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20 Jul 2021
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Literatura

La poesía de los bajos fondos

Begoña Piña

El mapa del género negro. Por supuesto, son todos los que están, pero no están todos los que son.

La novela negra nació para representar el mundo del crimen sin demasiados artificios, para radiografiar una sociedad desengañada y huérfana de un código ético. Un lenguaje directo y unos cuantos tipos solitarios, perdedores, que se movían muy bien por los bajos fondos marcaron ese comienzo. Hoy, pareciera que el género estaba destinado a este siglo XXI neurótico y cruel. Por ello, hacer hoy el mapa del género negro no es fácil, especialmente por el cada vez mayor número de autores de calidad que se dedican a él. En estas páginas muchos son intercambiables y los nombres que aparecen en el apartado de «Los imprescindibles» podrían, o deberían, estar en la crónica general, y al contrario. Exactamente igual ocurre con algunas de las recomendaciones, pero al ser los títulos recientes o próximas apariciones han viajado a las páginas de sugerencias. Y, por supuesto, son todos los que están, pero no están todos los que son.

Novela negra americana

Hambre, miedo, enfermedades y una desolación colectiva, niños vagabundos viajando por todo EE. UU. a bordo de trenes de mercancías, parados desesperados apuntándose a cualquier negocio sucio del que sacar un puñado de dólares, tipos sin escrúpulos que organizaban bandas de comercio ilegal de alcohol aprovechando la ley seca, una violencia sin fin en los bajos fondos, ambientes sórdidos habitados por personajes ruines y sin conciencia que se «entendían» con despreciables y codiciosos ricos… La Gran Depresión, un infierno que se prolongó demasiados años, tuvo, sin embargo, un inesperado y enriquecedor fruto, la novela negra o, como uno de sus fundadores, el inmenso Raymond Chandler, la describió: la novela del mundo profesional del crimen, el mundo que se estaba viviendo.

Los «padres» del subgénero recién nacido en la primera mitad del siglo XX sorprendieron a los lectores alterando prácticamente todos los elementos a los que se habían acostumbrado leyendo novelas policiacas. Ahora el lenguaje era más directo, agresivo incluso; la violencia se revelaba sin artificios; los métodos de investigación eran más físicos y, sobre todo, los nuevos héroes estaban muy lejos de los personajes intachables que se habían conocido. Los detectives que enamoraron a los lectores eran unos cínicos que no creían en el futuro ni en la justicia, que no llevaban ni un dólar en el bolsillo, que se anestesiaban con litros de alcohol, que caían sin oponer demasiada resistencia en brazos de mujeres «peligrosas», que empatizaban mucho más con rateros medio honrados que con poderosos y millonarios corruptos y, sobre todo, eran hombres profundamente honestos.

El bien y el mal se fundían en estas historias que empezaron a publicarse en la revista Black Mask —creada por H. L. Mencken, el Sabio de Baltimore, y el crítico teatral George Jean Nathan— de Estados Unidos y en la colección Série Noire francesa. En la primera aparecieron los primeros relatos de los dos maestros norteamericanos del género, Raymond Chandler y Dashiell Hammett, aunque el detective que debutó en la revista pulp americana fue Terry Mack, creación de Carroll John Daly, que abrió la puerta al subgénero con Three Gun Terry, en el número del 15 de mayo de 1923. Allí nacieron esos tipos duros y solitarios que con sus investigaciones revelaban al mundo la putrefacción social.

Dashiell Hammett, autor de Cosecha roja y El halcón Maltés.

Dashiell Hammett (Saint Mary’s County, Maryland, 1894) puso todo patas arriba. Sin haber pasado de los estudios primarios, llegó a leyenda literaria. Comunista, condenado por supuestas actividades antiamericanas, es hoy un americano ilustre. Y, además, fue el hombre que evidenció que la ética que se alimentaba de la libertad, la igualdad y la justicia era el mejor material para crear a los personajes eternos de la ficción.

Durante un tiempo trabajó como agente de la Agencia Nacional de Detectives Pinkerton de Baltimore, origen del futuro FBI y, sin duda, fuente inagotable de material para sus libros. En la I Guerra Mundial se alistó en el American Field Service, un cuerpo voluntario que proporcionaba transportes y ambulancias a los aliados, y fue destinado a Francia. Un brote de tuberculosis le impidió continuar en el frente y regresó a EE. UU. Se dedicó primero a la publicidad, pero pronto la abandonó para escribir. Ahogado ya en problemas que no superó con el alcohol, dio vida al Agente de la Continental en las páginas de Black Mask, donde después nació Sam Spade.

Cosecha roja y La maldición de los Dain, de 1929, fueron su debut en la novela. Su obra cumbre, El halcón maltés, se publicó un año después —Humphrey Bogart, aunque no era rubio como el detective de la ficción, interpretó a Spade en la magnífica adaptación que firmó John Huston en 1941—. Y en 1934 decidió cambiar la literatura por el activismo político, que desarrolló desde el Partido Comunista, y llegó a ser presidente del Congreso de Derechos Civiles de Nueva York.

Destinado a las islas Aleutianas en la II Guerra Mundial, aprovechó el momento para editar un periódico del Ejército. Pero su entrega en ambos conflictos no le sirvió de nada ante la perfidia del malévolo senador McCarthy y del Comité de Actividades Antiamericanas. En 1951 fue encarcelado por negarse a dar información de sus compañeros, para los que había recaudado dinero con intención de conseguir su libertad, y sus obras fueron prohibidas. Cuando salió de prisión, malvivió un tiempo en una pensión hasta su muerte en 1961 a causa de un cáncer de pulmón.

La dramaturga Lillian Hellman, que había mantenido con él una relación intermitente durante 33 años, leyó unas palabras en su funeral: «Creía en el derecho del hombre a la dignidad y jamás, durante toda su vida, jugó a otro juego que al suyo propio: nunca mintió, nunca fingió, nunca se rebajó».

Raymond Chandler, padre de Philip Marlowe,

Raymond Chandler (Chicago, 1888), padre del Philip Marlowe, un lobo solitario enamorado de la poesía, se educó en Europa. Primero en Londres, donde vivió con su madre tras el divorcio de sus padres, y posteriormente en Francia y Alemania. En Inglaterra dio sus primeros pasos profesionales —funcionario del gobierno británico, en el Almirantazgo— y también se estrenó como escritor dedicándose al periodismo en el London Daily Express y en la Bristol Western Gazette. Publicó poemas y el relato The Rose Leaf Romance.

En la I Guerra Mundial se alistó en las Fuerzas Expedicionarias Canadienses para luchar en Francia y cuando terminó el conflicto trabajó, ya en EE. UU., para Dabney Oil Syndicate, donde llegó a ser vicepresidente. Como Hammett, Chandler tenía problemas graves con el alcohol, que ocasionaron, entre otras cosas, su despido.

Casado con Cissy Hulburt, el escritor decidió entregarse de lleno a la literatura y se puso a producir sin descanso relatos de terror, ciencia ficción, policiacos o fantásticos publicados en revistas pulp. Tenía ya 51 años cuando apareció El sueño eterno, su primera novela. Un decenio después publicó su gran obra, El largo adiós. En el camino había establecido una provechosa relación con Hollywood, donde firmó, entre otros, el guion de Perdición (Billy Wilder, 1944), adaptación de una novela de James Cain. Una de sus obras esenciales no es, sin embargo, de ficción. Se trata de El simple arte de matar, donde diseccionaba el género negro.

Mucho menos agresivo que Sam Spade, su detective privado Philip Marlowe ganaba a su colega, eso sí, en refinamiento cínico y en ironía —«Tantas pistolas rodando por la ciudad y tan pocos cerebros»—. En el cine también le puso rostro y voz Humphrey Bogart (El sueño eterno, de Howard Hawks), al que se unió el enorme Robert Mitchum en Detective privado y Adiós, muñeca.

Chandler perdió el rumbo cuando murió su mujer e intentó suicidarse un par de veces, atrapado en su dependencia por el alcohol y en una profunda depresión. Pasó tiempo escapando de ingresos en hospitales y del acoso por las deudas fiscales con los gobiernos de EE. UU. e Inglaterra. Murió en 1959, de una neumonía.

Los nombres de escritores ilustres del género que han seguido los pasos de los maestros no cesa de aumentar y, entre ellos, hay algunos especialmente notables. Ahí están:

Jim Thompson (Oklahoma, 1906). Prodigioso cronista de lo perverso y depravado del ser humano, se inspiró en su propio padre, un sheriff corrupto, para dar vida a muchos de sus personajes. Autor de 1280 almas, El asesino dentro de mí, Los timadores… vivió sofocado por el alcohol, en contacto con los bajos fondos, trabajando sin descanso y sin apartarse ni un milímetro de su visión negrísima del ser humano. Firmó los diálogos de Atraco perfecto y el guion de Senderos de gloria, dos de las obras maestras de Stanley Kubrick. Antes de morir, pidió a su mujer que conservara los originales de sus obras, seguro de que en los siguientes años la maldad en este planeta otorgaría mayor valor para todas. Tal y como predijo, hoy se siguen reeditando con gran éxito sus libros.

