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16 Abr 2019
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Lenguaje visual

El palpitar de los semáforos

Ana Cermeño

Heredaron el código cromático de la navegación clásica. Hoy, los ingenieros buscan la perfección de la señalización y los diseñadores tratan de humanizar sus destellos de luz

Llevaba un bonito vestido rojo. El semáforo se puso en verde y al cruzarnos dudé si pararme o seguir mi camino. ¿Qué señal predomina, la de una máquina que me dice que debo avanzar o la de un ser humano que me paraliza con su elegancia en medio de la calzada? Inundan las calles de indicadores luminosos que nos ordenan —en todas las acepciones de la palabra—, obligándonos a utilizar el freno, a ser precavidos o a continuar la marcha. Programados a distancia, los semáforos palpitan armoniosamente sin comprender cómo funciona el latido de un corazón. Aprendemos el lenguaje de sus colores para sobrevivir y a respetarlos para convivir, pero no entienden de sentimientos: la vida, a veces, se escapa en ese segundo en que están en ámbar y llegamos a odiar sus reglamentos tan fríos y ajenos.

Heredaron el código cromático de la navegación clásica que hemos aceptado universalmente: el rojo brillante lo asociamos con detenernos, y no por casualidad: es el de mayor longitud de onda y el que eligió el reglamento marítimo para alertar del peligro a las embarcaciones. El verde, con un espectro amplio de visibilidad, señala vía libre.

La comunicación entre mar y tierra funcionaba con el lenguaje de colores y así se adaptó a la línea ferroviaria y, posteriormente, a la red semafórica.

Proliferan prototipos de semáforos atendiendo razones diversas: reducir el gasto energético, mejorar la comprensión y respeto de la población por las normas, adaptar las nuevas tecnologías a su funcionamiento o embellecer el mobiliario urbano.

Los ingenieros y diseñadores ya trabajan en la señalética del futuro teniendo en cuenta uno o varios de estos conceptos. La integración de los lumínicos en los árboles, postes o farolas —que evitaría tantas bases en las calles— es una de las propuestas más creativas; la más polémica, el muro virtual: el sistema genera la imagen de una pared semitransparente en la que se ven peatones cruzando, lo que obligaría a los coches a detenerse. El atractivo de esta última forma es indudable, pero su efectividad ha sido puesta en duda por expertos en
seguridad.

Mientras los ingenieros buscan la perfección de la señalización, los diseñadores tratan de humanizar sus destellos de luz atendiendo siempre a las normas.

Conviviremos con semáforos cada vez más bellos y avanzados, pero sus clásicos colores, los de siempre, el rojo y el verde, seguirán ordenando —sí, en todas las acepciones de la palabra— la circulación y nuestras vidas.

 

Berlín

En la Alemania Oriental de 1961, el psicólogo Karl Peglau dio el primer paso al sumar el lenguaje gestual al de colores e integrar en el diseño del Ampelmännchen soluciones para los daltónicos. «El hombrecillo del semáforo» se ilumina en rojo y extiende sus brazos en cruz imitando el gesto de los ferroviarios que daban el alto a los trenes, bandera en mano. Con la luz verde, el hombre con sombrero avanza de perfil y nos deja ver su paso. Hoy controla las calles y es símbolo nacional. Desde 2004 existe una versión femenina, con falda y coletas, una eficaz manera de introducir el lenguaje inclusivo.

Fri

Friedberg

Un claro caso de reclamo turístico es el de Friedberg, en Alemania. Con el gancho de que Elvis Presley cumplió allí su servicio militar, han silueteado al rey del rock en los reguladores de tráfico luminosos: estático y agarrado al micrófono de pie, en rojo; con su popular movimiento de cadera, en verde.

l

Trier

La ciudad más antigua de Alemania, cuna de Karl Marx, celebró el 200 aniversario de su nacimiento, en mayo del 2018, instalando semáforos con la efigie del autor de El Capital o El manifiesto comunista. Las nuevas señales luminosas pueden verse desde entonces en las zonas de la ciudad más vinculadas con el filósofo y economista, como su casa museo.

h

Santa Catarina

Dotar de mayor contenido al mensaje de la señalización fue el reto del gobierno municipal de Santa Catarina, en México. Se trataba de sensibilizar a la población en una localidad dónde el índice de violencia doméstica revienta las estadísticas. Ahora sus semáforos iluminan iconos de naturaleza, caras sonrientes o palabras con significado positivo. En época navideña, es la luz de un abeto verde la que indica el paso y la cara de Papa Noel, con su gorro rojo, quien lo impide.

