PATROCINADORES
INSTITUCIONES
Junta castilla
jcm

Archiletras

Archiletras es posible gracias al apoyo de las siguientes empresas e instituciones

Junta castilla jcm
11 Oct 2022
Compartir
Educación

Los oficios de la lengua

Borja Bauzá

Hay muchas profesiones cuya relación con el lenguaje va más allá del mero entendimiento entre personas. Algunas, como las que tienen que ver con la traducción o la corrección, son conocidas por todos. Otras, en cambio, no se detectan a primera vista. Pero ahí están

Eh!». Un hombre de mediana edad intenta captar la atención de la veintena de personas que se encuentran cenando en dos mesas alargadas dispuestas por un restaurante de Logroño. «¡Propongo un juego!». Cuando consigue imponerse, el hombre pasa a explicar la existencia de un portal de Internet dependiente del Instituto Nacional de Estadística en el que se pueden buscar nombres y apellidos para ver el número exacto de personas que se llaman de tal o cual manera, y dónde se encuentran. «¡Quien consiga encontrar el menos común, gana!». Acto seguido, empiezan a volar nombres. Eustaquio (1.904 personas se llaman actualmente así en España); Artemio (553 personas); Godofredo (273 personas); Atila (93 personas)… hasta llegar al ganador: el nombre de origen visigótico Recesvinto que, según el INE, figura en el pasaporte de 33 españoles.

Como la experiencia gusta y el vino lleva un buen rato corriendo, al juego le siguen algunos experimentos. «¡A ver quién se apellida Pene!», exclama alguien mientras se pone a teclear en su móvil ante las carcajadas del resto. «¡Joder, hay 54 y están casi todos en Huelva!». Más risas. «¡Vais a flipar con la de Rafaeles que hay en Córdoba!», dice otro comensal. Y efectivamente: según la web del INE es, junto con Antonio, el nombre más común entre los cordobeses. La revelación conduce a una anécdota sobre la cantidad de personas que se apellidan Dios en la Galicia costeña. «Era el apellido que le ponían a los niños huérfanos», cuenta con voz pausada un tipo de pelo blanco y con acento de aquellas tierras. Las risas dejan paso a las sonrisas. «Qué interesante», murmura alguien. En el otro extremo de la mesa interviene otro hombre. «¿Sabéis de dónde viene la expresión “echar un polvo”?», pregunta. «Pues viene del siglo XVIII, cuando existía la costumbre, entre la nobleza, de consumir tabaco rapé, un tabaco en polvo que…».

Cualquiera que se hubiese asomado aquel viernes 22 de octubre al reservado del restaurante logroñés habría imaginado cualquier escenario –un grupo de amigos; una celebración familiar; una sociedad gastronómica– menos el que realmente era: el preámbulo de un congreso que se celebra todos los otoños en La Rioja llamado Trabalengua.

Como su propio nombre indica, Trabalengua es un ciclo de ponencias que tiene como objetivo reunir a profesionales de ámbitos muy diferentes con una cosa en común: trabajan con el lenguaje. «Siempre ha sido un congreso en el que se charla sobre lengua desde cualquier ámbito, y claro, como en última instancia todo el mundo trabaja con la lengua, pues lo puedes vincular a cualquier cosa: ciencia, teatro, periodismo, filología y lo que se te ocurra», explica Isabel Espuelas, una traductora riojana y la persona que puso en marcha, con la inestimable ayuda de la Fundación San Millán de la Cogolla, el cónclave hace ya cinco años. (Trabalengua logró
celebrarse en 2020 pese a la pandemia.)

En efecto: entre los comensales que ocupan las dos mesas alargadas, muchos de los cuales son ponentes en la presente edición, se encuentra un matemático, una lingüista computacional, un biólogo especializado en neurociencia, un escritor fascinado con William Faulkner, un crítico gastronómico, algún que otro periodista, un corrector, un par de traductoras y hasta un youtuber. «Que de dónde saco a los invitados? Pues algunos vienen recomendados por amigos míos y a otros los he conseguido yo después de haber escuchado alguna intervención suya en la radio», cuenta Espuelas mientras revolotea entre unas y otros repartiendo besos y abrazos. «Si alguien me interesa, lo busco en redes sociales y mando un tuit», explica, divertida, antes de añadir que lo único que pide es el cumplimiento de una premisa: Trabalengua no es un congreso académico. Aquí se viene, sentencia, a intercambiar conocimiento mientras uno se lo pasa estupendamente. ¡Nada de ladrillos! Y a juzgar por el ambiente conseguido esa primera noche, la cosa va en serio.

* * *
Isabel Espuelas tiene razón: en última instancia, todo el mundo trabaja con el lenguaje. Hace relativamente poco alguien contaba la historia de un fulano que viajó a una ciudad del interior de China cuando nadie viajaba a China y los problemas que tuvo para transmitirle al taxista cuál era el hotel donde se hospedaba. Como el tipo no sabía pronunciar el nombre del sitio y tampoco lo llevaba escrito en la típica tarjeta, el taxista decidió resolver aquello por las bravas: fue de un hotel a otro hasta dar con el correcto. (Afortunadamente, la ciudad solo tenía tres.) A Nigel Barley, autor de El antropólogo inocente, también le habría venido bien dominar la lengua local de la ciudad de Camerún a la que acudió para que le resolviesen un problema dental. Según cuenta Barley, que hoy trabaja en el Museo Británico, dentro de la consulta de aquel dentista había cantidad de instrumentos en un estado lamentable. Pero como también había un diploma de la Universidad de Lyon, decidió tranquilizarse y describir de la mejor manera posible cuál era el problema. Pese al esfuerzo, no debió de explicarse del todo bien porque nada más terminar la chapa el otro agarró unas tenazas y le arrancó los dos incisivos de cuajo.

Son, no obstante, dos ejemplos extremos que si bien ilustran la importancia del lenguaje en los intercambios laborales no terminan de encajar dentro de lo que cualquiera entiende como un «oficio de la lengua». Estos serían, más bien, los que se enmarcan dentro de la traducción, el periodismo, la interpretación, la enseñanza, la filología, la lingüística, etcétera. Oficios que la gente asocia a la soledad de las bibliotecas –o del teletrabajo–, a los libros y a personas que creen mucho en lo que hacen y que por eso parecen no darle tanta importancia a percibir, en líneas generales, sueldos más bien precarios.

Ahí es, precisamente, donde entra un congreso como Trabalengua. Para decir que, hombre, estirar el chicle hasta incluir a los taxistas o los dentistas quizás es pasarse de frenada… pero, ojo, que también hay vida más allá de los clásicos.

Pongamos por caso la informática. La ciencia que pone a punto unas máquinas y luego logra que esas máquinas respondan a las instrucciones que damos (vía teclado, ratón, mando a distancia y demás). ¿Cómo logra una videoconsola entender que si apretamos el botón derecho del mando que tenemos en la mano lo que tiene que hacer el muñequito que aparece en la pantalla es disparar? Pues gracias a un lenguaje que ha aprendido previamente, acuñado por los informáticos y conocido como «el lenguaje de programación». Suele constar, según el informático Antonio del Saz, de unos 200 o 300 términos. Una vez la máquina de turno ha registrado, o sea aprendido, ese lenguaje… ya está dispuesta a obedecernos: si pulsamos el botón derecho, el muñequito disparará, y si pulsamos la tecla Intro mientras estamos en Word o en cualquier otra plantilla de texto, el cursor bajará un renglón.

Otro caso sería el del psicoanálisis, cuya herramienta fundamental es, claro, el lenguaje. Según explica el psicoanalista y psicoterapeuta Javier Montejo, autor de una tesis doctoral monumental sobre la historia de la disciplina, es el psicoanálisis el que rompe, a comienzos del siglo XX, con la medicina convencional y empieza a escuchar lo que tiene que decir el paciente con problemas mentales. «Hasta ese momento se los trataba con remedios físicos», dice. «Pero es en el lenguaje donde va saliendo todo, donde aflora el inconsciente, y por eso el diván es tan importante en la práctica psicoanalítica: porque abre el espacio para la escucha y la palabra».

Un tercer oficio de la lengua al margen de los clásicos podría ser el de la abogacía. Según cuenta Elena Zarraluqui, que está especializada en Derecho de Familia, un abogado tiene que afrontar tres fases en las que el lenguaje es harto importante. «Es
fundamental, en primer lugar, para ganarme la confianza de un cliente», dice. Porque a un cliente hay que explicarle, con un lenguaje claro, libre de tecnicismos, lo que está en juego y hasta dónde se puede llegar. «Además, en cuestiones de familia y sucesiones, que es lo que yo llevo, el estómago juega un papel importantísimo y tú debes saber separar lo que tu cliente te cuenta desde el estómago y lo que te cuenta desde la racionalidad para, a partir de ahí, poder diseñar una estrategia y, a ser posible, lograr la resolución del problema».

La segunda fase es la de la negociación con el abogado contrario. «Hablamos el mismo idioma y es muy importante tanto lo que dices como, sobre todo, lo que callas», dice. «Por eso hay que pensar bien las cosas antes de exponerlas y tener la pluma muy afilada en todo momento». Y la tercera es la que todo el mundo se imagina: los tribunales. «Ahí el lenguaje es fundamental porque tienes que hacer gala de una gran precisión a la hora de interrogar a la otra parte y sacar la información que tú quieres que salga», cuenta antes de aclarar que, por supuesto, nada que ver con lo que hemos visto en las películas norteamericanas. («Lo que sí es cierto es que te hacen jurar sobre la Biblia», matiza.) El caso es que en los tribunales la oratoria y el arte de la argumentación cuentan, y mucho.
Tirando de ese hilo, el de la oratoria, uno puede incluir a políticos, ideólogos de todo pelaje y condición, gente que, como el paterfamilias de Pequeña Miss Sunshine, se dedica a dar charlas motivacionales (en su caso con escaso éxito) o sacerdotes. Y qué decir de compositores, cantantes y todo lo que tenga que ver con la música, otro lenguaje en sí mismo. El abanico, en fin, es inconmensurable.

