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10 May 2022
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Literatura

Memoria trasatlántica del ultraísmo, un siglo después

Juan Manuel Bonet

Huidobro, Ramón, Cansinos, Guillermo de Torre… ¡No solo Borges! Cien años después, el ultraísmo aún es poco conocido

Un siglo después de su contagio al Nuevo Mundo a través de la revista mural porteña Prisma, el ultraísmo sigue siendo el gran desconocido. Hagan la prueba, y casi en el noventa por ciento de los casos, si preguntan por algún poeta ultraísta, la respuesta será: Jorge Luis Borges. Un poeta que efectivamente fue ultraísta durante los primerísimos años de su dilatada trayectoria, pero que sería de los primeros en renegar de aquel movimiento que terminó considerando como un pecado de juventud.

El primer poeta al que hay que referirse a la hora de contar esta historia es Vicente Huidobro. Chileno, y miembro de una familia adinerada, en 1910 aún se movía en aguas simbolistas. En 1916, es decir, en plena Gran Guerra, se vino a Europa. Tras desembarcar en Cádiz, puso rumbo a París, no sin antes detenerse en Madrid, donde vio a los dos escritores que más receptivos eran, en la península, a los nuevos aires de vanguardia que venían de Europa. El primero era Ramón Gómez de la Serna, que el año anterior había fundado su luego celebérrima tertulia sabatina en un establecimiento romántico cabe la Puerta del Sol, el hoy desaparecido Café y Botillería de Pombo. Ramón había pasado varios años en París, empapándose de cubismo, de sicoanálisis y de otras novedades. El segundo escritor al que conoció entonces el chileno fue al sevillano Rafael Cansinos Assens, que, a diferencia del otro, con el que terminaría peleado a muerte, era un sedentario. Hoy su hijo Rafael mantiene a capa y espada la Fundación Cansinos, y para la próxima temporada anuncia un ambicioso plan de choque editorial, dentro del cual lo más importante va a ser una nueva edición de las memorias, La novela de un literato, enriquecida con fragmentos inéditos.

Ya en París, Huidobro viró él mismo hacia la vanguardia, vinculándose al entonces naciente grupo de adeptos de la poesía cubista, próximos a los artistas plásticos de ese signo. Aunque llegó a tratar a Guillaume Apollinaire, más estrecha sería su relación con Pierre Reverdy, cuya revista Nord-Sud respaldó financieramente. Caracteres difíciles ambos, terminarían rompiendo estrepitosamente. A Huidobro le cabe el honor de haber sido el primer escritor de nuestro ámbito en publicar, en 1917, un poemario de vanguardia. El título de este, Horizon carré, ya indica que lejos de estar escrito en el idioma de Cervantes, lo estaba en francés, la lingua franca de la vanguardia. Al año siguiente, Huidobro pasó cuatro meses en Madrid, donde publicó cuatro libros; dos, Hallali y Tour Eiffel, asimismo en el idioma de Racine, y dos, Ecuatorial y Poemas árticos, en español. El chileno volvió a ver aquí a sus dos interlocutores de 1916, y conoció a Guillermo de Torre y a otros poetas jóvenes. Todos ellos frecuentaban su apartamento de la Plaza de Oriente, lo mismo que varios pintores de vanguardia entonces refugiados en Madrid, como Robert y Sonia Delaunay, o como los polacos Józef Pankiewicz, Wladyslaw Jahl y Marjan Paszkiewicz.

Guillermo de Torre, 1921. Dedicado a Norah Borges

Ya vuelto Huidobro a París, en 1918 Cansinos, Guillermo de Torre y otros cuantos poetas fundaron el ultraísmo, con el que colaboraron activamente tanto los Delaunay como sus colegas polacos. El movimiento se expresó principalmente a través de revistas, en las cuales además de sus versos y los de Huidobro, que había prendido aquella chispa, aparecían sus traducciones de los cubistas franceses, de los futuristas italianos, de los expresionistas alemanes, y de los miembros de ese movimiento transnacional y por momentos babélico que fue el dadaísmo. Huidobro terminaría desautorizando a los ultraístas en general, y a Guillermo de Torre en particular. A los facsímiles ya existentes hace años de algunas de esas revistas (Grecia, Horizonte, Reflector, Ultra de Madrid), y de otras afines (Alfar de La Coruña, Parábola de Burgos, Ronsel de Lugo), se han sumado recientemente los de otras que faltaban: Tableros, Tobogán y Ultra de Oviedo. El sello sevillano Renacimiento es el que las ha sacado. Ha reeditado además un libro pionero, aunque flojo, El ultraísmo en España (1925), de Manuel de la Peña, y las memorias del ultraísta argentino Manuel Forcada Cabanellas, que vivió la Sevilla de Grecia. Ha publicado libros eruditos de Andrew A. Anderson o Pablo Rojas, además de volúmenes de poesía de César González-Ruano, Ernesto López Parra, Humberto Rivas o Isaac del Vando Villar, y un monumental tomo de Guillermo de Torre al cual haré luego referencia. También en Renacimiento ha salido el facsímil de Circunvalación, revista extraterritorial, por hecha en el México estridentista por el ultraísta Humberto Rivas. En Palma se ha reeditado a los dos nombres principales, Miguel Ángel Colomar y Jacobo Sureda, del Ultra local. Anotar además, en orden disperso, volúmenes de César M. Arconada, José de Ciria y Escalante, Juan Larrea, Lucía Sánchez Saornil o Francisco Vighi. Y las Obras Completas de Rafael Lasso de la Vega, ordenadas para La Veleta por el firmante de estas líneas, muñidor también, para Vandalia, de la antología ultraísta Las cosas se han roto (2012). Y un volumen colectivo, El ultraísmo español y la vanguardia internacional (2019), que recoge un ciclo de conferencias, coordinado por José Luis Bernal y Antonio Sáez Delgado, que a lo largo del año del centenario fueron pronunciadas por ellos y otros especialistas en varios Cervantes. Realmente puede hablarse de una auténtica avalancha editorial, que visualiza el hecho de que, un siglo después, el ultraísmo sigue concitando interés.

