PATROCINADORES
INSTITUCIONES
Junta castilla
jcm

Archiletras

Archiletras es posible gracias al apoyo de las siguientes empresas e instituciones

Junta castilla jcm
08 Mar 2019
Compartir
Entrevista

Marta Sanz: «El cuerpo es el texto y el texto es mi cuerpo»

Cristina Fallarás

Nacida en Madrid en 1967. Doctora en Filología. Autora de novelas, cuentos, poesía, ensayos. En el escalón superior de la literatura española, ha recibido importantes premios: Herralde de novela, Ojo Crítico de narrativa, Vargas Llosa de relatos...

Descríbete.
­Pues yo soy una señora que tiene ya 51 años, que está viviendo su experiencia menopáusica, que siempre ha estado muy atenta a su cuerpo porque cree que su cuerpo es el reflejo de las circunstancias externas que agreden o satisfacen a su cuerpo y que se dedica al oficio de escribir.

Descríbeme.
Eres una mujer que atraviesa por las mismas circunstancias espaciotemporales que yo, que también se dedica al oficio de escribir, pero que es infinitamente más valiente que yo misma.

Ahora descríbete físicamente.
Yo me he considerado siempre una mujer pequeñita, que nunca ha respondido a los cánones de lo que se espera que debe ser físicamente una mujer.

Y a mí.
Tú eres una gran mujer, que sí responde a los cánones de lo que se espera que debe ser una mujer.

¿Lo dices por las tetas?
Y por la gran melena pelirroja y por los ojos azules expresivos.

Ahora el lector ya sabe cómo eres. El cuerpo, Marta. Tu literatura es casi carne, carne y hueso. ¿De dónde viene?
Yo creo que viene desde la conciencia. Desde que yo era muy muy pequeña, lo más importante que tenía, lo primordial, lo que a mí siempre más me preocupaba era mi carne. Y esto lo digo en un sentido probablemente psicoanalítico: a mí me preocupaba mucho caerme y hacerme daño y me preocupaba mucho cuando veía a otros niños y niñas correr, que se pudieran caer y hacerse daño. Me preocupaban la sangre, las heridas, las cicatrices y, en este sentido, era una niña extremadamente cobarde.

¿Has pensado en el origen de todo eso?
Con el paso de los años me di cuenta de que ese miedo que yo tenía, probablemente a la
vulnerabilidad de mi propio cuerpo, tenía que ver con vulnerabilidades que nos hace sentir la sociedad respecto a la piel que tenemos, a nuestra fragilidad, a nuestro cuerpo de mujeres maltratado por los cánones estéticos, las presiones laborales, el salvajismo de ciertas relaciones afectivas… Al final, eso en lo que termina es en una visión de la literatura donde el cuerpo es el texto y el texto es mi cuerpo.

Lo has acabado llevando al tema específico de la mujer. Últimamente te he oído y te he leído en varios libros distintos hablar de la violencia que lo económico y lo social ejerce contra las mujeres.
Sobre todo, lo que me preocupa es haber sido ingenua durante mucho tiempo. Llegué a vivir la fantasía o el espejismo de que estaba en condición de igualdad con mis compañeros hombres. Y me he ido cayendo del caballo muchas veces a lo largo del camino y esto me ha hecho comprender mejor a muchas mujeres de mi entorno. Por ejemplo, a mi madre, a mis abuelas o a mis tías. Llego a esa conciencia de que lo personal es político y de que lo corporal acaba siendo un asunto ambiental cuando emprendo la escritura de Clavícula. Además de la experiencia de un dolor real que me hace utilizar la escritura para poner orden a ese dolor, y que pienso que va a ser un documento de mi vida personal, mi intimidad y que me va a valer a mí como estrategia terapéutica, además, luego me doy cuenta de que lo que yo estoy contando, lo que estoy descubriendo con la escritura de ese libro concierne a muchas otras mujeres de mi entorno. Ahí es donde llego a esa sensata conclusión, a los 49 años: que soy una persona incapaz de separar lo biológico, lo fisiológico, lo corporal, lo que se refiere a la enfermedad física de la enfermedad psíquica y de la enfermedad social, que nos convierte a todos en víctimas del capitalismo avanzado.

