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25 Mar 2020
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Entrevista

«La vida te obliga al suicidio o al sentido del humor»

Paula Arenas/Pilar Bello

La poeta uruguaya Ida Vitale, Premio Cervantes 2018, habla largo y tendido para Archiletras

Qué hace más ahora: escribir o leer?
Leer más bien. Últimamente escribo poco; me mudé, me vine a Montevideo después de once años en México y veintitantos en EE. UU. Y mudar toda la biblioteca es un trabajo enorme y personal. Aunque te ayuden, tiene que pasar por las manos de uno.

¿Se lleva la biblioteca entera o hay libros que se van quedando?
A lo largo de la vida hay libros que se pierden, que se van; se van por pérdida, pero no por regalarlos. Yo en general no regalo libros, salvo que esté repetido.

¿Tampoco regala los malos?
Esos van para el fondo… Yo hice la biblioteca en una librería de compra y venta de libros de un hombre que no sabía nada porque venía de un despacho de gasolina, y lo mismo tenía una joya baratísima que lo contrario. Ahí compré la mayoría.

¿No aprendió lo que costaban los libros?
Sí, esa es una de las cosas que antes se aprenden.

Su infancia estuvo rodeada de libros y también de adultos, ¿no?
Sí, estaba rodeada de adultos, y por eso ansiaba ir a la escuela, que llegara la edad para poder ir. Tenía un tío que me leía y me traducía. Supongo que ahí empezó el gusto por los libros, que coincidiría con las muñecas.

Ha dicho antes que lee más que escribe, ¿qué necesita para escribir?
Es que necesito concentración. Por eso hasta que la biblioteca no esté lista, no puedo.

¿Qué lee más?
Prosa. ¿Usted se leyó todo Galdós?

Sí, todo.
Pues yo también. La que menos me gustó fue Marianela. Y los Episodios Nacionales lo que más me fascinó.

«Aunque nadie te busque ya, yo te busco», reza uno de sus versos refiriéndose a los libros…
Sí, es que yo no concebiría la isla desierta sin libros.

¿Casi nadie busca ya libros?
Hay pocas librerías ahora, ¿no? Los libros yo los tenía a mano desde niña.

¿Esperanza para el libro?
Si hay esperanza para la gente, habrá esperanza para el libro. No sé hasta qué punto. Hay poco cuidado por el mundo. Parece que se está acercando el final. Mira el mar, las plantas. Los peces que comemos están llenos de mercurio. El mar está lleno de mercurio.

¿Cuál es la mayor preocupación que deja que llegue a su poesía?
Trato de no hacer —nunca hice— lo que se llama poesía comprometida, aunque sí comprometida con mis preocupaciones. Eso sí: doy trabajo al lector. Creo que todo lo que se da fácilmente es muy poco apreciado. A veces hay un grado de misterio, aunque no sea intencionado, que te lleva a buscar. Era una niña cuando me dictaron un poema chiquito de Gabriela Mistral, tenía algo raro en la estructura, y no me explicaron nada. Y yo estuve un año con ese poema que me volvía y me volvía. No lo entendía, tendría nueve años…

Ahora un niño de nueve años…
No sé, a mí me obsesionaba entenderlo, y como no me habían explicado nada, pensaba que creían que tenía que entenderlo. A veces habría que recomendar a los maestros que no explicaran nada.

Con lo que sí está comprometida es con la palabra…
Eso sí.

¿Y qué es lo peor que se le puede hacer a la palabra?
Tratarla como algo sin importancia, dejarla contaminarse y eso ocurre mucho, sea por la invasión, la no explicación de lo que quiere decir algo o por el empobrecimiento que implica no ocuparse de ella. Y no solo el periodismo es culpable, hay menos diarios y revistas y han bajado las páginas culturales en los diarios. Cuando yo era chica, había más y quizá por eso había más competencia y eso hacía que se escribiera mejor. No sé… Ahora la gente busca más la televisión, ¿no?