James M. Cain se obsesionó con la debilidad masculina y con esos hombres que perdían la cabeza por una mujer. Cómplices o víctimas de una femme fatale, el Frank de El cartero siempre llama dos veces llegó en tres ocasiones a la gran pantalla: Luchino Visconti debutó con su historia (Ossessione, 1941); John Garfield y Lana Turner protagonizaron la adaptación de Tay Garnett en 1946, y, finalmente, Bob Rafelson hizo una nueva versión, protagonizada por Jack Nicholson y Jessica Lange, en 1981.

Chester Himes (Missouri, 1909) fue responsable de añadir a los personajes negros y el problema racial en el género. Todos muertos, El gran sueño del oro, Algodón en Harlem o Un ciego con una pistola estaban protagonizadas por los famosos detectives de Harlem Ataúd Ed Johnson y Sepulturero Jones. Una gran dosis de sarcasmo y de denuncia pueblan sus novelas.

Patricia Highsmith (Texas, 1921). Imprescindible en el género. La escritora, creadora del oscuro personaje de Tom Ripley, suplantador de sus víctimas, se cebó en la mentira y la culpa para narrar sus relatos. Su debut en la novela, Extraños en un tren (1950), fue una bomba de talento y de éxito que recogió Alfred Hitchcock un año después para llevarla al cine, con guion de Raymond Chandler.

El escritor neoyorquino Mickey Spillane, padre del detective Mike Hammer, se une a esta nómina de autores, lo mismo que Robert B. Parker, y más recientemente Walter Mosley, Elmore Leonard o James Ellroy. Hoy la herencia de estos grandes está en manos de Michael Connelly, Harlan Coben y Dennis Lehane, entre otros.

El polar francés

La investigación del crimen en la literatura francesa venía del siglo XIX, pero fue la llegada de los maestros norteamericanos la que provocó una transformación del género en el país galo. Los escritores comenzaron a indagar en su propio tiempo y en el polar francés empezó a aparecer la guerra, la ocupación nazi, Mayo del 68… y los libros ya en los setenta contenían cuotas importantes de denuncia y un profundo sentido político. Por supuesto, Simenon, el autor belga, es uno de los nombres sobresalientes, y a él hay que añadir el de la autora viva Fred Vargas, una de las más originales del género negro en el mundo.

El proceso Lerouge (1863), de Emile Gaboriau (París 1832), está considerada la primera novela policiaca francesa, pero no sería justo empezar con ella sin antes mencionar un nombre fundamental, el de Vidocq.

Eugene François Vidocq (1775-1857). Criminal, primero, a punto de perder la cabeza en la guillotina, se convirtió después en confidente de la policía. Rápido y de una brillante inteligencia, convenció a las autoridades, a comienzos del siglo XIX, de que se creara una brigada de seguridad, hoy la Sûreté Nationale, el cuerpo de policía nacional con sede en París. La lideró él mismo y trabajó en ella con una docena de detectives, algunos antiguos exconvictos también. Dimitió en 1832 —al parecer instigó un asesinato para apuntarse el tanto de su posterior resolución—, pero ya estaba enganchando a la investigación policial y creó la que se conoce como la primera agencia de detectives. También abrió una imprenta y en ella publicó Memorias, Los ladrones y Los verdaderos misterios de París, novelas que bebían de sus experiencias.

Rizó el rizo al convertirse en personaje de ficción. Inspiró al expresidiario Vautrin, el Engañamuertes de El padre Goriot (1834) de Balzac. El detective Auguste Dupin de Edgar Allan Poe le mencionaba. Y en Francia, el antes citado Emile Gaboriau se basó en él para crear a Monsieur Lecoq en la primera novela policiaca gala. A su vez, este detective tuvo una monumental influencia en el nacimiento del legendario Sherlock Holmes, y este, finalmente, sentó los cimientos de otro grande del género, Arsenio Lupin, personaje inventado por Maurice Leblanc (Ruan, 1864). Con este elegante ladrón de guante blanco, el «Cyrano de los bajos fondos», en palabras de Sartre, Leblanc apuntaló las claves de la novela policiaca moderna.

Gaston Leroux (París, 1868) fue uno de los autores del género más populares. Entre la crítica se ganó el prestigio con la novela El fantasma de la ópera, pero a los lectores los embrujó con Joseph Rouletabille, un joven periodista con dotes detectivescas, que apareció en El misterio del cuarto amarillo (1907) y que introdujo a sus seguidores en la fórmula del crimen como problema a resolver.

El actor Jean Gabin interpretó varias veces al comisario Maigret, de George Simenon. Aquí, en la película Maigret voit rouge (1963), dirigida por Gilles Grangier.

George Simenon (Lieja, 1903) colocó la novela policiaca francesa en lo más alto y los franceses, eternos rivales de los belgas, no le dieron, naturalmente, la espalda. Añadió el análisis psicológico de los delincuentes al repertorio de su maravilloso comisario Jules Maigret, a través del cual iba dibujando los paisajes en los que vivían los personajes.

Con su sombrero hongo y fumando en pipa, se paseaba por París desde su despacho de la policía judicial de París, en Quai des Orfèvres. Tiene una experiencia impagable que se ha ganado comenzando desde abajo, una sensibilidad especial hacia las clases desfavorecidas y una intuición colosal. Como Chandler y Hammett, en sus libros el bien y el mal se difuminan y generalmente mandan las circunstancias mucho más que los códigos éticos.

Escribió 75 relatos protagonizados por Maigret. Solo en 1931 publicó los once primeros: Pietr el letón, La muerte ronda a Maigret, El difunto filántropo, El ahorcado de la iglesia, El asesino del canal, La cabeza de un hombre, El perro canelo, La noche de la encrucijada, Crimen en Holanda, La taberna del puerto y La bailarina del Gai-Moulin. Clausuró la serie con Maigret y Monsieur Charles, cuarenta años después, aunque añadió a otros 28 relatos cortos el mismo personaje.

Simenon, nombre esencial en el género policiaco, es muchísimo más. Más de cien novelas aparte de su serie Maigret, cuentos, 800 columnas humorísticas, una autobiografía reunida en 21 volúmenes, miles de artículos de prensa, reportajes realizados por todo el mundo… De sus obras se han vendido más de 500 millones de ejemplares, traducidos a más de 55 lenguas y publicados en 44 países. Y más de cincuenta películas están inspiradas en sus obras.

Marcel Duhamel dio un empujón definitivo al género en 1945 creando, para Gallimard, una nueva colección de novelas de influencia anglosajona que se bautizó con el nombre de Série Noire. Los elementos del género estadounidense calaron profundamente aquí.

Léo Malet (Montpellier, 1909). El escritor, amigo muy próximo de los surrealistas, creó al detective Nestor Burma, otro fumador de pipa que compitió con el comisario Maigret, y en el que se filtraba un conocimiento humano que el autor había adquirido trabajando casi de todo, desde albañil y picapedrero, pasando por el periodismo e incluso como cantante de cabaret. Anarquista, fue a prisión en 1940, acusado de atentar contra la seguridad del Estado, pero quedó libre ante la proximidad de las tropas alemanas. El ejército nazi le atrapó tomándole por desertor y le envió a un campo de prisioneros. Afortunadamente consiguió salir.

Calle de la Estación, 120, la primera aventura de Burma, apareció antes que la colección de Gallimard. El personaje se presentaba en el campo de prisioneros de Stalag, en el que estuvo prisionero Malet, haciendo así una contundente denuncia de la guerra. En Série Noire publicó Nestor Burma contre C.Q.F.D. y L’homme au sang bleu, a los que siguieron 35 títulos más, hasta 1983. En España, Libros del Asteroide ha editado la novela mencionada anteriormente, Ratas de Montsouris y Niebla en el puente Tolbiac.

Pierre Boileau (París, 1906) y Thomas Narcejac (Rochefort-sur-Mer, 1908). Se conocieron en 1948 y comenzaron a escribir mano a mano. Escritores reconocidos los dos, ambos habían ganado el Prix du Roman d’Aventures (mejor novela de género). Boileau trabajaba en los argumentos y Narcejac se ocupaba de los ambientes y los personajes. Sus dos obras más conocidas son Vértigo, que dirigió en cine Hitchcock, y Las diabólicas, que adaptó Henri-Georges Clouzot.