En numerosas ocasiones hablas de tomar conciencia, de «perder la inocencia». Como somos ya un poco mayorcitas para no habernos percatado de algo evidente, deduzco que todo esto sencillamente no estaba narrado.
Claro que no estaba narrado. La educación que hemos recibido es heteropatriarcal, nos impregna por dentro y por fuera, nos hace desear cosas que responden a una expectativa masculina y a menudo resultan muy violentas para con nosotras mismas. Nos hace caernos del caballo permanentemente porque es muy difícil quitarse esa grasa de encima, muy difícil empezar a pensar de otra manera, es muy difícil romper con todos esos esquemas cerebrales que has asumido desde que eras pequeñita. Entonces, vas haciendo descubrimientos a partir de las violencias de las experiencias personales, a partir de la mirada y de la observación que tienes sobre la vida de otras mujeres y también, en mi caso, a partir de esa reflexión que suscita el hecho de escribir, articular los relatos para compartirlos con los demás.

Hay una serie de escritoras y académicas diciendo «es que las mujeres no han tenido voz». Otras, en cambio: «sí ha existido esa obra, sí se ha narrado, pero no se ha difundido». ¿Cuál es tu opinión?
Se ha podido narrar desde el ámbito doméstico, y siempre desde una perspectiva de culpabilidad. Creo que hay mujeres que han sido maltratadas y vejadas en situaciones en el seno de la familia o en el educativo, que se han sentido culpables de las violencias que se han ejercido sobre ellas. Precisamente porque hemos sido educadas por esos patrones en los que tú te sentías sucia y avergonzada y «algo habrías hecho». Creo que eso muchas veces ha quedado reducido al espacio doméstico y esos relatos, además, a veces han sido filtrados por la conciencia de la propia culpa: «seguramente me lo habré merecido».

¿Y en el espacio de la creación?
En el espacio de todos, en el colectivo, muchas menos mujeres han tenido la posibilidad de tomar la palabra en la literatura, en el arte o de donde fuera para articular ese tipo de relatos porque se consideraba que la literatura y otros espacios artísticos no eran el lugar para que las mujeres hablaran de esas cosas. Contamos con casos excepcionales de mujeres muy valientes que han relatado esas agresiones. Artemisa Gentileschi en el caso de las Bellas Artes, de la pintura; María de Zayas en el caso de los desengaños amorosos en nuestra literatura, y últimamente he leído los relatos de Emilia Pardo Bazán recogidos en una antología titulada El encaje roto, publicado por la editorial Contraseña, que son absolutamente estremecedores. Ella habla de una violencia hacia las mujeres que se ejerce de una manera transversal desde las distintas capas sociales, el marido pega, el educador pega, hay violencia simbólica de guerra, de mujeres desnudadas, agredidas y avergonzadas por el militar en uno u otro bando… Resulta estremecedor que, en pleno siglo XIX, Pardo Bazán esté haciendo un relato que es, utilizando el tópico, de candente actualidad para cientos de miles de mujeres, por no decirte todas, que se sienten identificadas. Y lo que es muy interesante en ese libro es que también hay un par de relatos en que la mujer es capaz de escapar.

El periodista y escritor norteamericano Ta-Nehisi Coates escribe en ‘Entre el mundo y yo’ una carta a su hijo donde cuenta que la única diferencia entre ellos y el resto, y que debe tenerla presente toda su vida, es su cuerpo: negro. En cuanto que negro, es susceptible de ser roto, de ser violentado, de ser agredido y de ser eliminado de la faz de la Tierra.
En todos los libros que he escrito a lo largo de mi vida lo que he puesto de manifiesto es eso: esa necesidad de nombrar el cuerpo porque el cuerpo es ese mapa donde se van quedando tanto las frustraciones como los trabajos como las alegrías de tu vida. Es el lugar donde tú existes. Y sé que hay cuerpos que, por no ser blancos, por no ser masculinos, por estar enfermos o por ser pobres son mucho más susceptibles de fractura que otros cuerpos que son blancos, masculinos, ricos y sanos. Cuando hablo de la problemática de las mujeres que aparecen en mis libros, me cuesta mucho separar la perspectiva de género de la de clase, de la de raza y de la posesión de la salud. Desde luego, creo que eso afecta los modos de pensar. En una novela que escribí en 2006, Susana y los viejos, yo hablaba de dos mujeres que se parecían mucho, que eran físicamente muy parecidas, sin embargo, una era asistenta, asistía por las casas, y la otra era una chica bailarina de muy buena familia que tenía la cabeza un poco «echada a perder» y que la rescatan porque está enferma y toma conciencia de su cuerpo o de su vulnerabilidad, y comparaba a las dos —que se acostaban con el mismo hombre— y lo que en la asistenta era un chocho, en la bailarina era una vagina papirofléxica que olía a orquídeas. Lo que en la asistenta eran unas tetazas, en la bailarina eran unos «senos», lo que en la asistenta eran padrastros, en la otra eran cutículas un poco raspadas… Las maneras de nombrar están condicionadas, desde luego, por una perspectiva de género, de clase y de raza.