Hábleme de sus referentes…
El que siempre estuvo fue José Bergamín. Hablan mucho de Juan Ramón Jiménez, pero el que siempre estuvo en mi época de formación fue Bergamín. Claro que la llegada de Juan Ramón fue espectacular, pero solo estuvo unos días en nuestra universidad. Bergamín era muy generoso de su tiempo, quizá porque había muerto la mujer y tenía lejos a los dos chicos, aunque luego vinieron. Estaba un poco solo y nosotros deseábamos que estuviera con nosotros.

¿No firmaría alguno de sus libros?
El primero quizá. Pero volvamos a Bergamín: no solo era un buen maestro, sino generoso para dar libros, los regalaba. Nosotros le decíamos: «No sea manirroto, que vive de ello».

¿Conserva los que le regaló?
Sí, con el dibujo que hacía de un pajarito en una rama y que lo representaba a él como estaba: solo. Era un gran amigo. Hablaba mucho de literatura española y cuando no hablaba era porque estaba en contra, entonces se callaba. Era muy querible. No digo que no le faltara veneno, que tenía y mucho. Era muy irónico.

¿Alguna anécdota que lo represente?
Había una poeta muy cursi, católica y soltera, que enseguida lo intentó acaparar. Lo presentó en una conferencia en el Paraninfo, y él pensó que por ello le iban a creer íntimo de ella. Pues bien, ella se llamaba Sarah Bollo y él se dirigió a ella en aquella conferencia como Sara Bella, que podía ser cualquier cosa menos bella. Pero con eso y toda la gente que se reía quedó definida la situación a la perfección. Era tremendo Bergamín. Con muy pocos elementos aclaraba el panorama. La pusieron a ella a presentarlo porque era católica, y Bergamín, que era católico pero calmo, no tenía interés de aparecer vinculado a ella.

Además de Bergamín…
Después, las influencias fueron más indiscriminadas. No hubo más una presencia así.

¿Reconoce el Uruguay de aquellos años en el de hoy?
Creo que todo en el mundo decrece un poco. Pienso que tal vez haya menos cultura general. Yo me retiré hace años de la enseñanza, así que eso ya no sé cómo está, pero veo a muchas chicas jóvenes que vienen, periodistas que pienso que vienen buscando la nota para entrar en un diario, cosa complicadísima por lo que han disminuido.

¿Volvemos entonces a la poesía?
Eso no aparece nunca en la prensa. En cambio antes había una página cultural, a diario, en la que debía aparecer un recuadro con un poema. Ahora mismo en ningún lado creo yo que pasa… Hay poco espacio y hay que aprovecharlo para las cosas importantes.

Y la poesía no está entre las cosas importantes…
No, no, no. Eso es lo que pasa.

¿No duele?
No sé si hoy pasaría el hecho de que llegara a Montevideo alguien como Juan Ramón, que dio una conferencia en el teatro mayor con gente colgando de los palcos. Ahora no creo que pasara.

Ahora lo llenaría un rapero…
Si, eso puede ser. Sí, sí. Bueno, con la música nos ha ido mejor quizá. La música era importante, pero quizá generalizo; lo era para mí, el concierto semanal en el teatro más importante que había.

La poesía es música
Pero es otra música. Y a mí la musicalidad me viene por otro lado.

¿Hay poesía sin musicalidad?
Es otra, no sé. Para mí era sagrado el concierto de los sábados de la sinfónica o los de cámara de la Universidad, en el Paraninfo. Escuché lo mejor de los músicos europeos.

¿Hay algún poeta que se le atragantó?
Muchos. A veces se usa la poesía para imponer una idea, aclimatar a la gente a algo y eso es lo que me repele un poco. No sé si es un mal uso, puede ser usada para algo muy noble, pero siempre es usar para, y la poesía pierde cuando le imponen una meta.

Cuando usted se sienta a escribir…
Nunca sé de qué ni sobre qué. El corazón y la cabeza han de ir juntas.

¿Con los años gana alguno?
No, creo que deben ir siempre juntos. Es como si me dices: la sal o el dulce. Cualquiera de las dos cosas que acapare la principalía creo que crea problemas.

Lo que más le gusta que digan de su obra. O lo más justo.
Que no es aburrida.