* * *
La idea, en este texto introductorio, era poder arrojar alguna cifra concreta. No cuánta gente se dedica, en España, a trabajar en «los oficios de la lengua» porque eso, teniendo en cuenta que la categoría incluye a informáticos, abogados, psicoanalistas, músicos y etcétera, es imposible de cuantificar. Pero sí arrojar alguna cifra concreta relacionada con algún oficio clásico. Relacionada, por ejemplo, con el gremio de la traducción. Sin embargo, no es tarea fácil.

La razón principal es la compartimentación del sector. Hay algunos datos sueltos sobrevolando el panorama, pero suelen tener que ver con las especialidades y, además, no siempre están actualizados. Por ejemplo: en el 2017 se supo que en el año 2015 solo el 28,2 % de los traductores editoriales se centró única y exclusivamente en su profesión; el 71,8 % restante tuvo, o bien que buscarse la vida en otro lado, o bien que compaginar las labores de traducción con vaya usted a saber. Pero es una cifra que seguramente ha quedado obsoleta y que, en cualquier caso, solo afecta a un tipo de traductor: el traductor editorial.

Esta problemática se percibe, también, al contactar con algunas asociaciones de traductores (a las que uno llega por indicación de profesionales que, ante cualquier pregunta que busque recabar datos generales, se encogen de hombros). Porque esas asociaciones pueden dar cuenta de cuántos asociados tienen, sí, pero acto seguido dicen que hay otras tantas asociaciones diferentes y luego mucho autónomo que va por libre.

Un gremio del que sí se sabe algo más es el de los correctores. No porque existan datos oficiales, dado que tampoco los hay, sino porque personas como Antonio Martín, fundador de Cálamo & Cran e impulsor en su momento de la Unión de Correctores, tratan de mantener el pulso a su sector.

Martín lo que explica es que «para asumir la corrección de los 115.000 libros que se publicaron el año pasado harían falta entre 2.000 y 3.000 correctores». Y eso, dice, siendo conservadores y sin contar a quienes corrigen en áreas ajenas al mundillo editorial. Sumando a todos ellos sería realista, dice Martín, suponer que hay hasta 10.000 personas trabajando de correctores. «Aunque no lo sepan, bien porque combinan ese trabajo con otros, o bien porque es algo que se les exige y lo asumen sin discusión», añade. En cuanto al perfil del corrector medio, estaríamos hablando de mujeres de entre 25 y 50 años, con estudios superiores, que pagan su cuota de autónomos religiosamente y que ganan una media de 20 euros la hora.

De modo que, a falta de datos concretos, los 21 perfiles que se muestran a continuación pueden servir para ahondar en el fascinante ecosistema que se esconde detrás de eso que hemos acordado llamar «los oficios de la lengua». De los clásicos, por supuesto, pero también de los que a primera vista no suelen asociarse a ella.

Los oficios de la lengua

1.-  ‘Community Manager’

Nombre: Sonia Luna
Formación: Publicidad y Relaciones Públicas
Años de experiencia: 15 años
Nivel de ingresos: «Si me dieran un euro por cada tuit que publico… eso gano».

Sonia Luna

El 13 de febrero del 2015 un cómico llamado Juan Carlos Córdoba quiso hacerse el gracioso en Twitter enviando un mensaje público, o sea un tuit, a la cuenta de Telepizza. En aquel mensaje Juan Carlos preguntaba si podía encargar una pizza con forma de cimbrel. Lo normal, pensará el lector, es ignorar un mensaje así. A fin de cuentas, Telepizza cuenta con miles de seguidores. ¿Por qué perder el tiempo con un faltón random?

Sin embargo, minutos después, la compañía contestó con un tuit que decía: «¡Por supuesto! Nos la piden mucho. Para clientes como tú tenemos este tamaño especial». Debajo aparecía la imagen de un dedo sujetando una pizza minúscula.

La respuesta de Telepizza, lejos de escandalizar a nadie, recibió 5000 likes. Algo que la persona a los mandos de la cuenta, Sonia Luna, su community manager en aquel momento, ya había previsto. «Los ‘zascas’ –así se conocen esos ‘hachazos’– que a veces dan las compañías en Twitter no son espontáneos; forman parte de una estrategia», explica. Dicho de otro modo: que cuando uno ve a la cuenta oficial de Renfe, Alcampo o de la propia Telepizza vacilando al personal no es que la persona contratada para gestionar las redes de la empresa tenga un día particularmente guasón. «Cuando se plantea la estrategia en redes sociales se determina el tono que va a imperar en las interacciones», dice Sonia antes de añadir que los ‘zascas’ se inscriben en un tono de colegueo («si me vacilas te vacilo de vuelta»), que es el que uno mantendría, pues eso, con sus colegas.

Pero, ¿cómo llegó Sonia a ser la persona detrás de las redes sociales de Telepizza? Pues, por lo visto, todo empezó antes de que existiese ninguna red social. A comienzos de siglo, que fue cuando se enroló en la carrera de Publicidad y Relaciones Públicas porque le pareció más creativa que Periodismo o Comunicación Audiovisual.

Tras licenciarse (¡YouTube se fundó durante su etapa universitaria!) comenzó a trabajar de lo suyo y muy atenta a un fenómeno que empezaba a despegar: el marketing online. Poco después comenzaron a surgir las primeras redes sociales (Facebook, MySpace y demás) y se convirtió en una usuaria de lo más entusiasta. Aquello coincidió con su etapa laboral en PC City, donde un jefe avispado y al día propuso a Sonia que preparara una estrategia para esas primeras redes sociales. Dicho y hecho. Es más: en sus ratos libres, Sonia también fundó una página de fans de Joaquín Reyes, el de Muchachada Nui, que gestionó con tanta habilidad que llegó a oídos del manager de la estrella, quien decidió proponer una colaboración más en serio. Algo que Sonia hizo encantada durante años. Luego llegó la aventura de Telepizza, que ocupó una década de su vida durante la cual se forjó, en el ecosistema de los gestores de redes, justa fama. ¿Y ahora? «Trabajo en el tercer sector», dice sin ofrecer más detalles. O sea:
que sigue trabajando de lo suyo. En su hobby.

2.- Corrector

Nombre: Antonio Martín
Formación: Filología Hispánica
Años de experiencia: 30 años
Nivel de ingresos: «Se puede vivir siempre que te impongas un mínimo de 25 euros por hora trabajada».

Antonio Martín

Raro es el editor que no ha escuchado hablar de Antonio Martín, fundador de Cálamo & Cran, empresa dedicada a preparar a los profesionales del lenguaje, autor de La mano invisible: confesiones de un corrector iconoclasta y uno de los principales artífices de que las labores de corrección de textos se hayan profesionalizado en España.

Se podría decir, repasando su infancia, que siempre apuntó maneras. Porque qué otra cosa puede decirse de un niño que con diez años comienza a editar un periódico clandestino en el colegio mientras dedica el resto de su tiempo libre a leer y escribir. Más tarde, con la llegada de la adolescencia, sustituyó lo del periódico por los fanzines, se apuntó a la carrera de Filología y se metió a llevar un programa en una emisora de radio independiente. En paralelo pues comenzaron a llegar, gracias a sus seres queridos y al consiguiente boca a boca, los primeros encargos laborales para corregir esto y aquello.

Al terminar la carrera, y gracias a esos pinitos laborales, consiguió trabajo en el mundo editorial. Primero aquí, corrigiendo ensayos económicos, luego allá y finalmente en la editorial Valdemar, donde fue «muy, muy feliz».

Entonces Antonio no cayó en la cuenta, pero visto con la perspectiva que otorga el paso del tiempo el mundo editorial era un auténtico berenjenal en lo que a la corrección de textos se refiere. ¿Por qué? Pues porque cada editor tenía un estilo y unas pautas propias. En otras palabras: una parte del trabajo consistía en amoldarse no tanto al texto, que eso es algo que siempre hay que hacer, sino a las maneras del editor de turno.

Se dio cuenta del percal tras fundar, en 1996 y junto a varios socios, Cálamo & Cran. Una empresa enfocada inicialmente a ofrecer servicios de corrección que derivó, por una de estas carambolas que tiene la vida, en una empresa de preparación de correctores (y, con el tiempo, también de editores y etcétera). Resulta que tras recibir un encargo mastodóntico, Antonio y sus socios decidieron reclutar a varios correctores más para poder lidiar con el encargo, que finalmente no salió adelante pero que sembró en ellos la semilla formativa. ¿Y si además de corregir montamos un curso de formación para correctores?, se preguntaron. «Como en la canción de Sabina, nos dieron la una, las dos y las tres ahí apuntando cosas… hasta que topamos con la clave: una metodología», dice. Una metodología que iba más allá de las normas; que establecía una hoja de ruta.

Tal fue el éxito de la iniciativa que hoy en día a Cálamo & Cran se la conoce precisamente por eso: la calidad de sus cursos formativos.

Pero los laureles de Antonio no terminan ahí, ya que en 2005 decidió impulsar la Unión de Correctores; una entidad independiente cuyo objetivo no es otro que pelear por la dignidad de un gremio cuyos profesionales no siempre son valorados, para desgracia de todos, como se merecen.

3.- Lingüista Forense

Nombre: Sheila Queralt
Formación: Lingüística y Traducción e Interpretación
Años de experiencia: 11 años
Nivel de ingresos: «No me quejo en absoluto; está muy bien pagado».

Sheila Queralt

Si a usted le da por hacerse una cuenta anónima en Twitter, acto seguido se pone a amenazar a alguien y ese alguien decide tomarse sus amenazas en serio, es probable que su tuit termine en el laboratorio que lidera Sheila Queralt, una lingüista forense afincada en Barcelona. «El laboratorio que dirijo, y que se llama SQ-Lingüistas Forenses, es el único de estas características que hay en España», explica Sheila. «Es cierto que la Policía tiene algunas unidades especializadas en el análisis del discurso, pero son unidades especializadas en discurso oral y nosotros trabajamos con ambos: oral y texto».

Pero… ¿qué es eso del análisis del discurso? «Mi trabajo consiste en analizar la lengua para determinar qué tipo de persona se esconde detrás de un mensaje». Es decir: Sheila y sus compañeros de laboratorio trazan, a partir de un tuit, de un mensaje de voz enviado por WhatsApp, o de lo que sea, un perfil lingüístico. «Extraemos características sociolingüísticas del autor como, por ejemplo, si es hombre o mujer, de dónde puede ser geográficamente hablando, qué tipo de estudios tiene, si habla distintas lenguas, la edad e, incluso, su área profesional», detalla. Todo eso gracias al vocabulario empleado, a la sintaxis, a las metáforas que escoge esa persona, a si comete o no errores y de qué tipo, etcétera. (No trazan, recalca, perfiles psicológicos.)

