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15 Abr 2020
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Comunicación

La red de las revistas que trajeron la modernidad

Juan Manuel Bonet

La vanguardia latinoamericana nació en publicaciones en forma de cartel. El ideario ultraísta ahora se conserva en facsímiles

Las primeras revistas latinoamericanas a las que hay que referirse aquí, a la hora de contar cómo nació la vanguardia en ese continente, no son revistas al uso, sino que adoptan la forma del cartel, destinado a ser pegado en las paredes de la gran urbe. La primera fue Prisma (1921), fundada por Jorge Luis Borges, con el objetivo de dar a conocer el ideario ultraísta, que se había traído de España. Pronto, copiando en lo tipográfico la propia Ultra madrileña, lanzaría Proa (1922-1923), más tarde (1924-1926) reconvertida en revista de formato más convencional, que combinaba importación de lo europeo, y conciencia de lo propio. Un ideario parecido defendía entonces Inicial (1923-1926). Pronto surgiría la plataforma generacional más potente, el tabloide Martín Fierro (1924-1927), cuyo título mismo, el del célebre poema gauchesco ochocentista de José Hernández, es indicativo de lo mismo, de la conciencia de la argentinidad, compatible con una marcada voluntad cosmopolita. Más duradera fue Sur (1931-1992), un título soplado a Victoria Ocampo por Ortega. Otro escritor que la apoyó fue el norteamericano Waldo Frank, tan presente entonces en Latinoamérica. Borges fue su colaborador más conocido. Como una segunda Sur, en más vanguardista, hay que contemplar Imán (1931), dirigida en París por otra argentina de familia patricia, Elvira de Alvear, que contó con el cubano Alejo Carpentier como secretario de redacción, y de la que salió un único número, impreso por cierto en Argentina. Cerrando el bloque de las revistas porteñas de vanguardia (hubo muchísimas más: recordemos, en 1924, Rovente Futurista, de Pietro Ilari, y en 1928, Pulso, de Alberto Hidalgo, y en 1929 Libra, de Francisco Luis Bernárdez y Leopoldo Marechal, y la católica Número, 1930-1931), la más característica de las de la década del treinta o «década ideológica», fue Contra (1933), «la revista de los francotiradores», tabloide dirigido por el comunista Raúl González Tuñón.

Sur. Buenos Aires 1931-1992. Dirigida por Victoria Ocampo. Colaboraron en ella Alberti, Bioy Casares, Borges, Carpentier, Chacel, Cortázar, Gómez de la Serna, Juan Ramón Jiménez y muchos grandes de la literatura en español.

En el vecino Uruguay, hubo una floración equivalente de revistas: Pegaso (1918-1924), Los Nuevos (1920-1921), La Pluma (1927-1931), Vanguardia (1928), Cartel (1929-1931)… La mejor no fue ninguna de las mencionadas, sino La Cruz del Sur (1924-1931), publicación especialmente ágil, conectada con todos los puntos cardinales de la literatura y el arte nuevos, pero que miró sobre todo hacia Francia, el país de donde procedió, allá, gran parte de la emigración. La otra gran revista de aquel tiempo uruguayo fue la longeva Alfar (1926-1955), de prehistoria coruñesa (1923-1926), pues su director, Julio J. Casal, había sido cónsul de su país en la ciudad gallega.

En Alfar, de la que fue director artístico, y en otras revistas españolas, el pintor uruguayo Rafael Barradas había coincidido no solo con la argentina Norah Borges, sino también con el chileno Vicente Huidobro, de papel decisivo en la génesis del ultraísmo, profetizado por Rafael Cansinos Assens, pero cuyo auténtico líder iba a ser Guillermo de Torre, el futuro marido de Norah y futuro secretario de redacción de Sur. En el Madrid de 1921, Huidobro lanzó su revista internacional Creación, cuyos otros dos números aparecieron en París, y como Création. Una de las primeras de vanguardia de su país fue Antena (1922), revista mural de Valparaíso, en la que apareció el manifiesto «Rosa náutica». Citemos además, entre otras muchas, Andamios (1925), Andarivel (1927), Dínamo (1925), y la surrealista Mandrágora (1938-1941).