Otros autores de mediados de siglo que forman parte de la historia del género en Francia son: Auguste Le Breton (Lesneven, 1913), creador de la serie de Rififi, que terminó en el cine como una de las mejores películas de robos de la historia, y Frédéric Dard (Isère, 1921), padre del divertidísimo comisario del Servicio Secreto en París Antoine San-Antonio, un chulo adicto al whisky y la penicilina que no se separa de su pistola y vive con su mamá y que protagonizó casi doscientas historias.

El humor de Dard se transformó en denuncia social con Jean-François Vilar (París, 1947), militante trotskista, activista de Mayo del 68 y uno de los representantes de la renovación del policiaco francés. Es autor, entre otras, de obras como Siempre son los otros los que mueren, Bastilla tango y Estado de sitio. El componente político está también en la obra de Jean-Patrick Manchette (Marsella, 1942), uno de los autores más importantes del neopolar. Firmó su ópera prima, Dejad que los cadáveres se bronceen, como J. P. Bastid. Continuó con L’affaire N’Gustro, donde narraba el hecho real, en París en 1965, del secuestro y asesinato de Ben Barka, líder de la oposición de Marruecos. Otros de sus títulos son Nada, crónica del secuestro del embajador americano por una banda de anarquistas, y La posición del tirador tumbado.

Didier Daeninckx (Saint-Denis, 1949), «padre» del inspector Cardin, introdujo un carácter antifascista a sus novelas. Ganador del Grand Prix de Novela Negra gracias a su personaje estrella, es autor de Asesinatos archivados, El gato de Tigali, Palyback y La última guerra. En el primero, libro bandera del policiaco francés, investigó tres hechos de la historia reciente francesa para demostrar que los colaboradores de los nazis en la guerra de Argelia seguían siendo los controladores de la policía y el ejército francés.

Jean-Claude Izzo (Marsella, 1945) es el autor de uno de los mayores éxitos editoriales del neopolar, La trilogía marsellesa (Total Kheops, Chourmo y Soleá), protagonizada por Fabio Montale, enemigo del hampa y aficionado al buen vino y a la buena comida. Con el último de estos libros demostró el sobresaliente conocimiento que tenía de la mafia marsellesa.

Thierry Jonquet (París, 1954) aprovechó sus novelas para insistir en la realidad de los marginados y desprotegidos. La muerte, la enfermedad, la pobreza y la locura eran elementos recurrentes en su obra, en la que muchas historias habían nacido de sus experiencias como trabajador en un hospital geriátrico, en un centro para niños con amputaciones y en un psiquiátrico. «La barbarie está ahí, entre nosotros. La novela negra es su fiel compañera», aseveró este escritor, autor de más de treinta libros, entre ellos Ad vitam aeternam, Los líos de Claudio Lapalma y La bestia y la bella. Recientemente, Pedro Almodóvar firmó la adaptación al cine de Tarántula, que tituló La piel que habito.

Entre los nombres a destacar del género en Francia habría que mencionar también a Jean-Jacques Reboux, Marc Villard, Jean-Bernard Pouy y Jean-Patrick Raynal, pero, sin ninguna duda, la estrella literaria es la escritora Fred Vargas, Premio Princesa de Asturias de las Letras 2018.

El policiaco ingles

Arthur Conan Doyle y Agatha Christie, estrellas del género en la versión británica, reconocieron siempre, especialmente el primero, la deuda inmensa que tenían con el norteamericano Edgar Allan Poe y con su afinadísimo Auguste Dupin, aquel detective aficionado enamorado de los enigmas. En Europa, ellos manipularon y convirtieron el policiaco en reinado también de detectives muy peculiares con cerebros brillantes y prodigiosa intuición. Les dotaron de unos modales exquisitos y alejaron de ellos la suciedad de la violencia.

Arthur Conan Doyle (Edimburgo, 1859) creó a uno de los personajes de ficción más grande de todos los tiempos. Y tanto creció que se comió a su «padre». Sherlock Holmes, un tipo con nariz de ave rapaz, alto y delgado, cultísimo, de excepcional inteligencia, adicto al opio, la morfina y la cocaína, nació con una característica valiosísima, carecía completamente de prejuicios, lo que, probablemente, contribuyó a convertirlo en el gigante que sigue vivo hoy.

A su lado, siempre, el doctor Watson, al que se le dedica una de esas expresiones fantasma de la ficción. Doyle jamás escribió en ninguna de las cuatro novelas y cincuenta y seis relatos la popular «elemental, querido Watson» que continuamos repitiendo y repitiendo. Lo que sí hizo el escritor fue dotar a este personajes de unos cuantos elementos de su propia vida. Veterano de guerra, es el narrador de las aventuras de Sherlock Holmes y es el contrapunto a la, a veces, falta de empatía del detective.

Tenía 28 años el autor cuando dio vida en Estudio en escarlata a Sherlock Holmes. La fama del detective aumentaba sin descanso y sus historias llegaron a convertirse en un fenómeno social. Conan Doyle no soportó la responsabilidad y mató a su criatura. La madre del escritor le advirtió de que ese gesto no se lo iba a tomar nadie demasiado bien y, efectivamente, tras El problema final, donde desaparecía, la avalancha de cartas, quejas y amenazas desbordó nuevamente al autor. The Strand Magazine, revista donde se publicaban los relatos, perdió 20.000 suscriptores. Arthur Conan Doyle no pudo tampoco soportar esa presión y resucitó a Holmes en La aventura de la casa vacía. Y el detective sigue vivo hoy.

Los casos que Sherlock Holmes investigó compiten todavía hoy en número de lectores con la Biblia y el Diccionario. Cada año se editan, solo en EE. UU. y Reino Unido, cinco millones de sus libros, que están traducidos a 84 idiomas. En el planeta hay 357 sociedades dedicadas al personaje y miles de páginas webs. Existen alrededor de 10.000 libros y publicaciones dedicadas al estudio y análisis del detective. Y, por encima de todas las cifras, no debe haber un alma en todo el mundo que no conozca a Sherlock Holmes, aunque muchos no saben quién fue su creador.

La escritora Agatha Christie.

Agatha Christie (Torquay, 1890), heredera del reinado del anterior, demostró una astucia muy superior a la de su colega escocés. Cuando sus dos personajes bandera, Hércules Poirot y Miss Marple, tenían ya legión de seguidores, su creadora, en realidad, ya los había asesinado. Agatha Christie los mató en dos novelas —Telón y Un crimen dormido— que guardó en la caja de seguridad de un banco. Allí esperaron a que, más de treinta años después, la «reina del misterio» aprobara su publicación. El shock fue, sin embargo, parecido al que sufrieron los lectores con la muerte de Holmes. En el caso de Poirot, su fallecimiento provocó una esquela inaudita, teniendo en cuenta que era un personaje de ficción, nada menos que en The New York Times.

Agatha Christie, como Conan Doyle, también tenía 28 años cuando escribió la primera novela protagonizada por Poirot, El misterioso caso de Styles. Se la rechazaron unas cuantas editoriales y cuando logró publicarla, en 1920, vendió 2000 ejemplares. Sin embargo, cuando esta misma historia apareció por entregas en The Weekly Times fue un éxito instantáneo. A partir de ahí, la celebridad del personaje y de su autora no dejaron de crecer.

Hércules Poirot, un tipo obsesionado con el orden y el método, extraordinariamente pulcro, era un antiguo miembro de la policía belga, refugiado en Inglaterra durante la I Guerra Mundial. Le acompaña siempre su amigo Arthur Hastings, que, como en el caso de Watson, es el narrador de sus relatos. Este hombrecillo —«medía apenas más de cinco pies y cuatro pulgadas»— con bigote tieso y militar, cabeza en forma de huevo casi siempre ladeada y máxima eficacia, también sobrepasó el aguante de su creadora, que le cogió un poco de manía y terminó diciendo de él que era «detestable, ampuloso, pesado y egocéntrico».

Treinta y tres de las setenta y nueve novelas que escribió Agatha Christie estaban protagonizadas por Poirot, a quien la autora dedicó también 54 relatos cortos. La escritora, además, publicó decenas de historias breves y algunas obras de teatro. Sus novelas se han traducido a 103 idiomas y de ellas se han vendido más de cien millones de ejemplares. Según el Libro Guinness de los Récords, está en la misma posición que William Shakespeare. Arthur Conan Doyle es el tercer escritor de la historia más leído y Agatha Christie la tercera también, pero en la lista de los más vendidos.

La adorable Miss Marple apareció para mitigar un poco el hartazgo que tenía la escritora con Poirot. En 1930 aparecieron sus dos primeros casos, Muerte en la vicaría y Un cadáver en la biblioteca. En total, escribió doce historias con este personaje. Con ellos alcanzó idéntica fama que con el expolicía belga, aunque esta vez fue justamente siguiendo el camino contrario. Jane Marple, que es una mujer cordial y encantadora, soluciona los casos que vuelven loca a la policía aprovechando su conocimiento del mundo animal y de la naturaleza. Otras cualidades de esta mujer es que se conoce muy bien a todos sus vecinos y sabe dar la vuelta al machismo de la época. Nadie toma demasiado en serio a esa señora mayor que, sin embargo, les da sopas con honda a todos.

