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24 Sep 2021
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Literatura

La Galicia poliédrica de Emilia Pardo Bazán

Carlos Mayoral

La escritora coruñesa, de cuya muerte se cumplen cien años, moldeó en su obra un friso riquísimo de su región, desde la tierra y la lengua hasta las costumbres, las leyendas y los mitos

Si bien hay algunos autores cuya procedencia resulta poco importante —cuando no indiferente— a la hora de analizar su obra, lo cierto es que, si hablamos de doña Emilia Pardo Bazán, es condición sine qua non traer a las mientes esa Galicia poliédrica que con tanta maestría dibujó. Y utilizo el término «poliédrica» porque, huelga decirlo, esa Galicia pardobazanesca es la suma de muchas caras, alguna más cercana, otra pasada por el prisma de la melancolía del exilio; a veces culta, a veces paupérrima; hoy vista desde el caciquismo, mañana desde el pueblo llano; con su lengua, sus costumbres, su cultura. Por eso, no es la misma Galicia la oscura tierra de falsos sermones y duros preceptos que se respira en Los Pazos de Ulloa que la mítica, hechicera y legendaria de sus cuentos de terror; o la popular y dicharachera que propone en su célebre conferencia El folklore gallego que la más hidalga y cosmopolita de La dama joven.

El objetivo, por tanto, de este texto es intentar unificar toda esa tierra a medio camino entre la vivencia y el recuerdo, idealizada por una parte, estigmatizada por otra, en un texto que intente mostrarle a usted, lector, la riqueza del friso que doña Emilia fue capaz de moldear. Porque hablamos del XIX, una época donde el auge de los regionalismos terminaría haciendo saltar por los aires el siglo posterior, y donde la templanza orgullosa con la que Pardo Bazán se refiere a un vocablo galaico, a un potaje orensano o a un noble coruñés terminaría, desgraciadamente, echándose en falta cuando los movimientos identitarios terminaron por descarrilar en teorías supremacistas y guerras de todo tipo. Supo mediar con ese nacionalismo primigenio, con ese arte en la palabra que solo conocen a ese lado del Sil. Al fin y al cabo, ya lo dijo la propia Emilia: «Al gallego no se le pesca con anzuelo de aire».

La tierra

El paisaje en Pardo Bazán está siempre influido por la visión del espacio gallego. En este sentido hay que diferenciar dos ámbitos. Por un lado, su visión urbana de Galicia, sobre todo de La Coruña, ciudad a la que bautizó con el nombre ficticio de Marineda, y que utiliza como un tablero de ajedrez por el que mover las piezas de aquella noble ciudad de provincias: su comercio, su religión, su política, sus edificios y, en definitiva, su ambiente. No se olvida de otras grandes ciudades como Santiago o Lugo, aunque sea en La Coruña donde desarrolle la mayor parte de su trama ficticia más urbana. De hecho, en su artículo «Marineda», establece una comparación con la ciudad compostelana con dos notables descripciones.

Vive Marineda en eterna pugna con su vecina Compostela, ciudad más unida y más hábil para defenderse… Santiago no se resigna a ser la segunda, a verse eclipsada por un burgo de pescadores; se necesitan seis horas para ir a Compostela, y la diligencia se parece a un capricho de Goya. Claro que Santiago puede enorgullecerse de sus monumentos, pero Marineda «luce un tesoro» que es su célebre torre […]
«Marineda», artículo periodístico, 1888

Casa museo de Emilia Pardo Bazán, en la antigua residencia familiar en La Coruña. El edificio es también la sede actual de la Real Academia Gallega. ALAMY

Este paisaje urbano que con destreza define doña Emilia resulta incluso más complejo que el que Galdós retrata en su Orbajosa o Clarín en su Vetusta. En ella confluyen el barrio de Arriba, donde el trabajo está mal visto y los nobles se pavonean, con el de Abajo, donde los pescaderos gritan, los religiosos pregonan y la moda francesa se aplica a las pelucas postizas. La ciudad va y vuelve, pasa en un artículo y se queda en una novelita, los personajes repiten, se mira en la realidad. El tapiz es extraordinario, los personajes parecen habitar esa otra realidad que ha construido Emilia. Perfecciona la vida de la ciudad en novelas como La tribuna, de 1883; La piedra angular, de 1891; Memorias de un solterón, de 1897; en el ensayo De mi tierra, de 1888; así como en infinidad de cuentos. En uno de esos relatos, que lleva por título Las tapias del Campo Santo, encontramos un ejemplo de esta vida marinedina, con las protagonistas observando el trajín de los vecinos con cierta admiración:

