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20 Ene 2022
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Lenguaje

El lenguaje de los sentidos

Alfonso C. Cobo Espejo

Nuestra vida gira alrededor de los cinco sentidos y la describimos a través de ellos. El lenguaje de olores y sabores puede ser más pobre, pero siempre se puede recurrir a la sinestesia y a las metáforas sinestésicas

A través de la vista, vemos la luz, el color, la posición, el tamaño, la forma de las cosas, los gestos de las personas. Gracias al oído percibimos los sonidos: el ruido, la música, las voces. El olfato nos permite distinguir y percibir los olores. El gusto se complementa con el olfato para diferenciar sabores y nos ayuda a determinar la consistencia de las cosas en nuestra boca. Y el tacto nos permite percibir las cualidades de los objetos y medios como la presión, la temperatura, la textura y la dureza. Nuestra vida gira alrededor de los cinco sentidos y la describimos a través de ellos. ¿De qué manera nos ayuda el lenguaje a hacerlo?

El tema de la predominancia de los sentidos y cómo afecta al lenguaje ha sido y es complicado de estudiar porque, además de las disciplinas lingüísticas, entran en juego variables científicas e incluso filosóficas y culturales. Existen muchas teorías y se han realizado numerosas investigaciones al respecto. No entra dentro de nuestros planes sentar cátedra en la materia, pero sí conocer algunas de ellas.

Nuestro periplo comienza en la Antigua Grecia, donde nos encontramos con Aristóteles. El filósofo griego planteó una jerarquía de los sentidos. Específicamente, propuso que la vista era el sentido más importante, seguido del oído, el olfato, el tacto y el gusto. Aristóteles abrió la posibilidad de que algunos aspectos de la percepción sean intrínsecamente más accesibles a la conciencia y, por tanto, al lenguaje. Las reelaboraciones modernas de la jerarquía aristotélica dan también preferencia a la vista, seguida del oído, el tacto y luego el gusto y el olfato.

El ya fallecido profesor e investigador Álvaro García Meseguer sostenía que nuestras lenguas son extremadamente pobres en las palabras que describen olores y sabores; y estaba convencido de que «como lengua y realidad se influyen mutuamente, esta pobreza léxica contribuye a su vez a que nuestros esquemas de experiencia para las sensaciones de olfato y gusto estén relativamente poco desarrollados». Afirmaba que, aunque el poder evocador de un sabor o de un olor tenía mucha más fuerza que una visión o un sonido, las palabras para describir ambas sensaciones resultaban insuficientes.

La tesis de Meseguer se basaba en los trabajos que realizó el profesor Ernest G. Schachtel, quien realizó una división entre sentidos más intelectualistas y objetivos —vista y oído— y sentidos más vitalistas y subjetivos —gusto y olfato—. Al tacto lo colocó en una posición intermedia, pues lo consideraba objetivo a la hora de reconocer un objeto; y subjetivo, por las sensaciones de agrado-desagrado que se reciben a través del tacto.

Schachtel explicaba que la cultura va desalentando el desarrollo del gusto y el olfato, puesto que, cuando somos niños pequeños, saboreamos, olfateamos y tocamos mejor que vemos y oímos. Sin embargo, las personas adultas, que no desean que el niño se lleve todo a la boca, muestran su desaprobación por los objetos que más llaman la atención de su olfato: el cuerpo y sus secreciones, cuyo olor no desagrada al niño. Esto explicaría el origen de la pobreza léxica a la que aludía García Meseguer.

Quienes arropan esta teoría consideran que tanto el olfato como el gusto casi no disponen de sustantivos ni adjetivos en nuestro idioma. La mayoría de impresiones olfativas tienen que ser descritas con la misma sustancia o cosa que las genera: el mar huele a mar, la tierra huele a tierra. También huelen las edades: el olor a bebé, el olor a persona anciana. Existen nombres para toda una gama de matices de colores, pero ninguno para los tonos y tintes de olor.