En los relatos de Miss Marple a menudo había algún personaje que leía novelas de detectives, así Agatha Christie tenía la excusa perfecta para mencionar a sus colegas. Con ellos se reunió en 1930 en la asociación London Detection Club. Dorothy Leigh Sayers, Arthur Morrison, Gilbert Keith Chesterton, Freeman Wills Croft y Ronald Knox conspiraron para, con una disciplina británica, establecer las normas del género, tarea que llevó a cabo este último. Un investigador habilidoso; un único encubridor de la solución, el escritor; prohibidas las circunstancias improbables y, muy importante, la justicia siempre gana. Reglas de un juego que, en realidad, seguían todos antes de reunirse.

Dorothy L. Sayers (Oxford, 1893) eligió a un aristócrata inglés para protagonizar sus novelas, Lord Peter Wimsey. Apareció en diez libros y dos colecciones de cuentos, en todos ellos acompañado de Mervyn Bunter, su mayordomo, un hombre que domina algunos temas bastante útiles y que es muy hábil haciendo seguimientos.

Gilbert K. Chesterton, creador del padre Brown.

Gilbert K. Chesterton (Londres, 1874) apostó por un personaje curioso que a lo largo de los años cautivó el corazón de los lectores. Se trata, por supuesto del padre Brown, un sacerdote católico muy fino en sus análisis psicológicos. Más de cincuenta historias reunidas en cinco volúmenes estuvieron dedicados a él y a los personajes que le rodeaban, a menudo ladrones y timadores que le han confiado sus secretos.

Arthur Morrison (Londres, 1863) se inventó a un detective que era casi todo lo contrario que Sherlock Holmes. Bajito y feliz de cooperar con la policía, Martin Hewitt protagonizó tres volúmenes de relatos. Sin embargo, este solo fue un primer paso para la obra esencial de este escritor que marcó un antes y un después en el género de Inglaterra. Con A Child of the Jago retrató las condiciones de vida del East End, incluida la aparición y desarrollo de la violencia en sus calles.

Freeman Wills Crofts (Dublín, 1879). El escritor irlandés, considerado uno de los pioneros del género policiaco, es el «padre» del inspector French, un policía de Scotland Yard que otorgó dignidad a la figura de la policía, bastante vapuleada en los relatos ajenos.

Ronald Knox (Leicestershire, 1888), aunque autor de novelas policiacas, destaca más como redactor de las reglas del género. En el prólogo de Las mejores historias de detectives de 1928-29 especificaba las diez normas esenciales, inspiradas en las veinte reglas de oro creadas anteriormente por Willard Huntington Wright, alias S. S. Van Dine.

Anthony Berkeley (Watford, 1893) se rebeló. En los relatos protagonizados por el detective Roger Sheringham transformó en muchas ocasiones al asesino en el héroe. Una práctica que también llevó a cabo Roy Vickers (1889), quien, además, se atrevió a empezar sus historias revelando la identidad del asesino.

P.D. James (Oxford, 1920), nombre clave en las novelas de detectives británicas, devolvió a estas las «buenas costumbres» a través de las investigaciones de su detective poeta Adam Dalgliesh. Ella es la que más se acercó al género negro, al profundizar en la realidad social y exhibir sin tapujos la maldad humana que coloca sus obras en la frontera con el género negro.

Val McDermid (Kirkcaldy, 1955), escritora escocesa, dio un triple salto mortal con tirabuzón y cayó de pie intacta y poderosa, y ahí sigue. Arrasó con todas las convenciones de la novela de género británica al elegir como protagonista a Lindsay Gordon, una periodista lesbiana. Otros personajes populares de sus libros son el investigador privado Kate Brannigan y el psicólogo Tony Hill. Autora de 22 novelas, su aparición en el terreno literario coincide con la de otros escritores, como Ian Rankin, y con lo que se conoce como la renovación del género en Gran Bretaña.

El género en España

La novela negra española es mucho más heredera de los siniestros años del franquismo que del policiaco que surgió a finales del siglo XIX como respuesta a la tradición realista. Cuando el régimen estaba en las últimas, apareció resplandeciente una literatura que, por fin, podía pisotear, o por lo menos, cuestionar el poder y las instituciones.

El año 1972 es clave porque es el del nacimiento de Pepe Carvalho, el personaje literario que acompañó a Manuel Vázquez Montalbán durante toda su vida como escritor y que apuntó las bases del género en nuestro país. Guardaespaldas de origen gallego que ha sido miembro del Partido Comunista de España y ahora lo es ocasionalmente de la CIA, este tipo apareció en Yo maté a Kennedy y volvió muy pronto, dos años después en Tatuaje. Montalbán, a través de Carvalho, hizo la crónica de la España de la segunda mitad del siglo XX, de sus transformaciones sociales, culturales y sobre todo políticas.

Manuel Vázquez Montalbán.

Manuel Vázquez Montalbán (Barcelona, 1939) es uno de los nombres grandes del periodismo y la literatura españolas y uno de los «padres» del género en España. Militante del Frente de Liberación Popular, fue condenado a tres años de cárcel —de los que cumplió uno y medio— por sus actividades antifranquistas. En prisión escribió su primer ensayo y ya en libertad comenzó su carrera periodística en la revista Triunfo.

Novelista, poeta, ensayista, periodista y crítico, Vázquez Montalbán nos dejó la serie Carvalho y con los títulos que la componen desarrolló una de sus pasiones, la gastronomía. Su detective, el ayudante de este, Biscuter, y algunos otros personajes de esas novelas se enredan en debates entusiastas alrededor de salsas, condimentos, arroces, cuál es el mejor asado para la carne o las virtudes indiscutibles de una buena tortilla de callos. Discusiones que el propio escritor tenía a menudo con otras personas y que disfrutaba muy especialmente con su colega siciliano Andrea Camilleri, quien bautizó a su personaje estrella Comisario Montalbano en homenaje a su amigo. Este italiano popularísimo en el policiaco actual es otro gran amante de la comida, que no perdona muera quien muera.

Carvalho vive en una villa alquilada en Vallvidrera; tiene una relación con Charo, una prostituta que terminará como recepcionista de un hotel en Andorra; su despacho está a unos pocos pasos de Las Ramblas; es un escéptico, descreído del sistema aunque trabaje para limpiar el país de delincuentes, y desde el día, a principios de los años 70, que comprendió que la cultura le había alejado de la vida, quema libros para avivar su chimenea.

Los lectores españoles vivieron con él la descomposición del Partido Comunista en la Transición (Asesinato en el Comité Central), la caída del felipismo (El premio), los días de la renovación de 1992 (Sabotaje olímpico), la reconstrucción argentina tras la dictadura (Quinteto de Buenos Aires)… hasta Milenio, publicada en 2004 en dos entregas y con la que finalizó la serie.

Francisco González Ledesma.

Francisco González Ledesma (Barcelona, 1927). Primero fue Silver Kane, autor de historietas de tebeos y novelas del Oeste. Con aquellos libros ganó lo necesario para estudiar Derecho. En 1948, con 21 años, se alzó con el Premio Internacional de Novela por Sombras viejas. La dictadura franquista prohibió el libro y señaló a Ledesma como «rojo y pornógrafo». Cambió el derecho por el periodismo, al que se dedicó muchos años.

Los libros Los napoleones, Las calles de nuestros padres y Expediente Barcelona, todavía firmados por Silver Kane, aparecieron con la democracia, en la que, por fin, vivió el reconocimiento merecido. En 1984 conquistó el Premio Planeta con Crónica sentimental en rojo y la prestigiosa editorial Gallimard publicó en Francia Expediente Barcelona, con la que se ganó una reputación en aquel país, donde habitualmente se le publica antes incluso que en España.

El inspector Ricardo Méndez nació en esta novela como personaje secundario, pero llegó para quedarse en la historia del género en español. Cínico, solitario, con un carácter muy poco diplomático, le dio muchas más alegrías a su creador. Con él, Francisco González Ledesma ganó también un Premio Hammett por El pecado o algo parecido, y el Premio Internacional de Novela Negra RBA, con Una novela de barrio. El libro No hay que morir dos veces celebraba los veinticinco años del personaje. Al contrario que Carvalho, Méndez es uno de los policías del género en español que peor come.

Juan Madrid.