El lenguaje es político, económico…
Y violento. En cuanto al lenguaje, lo veo como una especie de esponja en la que se quedan adheridas todas las significaciones del discurso dominante. Todas las significaciones del discurso hegemónico están ahí. Las asumimos hasta el punto en que eso se convierte en el sentido común, el deber ser del lenguaje, el lenguaje canónico y todas esas cosas. Y creo que a partir del juego con el lenguaje, la violencia de la sintaxis, la manera de ordenar una palabra detrás de las otras, podemos intentar corregir, ridiculizar o denunciar ese lenguaje dominante que refleja una ideología dominante. Yo creo que las personas de izquierdas y las mujeres de izquierdas lo que tenemos que estar reivindicando todo el día es el hecho de que nosotras construimos ideología desde el discurso feminista, por supuesto. Construimos ideología para corregir otro tipo de ideología que ha sido normalizada y naturalizada y que es la del machismo, que ya no se entiende como una ideología sino como el deber ser de las cosas, como el sentido común y como lo normal.

El lenguaje como arma subversiva y transformadora.
Sí, contamos con eso. Para mí es la herramienta primordial, tanto en el uso cotidiano como en el uso literario. Yo escribo libros profundamente violentos no porque aparezcan muchos muertos, muchas muertas o mucha sangre, sino que escribo textos intrínsecamente violentos por la manera en que el estilo está concebido. La sintaxis es violencia porque la organización de las palabras, unas detrás de otras, es violencia, porque quebrar las expectativas de los lectores y de las lectoras como clientes es una manera de ser violento respecto a un deber ser de la literatura que se asume a la familiaridad, lo comercial, el confort, el ocio y el espectáculo.

O sea, violencia contra el lenguaje comercial y el pensamiento comercial.
Para mí, en los textos, el fondo y la forma son indisolubles y cuando se utiliza un lenguaje comercial, estereotipado, previsible lo que se hace es perpetuar una manera canónica de concebir la literatura en la que al mismo tiempo está cristalizando un mundo «como debe ser», y el mundo «como debe ser» no me gusta. Por eso escribo libros estridentes y que a veces rompen las convenciones genéricas, porque creo que con esa estridencia de los libros y esas fracturas de las convenciones genéricas de una literatura que está reflejando el discurso dominante de un mundo se puede abrir una brecha en ese discurso dominante sobre el mundo.

Te han llamado «la escritora de lo desagradable», ¿en qué punto está quien afirma eso?
Por una parte, es una persona que ha querido entender la necesidad de mostrar las cosas que no se quieren ver, pero que al mismo tiempo establece una relación sinonímica entre eso que no queremos ver y lo que no agrada, lo que no es placentero para el ojo. De alguna manera ahí hay un prejuicio de que la literatura siempre tiene que mostrar las cosas placenteras, agradables o edificantes para el ojo. Entiendo que hay buena voluntad, pero también entiendo que hay una serie de relaciones de sinonimia que nos podríamos plantear desde el punto de vista crítico.

Tengo la sensación de que muchas editoriales o los medios de comunicación te piden, sin decirlo claramente, que escribas un panfleto. ¿A qué responde?
Yo creo que responde a una idea de la literatura que llevaba ya muchos años moviéndose entre las brumas, la neblina, la literatura que sirve para formular preguntas… Y todo eso está muy bien, es una cosa estupenda, pero podríamos partir de la base también legítima de que la literatura nace de la necesidad de dar respuestas y compartirlas con los demás. El género panfleto se ajusta muy bien a esa especie de texto de tesis en el cual tú compartes tu malestar, expresado afirmativamente, asertivamente, con tu comunidad. Ya que asertivamente vivimos esa «normalidad» y ese «sentido común», nosotros podemos contradecir uno por uno los axiomas y presupuestos del pensamiento positivo que convierten a los individuos en responsables directos de todos los males de la vida, sin tener en cuenta la violencia sistémica. Es posible reaccionar y rebelarse contra las cosas haciendo afirmaciones en un género que puede ser perfectamente el panfleto.