Parecido ocurre a la hora de caracterizar un sabor. No hay dos personas que sean iguales en cuanto a papilas gustativas, y tampoco lo son sus facultades para traducir en palabras sus impulsos sensoriales. El lugar de origen y lo que estás acostumbrado a comer también son factores importantes a la hora de traducir en palabras cómo sientes y describes los sabores.

Si tenemos en cuenta esta perspectiva, el lenguaje parece tener limitaciones en la codificación de algunos sentidos. Nuestro idioma proporciona términos concretos para formas geométricas (círculos, cuadrados, triángulos, etc.) y los colores se pueden nombrar con relativa facilidad, pero los olores y los sabores son más esquivos a tener una descripción precisa.

Podríamos pensar que esta limitación para describir los olores y los sabores tiene una causa biológica, pero no es así. El lenguaje del olor es un producto de nuestra cultura. No hemos desarrollado un vocabulario suficiente. Algunas culturas primitivas no occidentales son mucho más precisas en esto que nosotros.

Por ejemplo, los hablantes de jahai, lenguaje de una comunidad de cazadores-recolectores de la península de Malaca, en Asia, disponen de un vasto léxico para describir distintos tipos de olor. La palabra que usan para describir el olor de varias flores y de la fruta madura es ltpit; ces, otra palabra olfativa, se utiliza para identificar el olor de la gasolina y del humo. Su vocabulario del olor tiene la misma precisión que el de los colores para nosotros.

Es lo que reveló en 2018 un equipo de investigadores del Instituto Max Planck de Psicolingüística, liderado por la profesora Asifa Majid, tras realizar un estudio de los diferentes tipos de lenguaje de veinte grupos culturales de todo el mundo. Los investigadores evaluaron la capacidad de codificación de palabras que reflejan colores, sabores, texturas, sonidos, formas y olores. Concluyeron que la capacidad de los sentidos para describir el mundo se relaciona más con la forma de hablar de las personas y el grupo social al que pertenecen que por la biología en sí misma. «Hay mucha más diversidad en la codificación lingüística de los sentidos de lo que la literatura anterior en filosofía y ciencias cognitivas había imaginado. No existe una jerarquía fija, ya sea por tradición cultural o por adaptación ecológica», sostiene el estudio.

Una posición menos canónica

Ilustraciones: Patricia Bolinches

Rosario Caballero, catedrática de la Facultad de Letras de la Universidad de Castilla-La Mancha, nos ayuda a mirar el tema desde otra perspectiva. En su opinión, sí somos capaces de describir igual, a través de nuestro léxico, lo que experimentamos con los cinco sentidos. «El ser humano es imaginativo y ecológico y usa todo lo que tiene para expresarse en función del contexto y la intención. La gente confunde riqueza de léxico con capacidad de expresión. Hay investigaciones que sostienen que las palabras tienen significado en lugar de decir que las palabras significan, que es muy diferente. También se cree que el léxico de los sentidos tiene una correspondencia binaria —dulce = sabor; áspero = tacto— y eso no es verdad, en mi opinión».

Respecto a la supuesta pobreza del vocabulario para describir un sabor o un olor, Caballero también muestra su desacuerdo: «Si lo que quieres es describir olores o sabores con un solo término, eso es pobrísimo, claro, pero menos pobre de lo que piensa la gente. Hay que olvidar quedarse en términos como salado, dulce, y pensar en cualquier otro que no se circunscriba necesariamente a un solo sentido: nauseabundo, agradable, evocador, relajante, etc. que sirven para varias sensaciones».

Para Caballero, lo que hay es una reutilización de recursos y léxico menos especializado de lo que se piensa en principio. Por ejemplo, suave no tiene que referirse necesariamente al tacto, puede ser usado también para describir sonidos, olores, sabores… «Yo he evolucionado en mi trabajo hacia una posición menos canónica que lo que se sostiene a partir de ciertos trabajos», concluye.

