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21 Mar 2022
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Entrevista

«La poesía es una mirada sobre el mundo. No es un género literario. Tiene más que ver con la música»

Carolina Bescansa

Entrevista a Olga Novo

No hay amor si no se hace, como no se hace el amor si no lo hay. Exactamente como la poesía: que no la hay si no se hace, y no se puede hacer si no la hay. Quien la probó lo sabe». Este es un fragmento de la carta a su hija que, a modo de proemio, abre su libro Felizidad. Uno de los muchos ejemplos de poesía en prosa que hay en ese breve texto.
La poesía es una mirada sobre el mundo. La poesía no es un género literario. De hecho, tiene más que ver con la música que con los géneros literarios, como se planteaba en la antigua Grecia. La poesía es un estado, una visión, un estar en el mundo. Una manera de mirar desde la emoción, desde la empatía y desde el amor profundo. La poesía también es una acción, tiene una manifestación práctica. Alguien se puede comportar de manera poética cuando ama y quizá no escribir nunca un solo verso. Así como probablemente hay escritores que han escrito muchos versos en su vida y que sin embargo no actúan poéticamente.

¿Ha conocido a muchas personas que tuviesen una actitud poética sin ser poetas?
Sí. Sin ir más lejos, mi madre.

Hace años un editor francés me dijo: «La buena literatura solo se puede hacer con malos sentimientos».
Es un tópico manido que trasluce esta concepción judeocristiana del dolor, el Tánatos, la culpa como única fuente de creación. En mi caso es todo lo contrario. La creación es un ejercicio de revelación, de goce profundo, de goce del conocimiento, el placer de la libertad creadora, el sentido profundo del pensamiento. El mal tiene muy poco que ver.

El amor es el hilo conductor de toda su obra. Los objetos del amor que he repasado en sus poemarios son básicamente las personas de su familia.
Si escribes desde la autenticidad, lo normal es que los objetos del amor sean los afectos más íntimos. Si la creación es auténtica y es radical solo puede nacer de lo profundo. No sé qué sentido puede tener escribir desde lo superficial o desde la frivolidad.

No he encontrado atisbo de culpa en toda su obra: ni culpa ni remordimiento (risas).
¡Empiezo a pensarlo! Si la poesía es celebración, celebración de la carne y de la vida, todo lo que conlleva esa mancha, esa culpa judeocristiana queda fuera.  Cuando me equivoco pido perdón inmediatamente. Pido perdón muchas veces, claro, porque me equivoco mucho, pero lo hago inmediatamente (risas).

He leído poemas suyos, previos a Felizidad, en los que aborda la cuestión de la maternidad de manera tan intensa que resulta difícil creer que quien había escrito esos poemas en aquel momento no había sido madre.
Cráter, el libro anterior a Felizidad, está escrito en una época en la que empiezo a sentir la necesidad de ser madre. Es como un prólogo de Felizidad porque está la proyección de la maternidad, la espera, el sueño de esa creación, el proyecto que se culmina en el siguiente libro.

La maternidad es una experiencia total. Sin embargo, apenas hay referencias a la experiencia de la maternidad en la poesía.
Cuando estaba escribiendo Cráter me interesó ir a la búsqueda de otras poéticas de la maternidad. Hice lo que hacemos en el feminismo cuando hablamos de calmar nuestra sed autorial buscando a nuestras predecesoras, pero en el tema de la maternidad no me fue nada fácil. Lo más parecido que encontré fue a Dylan Thomas, que poetiza el yo intrauterino: se ve a él mismo en el vientre de su madre, en la vivencia prenatal. Eché de menos esa experiencia en una mujer. Impresiona que una experiencia tan absolutamente radical como la maternidad no haya sido abordada por las mujeres escritoras. Hay un precedente en la escritora Carmen Blanco, que aborda el tema de la concepción de su hija en una de sus novelas. Empiezan a salir otras voces en este sentido, como un libro de Leire Bilbao, ya traducido del euskera al castellano, con otro estilo y otra imaginería, pero centrado en la maternidad. Pero no dejan de ser aportaciones solitarias. Creo que hasta hace muy poco, las mujeres escritoras han intentado visibilizarse como mujeres profesionales para lograr cierta igualdad. El hecho de la maternidad estaba asociado con una imagen de la mujer tradicional. Rescatar la imagen de la madre compatible con la imagen de la mujer independiente todavía no había llegado al plano literario. Mi origen rural tiene mucho que ver con mi concepción de la maternidad como algo instintivo, como algo animal. No recibí en casa una visión de ocultación de la maternidad. Tuve una visión mucho más natural. Asistí a muchas conversaciones desde pequeña con mi madre, con mis tías, con mi abuela sobre los partos y sus experiencias.

