más manipulables?
Creo que sí, pero hay mucha diferencia entre los jóvenes y mi generación. Leí en alguna parte que mucha atención es falta de verdad. Y yo creo que algo como las redes sociales comporta la mentira.

¿Se mete en ese mundo?
No, pero imagino que están colocando todo el tiempo cosas inciertas.

¿Le da temor?
Temor… ¿Qué es el temor? El temor es más fuerte que lo que siento ante eso.

¿Cuál es su mayor temor?
Mi mayor temor es la enfermedad. Me dijeron que no podría mover estos dos dedos de la mano, y mira: los muevo perfectamente, pero el temor que te entra cuando te lo dicen…

¿Y el miedo que más ha plasmado en su poesía?
No lo sé. La primera época de mi escritura era existencialista, era Sartre: cada acto ha de ser universal. Eso era una exigencia para el hombre brutal. Hasta que me rebelé contra esto lo que escribí estaba influido. Hasta que me rebelé. ¿Por qué se tiene que pedir al hombre que sea modelo universal si, al fin y al cabo, también es animal? Y el animal está con naturalidad en la vida, y ese es el encanto: estar con naturalidad en la vida. Por supuesto, hay una moral y hay que intentar comportarse de manera adecuada, la forma es fundamental en esto: no hay que ser ajeno a la vida, buscando con el intelecto algo que a lo mejor es imposible. ¿Cómo voy a ser yo modelo para todo el universo?

Libro de alienaciones: ¿su favorito?
No. Pero fue muy importante porque movió el siguiente, Vivir, y ese sí que fue un libro bisagra porque ya es pasar de «¿me suicido o no?» a «voy a vivir». Ahí todo lo que te apoya en la vida es más importante. Después vino mi interés por la ciencia y el libro con Chillida. Con ese libro fui a Lieja y asistí a la conferencia ‘Ciencia y literatura, una misma cuestión’. Me abrió los ojos; a partir de ahí empecé a leer libros de ciencia.

¿Hay poesía en las matemáticas?
Hay poemas matemáticos y eso ya es más divertido. Pero yo no sé tantas matemáticas. En Alienaciones metí ya un poema matemático, fui la primera en meter la nariz en esto. Cuando empecé a leer ciencia fui entrando en cosas, empecé a tener contacto con científicos y lo fui incorporando a lo que escribía. Ahí está el libro Orbes del sueño, en el que hago mezclas de matemáticas, física y astronomía. Y es un libro en homenaje a Sor Juana Inés de la Cruz: ella hizo un viaje celeste como el de Cicerón. Sor Juana no encuentra la respuesta a su propia fe, no hace el viaje como el de Cicerón, que lo hace con guía. Pero yo, en esta obra, sí cojo un guía: la música, y la voy mezclando con las ideas de científicos como Heisenberg, Einstein, Heráclito… Está lleno de poemas sobre temas de ciencia y, para sorpresa mía, este libro se agotó en meses. Esto fue para mí muy asombroso.

¿Es acaso este el libro rey para usted?
No es mi libro favorito porque antes hice Variables ocultas, que es un libro de difícil explicación, pero muy interesante. Uno, en realidad, con cada libro tiene una relación diferente. Ahí tienes el último publicado, Kamasutra para dormir a un espectro, en cuya primera parte hay un trabajo tremendo de escritura, que es lo que más me gusta a mí.

¿Dónde está el origen de esa obra?
En los dibujos de Sistiaga. Lo conocí por azar buscando sellos. Encontré unos de astrología preciosos que eran de él. Luego fui al Café Gijón y me lo encontré. Nos hicimos amigos y empezamos a hablar, no sé por qué, del erotismo; supongo que yo ya había sacado Creciente fértil. Me invitó a un diálogo con él sobre erotismo. Me llevó a su estudio y me enseñó unos dibujos que me fascinaron. ¿Cómo se puede decir tanto con tan poco? Me regaló un dibujo y pensé que tenía que hacer algo así en forma de escritura. Pasan ocho años y me llama. Yo ya he hecho esa escritura, y me dice: «Hace ocho años que no nos vemos. Voy a Madrid, ¿por qué no nos vemos?». Yo le llevé lo escrito y me dijo: «Publícalo, yo te mando todos los dibujos». Qué cosas pasan, ¿eh?