Ni cursi supongo…
Sí, son dos peligros. Me ha admirado mucho algún libro cuando el poeta mantiene la tensión necesaria para un poema muy largo. Me falla ahora la memoria. Eso es muy difícil, mantener el interés, la capacidad material del tema, que no se te agote. Eso los románticos lo hacían, pero es difícil porque hay que ponerse en una actitud constante con tiempo y la vida te lo dificulta ya.

Este tiempo…
Murió mi marido y eso cambió mucho. Me cuesta escribir… Bueno, no. No me cuesta, es que pienso que no debo hacerlo sobre una cosa muy directa, porque uno pierde el control. De repente, gana mucho el sentimiento. Hace falta el equilibrio.

Huye de la catarsis…
Claro. Y además la edad pone lo suyo, rindo menos. Yo hago todo, vivo sola. Mi hija me ayuda mucho, pero tiene sus propios problemas.
La edad… Me quitó memoria, pero me aportó paciencia, que es importante para uno mismo.

¿Qué no ha borrado la memoria y le habría gustado?
Tu pregunta es muy tramposa, quieres que te diga cómo recuerdo lo que no recuerdo. De repente, uno se da cuenta de que se le ha borrado un recuerdo porque, de repente, algo te da una luz… Aquella persona, aquel lugar. Los nombres se me borran muchísimo y ahora que no está mi marido, que fue impecable y un compañero maravilloso, y que se acordaba de todo…

¿Miedo a la hoja en blanco?
No, tengo miedo al bloqueo cuando se me borra una cosa, pero escribiendo no. Me he empobrecido, lógico con los años; es muy raro el poeta que escribe su mejor poema a los 90. Escribir un poema es tener todo en el mejor momento, las ganas, la memoria. Considero que no he perdido sentido crítico, pero eso es siempre fácil. Criticar es mucho más fácil que crear.

Sentido del humor tampoco ha perdido…
Quizá eso es lo único que se puede ganar. La vida te obliga al suicidio o al sentido del humor y me parece una opción más agradable el sentido del humor.

«Ser humano y ser mujer, ni más ni menos», escribió. ¿No ha vivido el machismo?
Yo decía que Uruguay no es un país machista y mi marido siempre me decía: «Porque no has estado en una mesa de café de solo hombres», pero siento que algo debe ocurrir en una mesa de café solo con hombres, pero también en una de solo mujeres puede darse lo contrario, así que no lo tomo muy en cuenta.

¿Y ese hablar en femenino?
Me aburre, me parece una pesadez. Eso sí que es una cáscara. La mujer crece un poco antes que un hombre. De niñas, cuando hablábamos con un chico de nuestra edad nos mondábamos de risa.

¿Hay machismo en la sociedad uruguaya?
No creo que haya diferencias, hay tantos hombres como mujeres periodistas. Quizá el campo político haya sido durante un tiempo masculino, pero tampoco lo es actualmente. Hay diputadas, senadoras, el voto para la mujer existe hace muchos años y en mi casa la opinión que pesaba más era la de las mujeres. Yo no sentí que hubiera una cosa así.

Pero ese verso reclama una igualdad…
Puede entenderse quizá así, pero yo estaba reconociendo que era lo contrario. Escritores en una época. Yo admito generosamente que todo el mundo político se lo podíamos dejar a los hombres, porque me aburre soberanamente. Tampoco había mucha mujer que participaba.

«A veces su luz cambia, es el infierno, a veces, rara vez, el paraíso…».
La vida es así, un poco repartida. En la mía, no… Qué sé yo… Infierno es mucho decir, pero quizá la infancia fue menos feliz que lo que vino después; más aburrida. Nunca fui maltratada ni nada por el estilo, pero era aburrida. Y por eso la escuela me parecía una maravilla y quería que llegara la edad para ir.
Primero y segundo los hice en mi casa —no en la escuela—, con mi tía. Cuando llegaba de noche me dejaba los deberes y al otro día me tomaba la clase cuando yo ya quería irme a la cama. Yo ya estaba harta de ese sistema. No era un infierno, pero tampoco era el paraíso. Estaba sola, con una empleada o con mi tía. Mi madre había muerto joven y mi padre me había puesto con mi tía, que era pedagoga, pensando que era lo mejor.