En todo caso, no es que yo proyectase escribir un libro sobre la maternidad de manera consciente. Fue vivido y escrito a medida que fue sucediendo. En mi caso, la creación siempre tiene que ver con un momento vital poderoso. El libro trata la maternidad y la pérdida del padre. Son momentos vitales extremos. El embarazo fue físicamente radical. Me sentó muy bien. Fue un momento vital esplendoroso. En alguna entrevista que me han hecho, el periodista me decía: «Da la sensación leyendo tu libro que has vivido la maternidad de una manera intensísima». Me hizo sonreír, claro. Hay cosas que solo se pueden saber llevando una vida dentro. La vivencia intensa de la maternidad es como la adrenalina de la creación. Es una revolución hormonal que lleva a una revelación hormonal.

Ha escrito sobre las últimas contracciones que le trajeron a la vida. Es algo difícil de imaginar. ¿En qué ola se llega cabalgando hasta esas últimas contracciones de su madre?
En una ola profunda de la que a veces es difícil salir. En el proceso de escritura, una se abandona. De ese abandono surge algo que no existía y algo que rebela aspectos de la personalidad y de las vivencias inconscientes. La creación tiene algo de surgimiento de algo inexistente previamente, de algo que estaba oculto en el interior. En el caso de esas contracciones: mi madre me dio a luz en un coche. El coche todavía está ahí abajo aparcado. Es un nacimiento fuera de lo común, pero al mismo tiempo un nacimiento sencillo. Yo quería ir contra esa idea de los nacimientos marcados por los astros, nacimientos de héroes llenos de signos. No. Se nace donde se nace y en mi caso yo nací de una mujer humilde, en un coche humilde, encima de una toalla pobre. En ese poema yo regresé a ese momento. La música me llevó a ese momento. Fue una regresión a través de la música.

¿Qué pieza estaba escuchando?
Estaba escuchando el Stabat Mater de Pergolesi. Cuando estoy escribiendo un poema escucho la misma pieza todo el tiempo hasta que se acaba el poema.

¿Sobre qué piezas está construido Felizidad?
Pergolesi muchas veces. En algunos casos Bach, sus suits para violonchelo. Rajmaninov, que además tiene un poema en el que habla de la cosecha de patatas. Música clásica, mucha ópera.

Lo tendré en cuenta como guía de lectura (risas).
Sí, sí. En un poema todavía inédito he puesto en una nota al pie con qué música está escrito. El texto se titula «El lamento de Dido» y habla de la historia de Dido conectada con hacer el aguardiente aquí, que era algo clandestino. Lo escribí escuchando El lamento de Dido de Purcel y lo puse. Cuando se lea, se verá que en él hay ciertos giros rítmicos que tienen mucho que ver con la estructura musical de lo que estaba escuchando.

¿Cuáles son los detonantes en su momento de creación poética?
Cada creador desarrolla su obra en base a una experiencia concreta, a un detonante. En mi caso el detonante es emocional y tiene mucho que ver con la música. Hay un ritmo que precede a la escritura. Yo casi siempre escribo con música. No con música de fondo. Escribo con música escuchándola profundamente, con la emoción de esa música. Casi podría decir qué pieza estaba escuchando con cada poema escrito. La música me sitúa en un estado emocional que me lleva a la creación.