¿Internet y el consumo de historias en redes modifica la literatura?
Yo creo que esto ya se ha proyectado en la literatura y ya ha tenido su trascendencia en la medida que quienes practicamos este oficio estamos cuestionando los límites que existen entre eso que se llama la autoficción y lo que se llama la autobiografía. Y cómo en la autoficción lo importante es la verosimilitud y en la autobiografía hay una supuesta búsqueda de la verdad, a través de una aproximación no escéptica hacia el lenguaje. Creo que esa acumulación de relatos en las redes ha propiciado ese tipo de reflexión a un nivel artístico y profesional. Yo he optado por la autobiografía en ese intento de arañar un poquito la verdad frente a la verosimilitud, porque creo que desde los relatos institucionales se privilegia la idea de verosimilitud y eso es dañino.

¿A qué te refieres?
En los juicios por violencia de género y maltrato a las mujeres se les pide a estas que articulen relatos verosímiles, no verdaderos. Entonces, si a ti te piden que articules un relato verosímil cuando eres una mujer que vive en un estado de pánico, tus recuerdos pueden estar absolutamente bloqueados o desordenados o desaparecidos. A ti no te pueden pedir que articules un relato verosímil. A ti te tienen que pedir que articules un relato verdadero. Hay veces que, desde las ficciones, desde los modos de concebir las ficciones, se empapan espacios de la realidad que no son ficticios para hacer más vulnerables a los que ya son de por sí débiles.

Y, paralelamente, ¿se construyen ficciones violentas que dotan de verosimilitud aquello que resultaría increíble?
Creo que tanto el lenguaje como las construcciones culturales son trascendentes y tenemos que enseñar en los colegios a los niños y a las niñas a leer y a construir en el sentido crítico, contextualizando las obras en los momentos históricos y culturales en los que han sido escritas. En cuanto a lo que has dicho, hay varias cosas que me preocupan bastante: muchas veces se ficcionalizan las noticias o se colocan en un lugar las noticias que, de algún modo, incluyan dentro de ellas elementos de ficción que puedan ser atractivos para el consumidor o la consumidora para que esas noticias se vendan. Por ejemplo, el caso de los niños de la cueva de Tailandia. ¿Por qué esa noticia tuvo tanta relevancia? Pues porque esa noticia tenía elementos de intriga. ¿Saldrán? ¿No saldrán? Hay muchas veces que se echa mano de ese tipo de noticias que tienen un relieve casi folletinesco para explotar su veta comercial, y algunas veces tienen que ver mucho con el relato de la crónica negra basada en hechos reales y que echa mano de todos los tópicos para vender, para convertir eso en algo atractivo. Y, luego, me preocupa mucho la estetización de la violencia sobre el cuerpo de las mujeres…

¿Por ejemplo?
Por ejemplo, en Daniela Astor y la caja negra yo hablaba mucho de cómo el fantaterror español era un pretexto para empezar a desnudar a las tías en las películas. En el fantaterror español, el hecho de desnudar, rajar, crear un Frankenstein con fragmentos femeninos, como ocurre en La Residencia de Chicho Ibáñez Serrador, era algo visualmente hermoso dentro de su salvajismo, era una crueldad asociada con la belleza que se consigue a través de esa metáfora del cuerpo femenino vulnerado, roto, pisoteado, deformado y aún así hermoso. Ahora se ha estrenado una versión nueva de Suspiria que era una película de Dario Argento que aún no he visto, pero la antigua me pareció sobrecogedora. Los colores, cómo colgaban a las mujeres del techo… las estaban matando, degollando, sacándoles las tripas y aquello era un collage pictórico maravilloso.

¿Cuál es tu mayor preocupación?
Me preocupa mucho porque cuando la crueldad se utiliza en un texto literario, cuando se utiliza en un texto cinematográfico, debe hacerse de tal manera que no se estetice, no se normalice. Estamos en un mundo donde, de repente, hemos sufrido un retroceso moral e intelectual bastante importante, y pensamos que en la literatura los textos han de ser edificantes sin darnos cuenta de que los textos literarios son metáforas y que hay que mirar por detrás de las metáforas y por debajo de lo literal, hay que romper la superficie del espejo para ver qué hay detrás, y darse cuenta de que a veces hay escenas crueles, devastadoras, terribles que no es que vayan a insultar a minorías aludidas sino que lo importante es lo que hay debajo, por detrás. Esas crueldades intentan muchas veces todo lo contrario. Lo que te pasó a ti con el asesinato de animales en Las niñas perdidas. Hay una escritora que utiliza el maltrato a los animales de una manera simbólica y bestial en sus libros y resulta que veinticinco asociaciones animalistas se creen que de verdad tú eres una mataperras.

