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21 Oct 2021
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Lenguaje

La ambigüedad nos rodea… ¿Eres capaz de verla?

Mª del Carmen Horno/Natalia López Cortés

Está en todas partes, pero podemos sobrevivir a ella. Nuestro cerebro, cuando hablamos, nos dota de mecanismos que nos permiten no solo desambiguar los mensajes, sino además hacerlo sin ser conscientes de ello

Comencemos por el principio: ¿qué es la ambigüedad? ¿su naturaleza es exclusivamente lingüística?

La ambigüedad se da cuando un mismo estímulo puede interpretarse de varias maneras diferentes. Este fenómeno ha sido ampliamente estudiado desde un punto de vista lingüístico. De hecho, como veremos después, en la ambigüedad se ven implicados aspectos tan dispares como los sonidos, las palabras, las oraciones o los contextos de enunciación.

Sin embargo, la ambigüedad va mucho más allá: cualquier hecho puede interpretarse de varias maneras y podríamos decir, por tanto, que es ambiguo. Cuando consideramos un gesto como amistoso o como amenazante, por ejemplo, estamos tomando una decisión sobre su interpretación. Lo mismo ocurre cuando decidimos si el tomate es una fruta, si cinco minutos es tiempo suficiente para hacer una tarea o si aquel destino está más o menos cerca. El mundo carece, en general, de límites claros y nuestra mente está preparada para tomar este tipo de decisiones. Es por ello que la ambigüedad no solo ha interesado a lingüistas sino también a psicólogos, filósofos y otros pensadores.

Quizá la escuela de pensamiento que más ha profundizado en el estudio de la ambigüedad en general ha sido la Gestalt: a todos nos viene a la cabeza la imagen de las dos caras enfrentadas de perfil (¿o era un cáliz?). Gracias a ellos sabemos que todos nuestros procesos cognitivos están al servicio de esta actividad de desambiguación, especialmente nuestra percepción, nuestra atención y nuestra memoria.

Los estímulos a los que nos enfrentamos rara vez son unívocos, así que podemos afirmar que la ambigüedad está en todas partes. Pero que no cunda el pánico. Afortunadamente, la evolución nos ha dotado de unas armas muy eficientes para que podamos
sobrevivir en un entorno tan
ambiguo.

¿Reconocemos claramente la ambigüedad en nuestra lengua? ¿Es el español una lengua más o menos ambigua que las demás?

Es difícil contestar a la pregunta de si los hablantes reconocemos la ambigüedad. Se podría decir que a veces sí y a veces no. Los
seres humanos entendemos el mundo a través de dos vías fundamentales: una vía emocional, holística, rápida, ampliamente adaptada a nuestro día a día y una vía más analítica, racional, para la que necesitamos tiempo y calma. La ambigüedad, como veremos después, puede pasar desapercibida en nuestra actividad cotidiana, cuando entendemos los enunciados de forma automática. Y, sin embargo, si paramos y pensamos en ello, las distintas interpretaciones de los mensajes salen a la luz. Prueba de ello son los juegos de palabras y chistes lingüísticos. Cualquier hablante, incluso los niños a cierta edad, entienden un chiste como «–¿Qué le pasa al libro de matemáticas? –Que tiene muchos problemas». La única explicación de que aquí veamos humor (de más o menos calidad) es que, de algún modo, comprendemos que se trata de un enunciado ambiguo en el que el significado choca con las expectativas del hablante.

Esta naturaleza ambigua del lenguaje se encuentra en todas y cada una de las lenguas naturales. No hay ninguna lengua humana que no transmita distintos significados con una misma onda sonora. No obstante, aunque la ambigüedad se dé en todas las lenguas, cada una lo expresa de un modo distinto. La ambigüedad sintáctica de un sintagma como for eating customers no se mantiene en español. De tal modo, que cada interpretación tiene una traducción distinta (para clientes que consumen o para comer clientes). Lo mismo ocurre con las palabras (fish puede referirse tanto al pez que nada en el mar como al pescado que te comes con patatas fritas en cualquier pub londinense).

