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30 Ene 2023
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Lenguaje

El lenguaje de Tinder: amor, postureo, banderas rojas y mucho pavo real

Javier Rada

En las aplicaciones de citas, el lenguaje lo es todo. Brillantes adjetivos, las penalizadas faltas de ortografía o la intención comunicativa de las fotos son las nuevas plumas del cortejo

Querido Cupido decimonónico: Tú que inventaste el romanticismo, la carta de amor anónima, la gallardía y cortesía del
galán… Las cosas han cambiado por aquí. Intentaré explicártelo.

Fue un problema en la comunicación lo que propició el nacimiento de un gigante que aspira a robarte tu nombre y flechas por una yesca digital (Tinder, en inglés).

Fue la timidez, sí, o el miedo a ligar, esa carcoma del discurso que te invade cuando estás delante de la persona que te gusta. Te fallan las palabras, la pragmática se asemeja a querer hacer el amor sobre la manta de un faquir. Tiemblas como una chinchilla frente a ese halcón de plumaje tan sensual como amenazante.

En 2012, tres jóvenes estadounidenses, Sean Rad, Justin Mateen y Jonathan Badeen, crearon una aplicación de citas, de ámbito universitario, que se llamó Match Box. En solo una década, transformada ya en Tinder, su compañía estaría valorada en más de 3000 millones de dólares. La yesca había provocado un incendio global (presente hoy en 196 países).

Poco se ha hablado, sin embargo, de su motivación y de cómo el lenguaje está en el meollo de tantos romances, de incontables noches de sexo y también gatillazos, en matrimonios y en sonados divorcios, incluso en el horror vacui de recibir lo que en la jerga tinderiana se denomina, y perdona la expresión quevedesca, como ‘fotopolla’, o cuando alguien te envía una autofoto de su cosa antes de la primera cita (Fundéu: ¿mejor ‘fotopene’?).

Estaban seguros de que sería rentable porque ellos habían sido esas chinchillas temblorosas, según se infiere de las declaraciones de sus fundadores en varias entrevistas. Así empezó todo.

Una nueva forma de romper glaciares y de ganar tiempo para escoger las palabras correctas. Un arma para los tímidos que convirtió a esos tres tímidos en millonarios.

Tinder nació para eso, para afianzar el mensaje, para asegurar que la persona-diana estaba dispuesta a recibirlo. Luego se convirtió en el gran bazar de las marcas epidérmicas.

Requería de un nuevo lenguaje de bienvenida. ¿Cómo calentamos la puerta de entrada a nuestro corazón? ¿Cómo optimizamos ese mensaje (en jerga informática), cuando la persona que queremos persuadir (en jerga jurídica) no le dedicará más que unos segundos de atención? La respuesta es más compleja de lo que parece.

tinder

«Tinder es un género discursivo digital, un género asíncrono, no hay un aquí y ahora comunicativo, y por tanto nuestra carta de presentación es el lenguaje», asegura Esther Linares, lingüista y profesora de la Universidad de Valencia, que ha hecho una investigación, junto a la también lingüista María del Carmen Méndez, sobre la percepción y expectativas de los usuarios en la aplicación (con un cuestionario realizado a más de cuatrocientas personas).

«El hecho de que haya un objetivo particular modifica cómo hablamos», asegura Méndez, que es también autora y coordinadora del libro La lingüística del amor. Y este objetivo es múltiple: encontrar el amor de tu vida, pasar una noche, conocer gente y «lo que surja» (eufemismo utilizado en la plataforma para «echar un polvo»).

En estas aplicaciones, ya lo ves, amigo Cupido, el lenguaje lo es todo. En la taberna de tu época tenías las miradas, la comunicación no verbal, la ropa, hasta el olor (bueno, en tu época no). Pero en «el contexto digital no hay tantos ítems para guiarte en tu selección», explica Méndez.

Para encontrar pareja o follamigo (otro de los abusos lingüísticos de la modernidad), solo dispones de los elementos que pone a tu servicio la plataforma: una biografía en la que describir tus hitos (la zona verbal) y un lugar donde poner las fotos (el ligue multimodal). Es un maravilloso ejercicio de autorrepresentación. Y así empieza el juego…

El lenguaje debe brillar como se iluminan en el cortejo las plumas de una avutarda.

ç¡Plumas! Lenguaje escrito, visual, frases y entradillas ingeniosas, etiquetas (los forenses siempre se fijan en ellas) y muchos emoticonos —hay toda una codificación sexoafectiva—; y esa oralidad escrita una vez metidos en faena (llámenlo chat). Tinder es un género dialógico (interacción instantánea y diferida), pero parte de cómo uno se engalana el perfil, un espacio «casi siempre idealizado», según Linares.