¿Y el paraíso cuándo pudo ser?
Cuando entré en la escuela ya era el paraíso. Luego ha habido de todo, he tropezado también.

Y el amor, ¿qué ha supuesto en su vida?
Un primer marido que me dio tres hijos; un hijo y dos hijas. Y mi último marido, el poeta Enrique Fierro, que era menor que yo y fue perfecto. Ahí sí fue el paraíso, era escritor también pero muy generoso de su tiempo. Un compañero excelente. Era muy discreto; cuando algo no le gustaba no decía nada.

¿Qué obra es la que más trabajo le ha costado escribir?
Una vez quise escribir un poco para agradecer a México los once años, que es una especie de crónica y se llama Shakepeare Palace. Eso sí, la prosa me exige más cuidado, trabajo, pensamiento previo.

¿Se siente mejor escribiendo prosa o poesía?
Lo que más admiro y más me cuesta es la prosa. A mí la poesía me sale de manera más natural y rápida. Para la prosa necesito mucho más
trabajo.

¿Corrige mucho?
Muchísimo. A veces los poemas no, porque salen más armaditos ya de primeras. Pero en general trato de olvidar, archivo y releo.

¿Qué legado le gustaría dejar?
Que los lean, si se puede todavía. El período de vida de un poema, salvo que uno sea Lope de Vega, es corto. Los poemas tienen vida corta. No es un juicio mío como lectora. Yo sigo leyendo mucho a Gabriela Mistral y a la que tiene menos nombre, María Eugenia Ferreira, que es menos producto de inmigración que Delmira Agustini, a la que mató el marido. Delmira era una mujer bonita y escritora precoz con padres —que no es común— que la entendieron y la produjeron. Siempre tengo la sensación de que fue un poco prefabricada; no por ella, que tenía un don. María Eugenia fue lo contrario: ella era como la segundona en la familia. Y no busca la belleza formal tanto como el decir lo que quiere decir. Eso es lo más difícil. Siempre hay algo que va a tender a ganar. Ese equilibrio —salvo en Machado o Juan Ramón, en quienes todo coincide— no se da. Delmira no tenía dificultad con la forma y sí María Eugenia, pero me gusta más Eugenia.

¿Lo que más relee?
Yo leía como un energúmeno. Cada día tenía que leer un libro, y si no lo terminaba era una deuda para el otro día. Había perdido tiempo. Me ha pasado mucho, entrar en un escritor y leerlo después todo.

Qué sociedad tan diferente tendríamos si todos leyéramos un libro al día, ¿no le parece?
Sí, supongo que ya ni habría sociedad (risas). Un libro que te engancha es como conocer a una persona maravillosa; no la quieres dejar ir. Me pasó con Galdós, un caso de obsesión única.

Como traductora…
Me encanta. Ahora ya no, porque no me lo piden.

¿Traducir poesía también?
No, eso menos. Es mucho más difícil. Sobre todo el desdichado encargo de traducir un libro entero de poesía. Siempre hay algo que no pasa. La poesía hay que traducirla por voluntad y amor a un poema o a tres o a diez, porque te llama. Pero traducir poesía de manera forzada es terrible. Yo no leo ruso, y te hablan de la maravilla de algunos poetas rusos, y no lo veo, porque el traductor no lo pudo dar.

¿Llegó tarde su Cervantes?
No lo esperaba, y después me dijeron que debí haberlo esperado.

Solo le queda el Nobel…
No te preocupes, me voy a morir antes.

Aparte de ese orgullo satisfecho, ¿qué le dan los premios?
Te facilita viajar y conocer gente.

De su generación, ¿con quién tuvo más relación?
Yo era muy amiga de una escritora argentina que no sé si llegó a España, María Elena Walsh. Su primera cara fue de cantante. Se fue a vivir a EE. UU. por Juan Ramón. Él se fue a vivir a Buenos Aires y allí nos dijo: «Os espero», y ella se lo tomó en serio y consiguió una beca y vivió con Juan Ramón y su mujer diez días… Contaba que la mujer, Zenobia, atravesaba la sala con un biombo y él detrás. María Elena, que era muy buena poeta, escribía cosas para niños y las cantaba.

