El peligro es tentarnos
Ana CermeñoLas hay con cocodrilos, alienígenas y aviones; divertidas o alarmantes; elocuentes o confusas. Pero la primera señal que advirtió de precaución o peligro fue, acaso, no un pictograma sobre un fondo blanco o amarillo, sino la manzana del Paraíso
El peligro seduce. El simple deseo de superar cualquier barrera nos llena de una satisfacción mayor que la de descubrir qué se ocultaba detrás del obstáculo. Quizá sea esa la razón por la cual más ganas tenemos de asomarnos al abismo cuanto más nos advierten de que no deberíamos hacerlo. El placer de franquear cualquier riesgo proporciona una sensación adrenalínica.
Las personas educadas en el catolicismo aprenden pronto el peligro de caer en la tentación: una manzana expulsa del Paraíso a Adán y Eva. Lo tenían todo, su única obligación era no morder el fruto prohibido para que la humanidad viviese la gloria eterna. Pero no pudieron resistir el desafío y ahora todos pagamos el mayor castigo.
Los avisos de precaución o peligro regulados por la Dirección General de Tráfico española cumplen, en su forma, con los acuerdos internacionales pactados en Viena hace cuarenta años: un triángulo con marco rojo y el interior en blanco o, en el caso de Estados Unidos, amarillo, color utilizado también en casi todo el mundo para pedir precaución por obras en la calzada.
La alerta de peligro siempre sobresalta, salvo si se trata de símbolos que advierten del cruce de animales, generalmente amables y comunes en los cinco continentes, con las peculiaridades propias de la fauna de cada región: por las carreteras los conductores se encuentran con pictogramas de canguros (Australia), renos (Finlandia), pingüinos (Nueva Zelanda), dromedarios (Marruecos), panteras (Namibia) y hasta demonios de Tasmania. En España no extrañan los de vacas o caballos, pero también los hay más singulares, como el de gallinas (Cazalla de la Sierra, Sevilla), osos (Somiedo, Asturias) o el más pintoresco de todos, con leyenda incluida: «Precaución: paso de anfibios», en Pinoso, Valencia.
Las señales de precaución nos invaden. Inventamos peligros para obligarnos a vivir en tensión constante. Nos rodean demasiadas; o muy pocas, piensan otros. Se instalan, se supone, para nuestra seguridad, pero algunas solo consiguen ponernos en riesgo por exóticas, delirantes, jeroglíficas: reclaman tanto nuestra atención que nos acaban distrayendo de lo importante.
- Cuidado con el perro. La necesidad de renovar la cartelería para llamar la atención ha reforzado clásicos mensajes de texto con elementos gráficos tan diferenciadores como ocurrentes. El tradicional cartel de «Cuidado con el perro» a la entrada de casas y fincas ha sido sustituido por señales que provocan una sonrisa o, al contrario, por imágenes de perros tan agresivos que intimidan.
- Cocodrilo comeniñas. Este pictograma en Tallín, Estonia, es de los más disparatados. Si nos atenemos a su representación, podríamos interpretarlo así: «No tire a la niña, entréguesela amablemente al señor cocodrilo». El sentido común nos invita a revisar la advertencia: «Aleje a sus hijos de los cocodrilos: son peligrosos, saltan y muerden». No es un ejemplo de señalización clara. O quizá sí y efectivamente los cocodrilos de la zona se alimentan de niños. Un desatino.
- Atención: prostitutas. Sería una buena imagen publicitaria para las profesionales de la calle, pero este indicador fue aprobado por los gobernantes de la localidad italiana de Mogliano, donde los conductores se distraen con demasiada frecuencia al ver a las trabajadoras sexuales, lo que provoca numerosos accidentes de circulación. A algunos, el aviso, más que de precaución, les parece de promoción del gremio.
- Peligro de muerte. «¡Mil millones de rayos y centellas!», exclama el Capitán Haddock en Las aventuras de Tintín. Podríamos pensar que esta señal informa del riesgo de que un relámpago te deje tieso en un determinado lugar, pero la verdad nada tiene que ver con la meteorología: el triángulo nos advierte del mal negocio que es tocar cables de alta tensión. El mensaje se subraya con mayor dramatismo cuando al pictograma le añaden la leyenda «peligro de muerte».