Todo esto supone un reto para los traductores: en una escena de la famosa serie The Big Bang Theory, los protagonistas están jugando al Pictionary y se producen una serie de malentendidos porque la palabra polish es interpretada por un equipo como sustantivo (‘esmalte de uñas’) y por otro como adjetivo (‘polaco’). En la versión en español se optó por utilizar la pareja laca/polaca y achacar el malentendido a un error en la lectura y no a la ambigüedad, a diferencia de lo que sucedía en el original.


¿Cuáles son los problemas que encontramos en la comunicación por culpa de la ambigüedad?

El principal problema de la ambigüedad en la comunicación es la falta de control. El hablante emite un mensaje, pero nunca estará completamente seguro de que este vaya a ser interpretado de forma adecuada. Un ejemplo tristemente famoso ocurrió tras la elaboración de la Declaración de Potsdam, en la que se recogían los términos de la rendición japonesa. Cuando se pidió al gobierno japonés que se pronunciara, el primer ministro utilizó la palabra mokusatsu, que significa ‘sin comentarios por el momento’. Sin embargo, fue interpretada con otro de sus significados (‘ignorar’). Así, lo que era una falta de respuesta se convirtió para los receptores del mensaje en un rechazo a la petición de los aliados. Las consecuencias de esta confusión originada en la ambigüedad fueron desastrosas: las declaraciones del primer ministro desencadenaron una serie de decisiones que acabaron llevando a la descarga de la bomba atómica.

Afortunadamente, este tipo de malentendidos no es habitual en la comunicación humana. Aunque la mayoría de los enunciados de nuestra lengua tiene varios significados posibles, estamos dotados de mecanismos cognitivos que nos permiten no solo desambiguar los mensajes, sino además hacerlo sin ser conscientes de ello. En la década de 1980 dos autores (Sperber y Wilson) explicaron esta capacidad como una consecuencia del Principio de Relevancia, por el cual los enunciados tienden a ser interpretados de la manera más significativa (según el contexto) y menos costosa posible. Lo curioso de esto es que permite que interpretemos el lenguaje sin ser conscientes de la existencia de interpretaciones alternativas, hasta el punto de que nos sorprendemos cuando nos muestran otros significados posibles. Este es el origen de no pocos chistes lingüísticos: por ejemplo, si nos acercamos a un recepcionista en un hotel y le decimos «Perdón, se me ha olvidado en qué habitación estoy», nos sorprendería que nos respondiera «Está usted en el vestíbulo», aunque la respuesta fuera literalmente verdadera.

¿Tiene alguna ventaja que nuestras lenguas sean tan ambiguas? ¿Cómo podemos explicar que la ambigüedad haya resistido tan bien a la evolución?

Después de todo lo que hemos comentado, podría parecer que la ambigüedad es un fenómeno negativo (provoca problemas en la traducción y en la comunicación en general). De hecho, algunos autores consideran que la ambigüedad debería haberse reducido a lo largo de la evolución. Nada más lejos de la realidad: la ambigüedad está en todas partes y los hablantes podemos lidiar con ella. ¿Cómo se puede explicar esto? ¿Acaso tiene la ambigüedad alguna función?

Parece evidente que sí. Gracias a la ambigüedad nuestras lenguas son mucho más económicas, puesto que los mismos elementos pueden servirnos para distintas ocasiones. Pero quizá el tipo de ambigüedad más funcional de todos es el de la ambigüedad léxica. Por una parte, las palabras ambiguas ayudan a que el diccionario mental, que todos tenemos en el cerebro y que organiza las palabras en redes, esté más cohesionado. Así, gracias a la ambigüedad de banco, por ejemplo, palabras como dinero, parque y peces se pueden llegar a conectar. Como vemos, las palabras ambiguas son como un atajo que hace que los hablantes circulemos de manera más eficiente por nuestro lexicón. Además, los psicolingüistas han demostrado que nos cuesta menos reconocer palabras con muchos significados que palabras con pocos. Así, de algún modo, la ambigüedad se relaciona con la fluidez verbal.