Los ojos de Clara y Joaquina, al fijarse en los transeúntes por la calle Mayor, reconocían perfectamente a cada burgués marinedino: el que pasa ahora es Realdo, el lampista; síguele Taconer, el armero; el otro, Casaverde, concejal y fabricante de cerillas; aquel, Baltasar Sobrado, antes militar, hoy de reemplazo y al frente de su casa de comercio; luego, Castro Quintás, que expende petróleo y aguardiente de caña al por mayor. ¡Imposible representarse a Edgardo de Ravenswood en figura de alguno de estos tan apreciables convecinos!
Las tapias del Campo Santo, cuento, 1900

Pero donde Galicia realmente se diferencia del resto, y por ende donde los espacios pardobazanescos difieren de los galdoses y clarines antes nombrados, es en las aldeas y villas que salpican la tierra más allá de la ciudad. Por su geografía, Galicia sobrevive históricamente aislada del resto de la península, lo cual permite mantener ciertas tradiciones ancestrales alejadas del moderno ambiente de núcleos en crecimiento, como su otra ciudad: Madrid. Son estas aldeas a menudo construcciones paleolíticas, cuyos habitantes perviven en condiciones infrahumanas, adaptadas a la hostilidad climática del medio, con sus lluvias torrenciales, su humedad constante y su temperatura variante en los extremos. Emilia, como buena escritora que pone un pie en el realismo imperante, describe con minuciosidad una planta, un arbusto, la colina al fondo, el pico de la iglesia que repunta, el animal que se esconde bajo los pies del pastor, mientras el rebaño remonta la ladera al otro lado del río. Es esa Galicia mágica que tan bien conoce por sus largos veraneos en las cuatro provincias, y que tan bien contrasta en sus constantes escapadas madrileñas. El aire regenerador de su tierra oxigenaba sus pulmones apolillados por la ciudad, como ocurre con Julián en su obra magna.

Lo que abarcaba la vista le dejó encantado. El valle ascendía en suave pendiente, extendiendo ante los Pazos toda la lozanía de su ladera más feraz. Viñas, castañares, campos de maíz granados o ya segados, y tupidas robledas, se escalonaban, subían trepando hasta un montecillo, cuya falda gris parecía, al sol, de un blanco plomizo. Al pie mismo de la torre, el huerto de los Pazos se asemejaba a verde alfombra con cenefas amarillentas, en cuyo centro se engastaba la luna de un gran espejo, que no era sino la superficie del estanque. El aire, oxigenado y regenerador, penetraba en los pulmones de Julián, que sintió disiparse inmediatamente parte del vago terror que le infundía la gran casa solariega y lo que de sus moradores había visto.
Los Pazos de Ulloa, tomo I, capítulo III

La lengua

La condesa de Pardo Bazán publicó toda su obra en castellano, según sus propias palabras, por el mayor carácter universal del idioma de Cervantes respecto al uso minoritario entonces de la lengua gallega. Hablamos del siglo XIX, es decir, de la centuria en la que explosionaron los movimientos que reivindicaban las lenguas hoy llamadas autonómicas, y que entonces estaban relegadas ya no a un segundo plano, sino casi a la marginalidad. Es entonces cuando surgen, por ejemplo, la Renaixença en Cataluña, el Rexurdimento en Galicia o el concurso oral de los bertsolaris en el País Vasco.

En Galicia, además, se producía ese fenómeno conocido como diglosia, por el cual, en una región que cuenta con dos lenguas vivas entre su población, una de las dos goza de mayor prestigio, en este caso el español, y otra es relegada a las clases más populares, desprovista de los privilegios sociales y políticos con los que sí cuenta la lengua superior. Poco a poco se iba revertiendo la situación, con apariciones como la de Rosalía de Castro, cuya producción en idioma gallego serviría para dar el impulso definitivo a la lengua galaica.