Y es probable que, si esa persona a la que ha amenazado por Twitter decide tomarse los mensajes en serio, usted tenga que llamar a un abogado. Porque aunque Sheila acepta encargos privados que normalmente tienen que ver con disputas amorosas o cuestiones comerciales, y que no suelen ir más allá, también trabaja con la Policía en casos más serios.

La pregunta es: ¿cómo termina uno trabajando en algo así? «Desde luego, yo de niña no iba por ahí diciendo que quería ser lingüista forense», recuerda Sheila. «Como me gustaban las lenguas, decidí estudiar una doble carrera, Lingüística y Traducción e Interpretación», dice. «Pero entre que no me terminaba de convencer y entre que siempre me quedó la espinita de no haber estudiado Derecho, cuando me crucé con un cartel que ofertaba un máster en Lingüística Forense me fui a hablar con su directora».
Aquella directora recibió a Sheila de buen gusto y durante el resto de la carrera le estuvo recomendando bibliografía sobre el tema. Total, que al terminar la doble licenciatura Sheila se apuntó al máster y al cabo de una semana ya estaba trabajando para la directora en el laboratorio que esta tenía en la Universitat Pompeu Fabra. Terminado aquel máster prosiguió su formación –posgrados en Criminalística, Inteligencia Criminal y demás– e hizo un doctorado. Finalmente, cuando la Pompeu Fabra desmanteló aquel laboratorio (porque falleció la directora) ella montó, en 2017, el suyo.

4.-  Traductora

Nombre: Isabel Espuelas
Formación: Traducción e Interpretación
Años de experiencia: 21 años
Nivel de ingresos: «De la traducción se puede vivir muy bien».

Isabel Espuelas

Isabel Espuelas no solo es la madrina de Trabalengua. También es una traductora de trayectoria consolidada que lleva en esto de pasar las cosas de un idioma –inglés y alemán, en su caso– a otro –el español, claro– cerca de dos décadas.

Todo empezó en el instituto. Allí fue donde Isabel perfeccionó el inglés que llevaba aprendiendo desde pequeña y donde entró en contacto con el francés. «Es entonces cuando decidí que yo quería ser filóloga», explica. Estudiar Filología Inglesa, en concreto. Sin embargo, en segundo de BUP una de sus profesoras se puso a enumerar las bondades de una carrera llamada Traducción e Interpretación, e Isabel, que escuchó la charla atentamente, decidió matricularse en eso al terminar.

Durante la carrera, que cursó en la Universidad de Castellón, Isabel apostó por el alemán –«es todo un reto, un idioma indomable, me gusta muchísimo»– y coqueteó con el ruso y el catalán. Un coqueteo que, según cuenta, tampoco llegó a más. Lo que sí fue a más fue el conocimiento de su lengua materna. «Cuando haces traducción te das cuenta de que sí, los demás idiomas son importantes, pero el tuyo lo es todavía más», dice. «Así que empecé a estudiar español concienzudamente y a cogerle el gusto mientras lo hacía». En resumen: «Se podría decir que terminé la carrera siendo una apasionada de las lenguas, en general, y de la mía en particular».

Con el título bajo el brazo acarició la posibilidad de volver a Logroño, su tierra. Pero como tenía entre ceja y ceja dedicarse a la traducción audiovisual, o sea al doblaje de películas y series, dedujo que o ponía rumbo a Madrid, o ponía rumbo a Barcelona, o ponía rumbo hacia ninguna parte. Y optó por la capital del reino.

En Madrid tocó la puerta de cada estudio de doblaje del que tenía conocimiento, que posiblemente fueran todos los que había, con escasa suerte. «Salieron algunas historias, pero era tan poca cosa que no me daba para vivir», recuerda. De modo que abrazó el pragmatismo y entró en una agencia de traducción. Allí cogió experiencia, hizo contactos y al cabo de cinco años se dio de alta en lo de los autónomos y marchó, ya sí, a La Rioja, que es donde ha ejercido de traductora por cuenta propia desde hace dieciséis años.
Isabel se dedica, sobre todo, a la traducción médica (tiene un posgrado en eso) y a lo que ella llama «traducción de vino», que es la traducción de todo lo que tenga que ver con la enología. «Es algo que viene por el lugar en el que vivo, lógicamente», explica. No obstante, si la contratan para traducir otras cosas, tampoco hay demasiado problema. Porque una cosa es la especialidad y donde uno puede partir la pana, y otra muy diferente es que no se pueda salir de la zona de confort y hacer otras cosas. Isabel, de hecho, lo hace constantemente.

Aclara, eso sí, que ella traduce del inglés y del alemán al español, «porque aunque hay personas que traducen de manera bidireccional, lo normal es traducir del idioma o los idiomas que conoces al idioma que realmente dominas». O sea: a la lengua materna.

5.- Tipógrafo

Nombre: Octavio Pardo
Formación: Bellas Artes, máster en Diseño Gráfico y doctorado en la Royal Danish Academy
Años de experiencia: 11 años
Nivel de ingresos: «Suficiente como para comprar una casa».

Octavio Pardo

De niño a Octavio Pardo le gustaba, y mucho, dibujar. Como a tantos otros niños, pensará, con razón, el lector. Pero… ¿cuántos de esos críos han acabado estudiando Bellas Artes? Muy pocos. Por aquello del pragmatismo. A dónde va uno con Bellas Artes, ¿verdad? Tienes que ser muy bueno para luego triunfar con una carrera tan… vocacional.

Sin embargo, Octavio se empeñó y sus padres accedieron: venga, Bellas Artes. «Fue ahí donde comencé a desarrollar un interés por el tema del diseño», explica. Cita a uno de sus profesores, Jesús del Hoyo, como una de sus grandes influencias y una de las personas
que terminó introduciéndole en el design thinking; una forma muy concreta, muy analítica y muy creativa de abordar los proyectos.

Al terminar la carrera, Octavio hizo lo que hace, o intenta hacer, todo el mundo: encontrar trabajo de lo suyo. Pasó por varios estudios hasta que en uno de ellos el director de arte le cambió la vida por la vía del rapapolvo. «Me dijo: Eres un buen diseñador pero no tienes ni idea de tipografía», recuerda. «Fue como un bofetón». No obstante, tras una segunda pensada, Octavio leyó la declaración de otra manera. «Lo que realmente me estaba diciendo es que había una parte de lo que yo estaba haciendo que no controlaba… y no lo controlaba porque no lo conocía», cuenta. «Así que me dije: Vale, quiero ver cómo puedo llegar a convertirme en la persona que más controle de tipografía en toda la habitación».

Dicho y hecho. Tras una búsqueda a conciencia de las mejores escuelas, Octavio hizo las maletas y aterrizó en la Universidad de Reading. Ahí aprendió lo que no está escrito sobre tipografía; a diseñarla y a utilizarla. Tras lo de Reading se presentó la oportunidad de trabajar con gente muy experta –Tobias Frere-Jones, Jean François Porchez, Veronika Burian, José Scaglione…–, tras lo cual fundó, en su Pamplona natal, un estudio junto a Elena Ramírez llamado Ashler Design. Y ahí llevan desde hace unos años.

Ellos son, por ejemplo, quienes han diseñado la nueva tipografía del Osasuna. Un proyecto que Octavio describe como «muy interesante, porque es un equipo en el que conviven el castellano y el euskera; el primero está mucho más presente en la sociedad navarra, dado que el euskera solo se habla en zonas muy concretas, ¡pero el propio nombre del club está en euskera!». La idea, en fin, era «mezclar ambas realidades logrando un equilibrio, también por las connotaciones políticas subyacentes». Un proyecto, en fin, con una carga de personalidad muy fuerte y pensado para acercarse (todavía más) a la afición.

¿Otros clientes de envergadura? Google, Porcelanosa o Sra. Rushmore, por citar tres ejemplos. No obstante, Octavio aclara que también trabajan con emprendedores locales. Lo más importante es ver qué necesidades arrastra tal o cual proyecto… y si se pueden abordar desde el diseño y la tipografía. A partir de ahí, a trabajar.

6.- Locutora y actriz de doblaje

Nombre: Remedios Márquez
Formación: Comunicación Audiovisual
Años de experiencia: 46 años
Nivel de ingresos: «Me apaño».

Remedios Márquez

Todo empezó hace mucho, mucho tiempo. Cuando Remedios, con siete años, comenzó a leer absolutamente todo lo que se cruzaba delante de sus ojos en voz alta. Incluidas las vallas publicitarias sitas a pie de carretera. «Las iba leyendo desde el coche, en voz alta, y mi familia, aburridísima, decía «pero, por favor, que se calle ya la niña»». Lo recuerda partida de la risa.

Al cumplir la mayoría de edad llegó la edad, valga la redundancia, de decantarse por una ‘profesión universitaria’. «A mí me gustaba mucho la interpretación, pero claro, en aquel entonces el mundo de la interpretación era muy inestable y a mi familia no le gustaba mucho la idea», dice. De modo que terminó estudiando en la Facultad de Ciencias de la Información lo que antes era la carrera de Radio, Televisión y Cine y que ahora es Comunicación Audiovisual. Llegó a sus pasillos con la mente bastante abierta, pero pronto empezó a hacerle tilín la radio y en tercero de carrera se presentó la gran oportunidad: alguien comentó que la Cadena SER había firmado un convenio con una caja de ahorros, según el cual seleccionarían a una quincena de alumnos de tercero con el objetivo de que realizaran unas prácticas de un año de duración.

Remedios se presentó en las oficinas de la SER con el formulario, pero las dudas del último momento hicieron que cambiara de opinión. Sin embargo, una persona que iba con ella, al ver que iba a hacer trizas el formulario y volver por donde había venido, se puso toledana y evitó la retirada. «A los pocos días me llamaron para comunicarme que estaba pre-seleccionada y me citaron para unas pruebas», recuerda. Las superó –eran improvisaciones de voz, amagos de entrevista sobre la marcha y etcétera– y se sumó a los otros catorce alumnos seleccionados en el gabinete de estudios de la emisora. Un lugar conocido como el Pandemonium. Y ahí aprendieron a hacer, como quien dice, radio.