 

 

Madri

Madrid

El consistorio de Madrid apostó en 2017 por discos que huyesen de las definiciones de género o sexo e incluyó en sus parpadeos a toda la diversidad humana: semáforos igualitarios que pretendían convertirse en un icono de la ciudad —aunque en la recién peatonalizada Gran Vía los modernos LED no contemplan más heterogeneidad que los clásicos círculos de colores—. Entre otras, A Coruña, Gijón o Cáceres se sumaron al carro y vistieron sus calles con luminosos inclusivos.

 

Viena

Viena

En Viena implantaron los semáforos inclusivos en 2014, cuando dibujaron parejas del mismo sexo abrazadas o cogidas de la mano, y adornadas con un corazón que provocó taquicardia en la ultraderecha local. Viena se ha comprometido con la iniciativa de la Unión Europea de que, en 2020, 15% de los desplazamientos por la ciudad se hagan en bicicleta: las figuras —hombre y mujer— de su última hornada de semáforos ya portan una bicicleta para concienciar a la ciudadanía.

 

n

Palma de Mallorca

No pasa inadvertida la peculiaridad en Palma de Mallorca, donde el diseño de los luminosos, además del monigote habitual, incorpora las líneas de la calle y de la calzada.

 

 

k

Fredericia

En Copenhague rinden tributo al escritor Hans Christian Andersen, quien con su bastón marca la posición de avance o parada. La elegancia del literato contrasta la marcialidad de la de las figuras de soldados que, rifle en mano, organizan el paso de los transeúntes en la también ciudad danesa de Fredericia, sede de un importante centro militar.

Tokio

Tokio

Su resplandor es azulado, en lugar del verde tipificado en la Convención de Viena sobre señalización vial, y la razón hay que buscarla en una ambigüedad lingüística: el significado de la palabra azul en el idioma nipón, ao, un término que abarca los conceptos que describimos como verde y azul en la mayoría de países. Y aunque el japonés moderno incluye la palabra que designa el verde, midori, no se asocia con el color de las manzanas o de la inmadurez; para nombrarlos, el japonés utiliza las variaciones de ao. Y los semáforos no son ajenos a esta tradición. Cuando se instalaron en 1930 y su luz era inequívocamente verde, los japoneses se referían a ella como ao. De hecho, la palabra aoshingō es la denominación oficial de la luz verde de los semáforos. En los años 60, los lingüistas mostraron su desacuerdo con que se llamase ao (azul) al destello midori (verde), pero cambiar la nomenclatura autorizada —común entre los ciudadanos— no era fácil. En 1973, se resolvió que la señal de adelante fuese verde, pero suficientemente azulada para no incumplir las normas internacionales ni crear conflictos con el léxico. Por eso, el resto del mundo vemos azul el disco verde de los semáforos de Tokio.

Lisb

Lisboa

El lenguaje de los semáforos ya no solo informa, además entretiene. En Lisboa instalaron un semáforo para bailarines: cuando se pone rojo, el peatón —uno solo— puede tener un alto más ameno danzando en una cabina donde suena música, y esa coreografía se retransmite en el disco para divertimento de los que aguardan para cruzar. Estadísticamente 80% más de transeúntes se detienen.

K

Kanagawa

La representación en Japón va ligada estrechísimamente a sus costumbres. En algunas ciudades son protagonistas los personajes de manga y animación más populares: en la prefectura de Kanagawa, a las afueras de Tokio, la silueta del Astro Boy creada por el ‘dios del manga’, Osamu Tezuka, brilla desde 2014.

V

Valencia

Valencia busca reflejar la identidad popular: los semáforos más nuevos de la ciudad iluminan sus colores peatonales con diseños de los trajes típicos de las Fallas, las fiestas grandes de la capital. Curiosamente, Valencia, es la ciudad europea con más semáforos por habitante.

 

 

Este reportaje sobre el lenguaje visual de los semáforos es uno de los contenidos del número 2 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras.
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