En el pasado, Cupido, el sable y el sombrero desplegado eran las señas. Pero en este siglo, no sé cómo decirlo, «el emoticono de la carita sonriente disminuye la percepción de hostilidad», según Méndez. Lo vas entendiendo: es el mundo del amor hipervigilante, donde cualquier desliz lingüístico o comunicativo te aboca al desastre.

Es el uso de elementos multimodales para intensificar emociones o conseguir un efecto cómico (siempre apreciado). De los gifs y stickers (con prudencia, son cosas de jóvenes). Y tener los dientes perfectos, impolutos, ayuda (según los estudios), se trata de parecer muy cuerdo y muy saludable.

Hay un utilitarismo desenfrenado en el mayor mercado competitivo que nunca hayas imaginado. Y ofrece algo inaudito: la facilidad de conocer a personas fuera de nuestro círculo, pero esto conlleva una nueva desconfianza. Prejuzgamos la mínima coma, intentamos extraer información del punto y seguido…

Vamos a analizar las vistosas plumas del cortejo digital. Verás, sorprendido Cupido, que todo tiene que ver con la construcción de significados, con la negociación de subjetividades, con la apariencia (lo llaman postureo) y la pragmática.

«Es algo común tanto en mujeres como en hombres que nos gusta gustar, nos gusta ser personas deseadas y deseables, y por eso construimos nuestro perfil con características mercantilistas, en el sentido de rendimiento», explica el pedagogo y sexólogo Diego Fernández, profesor de la Universidad de Oviedo.

Este es el telos que diría tu amigo Aristóteles, el fin o propósito. «Uno tiene muchas opciones y al final es como un pavo real, tienes que destacar sobre los demás, porque obviamente estás vendiendo tu marca», asegura Méndez.
çUn escaparate de velado barrio rojo. Si exageramos: un porno de las almas. En función de lo que busques, crearás un tipo de perfil u otro, usarás determinadas palabras, y darás más rodeos. Pero pronto entenderás que si no te adaptas a la gran máquina de los deseos, si no explotas las capacidades lingüísticas al máximo, lo más seguro es que swipees en el vacío (del inglés, to swipe, ‘deslizar’, cuando se acepta o se descarta un perfil solo con mover el dedo de izquierda a derecha). Quizás termines dándole un match (la coincidencia de likes que permite la interacción) a una piedra (sobre todo si eres varón).

Primer mandamiento. Estás en un registro de tono informal: «Si alguien te empieza a hablar como en un juicio o en una clase de
Derecho, te dices: esto no es lo que busco», asegura Linares. Hay que afilar la ironía y el sentido del humor, pues puede ocurrir que al otro lado del cable no nos entiendan (recuerda: amor asincrónico).

Veamos algunos ejemplos extraídos de nuestra investigación periodística. En el perfil de Jortxi (42 años) aparece como foto principal la Virgen de Montserrat con una motosierra y manchas de sangre; se lee en grandes letras de cómic: «Morena de la Serra». No parece metapragmáticamente lo más adecuado…

En el perfil de Emva (33) está escrito este trabalenguas sin comas: «Me encantan ese tipo de personas con olor a quiero puedo y me lo merezco —junto a un emoticono de la carita con las gafas de sol—. Si no te ajustas al perfil next —y un emoticono de la carita guiñando». Cuántos criptozoólogos habrán acudido a su llamada abisal…

Mejor ser directo: «Te juro que no soy tan imbécil como parezco en la primera foto!», asegura Eliezer (27 años) en la primera frase.
Hoy, Cupido, no es el caballo quien levanta admiración, sino el gatito o perrito (pon siempre animalitos en las biografías, eso sugieren las encuestas, somos más proclives al match, pero no optes por serpientes o arácnidos). El contexto manda en la fotografía, es la intención comunicativa. «Porque estás descodificando y si ves un animalito piensas… no es un psicópata», asegura Méndez. Si sale el cochazo (un clásico también en el Siglo de Oro), pues habrá gente a la que le interese. Si sales enseñando carne, pues lo mismo. Si no enseñas la cara… suspense.

¡Plumas! ¡Y a parecer sanos reproductores! A engalanar nuestra imagen pública. Según publican Tinder y otros estudios: nada de fotos borrosas, con gafas (que no se vea la cara), o en baños (una fobia como otra cualquiera). Sonrisas, naturalidad, sin filtros. Y viajar mucho (que es un lujo que desliza nuestro nivel socioeconómico). Tocar la guitarra, o el ukelele (el mundito interior). Ah, y la ternura: el bebé humano como nueva mascota. ¡Y así tienes más posibilidades para el match! (de nada).

«No obstante, todo eso está sujeto a convenciones socioculturales, así que un emoticono, por ejemplo, puede significar una cosa distinta en un grupo o cultura», afirma Méndez. Nada de enviar jamoncitos de amor a tu conquista árabe. Mejor un hígado: que es el órgano que representa el amor en Indonesia.