En el lenguaje nuestro de cada día utilizamos palabras en las que se realizan «transposiciones sensoriales». Para Rosario Caballero, «todo el mundo entiende lo que quiere decir un color chillón sin necesidad de pensar que es una combinación extraña o sinestésica». Otros ejemplos de lo que podríamos llamar adjetivos multisensoriales, pues permiten la proyección de las características de un dominio sensorial sobre otro, son: una voz cálida (del tacto al oído), dulce (del gusto al oído), áspera (del tacto al oído); un olor penetrante (del tacto al olfato), cálido (del tacto a la vista), etc.

Sinestesia y literatura: los sentidos sin corsé

Para expresar la amplia gama de sabores y olores de que disponemos, es normal recurrir a la sinestesia y a las metáforas sinestésicas. Estos recursos literarios, consciente o inconscientemente, cobran mucha importancia para enriquecer no solo el léxico del olfato y del gusto, sino el de los cinco sentidos, pues se mezclan sensaciones auditivas, visuales, gustativas, olfativas y táctiles.

La sinestesia, variación de la percepción humana mediante la cual una persona puede ver un color cuando escucha una nota musical o percibir el tacto en su mejilla cuando saborea un alimento, ha sido y es una gran fuente de inspiración en el mundo literario.

«Efectivamente, la sensorialidad del lenguaje alcanza mucho sentido en la sinestesia, sobre todo en la poesía modernista, en los primeros poemas de muchos poetas de la generación del 27 y en los escritores latinoamericanos del realismo mágico», afirma Alberto Buitrago, profesor de la Universidad de Salamanca.

En las novelas de Gabriel García Márquez siempre está presente, a través del lenguaje, el mundo de los sentidos: el agobio del calor, los olores… Para Buitrago, es muy significativo el comienzo de El amor en los tiempos del cólera:

Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados. El doctor Juvenal Urbino lo percibió desde que entró en la casa todavía en penumbras, adonde había acudido de urgencia a ocuparse de un caso que para él había dejado de ser urgente desde hacía muchos años…

O este breve fragmento de Cien años de soledad:

… Y luego un hondo silencio oloroso a flores pisoteadas…

En el capítulo 7 de la obra Rayuela, Julio Cortázar también hace gala del lenguaje sensorial. Rescatamos aquí parte del texto:

… las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.

El final de La Regenta, de Leopoldo Alas Clarín, también es un buen ejemplo:

Ana volvió a la vida rasgando las nieblas de un delirio que le causaba náuseas.
Había creído sentir sobre la boca el vientre viscoso y frío de un sapo.

Juan Ramón Jiménez la empleó con asiduidad e inició el camino que seguirían después algunos de los poetas del 27, como demuestra en este poema del libro Elejías lamentables:

¡Infancia! ¡Campo verde, campanario, palmera,
Mirador de colores: sol, vaga mariposa
Que colgabas a la tarde de primavera,
En el cenit azul, una caricia rosa!

¡Jardín cerrado, en donde un pájaro cantaba,
Por el verdor teñido de melodiosos oros;
Brisa suave y fresca, en la que me llegaba
La música lejana de la plaza de toros!

… Antes de la amargura sin nombre del fracaso
Que engalanó de luto mi corazón doliente,
Ruiseñor niño, amé, en la tarde de
raso,
El silencio de todos o la voz de la fuente.

Sirvan los versos del poema Silencio, de Vicente Aleixandre, para ilustrar la riqueza léxica de los poetas del 27 manejando el lenguaje de los sentidos:

Bajo el sollozo un jardín no mojado.
Oh pájaros, los cantos, los plumajes.
Esta lírica mano azul sin sueño.
Del tamaño de un ave, unos labios. No escucho.
El paisaje es la risa. Dos cinturas amándose.
Los árboles en sombra segregan voz. Silencio.
Así repaso niebla o plata dura,
beso en la frente lírica agua sola,
agua de nieve, corazón o urna,
vaticinio de besos, ¡oh cabida!,
donde ya mis oídos no escucharon
los pasos en la arena, o luz o sombra.

