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21 Jun 2021
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Lenguas

Lenguas que no salen de casa

Rodrigo Verano

Algunas lenguas quedan confinadas entre los muros del hogar para la conversación más familiar e íntima, pero conviven con las aprendidas en la escuela

Las lenguas viven vidas como las de las mujeres y los hombres que las hablan. Gracias a esa poderosa metáfora, decimos de ellas que nacen, tienen infancia, alcanzan la madurez y, finalmente, mueren, unas por el impacto rápido de un cambio en su hábitat social, otras después de una agonía que se parece a una larga enfermedad. Hablamos de los dialectos históricos en que se diversifica una lengua como si fueran sus hijos y los consideramos hermanos entre sí; luego crecen y cada uno se convierte en una lengua adulta con un destino propio: algunas de ellas salen del contexto comunicativo familiar y, de la mano de grandes identidades nacionales, se desarrollan en su vertiente tanto oral como escrita, generan un amplio y polifacético discurso público, ven enriquecerse su vocabulario al paso de los avances filosóficos, artísticos y científicos de las sociedades que se sirven de ellas, se convierten en objeto de discusiones gramaticales que muy pronto se encadenan en tradiciones eruditas, y en todo parece acompañarlas un gran éxito y prestigio social.

Otras, quizá con menos suerte, pero en ningún caso menos dignidad, permanecen confinadas entre los muros del espacio doméstico y apenas ponen un pie fuera de casa. Su uso queda restringido a la conversación más familiar e íntima. Y, aunque son lenguas maternas —en las que uno oye a su madre cantar canciones de cuna, hace confesiones de amor y pronuncia sus últimas palabras—, carecen de gramática escolar y hasta de estandarización escrita, pues se encuentran relegadas al ámbito privado y no se emplean en los contextos profesionales o laborales, en los medios de comunicación de masas, en el currículum educativo o en las instituciones académicas, ni forman parte, en general, de la vida oficial y pública. Esas funciones están, en estos casos, reservadas a otra lengua diferente, por lo general aprendida a través del proceso de escolarización, con la que decimos que la lengua materna se encuentra en situación de diglosia.

Hoy usamos la palabra diglosia como una herramienta que nos permite describir casi cualquier tipo de asimetría lingüística que pueda darse en una comunidad de hablantes en la que coexista más de un código. La consideramos el polo extremo de un continuum que tiene en su otro extremo al bilingüismo, entendido como una situación ideal de convivencia de varias lenguas o variedades en la que todos los miembros de la comunidad conocen y utilizan indistintamente una u otra. Desde este punto de vista, es lógico pensar que siempre que haya coexistencia de lenguas podrá detectarse un cierto grado de diglosia. El concepto, sin embargo, sirvió en sus orígenes para describir un tipo particular y menos frecuente de cohabitación lingüística: la de aquellas comunidades que reservan un código o variedad (la llamada lengua L, por el inglés low) para la comunicación familiar y privada y disponen de otro, en ocasiones totalmente distinto (la lengua H, de high), que se emplea en la escuela, en el contexto laboral y, en general, en toda la vida pública.

Pensemos en la especialización de uso que se da en Marruecos entre el árabe marroquí (ad-dāriŷa) y el árabe clásico (al-fuṣḥā) —extensible, por lo demás, a otros países que tienen el árabe como lengua oficial—; en Haití, entre el criollo haitiano y el francés, al menos durante casi todo el siglo XX; entre el putonghua y otras lenguas en determinadas regiones del complejo mapa lingüístico de China; en Grecia, entre las variedades denominadas demótica y cazarévusa durante gran parte de los siglos XIX y XX. Muchas de las personas que habitan o habitaron estos territorios tienen algo en común: su lengua de adquisición, la lengua que aprenden a hablar en casa y que domina por completo la esfera de la comunicación cotidiana, no es la misma que aprenden a leer y a escribir cuando van al colegio, ni en la que reciben clases de historia o de matemáticas. La escolarización se convierte así en el primer paso, la introducción al uso y en el uso de la lengua H, que es la que a partir de ese momento ganará cada vez más peso en la vida social de la persona. Las entrevistas y reuniones de trabajo se mantendrán en la lengua H y en H se leerá la prensa nacional y sonarán la radio y la televisión. Todo ello sin hacer un ápice de sombra a la hegemonía de la lengua L en los contextos que le son propios: puede resultar tan inapropiado emplear L en una conferencia académica como H en una charla entre amigos en un bar.