A la edad de 3 años, tengo el recuerdo vívido de estar con mi madre en la cocina de la casa vieja, ahí abajo. Mientras hacía el caldo le pedía muchas veces que me volviera a recitar eso da margarita, que era aquel poema de Rubén Darío a Margarita Debayle, que era una niña princesa y tenía una tienda de diamantes y un rebaño de elefantes… ¡Nosotros que solo teníamos un rebaño de vacas! Para mí era fascinante. Pero lo que más me gustaba era el ritmo, la música. Yo soy de una familia humilde. No había libros en casa, claro. Al ir al colegio con 7 años me dieron un librito de lecturas y tuve la buena suerte de que era todo de romances tradicionales. Me leí el libro cientos de veces hasta que me lo aprendí de memoria. Lo recitaba por el corredor del balcón de casa: arriba y abajo, arriba y abajo. ¡Me fascinaba aquella música! Y en el verano en que tenía 8 años, como no tenía más poemas, decidí hacerlos yo misma. Me llevé el libro de texto de 8.º de EGB de mi hermano mayor a la fuente que está ahí abajo. Venían los tipos de estrofas y a partir de los tipos de estrofas decidí practicar: hoy voy a hacer una cuarteta, mañana hago tal. De hecho conservo uno de aquellos cuadernos con poemas infantiles. Creo que lo que había de fondo era la música. En aquella época empecé a acompañar a mi tía a misa y allí leía todos los domingos la primera lectura, la segunda lectura y el salmo responsorial. Eso, sobre todo el salmo responsorial, eso es poesía. ¡Y a veces es casi de la poética del silencio! Aquel ritmo me encantaba y de allí también vino la práctica de la oratoria ante el público. Desde los 7 hasta los 17 años, cuando ya era atea y dije: «Aquí no vuelvo más». Leo los poemas muchas veces antes de publicarlos solo para escuchar su ritmo. De hecho, cuando escribo me muevo. Siento físicamente lo que estoy escribiendo. Muchas veces lloro.

Luego descubrí que la poesía contemporánea no tiene rima ni medida, pero esa es otra historia (risas).

Su madre le dijo un día: «De mí no tendrás nada que escribir porque yo no tengo historia».
Fue impresionante. Estaba escribiendo una serie de artículos y ella siempre los leía. Como conoce a todos los personajes, para ella son como novelas hiperrealistas (risas). Un día le dije: «Mamá, ahora tendré que escribir un artículo sobre ti» y ella me respondió: «De mí no vas a poder contar nada porque yo no tengo historia». En ese momento supe que así empezaría el artículo. Pensé: «¡Cómo la historia las ha ocultado incluso ante ellas mismas!».

Después de leer Felizidade pensé que el libro aportaba al feminismo justo lo que necesita: el ejercicio de contar aquello de lo que nunca nadie dirá nada. Lo que para nosotras como mujeres es central y nunca está contado en ninguna parte.
Almudena Hernández, arqueóloga de la Universidad Complutense, habla de las identidades relacionales. La masculinidad se ha construido en base a lo no relacional y la feminidad se construye en base a lo relacional. Por tanto, si yo escribo con lo que soy, desde mi experiencia, mi experiencia es la experiencia de una mujer, con todo lo que eso conlleva, también en lo social. La cuestión es darle valor a las identidades relacionales.

Claro, convertir lo relacional en el objeto central, no tratarlo como un paisaje, un escenario en el que transcurre «lo otro».
Sí. Poner lo relacional en el centro.

He venido conduciendo hasta aquí. Desde que pasé Monforte, estuve buscando un bar en el que parar y no encontré ninguno. Son unos cuantos kilómetros, pero no encontré nada salvo casas diseminadas aquí y allá. ¿Qué es lo que hay aquí, en Vilarmao?
Aquí hay un sustrato de la memoria que me explica como ser social, histórico, como mujer y como poeta. Esta mañana he ido al registro civil a investigar fechas de nacimientos. Tengo aquí un árbol genealógico de unos vecinos de la última casa de ahí, vecinos que ya no viven aquí.

¿Es su bosque de cromosomas?
Cuando hablo de Vilarmao no solo hablo de Vilarmao. Vilarmao es un símbolo del rural, del rural gallego y del rural en general. Es un símbolo del final de una cultura. ¡Es tremendo! ¡Asistir al final de una cultura milenaria! Es tremendo. Yo necesitaba reconstruir este mundo a través de la palabra, a través de la memoria. Lo he hecho como un ejercicio de amor a esa cultura y a esas gentes ágrafas.

Carlos Fernández Liria dice que es el final del neolítico. Desde luego es el final de una etapa como mínimo centenaria.
Aquí hemos vivido en la Edad Media hasta los años setenta.