Juan Madrid (Málaga, 1947). Exponente de la nueva novela urbana europea, Juan Madrid es un romántico del género. Un beso de amigo (1980) fue su debut en la literatura, donde habita desde entonces y a la que ha aportado más de cuarenta libros —novelas, cuentos, ensayos, crónicas y libros juveniles—. Desde esas primeras líneas le acompañó Toni Romano, expolicía, exboxeador, detective sin licencia, habitual de los barrios marginales y del Malasaña oscuro de los años de la transición. Es un tipo incorruptible y triste, empeñado en sacar a relucir la verdad, tan obsesionado con ello que su vida personal es un asco. Además del título mencionado, aparece en Las apariencias no engañan, Regalo de la casa, Bares nocturnos, Adiós, princesa

Con o sin Toni Romano, las historia de Juan Madrid se han llevado siempre bien con el cine, donde se han adaptado Nada que hacer, que se estrenó como Al acecho; Imanol Uribe dirigió Días contados, y él mismo se puso al frente de la película Tánger. El escritor también dirigió en 2006 el documental La memoria recobrada: Málaga, 1937, la carretera de la muerte, donde recuperaba un episodio de la guerra civil española. Para televisión escribió varios guiones de la serie Brigada Central, que se convirtió también en colección de libros.

Jorge Martínez Reverte (Madrid, 1948) apostó por un periodista, Julio Gálvez, para desmenuzar escándalos político-financieros del franquismo, como el caso Sofico, corruptelas empresariales, delitos del crimen organizado… incluso para retratar los mecanismos de la policía en el País Vasco y del impuesto revolucionario de ETA. Protagonista de seis de sus novelas, Gálvez nació en 1979, en Demasiado para Gálvez, y su más reciente aparición fue en 2017, en Gálvez y la caja de los truenos.

Andreu Martín (Barcelona, 1949). Se lanzó a la novela negra desde el cómic, donde permaneció varios años como historietista. Aprende y calla, su ópera prima, se publicó en 1979. Un año después se llevó el Premio Círculo del Crimen con Prótesis, novela que Vicente Aranda llevó con éxito al cine en Fanny Pelopaja. La violencia que genera esta sociedad, la pérdida de valores morales, los caminos de la explotación y la corrupción, España como eje del narcotráfico europeo… surgen en sus títulos, entre los que se debe destacar Por amor al arte o Barcelona Connection, una historia que nació como guion cinematográfico y que al convertirse en novela recibió el Premio Hammett de la Asociación Internacional de Escritores Policiacos.

Alicia Giménez Bartlett (Almansa, Albacete, 1951). Destacado nombre de la novela negra en España, esta escritora —Premio Nadal y Premio Planeta— ha paseado por el género llevando de la mano a la inspectora de policía destinada en Barcelona Petra Delicado, personaje que todavía no ha abandonado. Con ella ha conquistado lectores más allá de nuestras fronteras, ha ganado el Premio Raymond Chandler, ha recibido críticas magníficas en The New York Times y los lectores de Francia, Alemania, Estados Unidos e Italia la adoran.

Debutó con la novela Exit, en 1984, pero no fue hasta más de diez años después cuando nació Petra Delicado, en 1996, en Ritos de muerte. Le siguieron Días de perros, Mensajeros de la oscuridad, Muertos de papel…, hasta doce títulos, con Sin muertos de este mismo 2020.

Los libros de Giménez Bartlett de esta serie recorren varios territorios de la actualidad, desde la inmigración, pasando por la corrupción de menores o el crimen organizado, hasta los delitos relacionados con la clase alta. Acompañada por el subinspector Fermín Garzón, las historias se adaptaron a la televisión, con Ana Belén y Santiago Segura en los papeles principales.

Lorenzo Silva (Madrid, 1966). Es uno de los padres del festival Getafe Negro, pero sobre todo es el creador de la pareja de la Guardia Civil formada por Bevilacqua y Chamorro. Los problemas «criminales» a los que se enfrenta nuestro país quedan retratados en las investigaciones de estos personajes. Novelista, ensayista, autor de infantil y juvenil, de libros de viajes, articulista, Lorenzo Silva entró con fuerza en el panorama literario y ya en 1997, con La flaqueza del bolchevique quedó finalista del Premio Nadal, que ganó tres años después.

El sargento Rubén Bevilacqua Vila y su compañera, la cabo Virginia Chamorro, llegaron en 1998 con El lejano país de los estanques (Premio Ojo Crítico). El siguiente título de la serie, El alquimista impaciente (2000), fue el flamante Premio Nadal y llegó al cine de la mano de Patricia Ferreira, con los actores Roberto Enríquez e Íngrid Rubio en los papeles protagonistas. Los otros títulos de la serie editados hasta el momento son: La niebla y la doncella, Nadie vale más que otro, La estrategia del agua, La reina sin espejo, La marca del meridiano, Los cuerpos extraños, Donde los escorpiones, Tantos lobos, Lejos del corazón y El mal de Corcira.

Miembro de la Unidad Central Operativa, Bevilacqua se licenció en Psicología, pero terminó opositando para entrar en la Guardia Civil. Colecciona soldados de plomo, pero solo de ejércitos derrotados, está divorciado, tiene un hijo, le tranquiliza plegarse a la jerarquía del cuerpo y se lleva bien con Chamorro. Esta, gran aficionada a la astronomía, es una mujer sensata, un poco tímida y de carácter un poco agrio.

Domingo Villar (Vigo, 1971) debutó con una novela protagonizada por Leo Caldas, una especie de alter ego en la ficción. Vinculado con el vino desde la infancia, el escritor ha sido crítico gastronómico y miembro de alguna tertulia radiofónica. El relevo en estas tareas lo tomó su personaje en 2006 cuando apareció en Ojos de agua. El policía gallego, hijo de un hombre dedicado al vino, es un parroquiano habitual del Eligio, un local que el propio Villar frecuenta en Vigo. Por si no fuera suficiente, Caldas participa en un programa de radio y forma pareja con Rafael Estévez, un policía aragonés que se desespera ante la proverbial ambigüedad gallega, circunstancia que el escritor ha vivido directamente con su mujer, también aragonesa.

Con su primer libro, Domingo Villar despertó todas las alarmas, había que tener en cuenta a este autor. Aunque le costó su publicación, finalmente pudo incluso elegir editorial y apostó por Siruela, donde ha publicado los dos títulos siguientes: La playa de los ahogados y El último barco. Los libros han conquistado varios premios, han sido traducidos a diferentes idiomas, se hicieron cuarenta ediciones de los dos primeros… y Domingo Villar sigue.

Nórdica

Maj Sjöwall y Per Wahlöö son los grandes nombres del género negro en los países nórdicos. Pareja profesional y sentimental, con un profundo compromiso político, crearon al inspector Martin Beck, un perpetuo insatisfecho, de enorme paciencia, adicto al tabaco y excelente jefe de la Brigada de Homicidios, y le pusieron al frente de diez novelas. La primera fue Roseanna y se publicó en 1965. En sus libros diseccionaron la sociedad sueca y desvelaron todos los males de lo que ellos llamaron «la cuestionable moral burguesa del pseudobienestar».

Henning Mankell es uno de los grandes responsables del auge de la novela negra en Europa. Su personaje Kurt Wallander ha dado la vuelta al mundo revelando lo más feo que hay en el planeta, denunciando las perversiones y males de los países europeos más desarrollados frente a las carencias y necesidades de los lugares más pobres. Comprometido personalmente en muchas de las causas que denunció en sus libros, especialmente la emigración, apoyó activamente la Flotilla de la Libertad y subió a bordo del barco de ayuda humanitaria, el Mavi Marmara, uno de los seis buques que intentaban llevar alimentos a la franja de Gaza y que fueron asaltados por el Ejército de Israel, con el dramático resultado de diecinueve muertos. Las doce novelas de la serie Wallander ya son parte de la historia de la literatura y un documento valioso como crónica de los peores vicios de la sociedad de los siglos XX y XXI.

El fenómeno Stieg Larsson probablemente no se olvidará en mucho tiempo. Periodista autor de reportajes e investigaciones molestas para el poder, los ricos empresarios y la clase acomodada en general, es ya sobre todo el creador de la saga Millennium y de sus dos personajes principales, la investigadora Lisbeth Salander y el periodista de investigación Mikael Blomkvist, ambos producto de la nostalgia del autor por los libros infantiles de la escritora sueca Astrid Lindgren.

Jo Nesbø es hoy el gran escritor del género negro en los países nórdicos y uno de los grandes del mundo. «Padre» de Harry Hole —un detective de la policía de Oslo, depresivo y solitario, alcoholizado y oscuro—, ha acompañado a su personaje desde 1997 hasta hoy. Las novelas son descarnadas y tristes, y en ellas aflora lo peor de la sociedad moderna. Petirrojo fue la primera novela publicada de la serie, aunque era su tercer libro. Otros grandes títulos de este personaje son El muñeco de nieve y Némesis. Alcanzó el cielo literario del género con Macbeth, donde el autor reinventaba, aprovechando a Harry Hole, la obra de Shakespeare y retrata un mundo desesperado y miserable.