El análisis y consideración de las situaciones de diglosia es inseparable de las condiciones históricas y sociales del territorio en que se dan y, en particular, de las políticas que en él se llevan a cabo —pocas cosas en la lengua son, de hecho, tan sensibles a la política como esta—. Estas políticas pueden estar relacionadas con la expansión imperialista de determinados países: en este marco puede situarse el caso de Haití o, durante siglos, de la América bajo control de las coronas portuguesa y española, que terminó en la extinción de numerosas lenguas autóctonas. Pero no siempre el colonialismo explica la diglosia: en casos como el de Marruecos o la propia Grecia es más bien el peso de una determinada tradición indígena en el constructo identitario el que articula, vertebra y da estabilidad a la especialización lingüística. Muy parecido fue el caso del latín frente a las lenguas romances durante gran parte de la Edad Media y la Edad Moderna, hasta que las distintas lenguas nacionales europeas se fueron consolidando.

Se trata, en todos los casos, de contextos de gran complejidad que deben estudiarse con el mayor respeto, pues siempre confluye en ellos una multiplicidad de factores de índole diversa (lingüística, social, étnica, política, religiosa, económica, cultural, etc.), desde la que únicamente se puede explicar y entender cada situación concreta. En este sentido, conviene no servirse a la ligera del concepto de diglosia, pues, como sucede con cualquier etiqueta teórica, existe el riesgo de que, al asignarla, queden velados todos los matices de la realidad que, precisamente con auxilio de esa misma etiqueta, uno intentaba explorar. Usémoslo entonces como una lente que nos ayude a hacer visibles las complejidades que caracterizan a las distintas comunidades humanas, sea para entender mejor su idiosincrasia y sus raíces culturales, sea para denunciar las injusticias de que puedan ser víctimas.

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La poderosa lengua del Corán

En numerosos países del mundo, las variedades locales del árabe conviven con la variedad estándar del árabe moderno, heredero directo del árabe clásico, con el que guarda una relación mucho más estrecha —recibe, de hecho, la misma denominación de al-fuṣḥā— que los dialectos vernaculares históricos. En todos ellos, el conocimiento del árabe clásico constituye una fuente indiscutible de prestigio para quienes lo poseen.

Haití

Hasta que en 1961 el criollo haitiano alcanzó el estatus de lengua cooficial, junto al francés, la situación lingüística del país caribeño fue de diglosia. A partir de entonces, la situación se ha ido revirtiendo paulatinamente, con la adopción del criollo en el sistema educativo y el retroceso del francés que, no obstante, sigue siendo hablado con fluidez por las élites socioeconómicas del país.

Cabo Verde

El portugués sigue siendo hoy la lengua oficial de la República de Cabo Verde, situada frente a las costas de Senegal y que logró su independencia política tras la Revolución de los Claveles. La lengua materna mayoritaria en el archipiélago, sin embargo, la constituye el criollo caboverdiano, considerado el criollo portugués hablado más antiguo, en su diversidad dialectal.

Griego popular y griego purificado

Los hablantes de griego han vivido, durante gran parte de los siglos XIX y XX, una situación de diglosia entre la lengua «popular» (δημοτική), heredera vernácula del griego antiguo evolucionado en el uso oral a lo largo de más de dos milenios, y la lengua «pura» o cazarévusa (καθαρέυουσα), una variedad artificial en alto grado, creada en el siglo XIX en un intento de recuperar el dialecto jónico-ático de la gran literatura clásica. La cazarévusa, que no era en ningún caso lengua de adquisición, fue la lengua de escolarización y, en general, de uso público en Grecia hasta la constitución de la III República Helénica en 1975, que elevó por fin a la categoría de lengua oficial al llamado griego moderno, última configuración de la variante demótica.

La España franquista: diglosia de manual

Durante la dictadura de Franco, las comunidades de hablantes de lenguas diferentes al castellano dentro de las fronteras del país vivieron una situación prototípica de diglosia. Lenguas como el catalán, el gallego o el vasco quedaron recluidas en el espacio doméstico y relegadas a la conversación familiar, al tiempo que se las excluía de la escuela y de la vida pública. En el caso de las tres lenguas mencionadas, el estatus de cooficialidad que les concede la Constitución de 1978 fue una primera medida política orientada a revertir esa situación.

Charles A. Ferguson aísla criterios

Los parámetros que deben tenerse en cuenta a la hora de describir una situación de diglosia fueron descritos en un artículo clásico sobre el tema aparecido en la revista de lingüística Word en 1959. Su autor, el lingüista estadounidense y profesor de la Universidad de Stanford Charles A. Ferguson, es especialmente conocido por haber sido, en calidad de director del Centro de Lingüística Aplicada de Washington, responsable del diseño y puesta en marcha del Test of English as a Foreign Language (TOEFL). En su artículo, Ferguson analiza una serie de territorios y comunidades que considera prototípicos de diglosia y aísla los criterios que deben tenerse en cuenta para analizar este tipo de situación.

Este reportaje es uno de los contenidos del número 10 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras.
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