Cuando les expliqué que lo mío es ficción, me decían: «Pero está narrado de una forma que parece que te gusta…».
Así es. Todos los mensajes son literales. Se valoran los mensajes viscerales más que los racionales y eso lleva al fascismo, a la violencia dentro de la casa, y extrapolado a los sistemas políticos eso es fascismo puro y duro. Visceralidad, autoritarismo, necesidad de un golpe de autoridad que salga desde los mejores sentimientos y las partes blandas de los seres humanos.

¿Crees que esto que estamos hablando es una conversación de mujeres?
Eso que se ha llamado toda la vida «de mujeres», eso blando, muelle, pequeñito, cotidiano, cuánta sal le echas al arroz, si sabes hacer o no vainica, si te ha bajado la regla, si te dolió mucho el parto… todo eso hay que sacarlo del territorio de las pequeñeces y nimiedades. Son cosas que tienen muchísima importancia, son conversaciones de mujeres que son de todos y de todas, y que deberían estar en el plano público todos los días. Una de las cosas que tenemos que hacer las personas que escribimos es sacar lo masculino de lo universal para que lo universal sea lo de todos. Desestigmatizar el rosa y lo doméstico y todas estas cosas y, al mismo tiempo, también apropiarnos de esos territorios de nuestra educación heteropatriarcal.

La pregunta anterior venía a que, en el último año, noto una cierta agresión reticente siempre que se trata cualquier tema referente al relato de las mujeres o a nuestra escritura.
Claro, hay un hartazgo y miedo a perder un sitio. Nosotras no vamos a renunciar a cosas de las que creemos que tenemos que hablar. Como escritoras tenemos que reivindicar que somos capaces y diestras para jugar con las polifonías del mundo y que podemos hablar por boca de perros, gatos, hombres, ectoplasmas, mujeres, muertos y vivos, y que al mismo tiempo, y no es ninguna tontería, que también articulemos relatos desde nuestra propia voz, que hablemos de esas cosas que no eran lo suficientemente épicas para el espacio de la literatura. Partos, menstruaciones, cocinitas… las nimiedades. Renovar absolutamente el campo de esa universalidad y esa literatura canónica utilizando todos los medios a nuestro alcance. Hablando de lo grande, hablando de lo pequeño, renovando el concepto de ética, mostrando que lo personal es político, mostrando las vivencias pequeñas que se pueden dar dentro de una casa y que muchas veces son objeto de la literatura están siendo el reflejo de violencias muchísimo más grandes.

¿Y modificando el lenguaje?
Me parece una barbaridad, en este contexto de feministas locas hablando cosas de feminismo, que por primera vez en mucho tiempo los libros como Lolita se convierten en asunto de primera plana. Se piensa en libros y se piensa desde una perspectiva ideológica, plural, distinta. Se ve que los libros intervienen en el espacio de lo real, se ve la importancia de los libros y las distintas maneras de leerlos, del lenguaje. Esa pérdida de respeto al lenguaje, ese jugueteo con el lenguaje, ese hacer política con el lenguaje, lo que está es dando valor a un lenguaje que, si no, se olvida. Resulta que estamos oxigenando la sociedad, incluso desde el punto de vista de la conciencia en los relatos y en el lenguaje.

Algunas palabras que más te he oído decir son vulnerable, miedo, miedosa, cobarde. Leyéndote, pienso en tus libros como pasos, actos de lo contrario.
Yo pienso que los libros son acciones. Pienso que los libros intervienen en el espacio de lo real
y sé muy bien que a mí se me ve la patita por debajo de la puerta cada vez que escribo un libro, ya sea autobiográfico, ya me encubra con las máscaras de la ficción. Lo sé muy bien. Pero, al mismo tiempo, tal y como se está dando la deriva histórica de nuestro país, yo no puedo evitar escribir los libros que escribo porque, además, tengo una visión de la literatura en ese sentido muy mitificada.