Arnaldur Indridason es uno de los escritores de la nueva ola de novela negra islandesa más celebrados de los últimos años. Su inspector Erlendur Sveinsson, un policía muy experimentado que tiene una vida personal absolutamente desastrosa, apareció en 1997 en Los hijos del polvo y protagonizó trece títulos. Indridason está reconocido con los galardones más importantes del género dentro y fuera de su país.

La Asociación de Escritores Suecos de Novela Negra concedió su Premio a la Mejor Primera Novela a Asa Larsson por Aurora boreal (2003), una historia que protagonizaban la abogada Rebecka Martinsson y la policía Anna-Maria Mella. La violencia y el integrismo en círculos religiosos, que ella misma había vivido en su infancia, eran el centro del libro. Un debut aplaudidísimo que prometía estupendos libros, y cumplió con ello ya con la siguiente novela, Sangre derramada, esta vez, Premio a la Mejor Novela Negra del Año. Desde entonces no ha dejado de crecer.

Camilla Läckberg aterrizó en el mundo literario por todo lo alto. Debutó con La princesa de hielo, primera novela de una serie policiaca de la que se vendieron tres millones de ejemplares en Suecia. Un éxito colosal en todo el mundo la ha acompañado desde entonces, sobre todo con los libros protagonizados por la escritora, Erika Falk, y su pareja, el detective de policía Patrick Hedström. Son historias que recuerdan a las de Agatha Christie, con argumentos que se desarrollan en un pequeño pueblo, donde todos los personajes esconden algún secreto. Investigaciones de asesinatos que esconden la violencia de la sociedad de hoy.

A la italiana

Tres dialectos romanos se cruzaban en las páginas de El zafarrancho aquel de vía Merulana, un clásico de la literatura vanguardista del siglo pasado y novela fundacional del género en Italia. En ella, Carlo Emilio Gadda, que ambientaba la historia en la Roma de 1927, hacía el retrato de la demencia del país en ese tiempo. Una literatura de altísima calidad y un personaje fascinante, el del comisario de policía Francesco Ingravallo, sentaron las bases de un recorrido que siguió deslizándose por un camino de crimen, mafia, corrupción política…

Andrea Camilleri

La luz del Mediterráneo, en contraste con lo más oscuro del mundo del delito, ha seguido funcionando espléndidamente en Italia, donde, sin duda, destacan los libros de Andrea Camilleri. Es el autor italiano que más libros vende en su país y uno de los escritores más conocidos en todo el mundo. Su éxito y popularidad no dejaron de crecer desde que apareció la primera novela protagonizada por el comisario Montalbano, La forma del agua (1980). Policía atípico, amante de la buena mesa y lector voraz, Salvo Montalbano es hoy un héroe nacional al que han levantado una estatua en la ciudad natal de Camilleri.

Giorgio Todde y su curioso personaje del embalsamador y forense Efisio Marino viajan con el género por el delito del siglo XIX para hablar de la vida y de la muerte y desviarse hacia una reflexión filosófica. Antonio Manzini nada entre un negro negrísimo y un policiaco adobados con cierto sentido del humor y sustentados en un protagonista atractivo, el vicequestore Rocco Schiavone, un tipo brillante, no demasiado amante de la legalidad y que necesita un cigarro de marihuana por la mañana para empezar el día. Un tono muy diferente tenía La sustancia del mal, ópera prima de Luca D’Andrea y trampolín directo al éxito. Se publicó en 2016, se vendió a más de treinta países, se convirtió en serie de televisión y le valió al autor el Premio Giorgio Faletti en Literatura. Posteriormente, ha escrito La muerte de Erika Knapp.

Los imprescindibles de hoy

John Connolly. El irlandés retó al género incluyendo elementos sobrenaturales en sus historias y calló la boca de todos los puristas. Su serie protagonizada por Charlie Bird Parker, en la que los muertos exigen salir del olvido, es excepcional. Todo lo que muere (1999) fue el arranque. Ya hay diecinueve títulos, dos de ellos aún no han llegado a España, pero Tusquets tiene preparado el próximo para primavera-verano de 2021.

Fred Vargas

Fred Vargas. Seudónimo de Frédérique Audoin-Rouzeau, es uno de los grandes nombres del género, al que otorga una portentosa calidad literaria. Preocupada por la realidad, pero alejada del realismo, sus novelas de género quedan unas en manos del peculiar comisario de policía Jean-Baptiste Adamsberg, otras son «propiedad» de «los tres evangelistas» y el viejo expolicía Vandoosler, y, finalmente, algunas también cuentan con Ludwig Kehlweiler, un antiguo policía que tiene una red de chivatos y convive con un sapo llamado Bufo. Premio Princesa de Asturias de las Letras, en España la edita Siruela.

Ian Rankin. Uno de los mejores, si no el mejor. Y su personaje bandera, John Rebus, es también uno de los mejores policías de los últimos decenios. Cronista de los bajos fondos de Edimburgo, sus novelas retratan la sociedad escocesa desde la mirada de este tipo, un antisocial lleno de ira y que se conoce al dedillo todos los pubs de Edimburgo. RBA ha publicado las 22 novelas de la serie Rebus y las dos de su nuevo personaje, Malcolm Fox, un policía que investiga a sus propios compañeros. El gobierno le concedió en 2002 La Orden del Imperio Británico.

Dennis Lehane. Este escritor americano, que tiene un talento literario desbordante, debutó con Un trago antes de la guerra (1994), donde ya aparecían los detectives Patrick Kenzie y Angie Gennaro. Pareja sentimental y profesional, en sus propias vidas ya está escrita media historia de Boston. La familia Coughlin protagoniza una espectacular trilogía, en la que Lehane repasa la primera mitad del siglo XX en EE. UU. Es autor, además, de magníficas novelas que han terminado en el cine, como Mystic River o Shutter Island. Sus obras están editadas por RBA y actualmente por Salamandra.

Benjamin Black. Seudónimo del irlandés John Banville para sus novelas negras, que nacieron en 2006 con El secreto de Christine, donde apareció el patólogo forense Garret Quirke, un huérfano al que acogió en su familia el juez Griffin y que se ha convertido en un nostálgico empedernido. Otros de sus personajes son el ex periodista irlandés John Glass y el magnético Strafford, policía irlandés. Los dos títulos de este último han llegado a España de la mano de RBA, el resto lo publica Alfaguara.

Harlan Coben. La clase media alta americana está constantemente a prueba en las novelas del autor americano, uno de los más populares en todo el mundo. Parte de su éxito se debe a su personaje Myron Bolitar, fenómeno del baloncesto que terminó muy pronto su carrera por una lesión y ahora es investigador privado. Un cóctel de oscuridad y un agudo sentido del humor son sus señas. Diez títulos componen esta serie, a la que ha seguido otra protagonizada por Mickey Bolitar, el sobrino del anterior, de la que hay dos novelas por llegar a España. RBA es su editorial. En noviembre se publicó En fuga.

Michael Connelly. Otro de los grandes referentes de la novela negra americana actual. Su personaje estrella es Harry Bosch, treinta años como policía en Los Ángeles, posteriormente detective privado y luego reincorporado a Homicidios Especiales. Obsesivo, honesto y enemigo de sus superiores, tiene 26 novelas para él solo. Ediciones B y Roca Editorial lo trajeron a España, les siguió RBA y hoy publica en nuestro país con AdN Alianza de Novelas. El abogado defensor Mickey Haller, hermanastro de Bosch, ha protagonizado seis novelas; el periodista Jack McEvoy, tres, y la policía Renée Ballard de la Brigada de Robos y Homicidios es su nueva heroína. En España acaba de publicarse Fuego nocturno, Harry Bosch y Renée Ballard juntos.

James Ellroy. Uno de los maestros vivos de la novela negra americana. Conocido como «el Perro Demoniaco de la Literatura Policiaca de Estados Unidos», con una tortuosa vida a sus espaldas y la gran tragedia del asesinato de su madre cuando él era un niño, ha creado un universo único en sus libros. Perfidia y Esta tormenta, sus novelas más recientes en España, son los dos primeros títulos del Segundo Cuarteto de Los Ángeles. El primero arrancó en 1987 con La dalia negra. Brutal, preciso y de altísima calidad literaria, Ellroy (autor de Literatura Random House) es irreemplazable en el género.

Elmore Leonard. Padre de algunos de los mejores perdedores y solitarios del género, es otros de los maestros en EE. UU. Falleció en 2013 y en sus libros retrató la cultura y sociedad americanas a través de historias con cierto grado de violencia y bastante dureza y, sobre todo, con personajes inusuales: predicadores, saltadores de trampolín, cobradores de deudas… Fulgor de muerte, editada por Versátil, es su último título aparecido en España.

