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24 Jun 2020
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Lucas Trotacielos y su pandilla

Laura García Arroyo

El subtítulado de películas en España, incluso de las que provienen de países de habla hispana, es una costumbre que no se entiende, al interpretarse como una imposición del español neutro

La pasada navidad asistimos a un capítulo más en la larga lista de reclamaciones entre España y México debido al doblaje y subtitulación de películas. En esa ocasión la protagonista fue la cinta Roma, dirigida por Alfonso Cuarón, que se proyectó con subtítulos en español de España en una sala de cine, supuestamente tras la petición de algunos espectadores. Unos y otros tenían sus argumentos: el público –algunos– decía haberse perdido y distraído debido a un léxico muy local y varios coloquialismos imposibles de descifrar, mientras que el director mexicano defendía que le parecía un insulto al intelecto del ciudadano español, perfectamente capaz de entender sin darle explicaciones (enojar se tradujo como enfadar, por ejemplo). Se desató de nuevo la polémica. No fue la primera ni será la última vez que pase. En 2007 el director Rigoberto Castañeda luchó para detener la intención de subtitular su película Km 31 para ser comercializada en España, pero no lo consiguió. La perdición de los hombres (2000), de Arturo Ripstein, que sí salió «traducida» en las pantallas españolas. En el bando contrario encontramos lo que parece ser una leyenda urbana, pues muchos aseguran que la serie española Médico de familia (1995-1999), protagonizada por Emilio Aragón, apareció subtitulada en México, pero no encontré pruebas de ello. La que sí se estrenó adaptada fue La Celestina (1996), donde aparecían unas jóvenes Penélope Cruz y Maribel Verdú, con voces del llamado español Univisión (mezcla de todos los acentos que conviven en Miami y a los que la cadena televisiva quiere así atender). ¿Se trata realmente de una deferencia a las necesidades del público o será que seguimos sin entender, a uno y otro lado del charco, que el español tiene diferentes acentos y vocabularios y que ninguno es más correcto ni mejor que el otro? El cine, nuevamente, pone sobre la mesa el tema de la obsesiva e inútil búsqueda del español neutro.

Desde hace años en México existe la creencia de que en la versión española de la película Star Wars, el personaje de Luke Skywalker se tradujo en tierras ibéricas como Lucas Trotacielos. Nunca he podido convencer a nadie de que jamás he visto ni una sola entrega de La guerra de las galaxias con semejante nombre ni encontrado a un solo paisano que lo confirme. ¿Por qué entonces juran que sí existe? La causa de la confusión parece radicar en la versión en español del Episodio IV (1977), encargada a una compañía colombiana que pensó que para hacer una única versión para todos los cines hispanohablantes se haría una traducción con un supuesto español estándar y doblada con actores provenientes de México, Argentina, Colombia y España. Pero la idea panhispánica no gustó y la mayoría de los países en los que sería distribuida decidieron hacer versiones propias con doblajes locales. Esa primera versión, nacida en Bogotá, circuló poco en el mercado pero dejó el rastro de Lucas Trotacielos que ha hecho que aún hoy se comente.

España y México se han debatido durante años por la traducción de personajes, títulos de películas e incluso frases emblemáticas; discusiones en las que México casi siempre ha ganado la batalla debido a la mala fama de la que goza España por haber doblado siempre todas sus películas. ¿Cómo defender que Eternal Sunshine of The Spotless Mind se convirtiera en ¡Olvídate de mí! o que The Fast and The Furious apareciera en cartelera como A todo gas? Hay una serie de criterios que justificarían cada uno de estos cambios, unos con más acierto que otros (los territorios de la traducción para doblaje y subtitulación merecen un texto aparte). Pero a veces ha funcionado: Aterriza como puedas quedó inmortalizada en el léxico de los españoles, lo que puede ser considerado como una buena estrategia de publicidad, les guste o no, y el famoso Sayonara, baby, pronunciado por Terminator (este sí se impuso a Terminador), en lugar del Hasta la vista, baby original, tiene todo un trasfondo detrás que explica el uso de un idioma extranjero para una frase que originalmente estaba en español. Cada caso puede tener alegatos a favor y en contra, pero ¿por qué pasa esto? ¿Por qué España es el único país hispanohablante en el que se doblan todas las películas extranjeras exhibidas en cine?

Muchos sitúan la respuesta en la época franquista y en su famosa ley de defensa del idioma, promulgada en 1941 a imagen y semejanza de la italiana de Mussolini, que venía a complementar una orden ministerial de 1938 en la que se negaba el registro de nombres propios que no fueran castellanos (personas, restaurantes, hoteles, cines…), medida que dejaba fuera incluso las posibilidades nacionales gallegas, catalanas y vascas. La orden de 1941 prohibía la proyección cinematográfica en otro idioma que no fuera el español, salvo que estuviera doblada en español, en estudios ubicados en territorio español y con actores españoles. Muy patriota el asunto. Cosas de dictaduras (compárese con la ley de cinematografía mexicana de 1992, promulgada por el presidente Salinas de Gortari, que en su artículo 8 dictaba que las películas debían ser exhibidas en su idioma original y, en su caso, subtituladas, con excepción de las clasificadas para público infantil y documentales educativos que podrían ser dobladas al español).