Por último, las palabras ambiguas también son una ayuda para entender y expresar algunos conceptos más abstractos. Estamos hablando de los sentidos metafóricos de las palabras. Así, la palabra corazón puede referirse a nuestro órgano vital pero también al núcleo más importante de algo. La cumbre puede ser la de una montaña o la de la fama. Las plantas tienen raíces y nosotros también. Tanto los edificios como las teorías parten de unos cimientos. Como vemos, la ambigüedad resultante de las metáforas nos permite nombrar la realidad que nos rodea de una manera más tangible y cercana.

Para terminar, ¿seremos capaces de enseñar a las máquinas a entender la ambigüedad?

Uno de los mayores problemas que encontramos con el Procesamiento del Lenguaje Natural es, precisamente, que los ordenadores son excesivamente sensibles a la ambigüedad. Si antes decíamos que los hablantes no somos conscientes de los múltiples significados de los mensajes que recibimos, con los ordenadores ocurre lo contrario: son capaces de extraer una multitud de interpretaciones en las que un hablante jamás pensaría. Esto es lo que ocurrió con la célebre frase Time flies like an arrow: cualquier hablante de inglés lo interpretaría como ‘el tiempo vuela como una flecha’ pero, al analizarla un ordenador, se le atribuyeron otras cuatro posibles interpretaciones (entre las que se contaban, por ejemplo, ‘a las moscas del tiempo les gusta una flecha’ o ‘cronometra a las moscas como a una flecha’). De estos resultados inesperados surgió el dicho Time flies like an arrow, fruit flies like a banana, (el tiempo vuela como una flecha, la fruta vuela como un plátano) que suele utilizarse para explicar las oraciones de vía muerta. Estos significados son perfectamente válidos desde un punto de vista gramatical, pero absolutamente inapropiados desde el punto de vista comunicativo.

En las últimas décadas ha habido iniciativas para desarrollar lenguas artificiales que eviten la ambigüedad, como es el lobjan. Sin embargo, necesitamos que los ordenadores sean capaces de procesar no solo las lenguas artificiales sino cualquier lengua natural y es ahí donde reside el desafío. En la actualidad lingüistas y programadores trabajan mano a mano para tratar de enseñar a los ordenadores a hacer eso que nosotros hacemos en un abrir y cerrar de ojos: desambiguar.

NOTAS:

  1. https://canalhistoria.es/blog/mokusatsu-la-palabra-que-activo-bombas-atomicas/
  2. El instinto del lenguaje, Stephen Pinker.
  3. https://mw.lojban.org/papri/Lojban

 

Ranking de ambigüedades

La ambigüedad nos muestra la cantidad de procesos que llevamos a cabo cuando hablamos. A continuación, os ofrecemos un ranking de ambigüedades que los clasifica de los más sencillos (diferenciar dos sonidos distintos) a los más complejos (ajustar lo escuchado al contexto). Puede parecer que todos estos procesos que presentamos a continuación los acometemos de forma serial (uno después de otro), pero la verdad es que se realizan en gran parte en paralelo, de tal modo que unos fenómenos afectan a otros. Nuestro cerebro, cuando hablamos, hace cosas increíbles.

#10

Ambigüedad basada en confusión de sonidos

Los sonidos que escuchamos dependen de las condiciones físicas en las que son producidos y transmitidos, de tal modo que la variación es prácticamente infinita. La primera labor de nuestro cerebro consiste en identificar lo que hemos escuchado utilizando las imágenes mentales que tenemos de los sonidos (los denominados fonemas). Pero como en toda decisión, en esta también nos podemos equivocar. El ruido ambiente, la pronunciación poco cuidada, nuestros problemas de audición o determinados procesos fónicos son algunas de las claves que explican las confusiones que hay en este ámbito. Hay sonidos que son especialmente proclives a confundirse, como las vibrantes.