¿Podríamos decir que este libro, Kamasutra, está entre Eros y Santa Teresa?
Podríamos decirlo, porque para mí Santa Teresa es puro erotismo. Estos son los elementos que entran en el erotismo: la imagen, la música, la repetición. Pues bien, ¿qué hace una monja como Santa Teresa que se enamora de un Cristo agonizante? La imagen de este Cristo se le reproduce en la mente, repite oraciones una y otra vez, todo estaba pasando al inconsciente, y también hay una música, llega a un estado en que todo esto se apodera de ella, es como una posesión. ¿Y qué es lo que dice después Santa Teresa a las monjas? «No tengáis miedo que luego querréis morir». Eso es el erotismo, llegas a un momento de exaltación tal que luego te quieres morir.

¿Y cuando acaba uno de escribir un poema o poemario, se queda vacío también?
Te quedas vacío relativamente, pero lo otro es diferente. Es una repetición de cosas que vas acumulando en el inconsciente. Muchas veces no sabes qué está en tu subconsciente. Cuando escribí El jardín de las delicias me quedé consternada. Con este último igual: ¿qué hago yo ahora con un libro erótico como el Kamasutra a mi edad? No sabía si enseñarlo o esconderlo, podría haberlo escondido. Tengo mucho escondido.

¿Esconde por pudor?
No, es porque simplemente lo tengo escondido. Había un premio y un amigo me dijo: «Este premio no lo conoce nadie, preséntate, seguro que tienes cosas». Y dije: «Bueno, lo presento, el Kamasutra, y si lo gano, lo enseño y si no, lo escondo». Y me lo dieron.

Así que le tocó enseñarlo, ¿le dio mucho pudor?
El único momento que he tenido pudor al publicar ha sido con este libro, porque me veía tan vieja para un libro erótico… Sin embargo, una vez rompes el hielo, pasa. Y luego te dices: «¿Por qué no?, si el erotismo no tiene edad. Tú puedes seguir toda la vida con ello».

¿El erotismo mueve montañas?
Yo creo que sí. Y el amor, también.

¿Y salva personas?
Depende de lo que las quieras salvar. ¿Del dolor? Hay muchos tipos de dolor. Hay dolores físicos, que con un analgésico se pueden solucionar. Pero hay otros, como la angustia, la tristeza… Puede en ellos ayudar el amor, pero uno no es un taumaturgo, no puede hacer milagros. El otro tiene que colaborar; si no, no se puede.

¿La poesía es compañía?
La poesía y la escritura son compañía, porque a la vez que escribes te vas haciendo a ti mismo. Y eso acompaña mucho. Es fundamental saber quién eres, y a través de la escritura lo vas sabiendo.

¿Más con la poesía que con otro género?
Yo no lo sé. Porque he hecho mucha más prosa de la que parece y ha sido muy importante para mí. Yo, primero, quería ser novelista. Y, luego, también. Escribí varias novelas que tiré cuando tuve que tirar tantas cosas, algunas de ellas eran premonitorias… Me da pena haberlas tirado.

¿Usted ha escrito alguna cosa que luego ha sucedido?
Sí, y exactamente además.

¿Eso genera cierta inquietud?
No, ¿por qué?

Porque se ha anticipado a su propia vida…
Bueno, quizá uno tiene las cualidades o las posibilidades de que algo acontezca. Puede ser que tu propio modo de ser te lleve a algo que tú no sabes. Al escribir puedes adivinar lo que va a suceder o lo que vas a hacer. Lo escribes, por supuesto sin saberlo, y luego pasan 15 o 20 años y acontece.

¿Escribió su divorcio?
Mi divorcio, casi. Hay elementos que sí, pero no exactamente.