Para los ultraístas contaron mucho los cinco libros huidobrianos mencionados. En la benemérita Fundación Gerardo Diego de Santander se conserva un cuaderno de tapas de hule negro en el cual fueron copiados, con su letra de estudiante aplicado, por el cántabro. Ese cuaderno, junto con otro idéntico con la transcripción de un título más tardío del chileno, Salle XIV, al que enseguida haré referencia, van a ser facsimilados este otoño por dicha institución, con prólogo del abajofirmante, en una coedición con la Fundación Vicente Huidobro: hermoso reencuentro trasatlántico entre dos poetas que, por encima de posteriores diferencias políticas, mantendrían siempre la amistad nacida en aquellos años aurorales.

Tras revisar conmigo, en el IVAM, y en 1996, El ultraísmo y las artes plásticas, tema hasta entonces casi inédito, en 2001 Carlos Pérez comisarió para el Reina Sofía una exhaustiva exposición interdisciplinaria: Salle XIV: Vicente Huidobro y las artes plásticas. Exteriores llevó la primera de esas muestras a Santiago de Chile y Buenos Aires, y Telefónica la segunda al centro cultural que tiene en la capital chilena. Un lugar central ocupaban en la exposición Huidobro sus bellísimos «poemas pintados» (hay uno de una noche estrellada, y otro pianístico y satiesco, y otro más sobre la Torre Eiffel, de nuevo) de Salle XIV, que expuso en el París de 1922. El álbum con los mismos, reproducidos al pochoir, que tenía previsto sacar entonces, finalmente aparecería, en serigrafía, aquel mismo 2001, y en edición del Reina Sofía. Una parte sustancial de lo que pudo contemplarse en Madrid acabaría incorporándose al TEA de Santa Cruz de Tenerife, que todavía tiene pendiente el mostrarlo, así como otro fondo en torno al surrealista peruano César Moro.

En 1921, un jovencísimo y todavía casi desconocido poeta argentino llamado Jorge Luis Borges dejaba atrás siete años europeos (primero Ginebra, y luego varias ciudades españolas) decisivos para su formación, y se reincorporaba a su Buenos Aires natal. Lo hacía dentro de un grupo familiar integrado por él, por su padre, Jorge Borges, su madre, Leonor Acevedo, y su hermana, la pintora e ilustradora Norah Borges. Para Norah y él había sido fundamental la estancia en Ginebra, durante la cual se empaparon de expresionismo. Ese mismo año, él lanzaba la revista mural Prisma, con una ilustración de su hermana. En 1922 saldría el segundo y último número de la misma, de nuevo con ella como única ilustradora. Luego vendrían las dos etapas de Proa, y Martín Fierro. La primera Proa fue una copia literal del formato tríptico de Ultra de Madrid; la segunda, más sobria, tuvo mucho más contenido. En cuanto a Martín Fierro, fue un ágil tabloide, equivalente argentino de Les Nouvelles Littéraires, en más vanguardia. La siguiente revista porteña de cuya redacción formó parte Borges fue Sur, gran creación de Victoria Ocampo, con Ortega entre bambalinas. Obsérvese que, tras la etapa de los títulos geométricos vino la de la literatura nacional, y luego la de una geografía más universal. Por aquellos años la metrópolis austral, donde pronto nacería la genial colección de bolsillo de Espasa-Calpe titulada precisamente «Austral», fue desmenuzada por los ensayistas (de Ezequiel Martínez Estrada a Raúl Scalabrini Ortiz), fotografiada por Horacio Coppola, Grete Stern o Juan Di Sandro, y cantada en verso por Fernández Moreno, por Raúl González Tuñón y, sobre todo, por un Borges todavía ultraísta: Fervor de Buenos Aires (1923), publicado a cuenta del autor, con cubierta, ya lo han adivinado, de Norah.