En ese estado de diglosia, Emilia, que pertenecía a la aristocracia de la zona, pudo intuir como nadie la diferencia entre el habla de los señoritos y las costumbres lingüísticas del pueblo llano. Da buena cuenta de este fenómeno en Los Pazos de Ulloa, donde el idioma de los campesinos dista mucho del de los viejos hidalgos. Pardo Bazán comprende que, si quiere ser fiel a la realidad, tiene que utilizar intermitentemente castellano y gallego, en una alternancia que resultaría molesta para el lector. Así que toma la decisión de crear una mezcolanza, un lenguaje artificial mezcla de los dos idiomas, que da pie a numerosos galleguismos hasta entonces desconocidos en el resto de la península.

Venía yo de tirar a las tórtolas en un sembrado, y me encontré a la chiquilla del tío Pepe de Naya, que traía la vaca mismo cogida así y hacía ademán de arrollarse una cuerda a la muñeca. «Buenos días.» «Santos y buenos.» «¿Me da las rulas?» «¿Y qué me das por ellas, rapaza?» «No tengo un ichavo triste.» «Pues déjame mamar de la vaquiña, que rabio de sed.» «Mame luego, pero no lo chupe todo.» Me arrodillo así el ratón medio se hincó de hinojos ante el abad de Naya, y ordeñando en la palma de la mano, con perdón, zampo la leche. ¡Qué fresca! Vaya, rapaza… ¡San Antón te guarde la vaca!.
Los Pazos de Ulloa, tomo I, capítulo XXI

Pese a su escasa o nula producción en gallego, lo cierto es que doña Emilia contribuye al ascenso social y cultural de la lengua en diversos artículos, dotándolo de una potente entidad en sus novelas, y paseándolo en traducciones y ensayos. Los detractores de la coruñesa suelen hacer hincapié en las veces que utilizó el término «dialecto» para referirse al habla gallega, pero de nuevo la realidad es otra: Pardo Bazán comienza a utilizar el término «lengua» desde al menos 1887, en la Revista Galaica. Además, y esto es lo más importante, aboga por fijar de una vez las normas ortográficas del gallego a través de la fundación de una Academia Gallega, y con esta normativización conseguir que la producción literaria explote, y con ella el prestigio de la lengua. En «Respuesta a un Gallego Viejo», texto publicado en la Revista de Galicia en 1880, la condesa reclama esa norma que le ayude a blandir el idioma gallego como debe.

Siento mucho no contestar a V. en la dulce habla en que V. se ha dirigido a mí, y no porque no pudiese yo zurcir algunos párrafos gallegos, con trabajo acaso, pero en fin zurciéndolos; sino porque mi escrupulosidad filológica á tanto se extiende, que mientras los doctos y peritos no hayan fijado las normas por las cuales se rijan los que hubieren de manejarla, no me deslizaré yo a servirme de instrumento que aún no sé por dónde debo coger.
«Respuesta a un Gallego Viejo», artículo periodístico

En cualquier caso, contribuyó al debate que terminaría aupando el estatus del idioma gallego; puso varias piedras en pos de una normativización necesaria; en su papel de experimentada crítica literaria expuso en Madrid los trabajos de Rosalía de Castro, Eduardo Pondal o Manuel Curros Enríquez; y dio lustre a un idioma hasta entonces apolillado literaria y socialmente.

Las costumbres

Escena de la adaptación para televisión de ‘Los Pazos de Ulloa’, de 1985, dirigida por Gonzalo Suárez.

Una vez más es el XIX el que marca dos tendencias que Pardo Bazán recogerá con gusto: por un lado, el auge del costumbrismo, asociado primero con el Romanticismo y después con el realismo, con su capacidad para convertir las costumbres y las tradiciones de un pueblo en literatura; y, por otro, el florecimiento del articulismo, género que practicó con fruición Pardo Bazán, y que a veces estaba asociado directamente a la primera parte de este párrafo con la creación de eso que se llamó «artículo de costumbres». Desde tiempos de Larra hasta hoy, este género ha sido elevado en España como en pocas culturas, y Emilia Pardo Bazán, así como en general el pueblo gallego, son pilares básicos para entender la naturaleza columnista.