Según el informe Year in swipe 2021, que publica Tinder como sus tendencias del año, los emoticonos más usados fueron los ojos sorprendidos, el fantasmita, la calavera (que para la jovencísima generación Z, la mayoritaria en la plataforma, es equivalente a la risa), el guiño en el ojo, o el hombrecito amarillo que levanta las manos como diciendo «pero qué dices». Un emoticono de luna negra significa que «quieres tema», es otra codificación sexoafectiva de los emojis (de nada).

Además de los emojis más utilizados en la plataforma, el informe publicado por Tinder recopila otros datos reveladores sobre las preferencias, intereses y opiniones de sus usuarios.

Momentos más comentados
1. Erupción del volcán de La Palma
2. Hablemos de salud mental
3 Locxs por el McAitana
4. Fin del Estado de Alarma
5. Rauw Alejandro y Rosalía

Principales intereses
1. Música
2. Tomar algo
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4. Viajar
5. Deporte
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7. Tatuajes
8. Naturaleza
9. Perros
10. Videojuegos

Destinos favoritos
Nacionales
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4. Málaga
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5. Roma

Dicen los expertos que en la conversación del chat, pasados los primeros exámenes de esta oposición y generado el match por ambas partes, es fundamental la retroalimentación y el dinamismo, porque nadie quiere ligar con un chatbot (¿o sí?).

Una comunicación centrada en los gustos que compartes, que fluya, no un «hola, qué buen tiempo hace» del ascensor (nada de generalidades absurdas). Todo tiene un fin interpersonal, pues se busca crear nuevos vínculos. No hay que ser hosco o monosilábico (quejas de las mujeres a los hombres y viceversa, según las encuestas).

Así aparecen, siempre brillantes y carismáticos, los adjetivos. Es el instrumento más usado, junto a las fotos, como anzuelo. «Algunos adjetivos aumentan el chance de conseguir un like», dice Méndez. Parece ser que hay adjetivos tan bellos como la cornamenta de un ciervo en la berrea. Apunta, Cupido: «Divertido, simpático, respetuoso y educado» (les gusta a las mujeres) y, en el caso de los hombres, «divertidas, simpáticas, espontáneas, extrovertidas, deportistas y aventureras».

Y precaución, por tanto, con los anti-adjetivos: nada de alusiones a fumar, a tomar drogas o incluso al sexo explícito (en las apps heterosexuales, al menos). Mejor evita banderas vinculadas a una ideología.

David (41 años) lo ha entendido: «Sinceridad, cultura, sentimiento, risas…» escribe al inicio del perfil junto a una retahíla de sus gustos (Leonard Cohen, cuidar mis plantas, pasear a mi perra, yoga, ukelele, salir a correr). David es perro viejo, un estratega. En cambio Edu (25) da la sensación de que acaba de llegar: «Lío los pitis genial».

Si uno es un drama queen (otra de las palabrejas que te harán sonreír, Cupido), mejor esconderlo. Tinder es el paraíso de las palabras «no patológicas», o del «cuerdismo», discriminación por los supuestos defectos psicológicos, según los sociólogos. Y esto lo convierte en un inverosímil lugar donde prosperan los humanos «perfectos e impolutos en lo emocional», según Fernández, y con una tendencia ascendente del realfooding y el yoga. «Ommm…».

Sanos, orgánicos, atléticos, sin dramas. Mucha gente esquía o hace escalada o surf o presume de sus MBA o todo a la vez. Intención comunicativa, decodificamos: ¿buen salto del tigre en el jacuzzi…? Y luego, solo con mover el dedito, como césares en el coliseo del amor, expulsamos a esa isla que no se adapta a la costa del resort.

En esta situación de estrés es normal que los usuarios se pasen de la raya: «Espectacular parcela con vistas al futuro y bien ubicada. En perfecto estado de conversación», dice Gasp (49). «Si vas en patinete eléctrico, please, swipe letf», afirma tajante Nina, 28 años (cero dramas).

«Las mujeres dicen en sus respuestas que buscan perfiles originales, con sentido del humor, e ingenio, y que pongan sus gustos personales, pero también demandan que sean respetuosos y sinceros», explica Linares. Los hombres buscan perfiles de mujeres originales e ingeniosas, pero «no les gustan las exigentes, ni prepotentes, ni demasiado superficiales». Otro de los errores comunicativos comunes son las listas de requisitos que debe cumplir el aspirante. «Como si fueran la lista de la compra, eso ahuyenta», asegura Méndez.

Y un consejo más, ya que estamos con la lengua caliente: revisa las faltas de ortografía. Hay una cosa que se llama Word y que lo hace divinamente (de nada).