Norah Borges, pretendida primero por Adriano del Valle, y luego por Guillermo de Torre, acabaría casándose, en 1928, con el segundo. Fue 2020 un año pródigo en novedades sobre el matrimonio. Primero por Tan pronto ayer, sensacional mamotreto de textos memorialísticos de él, ordenado por Pablo Rojas para Renacimiento. Y segundo, porque Sergio Baur, diplomático y bibliófilo que ya había comisariado sendas magníficas muestras, en el Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires, sobre Martín Fierro y sobre Boedo, reincidió, en el mismo escenario, con una magna retrospectiva Norah de Borges, de la que además de muchas de las publicaciones citadas en las líneas precedentes, se mostraban otras en que sus imágenes les hicieron compañía a escritos de Juan Ramón Jiménez, Carmen Conde, Ildefonso Pereda Valdés o Silvina Ocampo.

A Rafael Cansinos Assens

Rafael Cansinos Assens, escritor, poeta, novelista, ensayista, crítico literario, hebraísta y traductor español, perteneciente al movimiento ultraísta.

Larga y final andanza sobre la arrebatada exaltación
del ala del viaducto.
El viento, a nuestros pies, busca velámenes,
y las estrellas laten intensidad.
Bien paladeado el gusto de la noche, traspasados de
sombra, vuelta ya una costumbre de nuestra
carne la noche.
Noche postrer de nuestro diálogo
antes de que nos separen las leguas.
Aun es nuestro silencio
donde como praderas resplandecen las voces.
Aun el alba es un pájaro perdido
en la vileza más remota del mundo.
Última noche resguardada
del gran viento de ausencia.
Es trágica la entraña del adiós
como de todo acontecer en que es notorio el
Tiempo.
Es duro realizar que ni tendremos
en común las estrellas.
Cuando la tarde sea quietud en mi patio,
de tus carillas surgirá la mañana.
Será la sombra de mi verano en tu invierno
y tu luz será la gloria de mi sombra.
Aun persistimos juntos.
Aun las dos voces logran convivir,
como la intensidad y la ternura en las puestas de sol.

Jorge Luis Borges, en Luna de enfrente, 1926

Rafael Barradas

Café, obra del pintor y dibujante uruguayo Rafael Barradas, considerado uno de los máximos representantes del movimiento ultraísta. ALAMY

También tuve ocasión de conocer últimamente a un dibujante uruguayo que venía de París y estaba iniciado en los misterios del cubismo, Rafael Barradas, un joven moreno, delgado y con indicios de tuberculosis… Rafael Barradas estaba pasando aquí una bohemia horrible, pero dignamente conllevada… Su delicadeza era tal que se hizo presentar a mí dos veces, y como dijera:
–Pero si ya me fue usted presentado…
Él me replicó:
–Sí, pero la primera vez el presentador fue ese hombre grotesco de don Isaac, y yo quería ser presentado a usted por persona más digna… Y le rogué a Jorge Luis…
Barradas tenía mujer y uno o dos niños… Su vida era como un tango porteño. Bebía y se increpaba a sí mismo, llamándose «cara de caballo».
Pasado el tiempo, sus amigos americanos le arreglaron el regreso al Uruguay. Poco después Borges me comunicaba su muerte.

Rafael Cansinos Assens (Inédito)

Cuatro vientos

Mi balcón:
rosa del cristal frente al ocaso.
En el río del horizonte
naufraga Cuatro Vientos,
nido de águilas de acero,
de alas inmóviles
y vientres sonoros.
Tarde de Domingo,
cuando se ahoga el sol en el río fantástico.
He aquí los grandes pájaros sonoros,
rondel de gaviotas,
sobre un mar lejano.
En la costa ilusoria
hay un faro:
la torre radiotelegráfica.
He aquí los grandes pájaros sonoros,
que se elevan, se persiguen y se abaten,
sobre las lejanas olas imaginarias.
Tornan a alzarse
triunfales, como cóndores altivos,
trepidan los vientres locos
en una embriaguez de energía,
canto bárbaro de las fuerzas domeñadas.
Un pájaro soberbio
rasga el cristal del poniente
en un vuelo al sol.
Y de pronto
aletea… gira y cae.
Temblamos,
como si la tierra se hubiera removido
en una sacudida sísmica.
Un pájaro yace inerte y roto:
sobre la tierra,
cara al sol,
el corazón del pájaro muerto
de una estrella caída y opaca.
El río del horizonte,
que se había teñido de sangre,
se desbordó por los cielos.

Lucía Sánchez Saornil

 

Este artículo es uno de los contenidos del número 13 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras.
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