Philip Kerr. Tristemente desaparecido en 2018, este escocés es el creador de Bernie Gunther, un policía y detective del Berlín anterior a la II Guerra Mundial. Es alto, rubio, de ojos azules y con la nariz rota, un físico que le resta problemas con los nazis a los que él no tiene ninguna simpatía. Protagonista de catorce novelas, es su personaje más popular, pero Kerr dio vida también a Scott Manson, un técnico de la Premier League que, en su primera aparición, tenía que investigar la muerte de su jefe. El año pasado apareció en las librerías españolas, de la mano de RBA, Metrópolis, el último libro con Bernie Gunther. Y este año han aparecido sus thrillers Plegarias y El arte del crimen, también RBA, mientras que Salamandra ha publicado la novela inédita Materia oscura.

Petros Márkaris. Es el gran autor griego de novela negra. Su entrañable Kostas Jaritos, de la policía de Atenas, pasea e investiga por una Atenas cada vez más violenta, llena de refugiados y con un elevado sentimiento nacionalista. Como Montalbán o Camilleri, Márkaris repasa constantemente la cocina griega y turca. Ediciones B publicó los primeros títulos de Jaritos y le tomó el relevo Tusquets. La nueva novela aparecerá en primavera-verano de la mano de esta editorial. La más reciente hasta el momento es La hora de los hipócritas.

Ernesto Mallo. El escritor argentino es el creador de uno de los personajes más terrenales y agudos del género, el comisario Lascano el Perro. Nació de la desesperación y de la ruina del autor, que se encerró en un sótano y se puso a escribir. La situación del país en manos de los militares queda retratada en sus libros. El hilo de sangre es la última entrega de la serie de este personaje. Publicado siempre por Siruela en España, la editorial presenta en enero La ciudad de la furia, un mundo de grandes corporaciones empresariales y de una miseria sin atenuantes.

Leonardo Padura

Leonardo Padura. Cubano internacional, reconocido por El hombre que amaba a los perros, ha regalado al género el personaje del detective Mario Conde, un melancólico desencantado y aficionado al alcohol a través del que se vive la realidad de la isla. El título más reciente de este personaje es La transparencia del tiempo, publicado por Tusquets.

Rosa Ribas. Creadora de la comisaria Cornelia Weber-Tejedor, protagonista de cuatro novelas, y de la periodista Ana Martín para los libros coescritos con Sabine Hofmann, en su reciente Un asunto demasiado familiar abrió una nueva saga. Hernández Detectives es una agencia familiar que solo tiene una regla, a la familia no se la investiga. Tusquets publicará la nueva novela de la autora este 2021.

Donna Leon. Nacida en Nueva Jersey, vive en Venecia, ciudad también de su famoso policía Guido Brunetti y único lugar del mundo donde la autora no permite que se publiquen sus novelas. Muerte en la Fenice fue el nacimiento del personaje, un tipo amable y culto, que lee a Herodoto y a Dante, y al que le pierde la comida. Seix Barral ha traído sus libros a España. El último, Con el agua al cuello, en 2020.

Louise Penny. Canadiense, ambienta sus novelas en la provincia de Quebec y las protagoniza el inspector jefe Armand Gamache de la Sûreté du Québec. Debutó en 2005 con Naturaleza muerta, editada por La Factoría de Ideas. La editorial Salamandra continuó publicándola y el libro más reciente, de 2020, es El largo camino a casa, según la crítica, la mejor de toda la saga.

Los más recientes

Sangre en la nieve y Sol de sangre, de Jo Nesbø (Reservoir Books). Reservoir Books acaba de publicar los dos primeros títulos de un nuevo personaje del imprescindible Jo Nesbø, un antihéroe, Olav Johansen, un sicario que lee libros sin descanso y al que le encanta filosofar.

Un policía del Sur, de John McMahon (RBA. Serie Negra). Ha llegado a España el primer título de la serie protagonizada por el detective P. T. Marsh, un tipo atormentado y alcohólico con un perro que hace las veces de la voz de su conciencia. Los conflictos raciales y una trama de sociedades secretas están en este libro, ambientado en un pueblo ficticio de Georgia, Mason Falls, que da al libro un toque gótico-sureño.

Un tío con una bolsa en la cabeza, de Alexis Ravelo (Siruela). Magnífica novela del autor canario, escrita en primera persona por un político corrupto de un pequeño pueblo. Crítica ácida y directísima, y un personaje podrido y al mismo tiempo muy humano.

En las colinas de California, de Lee Goldberg (RBA. Serie Negra). Otro comienzo de serie, esta vez liderada por Eve Ronin, una novata en el Departamento de Homicidios de Los Ángeles que se enfrenta al reto de probar doblemente su valía por ser mujer y porque fue ascendida por los motivos equivocados. Además, tiene en manos una investigación sin cadáveres.

Hijos de febrero (Serie Harry McCoy 2), de Alan Parks (Tusquets). Segunda entrega de la serie protagonizada por el policía Harry McCoy, uno de los mejores recientes descubrimientos del género en Europa. Enero sangriento inició la saga, que continuará hasta completar los doce libros. El autor escocés arranca esta historia con el brutal asesinato de un joven al que han grabado la palabra adiós en el pecho. Llega a las librerías este comienzo de año.

Yo fumo para olvidar que tú bebes, de Martín Casariego (Siruela). El reconocido autor inicia aquí una serie negra protagonizada por Max Lomas, escolta privado de un profesor amenazado por la banda terrorista ETA. Finales de los ochenta, cloacas empresariales y políticas y amistad y amor en la cuerda floja.

La muerte blanca (Serie Islandia Negra 2), de Ragnar Jónasson (Seix Barral). Segunda entrega de la pentalogía Islandia Negra —arrancó con la brillante La sombra del miedo—, es la reaparición de Ari Thór y sus colegas de la pequeña comisaría de Siglufjördr. Una historia de crimen y secretos brutales ensombrecidos cada vez más y más por las cenizas de una erupción volcánica.

La noche de plata, de Elia Barceló (Roca Editorial). La escritora confirma su talento y se hace un sitio en el género con esta novela. Una mujer, policía española en excedencia, especialista en secuestros y homicidios infantiles, y madre de la niña desaparecida veintisiete años atrás, viaja a Viena para cumplir un encargo amistoso, deshacer la biblioteca de un marchante de arte. Todo su trágico pasado revive con el caso de una niña desaparecida en un mercadillo navideño. Utilizando a esta mujer adulta, Carola Rey, la autora reflexiona y denuncia la repugnante aberración de los abusos infantiles en la sociedad de hoy.

Como leones, de Brian Panowich (Siruela). Segunda novela, tras Bull Mountain, de Brian Panowich, reconocido como el renovador del country noir. El código de los habitantes de las montañas de Georgia y la oscuridad de EE. UU. hoy, en estas páginas.

La cara oculta, de Mari Jungstedt (Maeva). Decimotercera entrega de la serie de Gotland y del comisario Anders Knutas, en la que la popular escritora sueca pone en jaque a su personaje, enredándole en una duda sentimental que le angustia, mientras persigue a una asesina de hombres infieles.

No hay manera de escapar, de Boris Vian y Oulipo (Cajanegra Editora). Boris Vian dejó esta novela inacabada y décadas después los escritores del grupo Oulipo la concluyeron. EE. UU., años 40, Frank Bolton regresa de la guerra de Corea con una prótesis en una mano y ya instalado en la mansión familiar comienzan a morir las personas importantes de su pasado.

Vírgenes y verdugos, de Tomás Bárbulo (Salamandra). El periodista especializado en cultura árabe retoma el personaje de Haibala Ahmed Yadali el Saharaui, que aquí está en plena operación de espionaje en Siria, desde donde el autor aprovecha para retratar las siniestras condiciones de vida de las mujeres bajo el yugo de Estado Islámico.

Los papeles de Tony Veitch, de William McIlvanney (Salamandra). Precursor del género en Escocia y tristemente desaparecido en 2015, William McIlvanney aterrizó en España en 1996 con El Grande. Hace unos años RBA publicó Laidlaw, una de las novelas protagonizadas por este detective en la Brigada de Homicidios de Glasgow. Tozudo, preocupado por los familiares de las víctimas, este tipo dedica el tiempo que haga falta a los muertos. Ahora, Salamandra recupera otra historia del personaje, libro que apareció el siglo pasado en catalán en nuestro país, pero que no se había editado en castellano.

Narcohisteria, de Carlos Ruiz Villasuso (Negra Ediciones). El crítico taurino, en su versión de novelista, se ha marcado un brutal y lúgubremente realista thriller sobre el narcotráfico, centrándose en las entrañas del negocio en EE. UU. e inspirándose en personajes y hechos reales.

Todos nosotros, de Javier Menéndez Flores (Planeta). En Madrid, en 1981, cuando todavía resuenan ecos de los salvajes métodos franquistas, comienza esta historia de Menéndez Flores, una investigación policial que se extiende hasta 2002 y que se mantiene fiel a las reglas clásicas del género.