Terminamos este breve paseo literario con la primera estrofa del poema Programa matinal, de uno de los escritores modernistas que más empleó la sinestesia, el nicaragüense Rubén Darío:

¡Claras horas de la mañana
en que mil clarines de oro
dicen la divina diana!
¡Salve al celeste Sol sonoro!

 

Sentidos en refranes, dichos populares y otras expresiones

Como si de un videojuego se tratara, una vez que nos hemos pasado la pantalla de teorías, estudios e investigaciones sobre la percepción de los sentidos y cómo llegan estos a nuestro lenguaje, entramos ahora en un juego menos sesudo y más relajado: el de los dichos populares, los refranes o las expresiones que tienen que ver con los cincos sentidos y los órganos que se relacionan habitualmente con ellos.

VISTA

Vista

Son muchas las expresiones que usamos habitualmente con la vista: expresar nuestro punto de vista, perder a alguien de vista, saltar a la vista o amor a primera vista, entre otras. Además, encontramos una gran cantidad de refranes y las expresiones populares con palabras relacionadas con este sentido.

Tener vista de lince. Se utiliza la expresión para referirse a alguien que posee una agudeza visual portentosa. Resulta lógico asociar esta locución con el lince, animal felino del que se creía en la antigüedad que su mirada podía atravesar las paredes. Sin embargo, otra hipótesis sostiene que, tanto la expresión como el animal obtienen su nombre de un personaje de la mitología griega llamado Linceo, un ser al que se le atribuía una vista prodigiosa capaz de ver través de los objetos. Según la mitología, Linceo fue uno de los argonautas que, junto a Jasón, fueron a la búsqueda del vellocino de oro.

Hacer la vista gorda. Se usa para referirse a la persona que, aun siendo su responsabilidad y deber el vigilar o estar atenta, finge disimuladamente no ver algo para que otros hagan alguna cosa. Es posible que la expresión venga de los ambientes aduaneros de tiempos pasados. Existe la figura del «vista de aduanas» un funcionario encargado de verificar la exactitud de una mercancía declarada con lo que realmente lleva el cargamento. En tiempos de carestía, muchas eran las personas que se dedicaban al estraperlo, importando algunos productos del extranjero y, al pasar por la aduana, el funcionario encargado, en ciertas ocasiones, dejaba pasar más género del declarado.

Ser la niña de sus ojos. Se utiliza para referirse al cariño especial y predilección que una persona le profesa a otra o a alguna cosa. No obstante, el origen de esta expresión no está en la predilección de alguien hacia ninguna persona u objeto sino hacia una parte de nuestro cuerpo: las pupilas. Etimológicamente, pupila proviene del vocablo en latín pupilla, y el diminutivo pupa era utilizado para referirse a una niña, una muchacha e incluso una muñeca. Antiguamente, ya se fijaron que en la obertura que se encuentra en el centro del iris y, por donde entra la luz al ojo, quedaba reflejada la silueta de la persona a la que se estaba mirando, de ahí que dicha silueta recordara el trazo de un diminuto cuerpo de niña y se le comenzara a llamar de ese modo.

Ver el cielo abierto. Llegar a su fin una desgracia o adivinar la solución de un problema. El dicho proviene seguramente de la relación que en los Hechos de los Apóstoles (VI, 8-10 y VII, 54-70), parte del Nuevo Testamento, se hace del martirio de san Esteban. Se cuenta que, mientras los agresores recogían del suelo las piedras para lapidarlo y lo miraban con los ojos llenos de ira, el santo elevó los ojos al cielo y vio los cielos abiertos y al Hijo del Hombre a la derecha de Dios. Otra interpretación de la frase es la que alude al alivio que siente el agricultor cuando ve que el cielo abre, que desaparecen las nubes y termina la lluvia.