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También hay posiciones que tienden a dar problemas. En posición final de sílaba, por ejemplo, las consonantes se simplifican y las vocales se abren. La confusión está servida.

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#9

Ambigüedad basada en la segmentación de la cadena oral en palabras distintas

De todos modos, para decidir qué palabras concretas ha usado nuestro interlocutor, no solo hemos de identificar bien los sonidos, sino que los debemos agrupar adecuadamente. Esta es la base de lo que se conoce como calambur, que encontramos en adivinanzas (oro parece, plata no es), juegos de palabras y chistes. Quizá el juego de palabras más conocido es el que se atribuye a Quevedo. La anécdota relata que Mariana de Austria tenía un problema de cojera y los amigos de Quevedo le apostaron a que no era capaz de decírselo a la cara. Él tomó un clavel y una rosa y dijo: «Entre el clavel blanco y la rosa roja, Su Majestad escoja.» A continuación, algunos ejemplos de chistes:

 

#8

Ambigüedad basada en procesos de lexicalización de sintagma

Alcanzamos así el número 8 de nuestro ranking. En el proceso de interpretar un enunciado, el significado tiende a ser composicional (vamos añadiendo los significados de las distintas palabras atendiendo a aspectos como la estructura, la categoría o la función). No obstante, en ocasiones algunas expresiones aparecen fosilizadas (sí, sí, como si fueran fósiles) y su comportamiento no es el esperado. Es lo que ocurre con las conocidas frases hechas, que tanto problema dan a los pobres aprendientes de segundas lenguas. Interpretar un sintagma en sentido literal o como un elemento fosilizado implica obtener significados muy distintos. Y también ahí nuestro cerebro tiene que estar preparado para tomar una decisión:

#7

Ambigüedad categorial

Llegados a este punto, pasemos a ver distintos elementos sintácticos que se ponen en juego para interpretar adecuadamente los enunciados. Uno de ellos es la categoría de las unidades. Y es que algunas palabras se pueden categorizar de distintas maneras. Solo queda confiar en que lo haremos bien:

Segundo: ¿Adjetivo o Nombre?

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Cerca: ¿Nombre o Adverbio?

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Pasa: ¿Nombre o verbo?

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Regular: ¿Verbo o Adverbio?

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#6

Ambigüedad estructural

Además, las palabras se agrupan formando sintagmas y según las agrupes, el significado de los enunciados varía. Veamos algunos ejemplos: En la caja de la tostadora nos dicen que es «una tostadora para dos rebanadas de acero inoxidable». La ambigüedad estructural se basa en dónde colocamos el último sintagma preposicional. Si complementa a tostadora, todo va bien: «una tostadora (para dos rebanadas) (de acero inoxidable)» pero si complementa a las tostadas, quizá el electrodoméstico no esté pensado para nosotros (ni para nuestros dientes): «una tostadora (para dos rebanadas de acero inoxidable)».

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En esta ocasión, tenemos que decidir qué está coordinando cada una de las conjunciones: «Uralde puede concurrir con Equo y Más País y esto hace que otros dirigentes abandonen el partido»: (Las bases de Equo deciden concurrir al 10N con Más País y Uralde) y (otros dirigentes abandonan el partido) o Uralde puede que sea el que abandone el partido, junto a otros dirigentes: («Las bases de Equo deciden concurrir al 10N con Más País») y («Uralde y otros dirigentes abandonan el partido»).

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Aquí tenemos que decidir dónde colocamos la oración causal: si la colocamos fuera de la completiva, pagar sus recibos justifica que nadie sospechara su muerte: «Nadie sospechó en 15 años (que había muerto) porque pagaba sus recibos». Sin embargo, si la interpretamos dentro de la completiva, pagar sus recibos justifica su muerte: «Nadie sospechó en 15 años (que había muerto porque pagaba sus recibos)».