En el rural se está acabando la Edad Media y mi sensación es que a veinte kilómetros de aquí, de Monforte para allá, se acaba la Ilustración: se acaba la razón, se acaba la ciencia y la verdad vinculada a la ciencia.
Sí, sí. Aquí se acaba el mito y a veinte kilómetros de aquí se acaba el logos. En el caso del rural, hay muchas cosas que está muy bien que se extingan, claro. No hay ninguna necesidad de tener nostalgia de la miseria. Pero a mí me causa sensación de abismo, de haber vivido en un mundo que desaparece entre nuestros dedos. En el poema «Totem» hablo de esto. Hablo del padre ancestral y la hija postmoderna. ¡Ese poema es real! ¡Yo hago hiperrealismo! (risas). Ese poema corresponde a un día concreto en el que estábamos sentados juntos en esa pared y yo tuve esa sensación: «Estoy aquí sentada con mi padre y parece que nos llevamos tres siglos». Mi padre era prácticamente analfabeto, un hombre del neolítico. Y un hombre del neolítico tiene una hija escritora: ¿aquí qué ha pasado? Han pasado cosas positivas, por supuesto. Ha pasado el acceso a la cultura académica, la mal llamada «alta cultura», pero ha supuesto el abandono de «la otra» cultura.

La «otra cultura» se desvanece y la cultura de la ilustración también.
Por eso la última vanguardia es el amor. Solamente el amor. Hay que agarrarse a esto. Si te vas a casar pronto, esto ya lo sabes (risas).

Sí, sí lo sé. Intentar construir cualquier cosa desde un lugar distinto al amor es estar abocada al fracaso.
O a la frustración.

¿Por qué todo va tan mal?
Porque la gente sigue creyendo que hay dios y amo. Yo soy anarquista y vivo más feliz pensando que no hay dios ni amo.

Recomiéndeme un poema.
«Amor sin muerte», de Claudio Rodríguez Fer.

¿El Premio Nacional de Poesía le cambió mucho la vida?
No cambió nada, pero produjo algo muy hermoso. Entre el día que recibí el premio y el día siguiente, recibí muchísimos mensajes de WhatsApp. Yo quería contestar a las personas que me estaban felicitando y cuando vi la avalancha pensé que o bien contestaba en el momento o después no iba a ser capaz. Ese día me acosté sin cenar porque estuve desde las cinco de la tarde hasta las dos de la mañana respondiendo a los wasaps. ¡Hubo una especie de alegría común tan bonita! Había gente que daba la impresión de que estaba más contenta que yo. Mercedes Peón, la cantante, me dejó un mensaje maravilloso al borde de las lágrimas. Se vivió como un premio colectivo, casi comunal. No es fácil para las lenguas minorizadas que el premio venga hacia aquí. Eso lo sabemos todos porque el sistema es el que es. Así que fue una sorpresa y una alegría comunal. Algo muy bonito, muy hermoso, algo que yo no habría asociado nunca al Premio Nacional.

Muchas mujeres y muchas madres en este país nos alegramos de que su libro haya sido Premio Nacional.
Eso es lo que importa. La única importancia de los premios, si es que tienen alguna, es que actúan como un pequeño altavoz, pero no solo de la poética, sino de las causas que están en esa poética. Eso es lo que importa; lo demás es vanidad y la vanidad me sonroja. ¡Mira! El día del premio vinieron los de la TVG y le dije a mi madre: «Mamá, mira, van a venir los de la tele por lo del premio este», y ella me dijo: «Vale, vale. Tú tranquila que yo tengo que ir a coger castañas». Y yo la vi salir de casa con su cestita a coger castañas mientras me hacían la entrevista. Los de la tele me preguntaban: «Háblanos de la importancia de lo rural en tu obra» mientras yo la veía con el cesto. En ese momento, yo era plenamente consciente de dónde estaba la poesía verdadera: estaba con mi madre cogiendo las castañas. No estaba en la hojarasca del premio ni de todo aquello.