Remedios no tardó en destacar por sus locuciones. Y, como suele pasar, una cosa llevó a la otra y en no demasiado tiempo comenzó a hacer sus pinitos en la industria del doblaje. Que, ojo, no es lo mismo. «Son campos totalmente distintos; en ambos se requiere una gran preparación actoral, sí, pero yo al locutar no tengo la visión de una imagen y por eso la construyo con mi voz», aclara antes de añadir que «en el doblaje hay un ‘muñeco’ que ya lo está diciendo y por eso tienes que mimetizarte con el actor que tienes en pantalla». Es decir: que al hacer doblaje el nivel de interpretación es más amplio.

Fue precisamente el doblaje lo que abrió las puertas del mundo de la publicidad y esa combinación la que ayudó a que aterrizara, en los años 90, en Televisión Española, donde estuvo hasta el 2010, cuando dejó la tele como tal para volver a centrarse en el doblaje, en la grabación de documentales y en poner la voz en algún que otro reality.

7.- Informático

Nombre: Antonio del Saz
Formación: Informática
Años de experiencia: 35 años
Nivel de ingresos: «No me puedo quejar».

Antonio del Saz

Antonio del Saz es admirador de Gustave Eiffel, el ingeniero francés que alcanzó fama mundial con la torre que lleva su nombre. «Me gusta mucho la idea de la construcción sucesiva», explica. «Ese proceso que consiste en establecer primero una base que va creciendo y creciendo, hasta que al final queda una obra fantástica».

Precisamente así, Eiffel, es como Antonio llamó a la herramienta informática que se le ocurrió crear a principios de la década de los 90 y que sedujo, casi de forma inmediata, a los grandes grupos editoriales dedicados a la publicación de diccionarios.

«Yo venía de trabajar en una empresa de servicios editoriales en la que se traducían manuales», cuenta. Dicha empresa consiguió, en un momento dado, un contrato de la Comisión Europea para traducir un banco de datos enorme a los idiomas de los países miembros. «Creamos una pequeña herramienta de edición terminológica, respetando la ficha original, para que el griego pudiese pasarla al griego, el finlandés al finlandés, y así».

Ese tipo de experiencia, dice, es la que le puso en contacto con eso que llaman «procesamiento del lenguaje». Toquetear la terminología, trastear con las palabras y esas cosas. De ahí surgió Eiffel; y con Eiffel llegó el éxito.
«En aquel momento Ediciones SM estaba buscando una herramienta para poder editar sus diccionarios y a mí se me encendió la bombillita», recuerda. Una bombillita que, resumiendo, consistió en lo siguiente: crear una herramienta informática que permitiese editar diccionarios utilizando «un procesador de textos de andar por casa» muy parecido al Microsoft Word. En otras palabras: ahorró mucho trabajo de maquetación a los lexicógrafos y, con ello, abarató tremendamente los costes de publicación. (A la imprenta ya solo había que acudir al final del proceso.) Tan es así que tras SM otros grupos editoriales –Anaya, Larousse– y hasta universidades como la de La Laguna solicitaron los servicios de Eiffel.

Una vez convertido en el informático al que recurrir a la hora de poner en marcha un diccionario, llegó, años después, la siguiente fase: la web. «Me inventé un algoritmo de semejanza fonética en castellano», cuenta, «así que si ponías ‘aya’ en el buscador te encontrabas ‘halla’ del verbo ‘hallar’, ‘haya’ del verbo ‘haber’ y demás». Fue otra revolución en ese mercado editorial y otro éxito personal.

Con una trayectoria semejante, cabría pensar que Antonio sigue siendo el informático de cabecera de todos esos grupos editoriales, la RAE y quien se tercie. Pero no. Porque, como él mismo explica, con la llegada de la gratuidad cibernética se ha terminado el mercado de los diccionarios. «Hombre, sigo pendiente de la industria del lenguaje y me mantengo al día en algunas tendencias como la computación cuántica», cuenta, «pero llevo ya tiempo trabajando en consultoría». Es lo de siempre: dedicarse íntegramente a lo que nos apasiona está muy bien, pero luego llega el final del mes y con él una avalancha de facturas que conviene pagar. Resumiendo: que si hoy te dedicas a lo que él se ha dedicado durante cerca de tres décadas «estás, básicamente, jodido».

8.- Intérprete de conferencias

Nombre: Fernando Hoyos
Formación: Traducción e Interpretación y máster en Interpretación de Conferencias
Años de experiencia: 7 años
Nivel de ingresos: «No me preocupa comprar más libros de los que podré leer jamás».

Fernando Hoyos

Cuenta Fernando que una de las peores cosas que a uno le pueden pasar cuando está en una cabina realizando una interpretación simultánea es que alguno de los oradores a los que estás traduciendo se venga arriba y suelte una broma. «Hay que tener mucho cuidado porque el humor es algo que depende enormemente del contexto cultural», aclara. Y claro: a ver cómo traduces el clásico chascarrillo simpaticón que nadie entiende allende los Pirineos. O peor: a ver qué haces cuando, ante una traducción literal del bromazo, el interlocutor, que obviamente ha malinterpretado el asunto, se lo toma a la tremenda.

Otra situación peliaguda se da cuando un intérprete se queda en blanco. «Como trabajamos en parejas lo que haces cuando te ocurre algo así es apretar un botoncito para silenciar tu micrófono y entonces dices la palabra en alto, dentro de la cabina, a ver si tu compañero te puede echar un cable», cuenta. Pero claro, esa situación le es totalmente ajena al orador, que como no se ha enterado del percance sigue a lo suyo. «Lo que se hace es seguir interpretando y en cuanto se pueda pues introducir la palabra o la frase que se te ha pasado anteriormente… sin que quede forzado, claro».

Puesto de otro modo: la de intérprete de conferencias parece una profesión tan estresante como la de controlador aéreo o, apurando, como la de Navy SEAL. Con lo cual la duda es: ¿cómo le ha dado a Fernando por ejercer, y además por ejercer en Bruselas?
Por lo visto, todo empezó en la adolescencia. «Mi hermano también es intérprete de conferencias y mi madre era filóloga de Lenguas Clásicas, así que a mí lo de las lenguas me viene desde pequeñito», dice. Por eso estudió la carrera de Traducción e Interpretación y empezó a hacer pequeños bolos al terminarla. Como autónomo, evidentemente (y «malamente»). Luego cayó algo ya casi obligatorio en los tiempos que corren: un máster. En su caso, un máster de Interpretación de Conferencias impartido en la Universidad de La Laguna. En aquel entonces, y hablamos del año 2010, Fernando contaba con el castellano, evidentemente, con el inglés, con el francés y con el alemán.

Lo que vino tras el máster fue, como él dice, «un paréntesis». Un puesto como responsable de comunicación del Ayuntamiento de Madrid para UPyD durante tres años, más un año adicional como asistente parlamentario en Bruselas. Fue en la capital europea donde, pese a vivir con mucha comodidad, llegó a la conclusión de que la vocación era la vocación y por lo tanto inevitable. «Decidí dar un salto al vacío, dejar mi contrato y mi sueldo, y montarme de nuevo como autónomo», explica.

Afortunadamente, le fue bien. Hoy vuelve a ser un freelance que trabaja tanto para las instituciones europeas –el Parlamento, la Comisión y el Tribunal de Justicia– como para lo que él llama «el mercado privado», donde hay desde empresas hasta organismos como la Organización Mundial de Aduanas. Y a los cuatro idiomas ya citados hay que añadir el italiano y el portugués. Fernando traduce –interpreta– desde todos esos idiomas al castellano, y también desde el castellano al inglés. Eso sí: a poder ser sin bromas, por favor.

9.- Escritora

Nombre: Bibiana Candia
Formación: Filología Hispánica (no acabó)
Años de experiencia: 10 años
Nivel de ingresos: «No lo suficiente».

Bibiana Candia

Azucre, una novela que relata el viaje a Cuba de un puñado de gallegos allá por 1853, se está vendiendo como rosquillas (a la hora de escribir estas líneas roza la quinta edición). Teniendo en cuenta que solo lleva seis meses en librerías, que la publica una editorial independiente –Pepitas de Calabaza– y que la autora, Bibiana Candia, es una desconocida sin padrino en la industria literaria española, el mérito, estaremos de acuerdo, es notable.

La idea de Azucre aterrizó en la mente de Bibiana durante los últimos días de verano del 2017. El trabajo de documentación (la historia está basada en hechos reales) terminó casi un año más tarde y, a partir de entonces, se puso a escribir. «Pasé otro año probando y probando, pero no conseguía dar con el tono», explica. Tecleaba sobre una treintena de páginas, leía lo que había parido… y ¡ras!; vuelta a empezar.

«La estructura la tenía bastante clara desde el principio, el problema era el lenguaje», dice antes de pasar a explicar algo muy interesante: «hay una parte del proceso de escritura que es pura ingeniería; partes de una serie de normas y a partir de esas normas afrontas problemas para los cuales debes construir una solución». En su caso, la solución fue acuñar un narrador híbrido que entrara y saliera de la historia a conveniencia mientras las voces de los protagonistas –aquellos gallegos– se cruzaban con la suya. El resultado, ya lo verá quien se haga con la novela, es una gran coreografía en castellano repleta de galleguismos.

Azucre no es su primera obra. A sus 44 años, Bibiana, que firma artículos, reportajes y entrevistas de índole cultural en varias revistas, ha publicado dos libros de poesía, un libro de relatos titulado El pie de Kafka y un relato metaliterario titulado Fe de erratas. Pero sí es su primera novela. Existen dos intentos previos en un cajón, que igual se quedan ahí para siempre o igual no, ya se verá, y nada más. Porque, según cuenta, para poder acometer una novela hay que tener un método. Es decir: la madurez literaria suficiente como para saber traducir lo que navega por la mente. Y esa madurez literaria, salvo que uno sea como esos genios que empiezan a firmar obras de arte antes de cumplir la mayoría de edad, se alcanza, lógicamente, con el paso del tiempo y múltiples intentos que, como en su caso, no siempre ven la luz.