¿Podría haber hecho frente a la vida sin escribir?
Cuando uno hace algo no es porque sí, pero también hay otros elementos que están en el ADN y que influyen decisivamente. Mi padre (Josep Janés) además de editor era poeta; mi abuelo era novelista y traductor. Esas son cosas que cuentan. Mi madre era música, yo escuchaba música desde que nací. Es lógico que empezara por la poesía, porque la poesía es ritmo, es música, y eso está en mi cabeza desde que nací.

¿Que su padre fuera poeta tuvo que ver para que usted prefiriera ser novelista? Por aquello de no repetir modelos…
No, en absoluto. Ser novelista me vino por las novelas que oía por la radio. Me encantaban, y por eso quería escribirlas.

«No se puede salir por puertas que en la pared están pintadas»: ¿la mejor definición del suicidio?
No lo sé. Yo veo a los enfermos terminales y me parece bien que se desconecten. Cada persona tendrá sus motivos para querer morir. No estoy en contra del suicidio.

¿Es un derecho?
No lo sé, pero cuando estás muy mal yo sí comprendo que te quieras ir. Pero la vida es fantástica.

A veces cuesta descubrirlo…
Tienes que tener un empeño también para eso. Pero merece la pena. Porque ¿cuántas cosas hay que quería hacer y no he hecho? Pero, ¿cuántas cosas he hecho? Una burrada. ¿Y cuánto me proporciona el azar? Mucho. Aprovechemos eso y olvidemos esos deseos no logrados, que a lo mejor no son tan importantes.

¿Escribe a mano?
Sí, y es algo que no se puede cambiar, ni siquiera en la traducción. Y corrijo hasta que veo que ya está. Yo no soy de reescrituras, tengo un enorme respeto hacia lo que he escrito. En el momento que está, está. Y ya no me pertenece.

¿Cuánto le ha pasado con su obra que no imaginó que pasaría?
Mucho. Desde que te escriban un libro con poemas tuyos y se lo firmen hasta que te pongan una música a tus poemas que no les va nada. Hay de todo, y yo procuro no enfadarme. Ahora, ¿qué quieres que te diga? Que un señor me ponga una música que no encaja nada en mis poemas, pues no me gusta. Entonces, le digo «¿Por qué no probamos esta otra música?» y ya está.

¿Qué es lo que más le enfada en cuanto al uso del lenguaje? ¿Hay algunas palabras o expresiones que le molesten especialmente?
Hay una parte en eso que tiene que ver mucho con las generaciones. Cosas que para mi hija son naturales, como puede ser decir ‘tronco’ o ‘guay’, son cosas a mí me chocan. Entonces me digo: «Esto no pertenece a lo mío, ¿lo voy a incorporar yo en mi lenguaje? Pues no».

Se puede elegir…
Sí, claro que uno elige lo que incorpora a su lenguaje.

¿Nada le molesta?, ¿ni siquiera esas personas que se deleitan escuchándose y son tan barrocas?
Hay tanto de eso… No voy a decir nombres, pero, sí, eso me molesta muchísimo. Por radio, las cosas que hay que oír.

¿Y lo que más le gusta?
Creo que la naturalidad, pero también la belleza, la belleza de la expresión. Si me dices «Dime algo que te guste», te diré un soneto de Quevedo, eso me gusta mucho.

¿Las grandes ausentes de la Academia?
De las vivas no sé tanto. De las fallecidas sí te puedo decir. Rosa Chacel para mí era fundamental que hubiera estado en la Academia. Si yo acepté ser académica fue porque en mi cabeza estaba que Rosa no había estado. Me dije: «Lo tengo que aceptar porque Rosa no está». Eso fue muy grave. La primera que entró fue Carmen Conde.

¿Eso no le duele, que tardara tanto en poder entrar una mujer?
Evidentemente, sí. Pero qué le vamos a hacer. Y las cosas han ido evolucionando.