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#5

Ambigüedad basada en problemas de alcance

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Hemos llegado al ecuador de nuestro ranking. Un asunto muy interesante es hasta dónde llega la influencia de determinadas palabras. En el ejemplo anterior, se puede interpretar que piden que se utilice solo el transporte público cuando vayamos al trabajo (y no el coche ni la bici) o que se utilice el transporte público solo para ir al trabajo (para ir al cine o al centro comercial). Dependiendo de a quién influya el adverbio solo tendremos una interpretación u otra (y no, esto no se arreglaba antes con la tilde). Y aquí tenemos un ejemplo similar, en este caso con la influencia del no:

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#4

Ambigüedad funcional

¿Os acordáis de los ejercicios escolares en los que teníamos que encontrar los sujetos, los complementos directos o los complementos circunstanciales? Pues resulta que eso también lo hace nuestro cerebro para conseguir la interpretación adecuada de los enunciados. Si se equivoca asignando funciones, la comunicación queda comprometida:

¿El 31 es sujeto (como autobús) o complemento directo (como Nochevieja)?

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¿El sintagma preposicional «con estos truenos tan feos» es aquí complemento de régimen (del verbo «salir con alguien») o complemento circunstancial (del verbo «salir de un sitio»)?

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Cuando le preguntan «cómo lo ha visto», ¿esperan que responda con el complemento predicativo del objeto directo (cómo fue el aterrizaje, según él lo vio) o del sujeto (cómo estaba él cuando vio el aterrizaje)?:

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#3

Ambigüedad léxica

Y más allá de todas las decisiones sintácticas de las que hemos hablado hasta aquí, no olvidemos que las palabras son ambiguas y tenemos que decidir en milésimas de segundo cuál de todos sus significados es el apropiado en cada contexto. A veces, los distintos significados de una palabra ambigua no tienen relación entre sí. En estos casos, elegir el significado correcto es muy sencillo. También son las mejores para los chistes:

Otras veces, los distintos significados sí tienen relación entre sí. En los ejemplos siguientes, destino tiene que ver con el final de un viaje. Este puede ser literal o metafórico (la vida); lo mismo ocurre con el adjetivo abierta como rasgo físico o de carácter. Esta polisemia está muy presente en los juegos de palabras:

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Una forma distinta de relacionar los significados de una palabra es la metonimia. En el ejemplo siguiente vemos que en ocasiones el significado metonímico (el contenido por el continente) llega a ser el más esperado:

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#2

Ambigüedad referencial

Poco a poco estamos llegando al final del ranking. Los enunciados hablan del mundo real, por lo que tenemos que decidir a quién se refiere cada una de las expresiones. Especialmente importantes son elementos como los posesivos, los pronombres relativos o los sujetos omitidos:

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Además, debemos elegir el tipo de relación que se establece con el referente. En el ejemplo siguiente, ¿se trata de uno en concreto o de distintos pisos?

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Un ejemplo distinto, pero en la misma línea. ¿El cuerpo de un culturista determinado (referencia específica) o ese tipo de cuerpo (referencia inespecífica)?

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Una última: ¿el nombre de todos en general (referencia general) o el de cada uno en particular (referencia individual)?

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#1

Ambigüedad pragmática

Y en la cima de las ambigüedades hemos reservado la interpretación contextual. Cuando escuchamos un enunciado le intentamos dar la interpretación más ajustada a contexto. Saltarnos esta regla provoca extrañeza y, en ocasiones, humor, como vemos en el ejemplo siguiente, que mezcla varios contextos (el del hogar y el del juego del parchís).

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Este ajuste al contexto es consecuencia del principio básico de la comunicación del que hablábamos antes: el Principio de Relevancia. Partimos de la hipótesis de que los enunciados son relevantes (dan información nueva e importante). Cuando no lo son, nuestro cerebro sigue pensando que sí y saca extrañas conclusiones:

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Otras veces, el emisor confía tanto en la colaboración de su interlocutor, que solo pueden entenderse ciertos mensajes si tenemos muy presente el contexto. En este ejemplo, debemos interpretar un ‘como máximo’ al final del enunciado para entenderlo de forma adecuada:

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Este artículo es uno de los contenidos del número 11 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras.
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