Suena a cliché, pero en el caso de Bibiana es cierto: siempre, desde que se topó con los versos de Rosalía de Castro en el colegio, quiso ser escritora. Claro que eso de ser escritora… ¿cómo se hace? «Es que no hay una manera, ¡es algo muy raro!», exclama entre risas. El primer gran empujón lo recibió en la universidad, tras presentarse a un certamen literario del que salió vencedora (en la categoría de poesía) y finalista (en la de relato). Algunos de sus profesores, viendo cómo escribía, la animaron a intentarlo en serio. Y aquí está: documentándose, en el momento de este perfil, para su siguiente novela. Una historia sobre la que, de momento, nadie sabe nada. Salvo ella, claro.

10.- Psicoanalista y psicoterapeuta

Nombre: Javier Montejo
Formación: Psicología
Años de experiencia: 35 años
Nivel de ingresos: «Desahogado… trabajando mucho».

Javier Montejo

Aquí casi nadie viene a pedir un psicoanálisis», explica Javier Montejo, psicoanalista de larguísima trayectoria, a la hora de argumentar por qué también se considera psicoterapeuta. «¿La gente por qué viene? Pues porque tiene problemas, está angustiada, deprimida, no puede con su vida… y ha escuchado que aquí hay alguien que se encarga de esas cosas». A la mayoría de personas que se encuentran en ese estado les da igual, en fin, cómo se llama el tratamiento en cuestión. «Lo que buscan es ayuda», sentencia.

Javier lleva ayudando a la gente desde 1986. Ese año acabó la carrera de Psicología y poco después estaba haciendo las maletas para marcharse a un pueblito de Castilla-La Mancha, concretamente de la provincia de Toledo, donde la médico local había requerido un especialista en salud mental. «Era cuando estaba empezando a esbozarse la red de servicios sociales y allá que me fui con una subvención», cuenta.

Fue en Castilla-La Mancha, precisamente, donde empezó su formación como psicoanalista. (El psicoanálisis no está bien visto en muchas facultades de Psicología y, por lo tanto, no se imparten demasiadas asignaturas al respecto, así que normalmente la formación de los psicoanalistas comienza una vez terminada la carrera, mediante posgrados y siendo objeto, ellos mismos, de su propio proceso analítico). Y también fue allí, en ese pueblito, donde asumió su compromiso con lo público.

Pasados cuatro años, Javier cambió de escenario y se trasladó a la Sierra Norte de Madrid. En aquella época, en torno a 1990, se estaba empezando a montar, en la mancomunidad que va desde El Molar hasta Somosierra, la red de servicios sociales pertinente. Javier recuerda aquella etapa con cariño pese a las dificultades del lugar (no había móviles y, por no haber, no había ni autovía, con lo cual si empezaba a nevar y no salías zumbando estabas vendido). «Fue un trabajo muy bonito, muy creativo, porque había que montar todo aquello y eran más de cuarenta municipios», cuenta. «Allí me dediqué, sobre todo, a asesorar a los trabajadores sociales y a la creación de programas».

La aventura de la Sierra Norte duró un par de años. Durante ese tiempo montó, también, una consulta privada que compaginaba con todo lo demás. Sin embargo, en el sector público empezaba a estar harto de tener que saltar de contrato temporal en contrato temporal. Por eso decidió opositar y sacarse una plaza en la Comunidad de Madrid. Su primer trabajo fue en un centro ocupacional para personas adultas con discapacidad. De entrada, no le entusiasmó aquello, pero porque él tenía otras ideas en mente. No obstante, pronto le vio su aquel porque ese trabajo «fusionaba lo clínico con lo social, y esos siempre han sido mis dos grandes intereses».

Actualmente, Javier trabaja en un centro base de la capital realizando valoraciones a discapacitados. (Además, claro, de atender su consulta privada). La vocación por lo público ha impedido que tire la toalla a pesar de que las cosas están cada vez peor. «El trabajo cada vez es más burocrático y aunque se podrían hacer muchas cosas, la estructura del sistema impide que las hagas», se lamenta. Si la queja suena familiar es porque describe el pan nuestro de cada día de tantos y tantos funcionarios comprometidos con el Estado.

11.- Profesora de español con fines profesionales

Nombre: Pilar Valero
Formación: Grado de español: Lengua y Literatura
Años de experiencia: 7 años
Nivel de ingresos: «Me va bien, pero porque tengo cien mil cosas».

Pilar Valero

La filosofía de vida de esta profesora de 29 años enmarcada en esa disciplina llamada Español como Lengua Extranjera, o ELE, se puede resumir en: suma, diversifica y sigue. Lejos de hacer lo que tanta gente hace, especializarse en busca de su nichito, Pilar, que estudió en la Universidad de Castilla La-Mancha y se enamoró de la enseñanza del español a extranjeros gracias a un curso de verano en Toledo y a un Erasmus en Croacia, va en dirección contraria. Ella se dedica a fusionar conocimientos, experimentar y «tejer una tela de araña que cada vez abarca más cosas». Y más gente. Puesto de otro modo: Pilar se dedica a expandir unos horizontes cada vez más amplios.

Por eso cuando se le pregunta que a qué se dedica contesta que a tres cosas. (Al finalizar la conversación recalca que, en realidad, tampoco son tan distintas. El lector juzgará).
Por un lado, a la enseñanza del Español con Fines Específicos, que es algo que se conoce como EFE y que cada vez va a más. ¿En qué consiste esto del EFE? Pues consiste en enseñar un idioma relacionándolo con un oficio concreto. Pongamos por caso un asistente sanitario alemán. Antes, si quería aprender español por motivos profesionales, este enfermero alemán iba a la academia de su barrio, se matriculaba en un curso de español general y empezaba a estudiar la lengua. Hoy, en cambio, puede optar a cursos de español enfocados en la asistencia sanitaria. Por el otro, Pilar acaba de montar, junto a una colega llamada Ana Carballal Broome, una empresa llamada Small Wide World especializada en «diversidad lingüística y cultural». Es decir: una empresa que ayuda a otras compañías a desarrollar la comunicación en entornos multiculturales. «Lo que hacemos es dar cursos a gente como, por ejemplo, la que integra el departamento de recursos humanos de una universidad», explica Pilar. Gente, en fin, que tiene que tratar en un ambiente profesional con personas de muchos lugares y gente, por tanto, a la que no siempre le basta con entenderse sino que, además, quiere hacerlo de manera coherente y respetando las normas no escritas de otra cultura. Un ejemplo paradigmático se encuentra en cualquier restaurante neoyorquino, cuando el camarero te pregunta si quieres algo más y tú, que eres un español de pura cepa en modo bareto, contestas que sí, más agua, gracias, en lugar de sumergirte en el océano de condicionales que rigen las buenas formas anglosajonas («me encantaría poder beber un poco más de agua si no hay inconveniente, por favor»).

De todas formas, Pilar aclara que, precisamente por ese enfoque multicultural, sus servicios también sirven a compañías cuyo personal no necesariamente tiene que dirigirse en otro idioma a nadie, pero sí debe tratar con gente de un lugar diferente. Chilenos lidiando con mexicanos y tal. Cosas así. O, directamente, a compañías cuyo personal sabe pedir una caña en el bar de la esquina pero quizás no enviar un e-mail formal.

En tercer lugar, Pilar se dedica al Español como Lengua Extranjera –el citado ELE–, pero destinado a los niños. Y lo hace como parte de un programa que el Instituto Cervantes ha puesto en marcha para acercar el castellano a los colegios de la capital germana.

12.- Abogado de familia

Nombre: Elena Zarraluqui
Formación: Derecho
Años de experiencia: 28 años
Nivel de ingresos: «Me va bien».

Elena Zarraluqui

Tú coges una coctelera y empiezas a meter todo dentro: hijos, trabajo, tu casa, los ahorros… luego lo mueves y eso es un pleito de familia». El autor de la frase es el famoso abogado Luis Zarraluqui y quien la recuerda es su hija Elena, que también se dedica, desde hace casi tres décadas, al derecho de familia. Su padre, dice, tiene más razón que un santo.

Por eso el derecho de familia es tan delicado si lo comparamos con, qué sé yo, un contencioso sobre patentes. Porque la clientela se está jugando, normalmente, una parte sustancial de su vida… cuando no toda. Además, y a diferencia de un conflicto sobre patentes, el derecho de familia conlleva la obligación de conseguir no ya la simpatía sino la empatía de quien te está juzgando. Hay una parte probatoria, qué duda cabe, pero muchas veces el feeling es una variable importantísima. Conseguir, en fin, que el juez de turno se crea tu versión de los hechos y no la que esgrime la parte contraria. Y ahí la oratoria del letrado es tan fundamental como el conseguir que su cliente descarte su minuto de gloria («todo el mundo quiere explicar su visión de las cosas y normalmente es una metedura de pata»).

Elena lleva en esto desde principios de los 90. Creció rodeada de juristas (su abuelo, otro Luis Zarraluqui, abrió su despacho en 1927) y, aunque de joven no sentía una vocación desmesurada, decidió estudiar Derecho tras una reflexión paterna. «Estuve a punto de dejarlo 32 veces porque la carrera me espantó», cuenta, «pero como mi padre tenía el despacho empecé a hacer prácticas y el ejercicio sí me gustó».

Tras licenciarse puso rumbo a Europa. A ver cómo lidiaban con los pleitos familiares los abogados británicos —estuvo en Londres— y franceses —también en Lyon—. Aquella experiencia, que combinó con una estancia de varias semanas en Nottingham acompañando a un juez local («me permitió ver el otro lado»), duró un par de años y sembró en ella la semilla del derecho de familia a escala internacional. (Me recibe, de hecho, tras finalizar una conference call con alguien en Suiza).

Al regresar se colegió y entró, ya formalmente, en el despacho de su padre. «Estaba pegada a él como una lapa; que iba a dar una clase, yo iba con él; que iba a dar una conferencia, yo estaba; que iba a tal, ahí andaba yo», dice. Lo que ocurre es que la figura paterna era un arma de doble filo. Por un lado, aportaba un apellido de gran prestigio en el mundo del derecho de familia, pero por el otro, claro, alguien podía pensar que Elena estaba donde estaba no por méritos propios sino por ser la niña de papá. «Tenía que demostrar que yo no era aquella niña de papá, y por eso curré como la que más».