Ver la paja en el ojo ajeno. Darse cuenta de los defectos de los demás y no darse cuenta de los propios. La expresión procede del Nuevo Testamento, concretamente del Evangelio de San Mateo (VII, 3-5). Se la dirige Cristo a los fariseos: ¿Cómo es que ves la paja en el ojo de tu hermano y no ves la viga en el tuyo?

Ver las estrellas. Sentir mucho dolor. Cuando uno sufre un daño considerable, tiene la impresión de ver, al cerrar los ojos en el gesto de dolor, unos puntitos brillantes, unas estrellas, fenómeno que obedece a una reacción de los nervios sensoriales, denominados «de Helmholtz», y que, comúnmente, reciben el nombre de chiribitas o moscas volantes.

A ojo de buen cubero. Se refiere a algo que se hace de forma aproximada, sin precisión exacta. Antiguamente, las cubas destinadas a contener agua, vino, aceite u otros líquidos eran fabricadas una a una por el cubero de forma artesanal y su capacidad variaba mucho en función de las medidas dictadas por los señores feudales. De forma que todo dependía de la habilidad del cubero para calcular su tamaño y que fueran todas más o menos iguales.

Cría cuervos y te sacarán los ojos. La costumbre de esta ave carnívora de comer los cadáveres empezando por los ojos sirve para simbolizar la ingratitud, al desagradecido que paga con el mal el bien que le han hecho. Por el elevado número de ingratos, este refrán recomienda ser prudentes al hacer favores.

Ojos que no ven, corazón que no siente. La ausencia contribuye a olvidar lo que se ama o a sentir menos las desgracias lejanas. En El Qujiote, aparece una versión parecida de este popular refrán: «Ojos que no ven, corazón que no quiebra».

Abrir los ojos. La expresión está basada en el origen de la palabra abrojo, que procede del latín, a través de la forma apere oculum, equivalente a «abre el ojo». Esta palabra era usada originariamente como advertencia para las personas, debido al peligro que supone caminar por una senda plagada de esta clase de planta de tallos largos y frutos espinosos. Posteriormente, en el ámbito militar, se comenzó a utilizar «abrir los ojos» para advertir a los soldados de la presencia de campos minados de abrojos, en referencia esta vez a unas piezas de hierro en forma de estrella, con cuatro púas que, al caer al suelo, quedaban con las puntas hacia arriba, obstaculizando el avance de la caballería enemiga. En la actualidad, la expresión se usa para advertir a alguien sobre la inminencia de un riesgo o peligro, para lo cual es necesario mantenerse alerta.

Costar un ojo de la cara. La utilizamos cuando queremos decir que algo tiene un precio muy elevado. Se dice que el origen tiene que ver con el conquistador Diego de Almagro, quien, durante una expedición en la que fue a socorrer a Francisco Pizarro, fue atacado y herido por la flecha de un indígena en un ojo, y se quedó tuerto. Al cabo del tiempo, Almagro le explicó a Carlos I que le había costado un ojo de la cara el negocio de defender los intereses de la Corona.

TACTO

Tacto

Además de la propia palabra que define el sentido, son muchos los estímulos que tiene la piel y la parte del cuerpo con la que normalmente tocamos —las manos—, las que copan la colección de frases y expresiones en torno al tacto.

Dejarse la piel. Utilizamos esta expresión para indicar que alguien está haciendo un gran esfuerzo para conseguir algo, que entrega todo lo mejor de sí mismo para conseguir alcanzar una meta.

Tener tacto. Quiere decir ser diplomático y tratar con cuidado a alguien para no herir los sentimientos de una persona.

Tocar madera. Se dice en una situación en la que intentamos conjurar la mala suerte. A veces, se acompaña del gesto de tocar algún objeto de madera. Muchos pueblos antiguos consideraban la madera un elemento primigenio, fundamental para la vida. Por ejemplo, los antiguos persas creían que, en sus vetas, residían el fuego, un elemento purificador, y los espíritus protectores del hombre; de ahí que, ante un peligro, o en situaciones en que necesitaban ayuda, tocaran madera. De la misma forma, los celtas consideraban sagrados los árboles, que se tocaban para alejar la mala suerte y para conjurar a los malos espíritus. Otra teoría más reciente tiene su origen en la crucifixión de Jesús y viene del cristianismo. Jesús fue crucificado en una cruz de madera y se creía que, tocando la madera de la cruz, se podía obtener protección o buena suerte.

