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13 Abr 2021
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Lenguaje visual

La imagen de una película es su cartel

Ana Cermeño

Hubo un tiempo en que el mayor reclamo de una película era su cartel. Una sola imagen debía representar y resumir el alma de dos horas de metraje y seducir a los viandantes para que entrasen en la sala

En la cartelería cinematográfica, la conceptualización previa por parte del diseñador es clave para explicar, ilustrar y vender una película. Hay carteles que han hecho historia independientemente de la calidad de la cinta que promocionaban: son verdaderas obras de arte que permanecen en la memoria de los espectadores o de los meros transeúntes porque, además de su valor estético, supieron transmitir sin palabras el espíritu de un filme.

Los cartelistas nacieron con la industria del cine. La primera sesión pública de los Lumière, el 28 de diciembre de 1895, en el Gran Café de París, contó como reclamo con una litografía, diseñada por el francés Henri Brispot, que invitaba a entrar a ver las diez brevísimas películas del programa. Desde entonces, innumerables artistas del pincel, con variadas técnicas y fortuna desigual, han ilustrado carteles y lienzos (o hasta sacos de harina, como en Ghana y en otros países africanos) que resumían en una sola imagen toda la narrativa de una cinta.

Inicialmente, las distribuidoras proporcionaban a los cartelistas una sinopsis del argumento y fotogramas de los protagonistas de la película que se iba a anunciar. A partir de ahí, la imaginación del artesano gráfico se disparaba para conseguir una ilustración seductora que resumiese la peripecia e incluso los diálogos. Tenía que moverse entre la seducción y la estética, entre la publicidad y lo artístico, entre lo establecido y lo innovador, para sintetizar la historia y atrapar espectadores. En algunas ocasiones, pocas, los cartelistas asistían a un pase antes del estreno, pero la mayoría se acostumbraron a pintar ingeniándoselas con el resumen de la trama y las fotos de las estrellas, y ni llegaban a ver la película cuando ya había que pagar la entrada.

A las calles les sentaba bien la exhibición en marquesinas de aquellos murales que acercaban el cine al público. Una profesión olvidada en Europa, la de los pintores de telas inmensas que ilustraban en tiempo récord dos o tres títulos de novedades a la semana. Era el suyo un arte efímero, pues los anuncios se descolgaban del bastidor y los lienzos se lavaban para acoger las imágenes de los estrenos más recientes: se diseñaron estupendos pósteres que hoy, desgraciadamente, no se conservan. Para los espectadores también era divertido reconocer a los actores en tamaño gigante y descubrir qué artista estaba detrás de aquellos trazos en muchas ocasiones no firmados.

Si en los comienzos del cartelismo cinematográfico los afiches eran ilustraciones de colores llamativos hechas a mano, conseguidas principalmente con la técnica de la litografía, los retratos de los actores, cada vez más populares, o las reproducciones de escenas clave de las películas se convirtieron en principales reclamos. Cuando llegó la televisión, los cartelistas tuvieron que reinventarse de forma radical: la tipografía dejó de ser muleta en la composición y se convirtió en protagonista, con obras maestras como el cartel de Ben-Hur.

Fiel testigo de las evoluciones estéticas y artísticas de cada época, el cartelismo en el cine ha seguido evolucionando, apoyándose en la fotografía, en la tecnología digital o en cualquier procedimiento, moderno, recuperado o revisado, que permita conseguir un diseño potente, atractivo y llamativo: lo suficientemente impactante para que el póster, y el deseo de entrar a la sala, queden grabados en nuestras ganas y en nuestra retina.

Saul Bass 1920-1996). El padre de la modernidad

VERTIGO (1958)

Las siluetas de James Stewart y Kim Novak atrapados en una espiral en Vértigo; el inquietante teléfono suspendido en El factor humano; las partes del cuerpo que no encajan del todo y evidencian un homicidio en Anatomía de un asesinato; las pinceladas de la cara de una mujer de grandes ojos con corazones sobre los que cae una lágrima negra en Buenos días, tristeza…
Son imágenes creadas por el legendario diseñador estadounidense en las que la fuerza del color y un estilo minimalista impactan hasta al espectador más distraído.

 

 

Marcellin Auzolle. El cartel es un destripe

Lumiere

El primer cartel de una película fue para el debut, en 1895, de L’arroseur arrosé, el primer filme de humor de la historia. Marcellin Auzolle dibujó un par de familias de espectadores con gestos de sorpresa ante lo que sucedía en la pantalla: un gamberro le pisa la manguera a un jardinero que, al ver que no sale agua, mira la punta y acaba empapado. La película duraba cuarenta y nueve segundos. Auzolle se basó en la comicidad del final del gag, risas a las que se apunta hasta el acomodador para vender una historia de diversión para todos los públicos.

 

 

‘El silencio de los corderos’. El placer está en la muerte

Salvador Dalí propuso en 1951 In voluptas mors, una metáfora de la dualidad sexo-muerte ilustrada por la representación de un cráneo formado por los cuerpos desnudos de siete mujeres. El fotógrafo Philippe Halsman interpretó la idea del pintor surrealista español, a quien retrató en primer plano con su calavera de carne al fondo. Cuarenta años después, descubrimos que la cabeza de la polilla que silencia la boca de Clarice Sterling en el impactante cartel de El silencio de los corderos ha sido sustituida digitalmente por la perturbadora imagen de Dalí y Halsman.