Hoy en día tiene su propio despacho, Elena Zarraluqui Abogados (no hay que confundirlo con Zarraluqui Abogados, que es el despacho de su hermano). También ha pasado por el Colegio de Abogados de Madrid y es parte de una asociación internacional llamada International Academy of Family Lawyers, IAFL, donde ocupó un asiento en el comité de dirección.

13.- Escritor, bloguero y divulgador

Nombre: Alfred López
Formación: Nada que ver con su profesión
Años de experiencia: 10 años (como autónomo) y 15 años (desde que comenzó el blog)
Nivel de ingresos: «Por debajo de lo que me merezco».

Alfred López (Foto: Esteve Llanes)

Cuál es el origen de las rebajas? Cuenta la leyenda que todo viene de la disputa comercial que hubo en pleno franquismo entre Galerías Preciados y El Corte Inglés. Sin embargo, esa respuesta es incorrecta. Los orígenes hay que buscarlos en Estados Unidos durante la Gran Depresión, cuando varias empresas unieron fuerzas para intentar remontar el vuelo.

La historia, bien explicada y llena de nombres, apellidos y fechas, la contó hace una década Alfred López en un blog, el suyo, llamado Ya está el listo que todo lo sabe y que todavía puede encontrarse en la página del diario 20 Minutos. «En realidad, yo empecé con el blog por mi cuenta, pero se fue haciendo más conocido y, en un momento dado, empezaron a llamarme desde los medios de comunicación para apalabrar colaboraciones», relata.

Aunque la bitácora sigue activa, de un tiempo a esta parte nuestro protagonista ha empezado «a petarlo», como diría cierta juventud, en las redes sociales. Concretamente, en una que nadie asociaría, así a primera vista, a la divulgación cultural: TikTok. Sí, exacto: la red social de los vídeos cortos en la que aparece gente bailando y haciendo, en líneas generales, pargueladas. Pues bien: allí Alfred tiene, bajo el nombre de @curiosisimo, cerca de 230.000 seguidores y sus vídeos, en donde cuenta el origen de la expresión «matar dos pájaros de un tiro» o de dónde viene el término «ring» a la hora de referirnos a un cuadrilátero de boxeo, atesoran más de dos millones de likes.

«Los primeros segundos son fundamentales», explica. «O captas la atención de los chavales en el inicio o los pierdes». Y si los pierdes, mal negocio, porque el algoritmo registra a quién no le ha interesado tu vídeo y por la pantalla de esa persona no vuelves a aparecer. Por eso, también, los vídeos de Alfred son tan cortos; porque aunque TikTok ha permitido a los divulgadores como él un máximo de tres minutos por grabación (los usuarios corrientes solo pueden alcanzar el minuto), los vídeos largos, o ‘largos’, no casan con la chavalería actual, tan acostumbrada a ir enlazando estímulos a una velocidad de vértigo. Dicho en plata: que si se enrolla, pierde el interés del público.

Evidentemente Alfred, que tiene 56 años, jamás pensó en dedicarse a la divulgación cultural en redes sociales. La mayor parte de su vida la ha pasado trabajando como todo hijo de vecino, primero en el sector público y luego en el privado. «Es cierto que a mí siempre me ha encantado curiosear y descubrir el origen de las cosas», dice, «y en particular el origen de las palabras o expresiones que todavía utilizamos al día de hoy». Pero aquello era, pues eso, una afición. Un hobby como puede ser la recogida de setas o el aeromodelismo.
Sucede que después de tantos años leyendo sobre curiosidades tuvo la idea del citado blog. Y desde entonces, seis libros y tropecientas intervenciones en prensa después, pues ahí está: enriqueciendo el bagaje cultural de los chavales donde estos menos se lo esperan.

14.- Guionista

Nombre: Indiana Lista
Formación: Estudios Ingleses
Años de experiencia: 4 años
Nivel de ingresos: «Ahora cómodo, pero con un ojo (o dos) en el futuro».

Indiana Lista

Entre las novedades anunciadas por Netflix hace unas semanas se encuentra una película de sinopsis agobiante. A saber: una inmigrante embarazada se cuela en un container marítimo para escapar de la guerra pero, ay, en pleno viaje una tormenta lanza el container al mar y… hasta aquí se puede contar. La película se llama Nowhere y el guion pertenece a un chaval español llamado Indiana Lista. «Mis padres me llamaron así por las películas», recuerda Indiana entre risas. Las de Indiana Jones, se entiende. «Con ese nombre cómo no iba a dedicarme a esto».

Indiana creció en Bélgica y quiso ser lo que es desde que descubrió, a una edad muy temprana, la literatura anglosajona. Y no solo las novelas; también el teatro. «Leía a Shakespeare, a Tennessee Williams, a Faulkner, a Joyce», cuenta. «Los anglosajones se venden muy bien pero, aun así, su literatura me parece la mejor del mundo».

Por eso cuando hubo que elegir carrera universitaria optó por cursar Estudios Ingleses en la Complutense. «Mucha gente escoge esa carrera para ver si así mejora su inglés», explica, «por eso no la disfrutan». Sin embargo, él llegó con los deberes hechos y pudo dedicarse a saborear la experiencia sin contratiempos idiomáticos. De ahí pasó a la Carlos III, donde se ofertaba un máster de lo suyo, escribir guiones, con la posibilidad de realizar prácticas. Algo raro en aquel entonces.

Nuestro protagonista iba como una flecha. Consumidor voraz de cultura anglosajona, graduado en Estudios Ingleses, un máster en escritura de guiones y ganas, muchas ganas. ¿Qué podía salir mal?

Pues, como casi siempre, la realidad. Indiana cuenta que vender un guion es el equivalente a que te toque la lotería. Por eso, a la vista del percal y de que en esta vida hay que pagar facturas, cogió las de Villadiego y acabó en una escuela universitaria próxima a Nueva York dando clases de español. Fue allí donde escribió Nowhere y otros tantos guiones durante sus ratos libres. Guiones que acabaron donde suele acabar el 99 % de los que se escriben: en un cajón, a la espera de que alguien muestre interés.

«No tardaba mucho en redactarlos», dice. «Es cierto que es un estilo propio, único incluso, porque todo está escrito en presente simple y solo hay pasado en los diálogos», explica. Además —añade— hay que pensar en cuánto le va a costar a una hipotética productora lo que estás contando. Pero una vez tienes la idea es cuestión de semanas.

Finalmente, en el verano del 2021, le tocó la lotería. A través de una productora española, Netflix puso el dinero encima de la mesa para convertir Nowhere en una película. Gracias a eso ha dejado de dar clases —regresó a España en el 2018 e impartía inglés a través de Vaughan— y se ha puesto a mover el resto de sus escritos. Porque esto es como todo: en cuanto te compran algo es más fácil seguir vendiendo.

15.- Agente literaria

Nombre: Laure Merle d’Aubigné
Formación: Derecho y Filología Alemana
Años de experiencia: 35 años
Nivel de ingresos: «Es bastante regular y no entiendo por qué, pero se puede vivir bien».

Laure Merle

Laure Merle iba encaminada a ser juez de menores en Francia, su tierra natal. Por eso estudió la carrera de Derecho. Sin embargo, cuando llegó el momento de sumergirse en las oposiciones para el cargo apareció un español del que se enamoró… y con el que terminó marchándose al terruño.

Pero era 1985 y el panorama en España no invitaba al optimismo. La década de 1980 no fue particularmente apacible, por muchos motivos, y la falta de trabajo no ayudó a aliviar tensiones. Al contrario. De hecho, era una de las principales preocupaciones de los gobernantes del momento (entre 1985 y 1986 se registró una máxima en lo que a desempleados se refiere, solo comparable a las máximas registradas en 1994 y 2013).

Con lo cual, a nadie le resultará raro saber que Laure no encontró trabajo nada más llegar. Consiguió sacar algo de dinero impartiendo clases de francés, sí, pero tampoco era gran cosa, y la alternativa que se había planteado, embarcarse en una tesis doctoral relacionada con el lenguaje y la lingüística, una de sus pasiones, tampoco terminó de cuajar. Todo parecía indicar, en fin, que el capítulo español iba llegando a su fin. Pero entonces ocurrió una de estas casualidades que nos regala la vida: Laure se topó con el anuncio de una agencia literaria llamada A.C.E.R. que requería los servicios de una secretaria.

«Lo que buscaban era una secretaria que hablara inglés», recuerda Laure entre risas. «Y yo contesté sin tener muy buen inglés». Pero si bien el inglés no era su fuerte, los responsables de la agencia se encontraron con una persona que hablaba castellano, francés y alemán (gracias a su segunda carrera: Filología Alemana) y que, además, tenía conocimientos de Derecho. Algo que en una agencia literaria, donde raro es el día en el que no hay que negociar, redactar, modificar o firmar contratos, cotiza al alza.

En apenas unas semanas Laure pasó del puesto de secretaria a trabajar en el departamento de francés de la agencia. (Un paréntesis aclaratorio: A.C.E.R. es una agencia que, además de contar con varios autores españoles en su haber, representa a autores franceses, alemanes y anglosajones en el mercado del español y del portugués). Y de ahí, pocos años después, a dirigir la agencia.

Hoy por hoy A.C.E.R. cuenta con seis empleados. Laure, que sigue siendo la directora, se encarga de la cartera de autores españoles y de supervisar los departamentos de francés y de alemán. Del departamento de inglés se encarga una socia que domina ese mercado y, por último, hay dos personas centradas en unas labores administrativas que deben de ser tela marinera debido a la cantidad de pagos internacionales que hay que realizar.

En líneas generales, Laure está satisfecha. Es cierto, dice, que la crisis del 2008 ha dejado muy tocado al sector y el trabajo, que siempre fue complicado, sigue siendo, en ocasiones, de arrancapescuezo. Pero también aclara que no por eso deja de ser un trabajo harto bonito y, especialmente cuando las cosas salen bien, francamente satisfactorio.