Si volviera atrás, ¿elegiría ciencias en vez de letras?
Yo quería elegir ciencias, pero tenía que trabajar en la editorial con mi padre, así que elegí letras. Y luego va mi padre y se muere. Qué cosas tiene la vida, ¿eh? De niña quería ser astrónoma, y en el fondo eso ahí está, estoy todo el día con ello.

¿Su mayor deseo ahora mismo?
Hacer lo que tengo que hacer y no ponerme mala. Eso es lo que más me molesta mentalmente, pensar que me puedo poner enferma y que eso me impida hacer lo que tengo planificado.

¿Y a largo plazo?
Hombre, ¿qué es lo que más temo? Que se muriera mi hija, eso no sé cómo lo aguantaría.

¿Y como escritora qué teme?
Seguir escribiendo es lo que quiero; y temer, no temo nada, porque al fin y al cabo tengo muchas cosas y se me han venido muchos dones así, sin quererlo, sin buscarlo.

¿Compara los tiempos en que la poesía tenía otra fortuna con los de ahora?
Siempre tienes una relación con lo que has vivido. Pero también está la memoria ahí, que puede hacerte trucos.

Y recordarlo mucho mejor de lo que en realidad fue…
Yo tuve una suerte extraña porque estaba estudiando en Pamplona y, en vez de ir a clase, me iba al Café Iruña y escribía novela, pero también poesía. Cuando volvía a casa, mi madre me hacía leer todo lo que había escrito de poesía. A lo mejor me estaba toda una noche leyéndole poemas. Hasta que hice un libro, que cosí yo, con papel de tres colores. Es el primero, Las estrellas vencidas, y se lo regalé a mi madre. Ella, sin decirme nada, como era amiga de Gerardo Diego, porque era músico también, se lo manda todo. Entonces, Gerardo Diego se lo da a Concha Lagos, que llevaba la revista Ágora, y me saca un poema. Y luego logra que me publiquen el libro. Yo ahí no he hecho nada, no he dado ni un paso. ¿Cómo no va a ser interesante algo así?, que te viene del cielo… Entonces un señor, amigo de mi familia, que era periodista me hace una entrevista y me pregunta: «¿Qué significa este título?» No supe contestar.

Hoy ya sí sabe…
Claro, es evidente lo que quería decir con Las estrellas vencidas. Este deseo de ser astrónoma que yo tenía de niña.

Si pudiera terminar la novela que me decía, ¿sería uno de los mayores anhelos cumplidos?

No, siempre viene otra idea.

 

La niña que siempre deseó y reivindicó ser escritora

Clara Janés

Un año en la cama, cuando tenía seis años, llevó a Clara Janés (Barcelona, 1940) a ser lo que es: voz fundamental de nuestras letras. Escribió entonces su primera novela. Aquella niña quería ser lo mismo que hoy desea: novelista.
Licenciada en Filosofía y Letras y en Literatura Comparada, es Janés la poeta que primero y mejor ha fusionado ciencia y poesía (Orbes del sueño, Psi o el jardín de las delicias…).
Fue la muerte en 1959 de su padre, Josep Janés, lo que cambió el rumbo de esta intelectual que en 2015 entraba en la Real Academia de la Lengua para ocupar el sillón U.
Empieza a plantearse la escritura de modo más profesional y llega su primer libro de poemas: Las estrellas vencidas (1964), publicado gracias a Gerardo Diego. Desde aquellos poemas hasta el descubrimiento de Noche con Hamlet, de Vladimir Holan, la poeta calla.
Por sus traducciones (Profundidad de la noche) recibirá, en 1997, el Premio Nacional de Traducción. Antes había publicado los fundamentales Libro de Alienaciones (1980), Vivir (1983) y Lapidario (1988).
Su último grito poético: Kamasutra para dormir a un espectro (Siruela).

 

Esta entrevista a la escritora y académica Clara Janés de Paula Arenas es uno de los contenidos del número 4 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras.
Si desea suscribirse o adquirir números sueltos de la revista, puede hacerlo aquí https://suscripciones. archiletras.com/