Por tanto, se puede afirmar que doña Emilia cultivó de manera prolífica el articulismo de costumbres y, como no podía ser de otra forma, mantuvo en el imaginario de sus lectores los hábitos gallegos. Un ejemplo de esta tradición lo encontramos en la cocina. Pardo Bazán escribió mucho sobre el arte culinario, se ha llegado incluso a editar un volumen con textos dedicados a este respecto. Y, si hablamos de la cocina gallega, a juzgar por las palabras de la condesa, no debió de ser precisamente una producción rácana, pues, por ejemplo, en los Pazos de Ulloa afirma que en las despensas de los párrocos uno podía encontrar «cabritos, pollos, anguilas, truchas, pichones, ollas de vino, manteca y miel, perdices, liebres, conejos, chorizos y morcillas», o que en las fiestas patronales se servían hasta veintiséis platos en la mesa del cura.

Entre los platos seleccionados por Emilia en su libro de cocina nos encontramos con ocho epígrafes:

1) Caldos, cocidos, potes, potajes, sopas, migas, gachas.
2) Huevos.
3) Fritos, frituras o fritadas y fritangas.
4) Peces, crustáceos y moluscos.
5) Aves de corral y palomar. Caza de pluma.
6) Las carnes.
7) Los vegetales.
8) Accesorios: masas, rellenos, salsas, ensaladas, aderezos, escabeches.
La cocina española antigua, índice, 1913

Otro de los aspectos costumbristas que trata doña Emilia tiene que ver con el atuendo. Describe con minuciosidad el vestido en su tierra natal, por ejemplo, en el cuento Morrión y boina:

El criterio anticuado que proyectaba en el levitón alto de cuello y estrecho de bocamanga, ceñido al talle y derramado por los muslos de amplísimos faldones; el chaleco ombliguero; el reloj con dijes; el pantalón sujeto al botín blanco por la trabilla de los lechuguinos de 1825, pero generalmente abrochado de un modo asaz incorrecto; el corbatín de raso; la almilla de franela, color de azafrán; la chistera cónica; el pañuelo de hierbas a cuadros; la caja de rapé; el famoso raglán, prenda que sólo en hombros del señor Boina pudo admirar la Marineda contemporánea, y tantas y tantas particularidades como merecían especial mención en el decano de los tradicionalistas marinedinos.
Morrión y Boina, cuento, 1892

Pardo Bazán, que visitaba París regularmente, copiaba de la moda allí burbujeante los detalles más imperceptibles. En La Coruña contrató a una modista, a la que encargaba la reproducción de aquellos trajes parisinos. Entre su vestir vanguardista y sus textos que, como se puede comprobar en el epígrafe previo, referían perfectamente el tradicionalismo de sus vecinos, doña Emilia quiso renovar la moda gallega contrastándola con las modernas visiones que podían exhibirse en plena belle époque francesa, en el cabaret Folies, en el Moulin de la Galette o en el boulevard de Edgar-Quinet.

Otro rasgo del folclore gallego al que se refiere Emilia Pardo Bazán es el baile. En concreto, a la muñieira, un baile pastoral, virgiliano según sus propias palabras. La condesa adora este rasgo musical galaico, por su extraordinario lirismo tan propio de las viejas composiciones de la tierra. Sin embargo, lamentaba profundamente que la muñieira se estuviese perdiendo en favor del agarradiño, un baile mucho más soez y basto.

Cuando con estas bizarras ropas salen a bailar la tradicional muiñeira —danza nacional desde mucho antes de los remotos tiempos en que guerrillas gallegas y lusitanas auxiliaban a Aníbal y contrastaban el poder de Roma—, es imposible imaginar más regocijado y pintoresco golpe de vista: pasan las mujeres, bajos y entronados los ojos, la trenza al viento, arrebolada la tez, movido el dengue por la oscilación del seno, rozando unas con otras las yemas de los dedos, el pie hiriendo blandamente la tierra, en cadencioso girar, arremolinándose a cada vuelta del cuerpo las sayas multicolores, mientras la gaita exhala sus sonidos agrestes y melancólicos, graves o agudos, pero siempre penetrantes, y el tamboril apresura la repercusión de sus notas secas y estridentes, y la pandereta lanza sus carcajadas melodiosas, y los cohetes aran con surcos de luz el cielo, y caen disolviéndose en lágrimas de oro y carmín.
«La gallega», artículo periodístico, 1890