Movimento Brasileiro. Río de Janeiro
1929-1930. Dirigida por Renato de Almeida, acogió, entre otros, a Guilherme de Almeida, Mário de Andrade, Graça Aranha, Ronald de Carvalho, Le Corbusier, Jorge de Lima, Aníbal Machado, Murilo Mendes, el compositor Villa-Lobos…

Por la misma época, en el otro extremo del continente surgía otra revista mural, Actual (1921), primera hoja estridentista. Los estridentistas, con Manuel Maples Arce a la cabeza, fueron los primeros vanguardistas mexicanos; asimilaron y adaptaron las enseñanzas de los ultraístas españoles, así como las de todos aquellos ismos que habían inspirado la acción de aquellos, y participaron del fervor revolucionario entonces dominante en el país. Se reunían en el Café de Nadie. Las dos publicaciones estridentistas más espectaculares fueron Irradiador (1923), subtitulada «revista de vanguardia, proyector de la nueva estética»; y Horizonte (1926-1927), fruto del traslado del movimiento a Xalapa, la capital del Estado de Veracruz, por ellos rebautizada «Estridentópolis». Por la misma época, el futuro gran muralista David Alfaro Siqueiros lanzó en Barcelona Vida Americana (1921), con Salvat-Papasseit y Tomás Garcés entre sus colaboradores literarios, y con presencia gráfica del citado Barradas y de su compatriota Torres-García. Circunvalación (1928-1929) la dirigió el ultraísta español Humberto Rivas, reconvertido en estridentista. En cuanto a Contemporáneos (1928-1931), ya despojada del lado más ingenuo de las primerísimas vanguardias, fue órgano de un grupo en el que destacan Salvador Novo, Jaime Torres Bodet o Xavier Villaurrutia. La década siguiente vería surgir Bandera de Provincias (1929-1930) en Guadalajara, y en la capital Crisol (1929-1952), órgano del Bloque de Obreros Intelectuales, y sobre todo Frente a Frente (1934-1937), tabloide publicado por la LEAR (Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios), de portadas con impactantes fotomontajes.

Antena. Valparaíso 1922. Revista mural editada por un grupo de vanguardistas en el que destacan Neftalí Agrella, Mario Bunster, Alberto Rojas Giménez, Salvador Reyes y Julio Walton, a los que hay que sumar al húngaro Szygmund Remenyik, entonces afincado allá.

De las no pocas revistas centroamericanas de aquel tiempo, la más longeva, y de mayor proyección continental, fue Repertorio Americano (1919-1958), publicada en San José de Costa Rica por Joaquín García Monge. En Nicaragua casi todo sucedió en la jovial página «vanguardia» (así, con minúsculas) del diario granadino (de la Granada de allá) El Correo, donde coincidieron, entre otros, José Coronel Urtecho, Pablo Antonio Cuadra y Joaquín Pasos.

En la convulsa Cuba, la gran plataforma de la modernidad fue Revista de Avance (1927-1930), impulsada por Regino E. Boti, Félix Lizaso, Jorge Mañach y Juan Marinello, entre otros, a los que se fueron sumando Mariano Brull, Carpentier o Nicolás Guillén, inscritos los dos últimos en el horizonte de lo afrocubano, uno de los signos distintivos de la realidad cultural de un país sincrético donde los haya, que en la generación siguiente encontraría su gran plataforma en Orígenes (1944-1956), la más duradera de las revistas impulsadas por José Lezama Lima.

Crisol. México 1929-1952
Dirigida por Djed Bórquez. Colaboraron en ella, entre otros, el compositor Carlos Chávez, el haijín comunista Carlos Gutiérrez Cruz, Maples Arce, Tristán Maroff, Octavio Paz, Arqueles Vela o Agustín Yáñez.

Menor fue la actividad vanguardista en la vecina isla de Puerto Rico, donde sin embargo cabe reseñar, en San Juan, Índice (1929-1931). La más importante de las dominicanas fue La Poesía Sorprendida (1943-1947), entre cuyos impulsores estuvo un exiliado español, el surrealista Eugenio Fernández Granell.

En Caracas, todo empezó con Válvula (1928). La revista más importante de la década siguiente fue Viernes (1939-1941), órgano del grupo de mismo nombre, al que perteneció Ángel Miguel Queremel, recién vuelto de España. En la vecina Colombia fue clave la acción de Voces (1917-1920), fundada en Barranquilla por el catalán Ramón Vinyes, y en cuyas páginas se tradujo mucha poesía vanguardista europea. También en Ecuador hubo revistas vanguardistas: Caricatura (1918-1921) y Hélice (1926), en Quito, y en Guayaquil Savia (1925-1927) y sobre todo la legendaria Motocicleta (1928), dirigida por Hugo Mayo.

Perú conoció una extraordinaria floración de revistas. La más duradera e importante fue Amauta (1926-1930). El año pasado, el Reina Sofía le dedicó una potente exposición, mostrando cómo su fundador, José Carlos Mariátegui, la gran figura del comunismo peruano, supo tejer una red internacional, con ramificaciones tanto en Europa como en México, Argentina o Ecuador. Mariátegui combinó un conocimiento exhaustivo de los ismos foráneos, con una voluntad indigenista: «Peruanicemos al Perú». Sus portadas, xilográficas e indigenistas, las firmaron José Sabogal y Julia Codesido. Hubo muchísimas revistas más, casi todas efímeras. Después de Amauta, la más importante fue Boletín Titikaka (1926-1920), que convirtió Puno en un espacio abierto a todos los vientos literarios continentales. Westphalen, César Moro y Rafo Méndez Dorich impulsaron, ya en la década de los treinta, El Uso de la Palabra (1939). Algo después, los dos primeros volvieron a coincidir en Las Moradas (1947-1949).