A pesar de que se decía que Franco era un gran cinéfilo e incluso corrió el rumor de que escribía crítica de cine en una revista con un pseudónimo, el generalísimo ejerció una severa, por muchos tildada de ilógica, censura para el pueblo. Prohibió la exhibición de películas como Drácula, de Terence Fisher, por considerarla un peligro para gente psicológicamente débil, La momia azteca, de Rafael Portillo, que fue acusada de infantilismo cultural y de sembrar confusión por presentar una realidad religiosa equivocada, o Con faldas y a lo loco (otra joya de traducción de Some Like it Hot), de Billy Wilder, de la que decía que promovía la homosexualidad. También recortó escenas de varias cintas, como el desnudo de Janet Leigh en la ducha de Psicosis, que le pareció indecente, y cambió diálogos para evitar temas moralmente contrarios al régimen, como el caso del adulterio de Grace Kelly y Clark Gable en Mogambo que quiso «arreglar» convirtiendo la relación conyugal entre Kelly y Donald Sinden en relación de hermanos (la risa del público al querer entender los celos del «hermano» al ver a su «hermana» enamorada de otro no tenía precio), o el pasado republicano de Humphrey Bogart en Casablanca, que al ser suprimido en los diálogos provocó varios sinsentidos en el contenido. La lista era larga y molesta, pero las tijeras del caudillo no tuvieron que ver con el inicio del doblaje, pues este nació mucho antes… en Hollywood.

A grandes rasgos así pasó.

Cuando el 1927 se estrenó la primera obra sonora, El cantante de jazz, los días del cine mudo estaban contados. Atrás quedaban las tramas cortas, los carteles con diálogos entre escenas, los pianos para amenizar la sala en silencio (y amortiguar el ruido del proyector), los explicadores que narraban lo que se veía en pantalla (a veces con megáfono en mano) y… las historias que podían entenderse en todas partes porque las imágenes son universales.

¿Qué harían ahora los actores con voz de pito? ¿Cómo exportaría la gran meca del cine sus películas a países no angloparlantes? El primer impulso los llevó a filmar la misma escena con actores de diferentes idiomas cada vez. Salía costoso. Y se dieron cuenta de que el público quería ver a sus estrellas favoritas. Los entendieran o no. El doblaje fue la solución y la revolución del séptimo arte (en Cantando bajo la lluvia se habla precisamente de esta transición).

La primera película doblada en español fue Entre la espada y la pared, en 1933. No se dobló en España sino en los estudios Joinville, cerca de París, donde la compañía Paramount doblaba todas sus películas al francés, alemán, italiano y español. Allí mismo se había filmado poco antes Las luces de Buenos Aires, primer largometraje sonoro protagonizado por Carlos Gardel, en el que lo escuchamos cantar el tango Tomo y obligo.

Los avances tecnológicos, la cantidad de material nuevo para televisión y plataformas digitales y el aumento de espectadores hicieron que la industria tuviera un desarrollo y un auge jamás imaginados. Pero la gente prefería escuchar las voces de los actores que salían en pantalla y poco a poco los doblajes dieron paso a los subtítulos. En todo el mundo… salvo en España.

¿Por qué en España se siguen doblando todas las películas? Quién sabe, quizá sea una cuestión de costumbre. El público español no parece extrañar las voces originales, porque nunca las han identificado más que por sus voces españolas y prefieren no perderse detalle de la imagen. Para ellos, Clint Eastwood, Arnold Schwarzenegger y Darth Vader hablan como Constantino Romero y en un perfecto español. Y ya está. Y aunque a mí me siga sorprendiendo imaginar a Legolas en plena batalla defendiendo a los elfos soltar un Ahí te va, gilipollas al disparar una flecha al enemigo o a Freddie Mercury un Pero ¿tú de qué vas? a sus compañeros de Queen cuando le reclaman sus retrasos en los ensayos, los espectadores parecen sentirse muy a gusto con esa cercanía. Cuestión de gustos. Pero no a todos les gusta y la oferta de películas en versión original sigue escaseando en la Península Ibérica. Las distribuidoras se defienden aduciendo razones económicas para abrir más salas, no hay suficiente demanda. Y es cierto, no se ven largas filas en dichos recintos. Quizá con la llegada de los servicios de streaming que ofrecen series, documentales y películas con subtítulos en varias lenguas y la oportunidad ahora de poder ver materiales de cualquier país junto con la mejoría del nivel de idiomas extranjeros entre los jóvenes españoles por la globalización de contenidos en la red, se vaya generando un nuevo hábito que permita encontrar cada vez más cines en versión original para que cada quien decida cómo verlo y escucharlo (y usar más el recurso del subtítulo, que además permite ir al cine a personas que aún no leen, analfabetas, sordas o invidentes). Siempre será mejor ver un trabajo artístico como fue concebido por su creador, sin perder de vista que el cine también es una opción de entretenimiento en muchos casos (el fascinante caso de las películas animadas que incluyen en sus doblajes chistes y giros locales que mejoran el resultado). Y esa experiencia también cabe la posibilidad de aprender o reconocer lo que es una remera, una charola, algo que te mola, algo muy bacán, chévere, un verraco, una chamba, algo que te haga flipar, un quilombo, y ese largo etcétera que convierte a nuestro idioma en uno de los más ricos, diversos y maravillosos del planeta.

Mucho me temo que la disputa transatlántica no desaparecerá pronto, pues en el fondo hemos de confesar que nos encanta reírnos de estas anécdotas, así que esperaremos al próximo capítulo de esta escena literaria con el letrero de CONTINUARÁ…

 

Este artículo es uno de los contenidos del número 6 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras.
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