 

Jano (1922-1992). Ciudadano Jano

Atraco a las tres, La dolce vita, La quimera del oro, Tuset Street… son solo un puñado de títulos sobre los que Francisco Fernández Zarza, Jano, dibujó miles de carteles. Sus trazos caricaturescos y sus figuras tan afinadas resultaban muy atractivos en las fachadas, algo que no se les escapaba a las distribuidoras. No hay retrato más exacto de Clark Gable que el firmado por Jano en su afiche de Mogambo. En Venecia premiaron el que diseñó para la película Surcos (1951), aunque luego tuvo que dibujar otro para la promoción de la cinta en España porque el original no pasó la censura.

 

Huang Hai. La hermosura del diseño contemporáneo

El diseñador chino imprime personalidad en cada creación. Fascinó con el cartel de Los ángeles visten de blanco, en el que combinó con sentida belleza la imagen real sin perder el trazo característico de la tradición pictórica de su país. Huang Hai también es autor del póster original de la cinta japonesa Un asunto de familia, en el que impacta el simbolismo del paraguas que resguarda a los protagonistas cogidos de la mano bajo la lluvia: unidos pese a que el mundo los margine y los empuje a la picaresca, y hasta a la delincuencia para sobrevivir.

 

MAC. El talento de Reus conquistó Hollywood

Las distribuidoras americanas se rifaban el virtuosismo de Mac, Macario Gómez Quibus. Charlton Heston, Sophia Loren o Kirk Douglas coleccionaban sus diseños cinematográficos. La Paramount y la Fox quisieron que Mac se trasladase a América, pero el cartelista nacido en Reus tuvo miedo a apartarse de su familia y que eso le matase la inspiración. En tres días, realizó a gouache el cartel de Los diez mandamientos, su preferido. Arriesgó en El verdugo, en el que coloreó la sombra con las letras del título para quitarle dramatismo. Trató cada afiche como un cuadro y ahí estuvo parte de su éxito.

 

René Birkner. Un muralista activo en Múnich

Mientras las marquesinas de los cines se llenan de impresiones digitales, un artista venezolano sigue exponiendo actualmente sus inmensos murales de pintura acrílica en dos cines de Múnich: City y Sendlinger Tor. Proyectando el cartel en su gigantesco estudio, lo recrea a mano en una sola noche. Imaginativo e indomable, René se sale en muchas ocasiones de lo establecido por las distribuidoras y diseña murales con conceptos personales que hacen única la cartelera semanal de la ciudad. «Vamos a ver el René de esta semana» es una frase habitual en la ciudad alemana.

 

Alfonso Pérez. Llegó la hora de colgar los pinceles

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La digitalización invadió los espacios reservados en las fachadas para lienzos sobre bastidores de madera y se secaron los botes de pintura de Alfonso. Vio cómo los dedos de su padre trazaban las facciones de las estrellas y cómo del taller Gaspar Pérez que fundó salían metros de tela pintados de colores para los cines de la Gran Vía madrileña. Heredó un arte y una profesión en la que comenzó en el año 2001 con el cartel de Amélie; desde entonces ilustró con inmenso talento cintas nacionales y extranjeras.

 

Bollywood. Los últimos muralistas de una tradición

India es el país con mayor mercado cinematográfico del mundo; de su industria dependían centenares de artesanos que pintaban a mano en Bombay vallas de quince metros de altura con diseños coloristas y recargados. Hoy, los pocos que se mantienen ofrecen adaptar y personalizar manualmente afiches de cintas míticas, al tiempo que buscan carteles de todos los tiempos para conservar su historia. Los hindúes Shaikh Rehman y Ashok Prabhakar, últimos de una tradición, pintaron la calle del cine en la XIII edición del Festival de Málaga sobre bocetos de Antonio Merinero.

 

Cartelería cubana. Afiches con identidad propia

Allá cuando Alfredo Guevara fundó el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográfica, ICAIC, floreció un movimiento de artistas que innovó la concepción de la cartelería en un país donde la publicidad está bajo sospecha, cuando no prohibida. Las limitaciones de la serigrafía reformularon la gráfica, la estética e incluso el tamaño de los afiches. Hoy sus carteles son Patrimonio Cultural de la Nación y Memoria del Mundo de la Unesco. Sus diseños, ya sean conceptuales o figurativos, requieren una descodificación diferente a la europea o a la estadounidense.

 

 

Drew Struzan. La humanidad en los rostros

Cuando su antiguo profesor le encargó dibujar los rostros del cartel de La guerra de las galaxias (1977), mientras él diseñaba los robots, Struzan no imaginó que su habilidad con el aerógrafo lo convertiría en una firma esencial de la cartelería. Steven Spielberg reconoció su ingenio al darle libertad para la creación de En busca del arca perdida, Indiana Jones, Regreso al futuro… Y acertó. En 2008, ya herido de muerte el mercado para los artesanos, se retiró. Sus bocetos a mano coloreados con acuarela y aerógrafo ya forman parte de la historia del cine.

La censura. Sin libertad artística

Suele ser un asunto de cultura o de estilo —los códigos de un país—, pero el espectador entiende como censura determinadas variaciones en los afiches. Además de la política, el sexo, la violencia y el terror han sido los principales motivos para esos cambios —y detrás de esas decisiones casi siempre ha planeado la sombra de los productores ejecutivos—. La subida de los escotes en los anunciadores de los cines de nuestro país fue un clásico, pero ¿por qué en 2019 la cinta francesa Curiosa dulcificó su cartel para promocionarla en España?

 

Este reportaje es uno de los contenidos del número 9 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras.
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