Más vale pájaro en mano que ciento volando. Se aplica a quienes dejan situaciones o cosas seguras, esperando otras mejores pero inciertas. Es un refrán que aparece en El Quijote con ligeras variaciones: «Más vale pájaro en mano que buitre volando».

Poner la mano en el fuego. Se utiliza para manifestar respaldo total a alguien o algo. Su procedencia se remonta a la época en la que se practicaba el llamado «Juicio de Dios». Conocido también como «Ordalía», esta era una institución jurídica que, atendiendo a supuestos mandatos divinos, dictaminaba la inocencia o culpabilidad de una persona acusada de quebrantar las normas establecidas o cometer un pecado. Esta costumbre pagana se ejecutaba de formas muy diversas, casi todas consistentes en pruebas de fuego (sujetar hierros candentes, introducir las manos en la lumbre, etc.). Si la persona salía de la prueba con pocas quemaduras, era considerado inocente.

Con las manos en la masa. Significa sorprender a alguien en el momento de cometer un delito o, simplemente, una acción prohibida. Es una comparación con el hecho de estar preparando una masa (harina, agua y sal), con una mano detrás y otra delante. Alude a la pobreza y a la miseria, por las que a una persona solo le quedan sus manos para cubrir su desnudez.

Lavarse las manos. Esta frase, muy utilizada para dar a entender que uno se declara libre de responsabilidad ante cualquier hecho, debe su popularidad al gesto histórico de Poncio Pilatos, cuando, tras pronunciar sus célebres palabras «inocente soy de la sangre de este justo», se lavó las manos como respuesta a la condena de Jesucristo, clamorosamente reclamada por la turba enardecida de Jerusalén. El gesto de lavarse las manos era una práctica simbólica en aquellos tiempos y se utilizaba para dar testimonio de inocencia ante cualquier grave acusación. Actualmente, la expresión hace referencia a la liberación de toda responsabilidad ante un determinado hecho.

OÍDO

Oído

Hacer oídos sordos o ser todo oídos son expresiones coloquiales que escuchamos muy a menudo. El refranero popular presta mucha atención a este sentido. Citamos algunas de ellas con la esperanza de que no entren por un oído y salgan por el otro.

A palabras necias, oídos sordos. El refrán aconseja no prestar atención ni molestarse por comentarios ajenos e impertinentes que no buscan nuestro bien ni constituyen observaciones dignas de tener en cuenta. Cuenta la historia que una vez se acercó a Aristóteles un hombre muy prolijo en palabras. Tanto y tanto hablaba que al final terminó por pedirle excusas al filósofo. Aristóteles respondió: «Hermano, no tenéis de qué pedirme perdón, porque estaba pensando en otras cosas y no os he entendido una sola palabra».

¡Oído al parche! Es una expresión con la que se pide a alguien que preste atención y escuche. La expresión parece tener un origen militar, pues con ella se pedía a los soldados que prestaran atención a las órdenes transmitidas por el tambor, llamado también parche, o también para que presten atención al redoble, que sirve para marcar el paso. Este tambor podría también ser el que a veces sonaba, para llamar la atención de la gente, antes de que el pregonero echara su pregón.

Oír campanas y no saber dónde. Conocer algo de forma vaga e imprecisa. Las campanas eran el único medio de que antaño se disponía para transmitir noticias o advertir del peligro a los habitantes de un pueblo o ciudad.