Las mujeres cuidan la letra, según la investigación de Linares y Méndez. Al 88 % de nuestras seductoras les molestan tanto como si te hubieras hecho una autofoto sin dientes. «El 49,6 % rechazaría el perfil, aunque sea guapísimo», dice Linares. El prototipo más buscado es una fusión entre Brad Pitt y Nebrija. Entre los hombres, al 75 % les duelen igualmente, pero solo rechazaría el perfil el 33,8 %.

En defensa del varón diremos que en Tinder hay más hombres que mujeres (alrededor de un 60 % frente al 40 %), así que si se pasan de gongorinos es posible que nunca encuentren a su media naranja con doctorado. «Normalmente, lo que hay detrás es una percepción del nivel socioeducativo; estas son las entelequias que nos hacemos cuando juzgamos una falta de ortografía», dice Méndez. La norma es siempre clasista.

Los roles de género siguen muy marcados, al menos en el ámbito heterosexual. Chico activo, deseante, y supuesto cazador. Chica selectiva, deseable, y que tiene tantos match que si tuviera que abrir todas las conversaciones no le daría la vida dialógica. Que la saquen a bailar, pero con palabras. Interesante metamorfosis.

Existen reglas del cortejo no escritas y que cambian según los países. Una subregla, por ejemplo, es que tras el inicial match, no debes interactuar mucho ni inmediatamente (es aquel viejo adagio de no parecer tan ansioso —como si no hubieras mojado desde los tiempos de Noé).

«Es un protocolo de esperar a contestar, hacerse el durito», dice Méndez. Tiene lógica. Los turnos de palabra implican poder. Y aquí ocurre lo mismo que en Teoría de juegos (estamos en un bazar). Pero la otra persona también se puede desanimar, e incluso hacerte un ghosting (desaparecer como un fantasma): un problema psicológico que se crea en muchas personas, la inseguridad latente en estas aplicaciones, según los expertos.

Todavía nos queda por aprender lo «de la responsabilidad afectiva», dice Fernández. Según cómo nos comportemos obtendremos además una red flag o bandera roja lingüística. «Es un término que se ha acuñado y que significa que hay señales de que algo no va bien», dice Méndez. Si en la descripción eres pasivo-agresivo, por ejemplo… red flag. Son las borderías innecesarias.

¿Entonces, cuál es la clave para triunfar? No te impacientes, Cupido, que estás algo carroza. «La clave es sinceridad por
parte del emisor y un interés por parte del interlocutor», dice Linares. ¿Solo eso? «Hay que tener en cuenta qué decimos, siendo metapragmáticamente conscientes de cuál puede ser la reacción de nuestro receptor».

¿Y metapragmáticamente que significará la ‘fotopolla’? «Enseñar los genitales sin que nos lo hayan pedido no es un elemento erótico, es un elemento de poder y de dominación, es un tipo de agresión demasiado normalizada entre los hijos sanos del patriarcado», dice Fernández.

Cupido, qué lío, sanos pero enfermos, yoga pero poder, escalada pero postureo (con el peligro de partirte una vértebra). Eres el community manager del deseo. «Aunque luego en la práctica no es tan difícil, si te pones a analizarlo (que todo salga bien) es algo supercomplejo», concluye Fernández.

Porque, junto a lo dicho, tras encontrar la aguja en el pajar digital, luego hay que quedar en persona, y volver a ser esa chinchilla que tiembla en esa cafetería cool donde sirven un café de comercio justo (aunque te mueres por una birra), un espacio que sospechamos repleto de informáticos disfrazados de surfistas.

Un anuncio de detergente: busque, compare, y si encuentra algo mejor… «lo que surja». Ser tan especial como la vaca aquella morada que ríe, con los dientes impolutos, en el anuncio. Diferenciarse pero sin salirse del apretujado tiesto.

«Aunque los usuarios y las usuarias nos convertimos en el producto a vender, sigo defendiendo que en estas aplicaciones los usos éticos que nosotros les demos marcan la diferencia», concluye Fernández.

Por suerte, la realidad se impone, y es más «original» y «simpática» y «aventurera» que nuestras neuras y cadenas culturales. Aunque haya usuarios descorteses que parecen la personificación de la bandera roja, y que escriben que no quieren hombres bajos —«no salgo con llaveros»—, o gente «con pluma» (en las apps homosexuales), o personas gordas (de ahí la velada obsesión deportista y realfooder), un día la altísima modelo se enamora del que mide metro sesenta, y quien ha tachado al otro de estar entrado en carnes termina teniendo una mullidita vida feliz.

Eso si tienen suerte y el destino de verdad los ama. Pero qué te voy a contar a ti, Cupido, musa de las incontrolables flechas.
¿Qué es un match contra tu verdadero poder?

 

Este reportaje es uno de los contenidos del número 16 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras.
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