16.- Lingüista computacional

Nombre: Elena Álvarez Mellado
Formación: Lingüística
Años de experiencia: 11 años
Nivel de ingresos: «No te metes en lingüística para hacerte millonario».

Elena Álvarez Mellado

Cuando Elena Álvarez Mellado se asomó al bachillerato, no sabía muy bien qué hacer. Por un lado, le encantaba la biología. Por el otro, la literatura y –sobre todo– la lengua. Pero, claro, no podía tener todo. «Al final tiré por ciencias un poco por esa inercia que dice que si escoges humanidades vas a terminar en la cola del paro», recuerda. La misma inercia que la llevó, a la hora de elegir carrera, a matricularse en Medicina.

Sin embargo, al llegar tercero de carrera Elena decidió dar un golpe de timón. Seguía con la espinita de la lengua clavada —«la parte de sintaxis y tal»— y se lanzó a la piscina. Abandonó la facultad de Medicina y se trasladó a la de Filología con el objetivo de estudiar Lingüística.

Antes de seguir, un paréntesis para aclarar una cuestión. Culturalmente, explica Elena, entendemos la lengua y la literatura como dos partes de un todo. Dos disciplinas que van juntas. (De hecho, en muchos planes de estudio han ido de la mano). «Sin embargo, a mí, como lingüista, ese matrimonio me extraña un poco», dice. «Es como juntar las bellas artes con la química por el mero hecho de que los pinceles se limpian con aguarrás». En otras palabras: aunque es consciente de que no todos sus colegas estarán de acuerdo, Elena sostiene que a lo largo del siglo XX la lingüística se ha alejado de la filología al tiempo que se ha acercado a la ciencia cognitiva, la psicología, la psicolingüística, la neurociencia y todas esas áreas destinadas a entender el lenguaje como una facultad humana. Cerramos paréntesis.

«Cuando entré en lingüística creía que la parte que más me iba a interesar era la de la enseñanza, el estudio de la gramática y todo eso, pero me encontré, por casualidad y sin esperarlo, con una asignatura de lingüística computacional», cuenta. Elena, que no había programado en su vida, se adentró en aquella asignatura, llamada Introducción a la Programación, con reservas. «Es más: odiaba los ordenadores, no tenían nada que ver conmigo y no me interesaban nada de nada».

Y de repente sucedió. Un flechazo. «Recuerdo que pensé que aquello era de las cosas más bonitas que había visto en la vida», cuenta. «Me flipó programar y me flipó, sobre todo, aplicar esas herramientas a construir gramáticas». Es decir: enseñar lengua a los ordenadores y que esa enseñanza tuviese un componente tan práctico. «Me dije: a ver si resulta que este es mi lugar».

Parece que sí, que lo es. Elena cogió todas las asignaturas posibles relacionadas con la lingüística computacional, lo cual selló aquel flechazo inicial, y al terminar la carrera se puso a trabajar como lingüista computacional en el sector privado, también en la Fundéu, hasta aterrizar en la UNED, donde la becaron para ir a Estados Unidos.

Allí, en la primera potencia del mundo, ha estado desde el 2018 hasta el pasado verano. Y fue precisamente allí, en Estados Unidos, donde comenzó Observatorio Lázaro, un proyecto dedicado a monitorear los anglicismos que utiliza la prensa española y que ha terminado convirtiéndose en su tesis doctoral.

17.- Locutor

Nombre: Julio López
Formación: Periodismo
Años de experiencia: 28 años
Nivel de ingresos: «Lo suficiente como para vivir tranquilo».

Julio López

Julio López es una de las voces institucionales de la Cadena SER. Esto es: una de las voces que anuncia las producciones de la emisora, que anuncia qué esperar en tal o cual programa y que, si hay que promocionar algo, pues lo promociona. Puesto de otro modo: la voz de Julio López es la voz que acompaña todos los días a millones de españoles.

Su historia, eso sí, comenzó en un lugar muy diferente: la discoteca madrileña que se ubicaba en los bajos del edificio Windsor y que, consecuentemente, tenía el mismo nombre. Julio trabajaba en ella como DJ y, por lo visto, sus labores también incluían realizar la presentación del espectáculo de la noche. Fue precisamente durante una de esas noches cuando alguien le dijo que tenía una voz muy adecuada para «hacer grabaciones» y que por qué no se lo planteaba.

Total, que Julio se lo planteó y al cabo de no mucho tiempo, cuando un amigo le comentó que la Cadena Dial estaba haciendo pruebas de locución, se presentó a un casting del que salió con un puesto de trabajo bajo el brazo. Pronto pasó de la Cadena Dial, que era del Grupo Prisa, a Radiolé, una emisora eminentemente musical, también propiedad del mismo grupo. Según cuenta, fue estando en Radiolé cuando alguien en la SER cayó en la cuenta de la voz que tenía y le invitó a sumarse al equipo de Gran Vía como parte del grupo dedicado a las promociones. De aquel comienzo hace ahora casi dos décadas.

Sin embargo, una cosa es grabar promociones publicitarias en la SER y otra muy distinta ser una de las voces institucionales de la emisora más escuchada de España. Es, digamos, un salto importante. Y Julio pudo dar ese salto gracias… a la televisión.
«Un día me presenté en TVE a un casting para grabar documentales en la segunda cadena y a las pocas semanas me llamaron», explica. Eso, añade, fue lo que abrió un enorme abanico de oportunidades —destaca la importancia y el caché que otorgan los documentales sobre la Segunda Guerra Mundial— y lo que, en última instancia, le permitió aspirar a ser la voz que escuchan a diario tantísimos españoles.

Todo lo anterior —la trayectoria de Julio— no despeja, sin embargo, una duda. ¿Cómo lo hace? O sea, ¿con esa voz se nace o…? Parece que, en líneas generales, sí: o se tiene una determinada voz o no se tiene. Ahora bien, como en cualquier otro oficio, no basta con el don. Hay cierta técnica. «Antes de entrar al atril a hacer la primera toma conviene echar un vistazo por encima y entonces ya te haces una idea del texto y te metes en la película», explica. Eso y, en los ratos libres que uno tenga, leer mucho. «Porque así es como vas haciéndote con el lenguaje que luego vas a tener que recitar», sostiene. Puesto de otro modo: la lectura ayuda a perfilar la entonación y ayuda a funcionar luego frente a un punto y coma y ese tipo de cosas.

¿Y nada más? Nada más, salvo algo muy elemental: no beber nada ni muy frío ni muy caliente. Cuidarse, en definitiva, la garganta. Aunque, ojo, porque Julio fuma. Algo que, insiste, no deben tomar como ejemplo quienes quieran dedicarse a lo suyo pese a ser tan común, entre los locutores de su generación, lo de echarse un cigarrito.

18.- Publicista

Nombre: Miguel Justribó
Formación: Derecho y un máster en Marketing
Años de experiencia: 33 años
Nivel de ingresos: «Más que suficiente para ir a ver al Atleti todos los fines de semana».

Miguel Justribó

Yo empecé a trabajar de relaciones públicas cuando en este país todos pensaban que eso de las relaciones públicas consistía en ir repartiendo copas por las esquinas», suelta Miguel Justribó nada más empezar la conversación.

Fue después de cursar la carrera de Derecho, a la que había llegado aconsejado por quienes le querían bien y le decían, por tanto, que mejor estudiar algo «serio» en lugar de cosas raras que hace más de tres décadas todo el mundo asociaba, pues eso, con ir repartiendo copas por las esquinas y con ser el tío majete que te hace precio a la hora de entrar en un garito.

Miguel no tardó en saltar del mundo de las relaciones públicas, que en su caso nada tuvo que ver con la noche madrileña, al mundo de la publicidad comercial. Dos cosas que parecen la misma pero que guardan algunas diferencias. A saber: «Cuando tú trabajas en una agencia de relaciones públicas lo que tienes que hacer es encontrar el ángulo para convertir un asunto en una historia conveniente, mientras que en el caso de la publicidad lo que tienes que convertir es un producto o una marca en una historia». Y añade: «En el caso de la publicidad tú controlas el medio y controlas el espacio; en el otro caso tú no controlas nada, salvo cómo emites el relato, y es el medio de comunicación el que decide».

Una explicación que lleva a una cuestión que siempre ha sido de rigurosa actualidad: ¿es cierto que no existe la mala publicidad? Miguel, que ha estado en todas las trincheras –ha tenido su propia agencia, ha trabajado en agencias internacionales como McCann Erickson y ha trabajado para gigantes como Telepizza– discrepa. La mala publicidad existe, dice. Ahora bien: ¿qué entendemos por mala publicidad? «La mala publicidad lo que hace es informarte de un producto, convertirse en parte del paisaje, sin más». Es decir: los típicos anuncios que te salen en el folleto del Lidl. Las bolsas de patatas a tal precio. Llévese dos por una. Esas cosas. Anuncios sin mayor historia. En cuanto a la buena publicidad, dice Miguel que es la que cala, la que genera debate y la que termina, en fin, formando parte de las conversaciones diarias del personal.

Actualmente, y desde hace algo más de medio año, Miguel vuelve a tener su propio proyecto. Vuelve a ser, como le gusta decir, dueño de su tiempo. Del proyecto no se puede decir mucho. O mejor dicho: no se pueden decir nombres propios. Por aquello de la confidencialidad. Pero para hacerse una idea, se trata de una consultora enfocada hacia la construcción o el rediseño de marcas.

«Preparo campañas de construcción de marca desde cero», explica. «Empiezas a trabajar de cero, fijándote en qué valores tiene esa marca, qué criterios tiene esa marca y qué ofrece esa marca», añade. La idea, vaya. Porque la idea «es fundamental en la publicidad». También gestiona equipos a la hora de preparar lanzamientos o de establecer canales de comunicación entre la marca y su público objetivo. Finalmente, deja caer un nombre propio: Kreab, la archiconocida empresa de comunicación. Allí Miguel es senior advisor y se dedica a la parte «más creativa». Y hasta ahí puede contar.

19.- Profesora de Lingüística y lexicógrafa

Nombre: Soledad Chávez Fajardo
Formación: Literatura y Lingüística, máster en Lexicografía, máster en Lingüística y doctorado en Estudios Hispánicos
Años de experiencia: 18 años
Nivel de ingresos: «Me puedo comprar los libros que me gustan».