Poema, música y canto…
Sí, lo hacía todo: poema, música y canto. Y era adorada, llenaba los teatros uruguayos. Todos los niños crecieron con sus discos. Y en Buenos Aires ni te digo. La gente se colgaba de los palcos en sus conciertos. Cuando fue mayor, hizo periodismo. Era el momento de los militares. Creo que sabía que no se iban a meter con ella porque todos habían nacido y crecido con canciones suyas. Fue amiga toda la vida. Una persona impecable en toda su vida pública. En el Río de la Plata su nombre te abría puertas. Murió bastante joven. Fue una trabajadora incansable.

Cuál es la marca en usted de García Márquez, si es que la hay.
Lo adoré toda mi vida y podría haber tenido mucho acceso a él por Álvaro Mutis, que al principio tenía más poder porque trabajaba con compañías extranjeras para teatro. Fue el que estimuló a Gabo y fue su gran amigo toda la vida. Pero nosotros, que éramos muy amigos de Mutis, nos cuidamos mucho de que no pensara que queríamos llegar a Gabo a través de él. Los Mutis fueron nuestros amigos en México.

¿Dónde mejor: México o EE. UU.?
En México.

¿Fue dura la vuelta a Uruguay?
Siempre es duro volver después de tantos años. Volvimos a Montevideo tras la muerte de mi marido —mi mejor compañero y el paraíso— porque se habían ido los militares, pero dejaron un revoltijo… Era una locura. Cuando se fueron los militares, todos querían ser resarcidos. Los militares por donde pasan dejan desacomodo, y quedan los registros de: «A aquel lo pusieron los militares». Todo se ve relacionado con ellos. Y luego es aquello de que quien se fue a Sevilla perdió su silla… Hay un desacomodo, aunque uno no esté buscando ninguna silla.

Si no hubiera sido poeta…
Hasta hoy lo digo; me habría gustado ser arquitecto si no hubiera tenido que lidiar con las matemáticas.

¿Qué ve en la Arquitectura?
Forma. Y la forma implica belleza. A nadie se le va a ocurrir forma sin belleza… Aunque, quién sabe…

A veces, buscando la originalidad se crean monstruosidades…
Sí, es como si quisieras andar por el mundo con las manos. Cada cosa tiene una ley inviolable, la única que no puedes romper. Me gusta la sobriedad.

¿Como el buen poema, al que se despoja hasta de lo que a uno le resulta bello?
Hay que dejar solo lo necesario. A veces, lo meramente ornamental ha de ser necesario. Eso no se da en el mundo vegetal, las plantas son perfectas. No se les puede agregar ni quitar nada.

Una vida entera en busca de la palabra precisa

Ida Vitale

El mismo cuidado que tiene en su poesía por las palabras lo tiene en la vida. La poeta Ida Vitale (Montevideo, 1923) nos deleita con sabiduría, naturalidad, cultura, sentido del humor y mucho de humildad real durante las casi dos horas que dura la entrevista.

No tiene prisa la quinta mujer en recibir el Premio Cervantes (2018) y segundo autor uruguayo (Juan Carlos Onetti), algo que tal vez se lo haya dado una vida entera de búsqueda de la palabra precisa. La poesía, aunque se declare lectora sobre todo de prosa, es para ella un compromiso con la concisión, un rechazo a lo superfluo aunque sea bello, y una obligación con la honestidad. Considerada poeta esencialista, daba sus primeros pasos en el mundo editorial con La luz de esta memoria, en 1949. Le siguieron numerosos poemarios: Palabra dada (1953), Cada uno en su noche (1960), Oidor andante (1972), Jardín de sílice (1978), Elegías en otoño (1982), Entresaca (1984), Sueños de la constancia (1988), Procura de lo imposible (1988), Serie del sinsonte (1992), Paz por dos (1994), Donde vuela el camaleón (1996) Reducción del infinito (2002) y De plantas y animales (2003). En sus poemas siempre queda la sugerencia por delante de lo explícito, casi enemigo de sus versos.

 

Esta entrevista es uno de los contenidos del número 6 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras.
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