¿A qué te refieres con ese «mitificada»?
Me refiero a que si yo no puedo escribir los libros que quiero escribir, que si a mí la literatura de verdad no me sirve para establecer una conversación con la comunidad en la que yo asumo la responsabilidad de decir las cosas que digo, plantear las preguntas, plantear las tesis para que los otros las reciban, las discutan o conversen con ellas, si yo no puedo utilizar los libros para eso, no me merece la pena escribir. Pero confieso que, al mismo tiempo, dentro de esa conciencia, creo que soy un poco inconsciente porque luego tengo miedo. En mi fuero interno. Creo que hay motivos para tener miedo y sería muy inconsciente si no lo tuviera. O sea, soy consciente de lo que hago, pero al mismo tiempo pienso que soy un poco inconsciente por hacerlo dados los tiempos que corren.

¿Por qué?
Porque no me siento una mujer intrínsecamente violenta. Por ejemplo, tú vas a los debates
públicos, te bates el cobre con todo tipo de interlocutores. Yo sería incapaz, porque a mí no me gusta la confrontación directa, no soy una mujer rápida a la hora de encontrar argumentos en el cara a cara, necesito mi reflexión, mi tiempo, mi silencio, mi concentración. Yo no me siento valiente en lo cotidiano más allá de la acción literaria.

Y, sin embargo, como tú misma afirmas, en el fondo eres violenta, utilizas la violencia.
Respecto a la literatura y los diferentes estilos literarios, tú sueles hablar del patetismo, de lo grotesco, y cómo lo has utilizado para contradecir el canon de lo que la literatura tiene que ser, estar contestando a lo real que no te gusta. Yo el patetismo no lo he usado, pero en Farándula quería usar la exageración, el salirte completamente del texto, hacer enumeraciones de cinco páginas y que el espacio exterior se revolviera: «¿Por qué enumeraciones de cinco páginas!». Con mis novelas detectivescas, si lo que importa es la trama, el interés, la intriga, el suspense, pues yo te introduzco el coitus interruptus de que te tragues un diario de enfermedad de una mujer que está sufriendo la menopausia, que es la vecina de la comunidad donde se producen los crímenes, pero que tú ahora te vas a tragar las reflexiones de esta mujer sobre la vida, sobre el mundo.

El uso de la forma como agitación.
A través del estilo. Esto me importa decirlo porque la gente se cree que la literatura es un espacio donde en realidad el arte se separa del pensamiento, o de la ideología, o la belleza no tiene nada que ver con lo biológico. Yo quiero insistir mucho en que en la literatura el estilo es lo que se está diciendo. Y eso es lo que refleja tu posición en el mundo y por eso escribimos los libros que escribimos.

Y cómo los escribimos.
Exacto. Por ejemplo, en Clavícula uso el texto roto, el desmembramiento del texto para reflejar el desmembramiento del cuerpo de una mujer dolorida por los trabajos a los que ella misma se somete y la somete la exigencia del mundo este capitalista bestia.

Siempre vuelves al dolor.
Siempre hablo de que mi dolor físico es inseparable de mi dolor psíquico y de mi presión social, económica… Pero lo hago desde una perspectiva en la que somatizo la violencia sistémica: la violencia económica se me hace dolor. Pienso que el proceso también se desarrolla a la inversa: las mujeres maltratadas que experimentan un evidente y constante dolor físico, lo convierten en angustia y en minusvalía pública. El dolor debilita y se convierte en una pérdida de autoestima que, de algún modo, limita tus posibilidades de tener una presencia en la vida pública. No te sientes capaz. Te minusvaloras. Te anulas.

Cuando me planteé esta entrevista pensé en Latinoamérica y las gentes que allí leen esta revista. Y, de repente, me di cuenta de que ya apenas sabemos nada de la literatura de allí, en contra de lo que sucedía hace una o dos décadas.
Creo que ese conocimiento sobre los otros que están utilizando variedades de una misma lengua ha quedado reducido a ciertos conocedores o especialistas, o gente muy letraherida que sí utiliza la referencia latinoamericana para contrastar lo que se está haciendo en la península en este momento. Yo sí te podría dar una nómina bastante extensa, sobre todo de escritoras latinoamericanas, en este momento, pero porque estoy muy, muy interesada, no porque mediáticamente esté contemplado. Por ejemplo, me parece un desastre que no estén en suplementos o en debates públicos Mariana Enríquez, Paula Porroni, Liliana Colanzi, Giovanna Rivero, Mónica Ojeda, Rita Indiana, Diamela Eltit, Lina Meruane, Cristina Rivera Garza…

 

Esta entrevista a Marta Sanz es uno de los contenidos del número 2 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras, disponible en quioscos y librerías.
Si desea suscribirse o adquirir números sueltos de la revista, puede hacerlo aquí https://suscripciones. archiletras.com/