Soledad Chávez

En Chile la carrera de Literatura y Lingüística forma, o formaba en la década de 1990, parte de un plan común. La cosa funciona, o funcionaba, de la siguiente manera. Durante los dos primeros años se cursan asignaturas correspondientes a ambas disciplinas y luego, cuando llega el tercer año, uno se decanta por una especialidad u otra. Salvo excepciones como Soledad, que hizo primero una y luego la otra porque aunque la Literatura era «lo más», la Lingüística «me flipaba». En consecuencia, tardó siete años en completar la universidad. Valió, no obstante, la pena porque gracias a tamaña dedicación tomó contacto con la Academia Chilena de la Lengua, que fue lo que llevó a Soledad, en última instancia, hasta el maravilloso mundo de la lexicografía y los diccionarios.

«Hay gente que solo se dedica a estudiar los diccionarios y gente que solo se dedica a hacerlos; yo, en cambio, combino ambas ramas», explica. Y añade: «Siempre digo que leo diccionarios, estudio diccionarios, analizo diccionarios y hago diccionarios». Aunque enseguida matiza que hoy en día ya no se estila eso de ser un «autor», o una «autora» de diccionario; lo que se suele decir es que uno «colabora» en un diccionario.

Y lo cierto es que Soledad ha «colaborado» en unos cuantos. En el Diccionario de la Lengua Española (en su edición de 2013), por ejemplo. También en el de Americanismos, en el de Chilenismos y en el Diccionario del Estudiante que publicó la RAE en el año 2005.
Y luego se encuentran, también, los dos diccionarios didácticos de la editorial SM. Una experiencia que define al mismo tiempo como «muy bonita» y «todo un reto». Bonita porque eran diccionarios para niños —uno para críos de entre seis y siete años y otro para chavales atravesando su primera adolescencia— y todo un reto porque había que sacar ambos en el plazo de un año. Una labor, se entiende, titánica.

Soledad explica por qué. «Cuando uno se pone a pensar en cómo hacer un diccionario, lo que piensa es en qué palabras incluir en él, ¿verdad?», dice. Verdad, decimos los demás, suponiendo que eso tiene todo el sentido del mundo. Bueno, pues no. «Lo primero que hay que determinar es cuántas páginas va a tener, y eso va a depender de muchos factores, como por ejemplo el público objetivo del diccionario y el presupuesto con el que se cuenta», explica Soledad. «Y enlazando con lo del presupuesto —añade— hay, también, que decidir qué tipo de papel se va a utilizar». Por no hablar de los índices, cuáles se incluyen y cuáles se dejan fuera, y, en el caso de los diccionarios didácticos, de los dibujos. Todo eso, concluye, influye a la hora de elaborar la selección final de palabras que irán dentro. Que esa es otra: ¿se incluyen las palabras más frecuentes o las más desconocidas? Si uno cuenta con 700 u 800 páginas tiene margen como para incluir de todo. Pero si el diccionario cuenta con menos de la mitad, como puede ser el caso de un diccionario para los más pequeños, ¿cómo se toma esa decisión? Y, sobre todo, ¿quién dice «hasta aquí»?

Por eso, insiste Soledad, hoy se «colabora» en un diccionario. Porque hace tiempo que se ha convertido en un trabajo de equipo. En una suerte de negociación y debate constante. Aunque conviene asumir —y se ríe al decir esto— que siempre habrá algún descontento.

20.- Profesor de secundaria de Lengua y Literatura

Nombre: Álvaro López de Quintana
Formación: Filología Hispánica
Años de experiencia: 3 años
Nivel de ingresos: «Menos es más».

Álvaro López de Quintana. (Foto: Manu Romo)

Álvaro López de Quintana fue, durante muchísimos años, guionista de televisión. Un mundo al que llegó un poco de carambola; él llevaba desde la adolescencia escribiendo cositas —«tonterías»— y cuando aterrizó en la universidad se encontró con alguien que quería publicar todo tipo de creación literaria. «Le pasé lo que tenía y aunque aquel proyecto editorial fue un poquito desastre me sirvió para entrar en contacto, a través de mi tío, con Forges». Forges le prologó el libro y poco después, al cumplir los 21 años, se encontró en una oficina que realizaba proyectos para las televisiones autonómicas que estaban naciendo en ese momento. Álvaro hizo sus primeros pinitos en febrero de 1989. En Canal Sur, concretamente.

«Era un poco irregular; aquella empresa se disolvió y yo pues iba trabajando con unos y con otros, enlazando una cosa con la otra, pero con etapas de parón entre medias», recuerda. Hay quien puede pensar que todos los comienzos son así: un pelín inestables. Sin embargo, Álvaro subraya que esa fue un poco la dinámica siempre. «Cuando terminas de escribir chistes para un programa puedes tirarte un mesecito, o dos, o tres sin trabajar», explica. «A veces tardas menos, pero luego el programa al que te incorporas no termina de arrancar». Esas cosas de la tele. Eso sí: en aquellos tiempos cuando se cobraba, se cobraba bien.

En su haber se encuentran colaboraciones con multitud de canales, Televisión Española entre otros, y multitud de celebrities, incluyendo a Emilio Aragón y Chiquito de la Calzada (descubierto por el programa de Antena 3 Genio y figura).

Entre medias probó con el teatro y una de sus obras, Memorias de un seductor sin gancho, publicada por una editorial llamada La Avispa, ganó en 1998 el premio de Arte Joven que concede la Comunidad de Madrid. «Pensé que aquello podía cambiarme la vida», recuerda mientras ríe no sin cierta resignación. «Como había entrado en televisión de una manera tan accidental, pues también confié un poco en el vaivén de las circunstancias para ver si de ahí surgía algo». Comprendió, un poco demasiado tarde, que en determinados gremios o haces política de pasillo o nada de nada. «Así que nada: seguí trabajando en televisión».

Hasta que hace unos años, en 2016, cansado de una vida tan irregular basada en el acelerón, frenazo y vuelta a acelerar, Álvaro decidió pegar un volantazo y ponerse a estudiar el máster del profesorado. «No me lo había planteado nunca, pero creo que igual me atrajo por mis sobrinos y los amigos de mis sobrinos», dice.

Finalmente, en el 2019, comenzó a trabajar en el colegio Miramadrid, en Paracuellos del Jarama (Madrid), y no se puede encontrar más en su salsa. Se entiende muy bien con los chavales (utiliza el bagaje cosechado durante sus años en la televisión a la hora de transmitir conocimientos) y, aunque no tiene ni idea de cuál es su sueldo mensual debido a que las pagas extra, las horas extra y los descuentos a causa del horario reducido por COVID van alterándolo… sí tiene, por primera vez en décadas, un sueldo fijo. Estable, vaya. Regular. Después de media vida haciéndonos reír, qué menos.

21.- Revisora de contenido en Amazon

Nombre: Lucía Castro
Formación: Traducción e Interpretación
Años de experiencia: 1 año
Nivel de ingresos: «Se adapta a la ciudad en la que vivo, Praga, así que bien».

Lucía Castro

Es curioso. Uno puede entrar en Amazon y comprarse una máquina de tatuar, pero el fabricante de esa misma máquina no puede anunciarse en Amazon. Cuando Lucía Castro explica la paradoja lo hace partida de la risa. Como diciendo: qué cosas tiene la vida. Hay, no obstante, cierta lógica detrás de una decisión semejante. «No la puedes anunciar porque se considera que, si lo haces, estás incitando a que la gente realice cambios permanentes en su cuerpo», cuenta. Es decir: si te la compras, allá tú, pero yo no voy a plantar el gusanillo para que te la compres.

Lucía puede contar esa anécdota, y tropecientas más del estilo si hace memoria, porque trabaja como revisora de contenido publicitario en las oficinas que Amazon tiene en Praga. Un puesto al que llegó un poco por casualidad tras estudiar Traducción e Interpretación en la Autónoma de Madrid y realizar un «curso experto» de posgrado enfocado hacia la tradumática; traducción audiovisual, traducción aplicada a las nuevas tecnologías y localización.

«Aquel curso me permitió entrar en contacto, a través de mis profesores, con el mundo real», explica. Porque una cosa es la carrera, donde todo es teoría, y otra saber cómo aplicar esos conocimientos teóricos al sector que ha tomado forma más allá de la universidad.

Al concluir los estudios de posgrado, Lucía entró con un contrato en prácticas en la Asociación Española de Normalización, más conocida como AENOR, que tiene como objetivo garantizar que las empresas españolas cumplen con la normativa en lo que a productos y servicios se refiere. Allí lo que hizo fue revisar las traducciones que los diferentes expertos hacían de los documentos procedentes de la Organización Internacional de Normalización (las famosas «normas ISO») y también de los documentos procedentes de la Unión Europea.

El contrato terminó en agosto del 2020, cuando tantos españoles pensaban que la pandemia ya había quedado atrás, y Lucía hizo lo que suele hacer la gente: ponerse a buscar otro trabajo, y a poder ser con un contrato normal y corriente. Sin embargo, en aquellas primeras semanas del otoño del 2020 las empresas se mostraban bastante más precavidas que la ciudadanía y, al no tenerlas todas consigo, mantenían las velas plegadas. «Estaba todo muy estancado», recuerda. «Muchas no contestaban a los e-mails, otras lo hacían meses después y, en general, reinaba la reticencia a contratar a nadie». Mala época.

Y así, esperando respuestas que nunca llegaban, Lucía topó con la oferta de Amazon. «No recuerdo cómo me encontré con ella, y tampoco era lo que había estado buscando, pero decidí apuntarme al proceso de selección por probar, por ver un poco cómo era aquello». Terminó contratada, haciendo las maletas y viajando a Praga el pasado mes de abril para incorporarse a un equipo de 13 personas que ahora mismo alcanza el medio centenar. El equipo, en fin, es el encargado de revisar si puedes o no anunciarte en Amazon España y en Amazon México (que cubre varios países de Latinoamérica) y, en caso afirmativo, el encargado de revisar si el anuncio cumple con la normativa establecida.

 

Este reportaje es uno de los contenidos del número 15 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras.
Si desea suscribirse o adquirir números sueltos de la revista, puede hacerlo aquí https://suscripciones. archiletras.com/