- Precaución: exhibicionista. Podría tratarse de una carretera donde nos advierten del peligro de chocar con la capa de un superhéroe en pleno vuelo. Pero la realidad es más escabrosa: en la tercera ciudad más importante de Ucrania, Dnipró, estas señales avisan de la presencia de exhibicionistas en la zona. La versión norteamericana precisa más e indica el punto exacto del posible e indeseable encuentro.
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El váter de
carretera. El ingenio echó mano del reciclaje doméstico en Coristanco, A Coruña. Los vecinos, hartos de que las instituciones les negasen un indicador oficial de límite de velocidad, plantaron en la cuneta una señal tan elocuente que solo le faltó la cadena para que los conductores tirasen del freno y no del acelerador. La elección del soporte, hallazgo genial de la necesidad, es un claro recado para las administraciones, además de para quienes van al volante. Ir a más de 40 supone un verdadero peligro.
- Peligro de combate con avioneta. Lo intrigante de esta señal está en la sensación de impotencia que produce. Sería más acertado avisar a los aviones de que no vuelen bajo sobre la calzada para esquivar sustos y abolladuras. Viéndolo, el conductor se siente como Cary Grant en Con la muerte en los talones, abocado a lo inevitable o a un cuerpo a tierra en el último segundo. ¿Cómo salvarnos en una carretera de que nos embistan desde el aire? Por no hablar de lo realmente inquietante y peligroso: que el coche del dibujo vaya sin piloto.
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Cautela: mirones
Algo hay en el ser humano para que la transgresión le resulte atractiva aun a sabiendas de que le conduce por la cuerda floja. Esta supuesta advertencia, que podemos ver en Japón, parece más una invitación a invadir con la mirada el espacio de otros que una señal de peligro. Seguro que sin la indicación a muchos ni se les habría ocurrido traspasar los límites. Es definitivamente provocadora.
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Alerta: socavones
Dentro del grupo de señales que podríamos clasificar como dramáticas, en la ciudad minera de Coober Pedy, Australia, encontramos esta representación a la que solo le falta que se active un audio: escuchar en nuestra cabeza el grito desgarrador de la figura cayendo resulta espontáneo. La ciudad, conocida como la capital mundial del ópalo, lleva en su topónimo implícita la advertencia: Coober Pedy deriva del término local Kupa-Pitti, cuya traducción no deja dudas, ‘agujero del hombre blanco’.
- Lo de la lluvia de alienígenas cuesta encajarlo en algún código, es una de las advertencias de peligro más absurdas que podemos encontrarnos al circular por los Estados Unidos.
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Peligro: risa disparatada:
Captar la atención requiere destreza. No parece sencillo dar con el pictograma comprensible para cualquier cultura y que nos ahorre contratiempos. Pero si, para evitar adelantamientos imprudentes, le hacemos más caso al Gandalf de El señor de los anillos, ¡bienvenido el uso de su imagen!
- Para indicación divertida, la del mosquito atrapahombres, vista en Florida: alerta de gallinipers, chupópteros cuyo tamaño no duplica, como sugiere el dibujo, el de cualquier persona en su sano peso, sino que en realidad proliferan después de un huracán, que es cuando se producen las condiciones idóneas y se vuelven especialmente agresivos y hasta cuatro veces más grandes de lo habitual.
- Una doble placa representa el antes y el después de un casuario, un ave australiana en peligro de extinción, en caso de atropello.
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Advertencia de moderación:
La variedad del grupo de pictogramas escatológicos abarca toda la zoología. El del hipopótamo del Parque Estatal de Fauna de Florida es de los más explícitos. Los humanos también nos topamos con advertencias de ese estilo, como la de no expulsar las flatulencias en determinadas zonas… por peligro de explosión. En algunos casos, el consejo no es suficiente y la señal pasa del aviso a la prohibición: lugares vetados para descontrolados.
- Un cartel en una vivienda de Wisconsin, EE. UU., advierte a los intrusos de que el propietario es más peligroso que el perro.
Este reportaje sobre el lenguaje visual de las señales de tráfico es uno de los contenidos del número 3 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras.
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