La puerta, de Manel Loureiro (Planeta). La Galicia de los mitos y los misterios, la tierra que convive con la muerte y sus mujeres son las claves de esta novela que comienza con el descubrimiento del cuerpo de una joven, asesinada de una forma ritual a los pies de la Puerta de Alén.

La hija del tiempo, de Josephine Tey (Hoja de Lata). La editorial asturiana recupera esta obra de Josephine Tey, seudónimo de la escritora escocesa Elizabeth Mackintosh. Mejor novela de misterio de todos los tiempos según la Asociación de Escritores de Novela Negra del Reino Unido, el inspector Alan Grant, de Scotland Yard, investiga el misterio de la verdadera muerte de los sobrinos de Ricardo III.

Los muertos no saben nadar, de Ana Lena Rivera (Maeva). Ganadora del Premio Torrente Ballester con la primera entrega de la serie protagonizada por la investigadora de fraudes Gracia San Sebastián, en febrero aparecerá el tercer título, Los muertos no saben nadar, donde se reúne una trama de blanqueo de dinero con una red de mafiosos rumanos.

La muerte es mía, de Pilar Sánchez Vicente (Roca Editorial). Extrañas muertes y un tanatorio son los ejes alrededor de los que discurre la nueva novela, séptima, de la autora asturiana. Claudia es la primera mujer tanatopractora del país y la protagonista de esta historia que propone una reflexión en torno a la eutanasia y el suicidio asistido.

Cómo robar un banco suizo, de Andrea Fazioli (Siruela). Es la tercera novela de la serie protagonizada por el detective Elia Contini y la primera que se publica en nuestro país. En ella, Contini tendrá que pasarse al otro lado, convertirse en ladrón, para ayudar a un amigo a llevar a cabo un atraco.

La madrina, de Hannelore Cayre (Siruela). Primera novela en nuestro país de esta autora, es una historia cargada de cinismo, humor y al mismo tiempo amargura. Su protagonista es Paciencia Portafuegos, una traductora-intérprete judicial, que trabaja primero en audiencias y detenciones, después en escuchas telefónicas en investigaciones de narcotráfico y crimen organizado y que, finalmente, tomará una decisión radical y se convertirá en la Madrina.

Leones muertos, de Mick Herron (Salamandra). Inteligente y con buenas dosis de humor y sarcasmo, el escritor británico vuelve con la serie de Jackson Lamb. Esta vez, los agentes de la Casa de la Ciénaga reciben el encargo de proteger a un oligarca ruso de visita en el país que el MI5 pretende alistar en sus filas.

El umbral de la mentira, de Elly Griffiths (Maeva). Es el segundo caso de la arqueóloga forense Ruth Galloway y comienza con el descubrimiento del esqueleto de un niño, en el que falta el cráneo. Inteligente y por momentos escalofriante, llega a las librerías en enero.

Seis Cuatro, de Hideo Yokoyama (Salamandra). Aparece a principios de año la primera novela en nuestro país de Hideo Yokoyama, periodista de investigación hasta que se convirtió en novelista, muy reconocido ya en Europa y EE. UU. En esta historia, la policía rescata el caso nunca cerrado de una niña raptada al norte de Tokio años atrás. El narrador y protagonista es Yoshinobu Mikami, detective de la policía al que, a su pesar, han nombrado jefe de prensa y responsable de las relaciones con los medios de la Prefectura D de una ciudad japonesa.

El vuelo de la mariposa, de Katrine Engberg (Maeva). Autora de la exitosa La estrategia del cocodrilo, la autora danesa reaparece ahora con el segundo título de esta serie negra protagonizado por Jeppe Kørner y Anette Werner. Una historia de corrupción y malas prácticas médicas en clínicas y centros privados de salud, de maternidad y de la situación de los enfermos mentales y los viejos. Estará en febrero en las librerías.

El hombre de Calcuta, de Abir Mukherjee (Salamandra). A finales de enero aparece la primera novela en castellano de Abir Mukherjee y de su personaje, el capitán Sam Wyndham, veterano de guerra y con experiencia en Scotland Yard. De enorme éxito en el Reino Unido, este autor aprovecha el crimen para destapar los vicios de esta sociedad y los delitos de la historia reciente. Aquí se investiga la muerte de un alto funcionario en un sombrío callejón de los bajos fondos de Calcuta.

Arthur Conan Doyle, investigador privado, de Margalit Fox (Tusquets). La periodista y escritora neoyorquina Margalit Fox cuenta con todo detalle un episodio real de la vida de Arthur Conan Doyle, quien aprovechó las habilidades de Sherlock Holmes para revelar la verdad del caso del asesinato de una anciana en Glasgow en 1908.

Quienes manejan los hilos, de Roberto Sánchez (Roca Editorial). El periodista radiofónico Roberto Sánchez juega con la actualidad en esta novela, que comienza en octubre de 2019, cuando el secretario de Estado Ramón Santolaya asiste como testigo al acto de exhumación de Francisco Franco en El Valle de los Caídos. Los restos del dictador no llegan nunca a su destino en Mingorrubio, el helicóptero que los traslada se estrella poco después de despegar. Un thriller político que recorre parte de la historia de España y que está narrado en primera persona, en dos tiempos diferentes.

Cada ciudad, su detective

Arsenio Escolar. Editor y director de Archiletras

En el verano de 2011, descubrí por casualidad a un nuevo autor apreciable de novela negra, Giorgio Scerbanenco. Bueno, nuevo para mí, aunque ya ni peinaba canas. Nacido en Kiev en 1911, residente en Milán desde los 16 años, había muerto en la ciudad italiana bastante joven, en 1969. En Milán transcurren las novelas de su personaje, Duca Lamberti, un peculiar médico y policía, más policía que médico, al menos en aquella novela que yo encontré en la Librería Picasso, probablemente la mejor de Almería. Me llamó la atención el título: Los milaneses matan en sábado, I milanesi ammazzano al sabato en el original italiano, de 1969. La novela había envejecido bien. La trama no era un portento de ingenio, el misterio parecía demasiado leve, algunas escenas resultaban reiterativas, pero todo estaba bien contado, el texto creaba adicción, se leía con interés creciente. Yo me la ventilé en cuatro sentadas. Después supe que se llevó al cine, con el actor estadounidense Frank Wolff interpretando a Lamberti.

La chica de Duca Lamberti, por cierto, se llama Livia. No sé si Andrea Camilleri, muchos años después, no bautizaría a la novia de su comisario Salvo Montalbano como un homenaje a Scerbanenco, como homenajeó a Manuel Vázquez Montalbán, padre del detective Pepe Carvalho, al ponerle a su comisario el nombre que le puso.

Duca Lamberti en Milán, Salvo Montalbano en Porto Empedocle (en la ficción, Vigàta), Pepe Carvalho en Barcelona… Muchas ciudades o territorios tienen ya su detective de ficción titular, un héroe (en ocasiones, un tanto villano) de novela negra a través del cual llegamos a conocer el paisaje y el paisanaje infinitamente mejor que con una guía turística. Los Toni Romano de Juan Madrid, Luis Bernal de David Serafín o Carlos Clot de Rafael Reig en Madrid, el Guido Brunetti de Donna Leon en Venecia, el Gordiano el Sabueso de Steven Saylor en la Roma clásica, el Leo Caldas de Domingo Villar en Vigo, el Toni Butxana de Ferran Torrent en Valencia, el Jean-Baptiste Adamsberg de Fred Vargas en París, los Kalle Blomkvist y Lisbeth Salander de Stieg Larsson en Estocolmo, el Kurt Wallander de Henning Mankell en el sur de Suecia, el Harry Hole de Jo Nesbø en Oslo, el Kostas Jaritos de Petros Márkaris en Atenas, el Héctor Belascoarán Shayne de Paco Ignacio Taibo II en México DF, la Kinsey Millhone de Sue Grafton en California, el abogado Paulo Mandrake del brasileño Rubem Fonseca en Río de Janeiro o el Brahim Llop de Yasmina Khadra en Argel nos han enseñado mucho sobre las ciudades de sus aventuras. De Tomelloso y de la vida cotidiana en las pequeñas ciudades quizás sepamos más por el Plinio de Francisco García Pavón que por ningún ensayo. Yo he recorrido —y como yo, estoy seguro que muchos lectores— algunas ciudades buscando uno a uno los principales lugares de las tramas de esos detectives. En Oslo, por ejemplo, siguiendo los rastros de Hole. En Agrigento (Montelusa en la ficción de Camilleri), incluso encontré un pormenorizado libro-guía de Montalbano.

La novela negra, en fin, no solo es quizás la mejor novela política posible de nuestro tiempo, sino que de algún modo también es el más genuino libro de viajes, el más auténtico atlas de geografía humana.

Esta recopilación sobre autores y obras de literatura negra, más la columna de opinión de Arsenio Escolar, es uno de los contenidos del número 10 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras.
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