Bolivia contó con Gesta Bárbara (1918-1926), de Potosí, la paceña Kollasuyo (1939-1974) y otras revistas, en las que muchas veces se advierte la influencia del vecino Perú.

Amauta. Lima 1926-1930.
Dirigida por José Carlos Mariátegui, colaboraron en ella Xavier Abril, Martín Adán, José María Eguren, César Moro, César Vallejo, Westphalen y otros muchos escritores peruanos.

Caso aparte el de Brasil, que es como un subcontinente. Abrió el fuego Klaxon (1922-1923), sensacional revista paulista de cubierta casi soviética, y que se iba a constituir en el órgano de lo que se conocería en Brasil como modernismo, es decir, de la vanguardia. Impulsada por el hiperactivo y polifacético Mário de Andrade, fue expresión de lo que se ha llamado el futurismo paulista, que encontró un inesperado refuerzo en la figura del poeta suizo Blaise Cendrars, que tras su primer viaje, acaecido en 1924, se convirtió en un entusiasta acérrimo del país. Ramón Gómez de la Serna en el capítulo «Klaxismo» de Ismos (1931), indica que la redacción de la revista debería estar en un automóvil en movimiento por las calles de São Paulo. La siguiente gran publicación fue Revista de Antropofagia (1928-1929), impulsada, también en la capital cafetera, por Oswald de Andrade; como sus antepasados antropófagos, los modernistas brasileños, decía, debían devorar lo europeo, para crear una cultura propia. Citemos también la fresquísima Verde (1927-1929) de Cataguases; la carioca Movimento Brasileiro (1929-1930), muy abierta a todas las artes, y especialmente a la arquitectura y a la música; y, de nuevo en São Paulo, Terra Roxa e Outras Terras (1926), dirigida por António de Alcantara Machado, y O Homem do Povo (1931), nueva iniciativa oswaldiana, de signo proletarista esta.

Por dónde seguir: facsímiles y webs

Verde. Cataguases 1928-1929.
Órgano de un grupo de muchachos mineiros al frente de los cuales estaba Rosário Fusco, y en el que brilló Ascánio Lopes, colaboraron en ella grandes nombres de la vanguardia brasileña.

Existen facsímiles en papel de revistas argentinas (Inicial, Libra, Martín Fierro, la primera Proa), brasileñas (O Homen do Povo, Klaxon, Revista de Antropofagia, Terra Roxa e Outras Terras, Verde), chilenas (importantísimo el del suplemento cultural «Notas de Arte», que entre 1923 y 1925 dirigió el raro Juan Emar en La Nación santiaguina: no se trata exactamente de una revista, pero es una mina para el investigador), colombianas (Voces), dominicanas (La Poesía Sorprendida), ecuatorianas (Caricatura, Hélice), mexicanas (Bandera de Provincias, Circunvalación, Contemporáneos, Dyn, Frente a Frente, Horizonte, Irradiador, a las que cabe sumar Monterrey, la publicación unipersonal carioca de Alfonso Reyes), peruanas (Amauta, Boletín Titikaka, Las Moradas, El Uso de la Palabra), puertorriqueñas (Índice), uruguayas (Vanguardia)…

Por lo que se refiere a facsímiles digitales (ese es el futuro), son estupendas las webs argentinas (Archivo Histórico de Revistas Argentinas AHIRA, América Lee o Trapalanda, esta última de la Biblioteca Nacional Argentina), brasileñas (la maravillosa Biblioteca Brasiliana Guita y José Mindlin, de la USP), chilenas (Memoria Chilena, de la Biblioteca Nacional), o uruguayas (Anáforas, de la Facultad de Información y Comunicación). En AHIRA, por ejemplo, están Imán, Inicial, Martín Fierro, Número, Prisma, Proa, Pulso, Rovente Futurista, o algo que tampoco es una revista, el importantísimo «Suplemento Multicolor de los Sábados» (1933-1934) del diario Crítica. En América Lee, plataforma de esa institución ejemplar porteña (del barrio de Flores) que es el CEDINCI, muchísimo material de izquierdas, del que destaca Contra. En Memoria Chilena, cosas difíciles, como Andarivel o Mandrágora. En la web Archivo Rebelde, dos sumas: Amauta, y Repertorio Americano.

 

Este reportaje es uno de los contenidos del número 6 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras.
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