¿Qué les enseña a sus estudiantes en el instituto?
Hago hincapié, sobre todo, en la empatía como un ejercicio poético: eso es lo esencial. El ejercicio de la docencia es un ejercicio muy poético. Trabajas con personas, tienes delante seres humanos. Les estás formando. Es un enorme privilegio. Nunca soy capaz de acabar el temario ni me importa, la verdad. Cuando acaba el curso y yo tengo la sensación de que esos niños han sido escuchados emocionalmente y han tenido un apoyo; cuando tengo la sensación de que han visto el amor por alguna parte, la sensación de que se han sentido mejor a través de la lectura y de la escritura, cuando acaba el curso y ocurre eso yo me doy por satisfecha. La gramática a veces queda en segundo plano, pero no pasa nada. Sé perfectamente que hay otros profesores que en el curso siguiente solo les van a dar gramática. Yo sé lo que puedo aportarles y todo es necesario, pero cada una debe aportar la gota que le colma. Utilizo la literatura para eso; a veces hasta lloro, lloramos. A través de la poesía es fácil llegar a la emoción. También explico mucha historia de Galicia, para que sepan de dónde vienen.

No le he preguntado nada sobre política.
Llevo dos años haciendo una investigación sobre un maestro que tuvimos aquí en la época de la República. Alguien desaparecido de la historia por completo. Seguí pequeñas pistas, pequeños trazos y me encontré un pensador anarquista que ejerció en periodismo libertario en la época de la República y la Guerra Civil a un nivel extraordinario. Es una figura de un calado ideológico libertario muy profundo y con un sentido de la vida más allá de la batalla política. Siempre pienso: «Fue maestro de mis tíos aquí en la escuela y ahora, de alguna forma, es mi maestro también, tantos años después». Terminó en un campo de concentración en Francia. Si tuviera que hablar de política hablaría de esa política, de la de alguien que dio su vida por la libertad.

La profesora de lengua y literatura que volvió a su sitio, Vilarmao

Olga Novo

Olga Novo (1975), premio nacional de poesía en 2020, nació en Vilarmao en 1975. Su último libro, Felizidade, es de una belleza sobrecogedora. Un canto a la experiencia de la maternidad, al padre, a la vida y al amor en todas sus manifestaciones. El libro ha recibido tantos premios que si los enumeramos aquí nos quedamos sin espacio para contar nada más. Felizidade, traducción del original en gallego Feliz Idade, es el quinto de sus libros de poesía. Continúa la veta abierta en su poemario Cráter (2011) y sigue el mismo hilo conductor que sus primeras obras: Nosotros desnudos (1997) y La cosa roja (2004). Es un libro escrito desde la celebración del amor y de la vida. Pero no esperéis encontraros flechas de cupido o relatos sobre doncellas y amantes. El amor de Olga Novo conjura la infelicidad para situar en el centro del escenario la continuidad de la vida, las revelaciones hormonales, las contracciones, la madre, el padre, la hija, el páncreas y los helechos. Novo es doctora en Filología Galaico-Portuguesa por la Universidad de Santiago de Compostela y profesora de lengua y literatura en el IES A Pinguela, en Monforte de Lemos (Lugo). Ha impartido clases en la Universidad de la Baja Bretaña, Lorient, durante casi dos lustros. Después volvió a Vilarmao. Ella dice que ese es su sitio.

 

Intrahistoria

Poema de Olga Novo incluido en ‘Feliz Idade’, la obra en gallego por la que en 2020 obtuvo el Premio Nacional de Poesía, que concede el Ministerio de Cultura. El jurado vio en el poemario un «relato vitalista que celebra el amor y la existencia más allá del tiempo».

Estás dentro como en un mundo esférico y prefecto
donde no hay frontera ni exclusión ni dios
en tu cielo estrellado de vitaminas.

Estas dentro de la paz total
en la alegría concreta de la existencia cuando te chupas la mano
por instinto de succión
como hace mi cerebro con la música estás dentro
de la armonía que está dentro de mí
conectada con los astros y con tu corazón que aprende
el compás binario de sístole y diástole.

Libre

como se es cuando se ama
como se es cuando se crea
cuando se cree
que se puede ser libre
estás dentro

de la poesía
que me ensancha hasta igualarme al diámetro de la pureza.

Y yo empiezo a entender
que sólo esta revolución hormonal
cambia para siempre mi historia
dentro
donde estás
en tu cielo estrellado de vitaminas
donde no hay frontera ni exclusión ni dios
como en un mundo esférico y prefecto.

 

Esta entrevista es uno de los contenidos del número 13 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras.
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