En el aspecto económico, Emilia se refiere en multitud de textos a la labor que la agricultura y la ganadería realizan en el hábitat gallego. A estos trabajadores los define con rasgos embrutecidos, con su «buen traje de rizo, las polainas de prolijo pespunte, la camisa labrada, la faja que esmaltan flores de seda, el pañuelo majo y la botonadura de plata en el rojo chaleco». Cualquiera que haya leído algo de la obra de Pardo Bazán conocerá la importancia que estos hombres tienen dentro de sus tramas, pero quizá lo más importante de la relación entre la condesa y los labriegos sea la condición mágica que les atribuye. Para Emilia, estos hombres son la fuente de la que emana el caudal inagotable de historias, leyendas y fábulas que riega la Galicia más fantástica. Por eso, recurre a ellos, por ejemplo, en sus cuentos de terror, o en sus textos astrales. La riqueza de esa otra Galicia es, para Emilia, extraordinaria.

La leyenda del «destripador», asesino medio sabio y medio brujo, es muy antigua en mi tierra. La oí en tiernos años, susurrada o salmodiada en terroríficas estrofas, quizá al borde de mi cuna, por la vieja criada, quizá en la cocina aldeana, en la tertulia de los gañanes, que la comentaban con estremecimientos de temor o risotadas oscuras.
Un destripador de antaño, cuento, 1900

Leyendas y mitos

Escena de la adaptación para televisión de ‘Los  Pazos de Ulloa’, de 1985, dirigida por Gonzalo Suárez.

Conectando con el párrafo previo, no se puede dejar obviar a la hora de hablar de la Galicia de Pardo Bazán esa otra tierra de la que hablábamos: el espacio para los mitos y las leyendas. Doña Emilia sabe perfectamente que esta tradición se ha mantenido intacta con el paso de los siglos, preferiblemente gracias a la literatura oral, y que creaciones fabulescas como las meigas, las bruxas, los trasgos o La Santa Compaña, por ejemplo, viven en el día a día de la gente tanto como cualquier elemento real, como cualquier elemento racional. Estas historias pasan de abuelos a nietos como linajes de un apellido. Precisamente en un cuento titulado Compaña, cuya raíz principal ya sabrán en qué mito escarba, habla de este tipo de tradición.

Las historias de la abuela eran a la vez su única escuela y su único teatro, el pasto de su imaginación virgen, fresca, insaciable, de chiquillo que no sabe leer, y que presiente la novela y la poesía, identificándolas, en su ignorancia, con la vida y la realidad.
La Compaña, cuento, 1901

En el capítulo XXI de su obra cumbre, Los Pazos de Ulloa, la condesa reproduce una conversación entre distintos personajes, donde las leyendas afloran, y donde la autora da buena cuenta del predicamento que estas historias tienen en el imaginario popular, arraigadas de manera tan profunda que hasta sirven de acicate para una conversación amistosa sobre caza y asuntos del pazo.

— ¡Pueda que no me lo crean y es tan cierto como que habemos de morir y la tierra nos ha de comer! Para más verdá fue un día de San Silvestre…
— Andarían las brujas sueltas –interrumpió el cura de Boán.
— Si eran meigas o era el trasno, yo no lo sé: pero lo mismo que habemos de dar cuenta a Dios nuestro Señor de nuestras auciones, me pasó lo que les voy a contar…
Los Pazos de Ulloa, capítulo XXI, primera parte

Su búsqueda incesante de todo lo que tuviera que ver con esta fuente de mitos galaicos, unida al ya referido auge del regionalismo que tuvo su punta de lanza en el Rexurdimento, llevará a Emilia Pardo Bazán a participar en la fundación de la Sociedad del Folklore Gallego, de la cual sería presidenta siguiendo la estela de un gran folclorista amigo suyo: Antonio Machado Álvarez, padre de los célebres hermanos Machado que revolucionarían con su poética el siglo XX. Esta sociedad se preocuparía de recoger información y estudiar las raíces de todo lo que tuviera que ver con la cultura tradicional gallega, desde la música a las cantigas, desde las danzas hasta las creencias paganas. Emilia contribuyó principalmente gracias a su amplio conocimiento de la leyenda galaica, casi un tipo de literatura más, un relato mágico y extraordinario. Esta sociedad es considerada hoy como la precursora de la Real Academia Gallega, y su auge no hubiera sido posible sin la contribución de una de las mayores conocedoras de la tierra que dio Galicia: doña Emilia Pardo Bazán.

Este artículo de Carlos Mayoral es uno de los contenidos del número 11 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras.
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