Las paredes oyen. Señal de advertencia para que se tenga cuidado con lo que se dice en determinado momento y lugar. Procede de Francia, del tiempo de las persecuciones contra los hugonotes que culminó en la histórica Noche de San Bartolomé, episodio sangriento de las luchas religiosas que asolaron en la segunda mitad del siglo XVI. Cuentan los cronistas que fueron la reina Catalina de Médicis, esposa de Enrique II, rey de Francia, desconfiada y perseguidora implacable de sus rivales, y el duque de Guisa, quienes instigaron a los católicos a llevar a cabo la matanza de hugonotes (seguidores de Calvino) la noche del 24 de agosto de 1572. Con el fin de poder escuchar a las personas de las que más sospechaba, mandó construir conductos acústicos secretos en las paredes de sus palacios y así prevenir cualquier conjura que se estuviera tramando en su contra.

Estar más sordo que una tapia. Guarda relación con el dicho anterior, «las paredes oyen», pues, si están bien construidas, no se puede oír a través de paredes, muros o tapias. Solemos decir esta expresión cuando repetimos algo muchas veces y la persona no nos ha escuchado, pero no tiene por qué significar que esa persona esté realmente sorda.

Estar teniente. Se dice, de manera coloquial, para referirse a alguien que está sordo. Tradicionalmente procede del ámbito militar en el que el teniente era el mando intermedio que normalmente recibía de la tropa todo tipo de peticiones y reclamaciones para que las hiciera llegar a instancias superiores. El teniente, en más de una ocasión, hacía oídos sordos de dichas peticiones, por lo cual se ironizaba sobre la sordera del teniente.

GUSTO

Gusto

Sin comerlo ni beberlo, hemos llegado al gusto. Vamos a desmentir que sobre gustos no hay nada escrito con unos cuantos dichos populares.

Saber a gloria. Resultar algo muy placentero; especialmente, el sabor de un alimento. Es muy probable que esta expresión tenga un origen religioso relacionado con el lugar que se utiliza en el catolicismo para referirse al cielo en el que se encuentra Dios y van a parar las almas de los bienaventurados. Para las personas creyentes, no había lugar más confortable que ese y, por tanto, sería una analogía de placer y deleite aplicado al gusto.

En la variedad está el gusto. Se estima que el contraste, o al menos la diversidad, suele agradar. La falta de variedad puede llevar a la hartura, como señala la paremia Cada día gallina, amarga la cocina.

Hacerse la boca agua. La expresión hace referencia al médico Paulov, quien experimentó con perros en el siglo XIX para conocer de cerca su comportamiento. Cuando el médico hacía sonar la campana justo antes de darles la comida, los perros empezaban a salivar, sin necesidad de oler la comida, porque sabían que era el momento de comer. Al parecer, a los humanos nos pasa algo similar, puesto que, con solo oler y ver la comida, también empezamos a salivar.

Estar para chuparse los dedos. La utilizamos cuando queremos expresar el gran disfrute que estamos experimentando al saborear una comida.
Sarna con gusto, no pica. Quiere decir que quien que va tras algo de forma voluntaria no siente molestias por las posibles incomodidades. Esta paremia conoce una réplica: Sarna con gusto, no pica, pero mortifica; con esta réplica, se indica que siempre se produce algún daño o alguna inquietud.

Que no te la den con queso. Usamos esta expresión cuando queremos advertir a alguien de que no sea víctima de un engaño. Proviene de cuando los antiguos bodegueros recibían la visita de los compradores de vino al por mayor y les ofrecían una cata, con tal de que probasen sus caldos antes de comprarlos. Siempre existía alguna añada que salía menos buena y, para que no se notase la baja calidad y fuese adquirido, servían el vino acompañado de una ración de queso, cuyo olor y sabor disimulaban su baja calidad. Así, en muchas ocasiones, el bodeguero acababa engañando a los compradores y estos terminaban comprando el vino menos bueno al mismo precio que el de mayor calidad.

Ser pan comido. Ya en el siglo XIV existía el refrán: «el pan comido, la compañía deshecha». Según el Diccionario de Autoridades, hace referencia a los ingratos que, después de haber recibido un beneficio, se olvidan de ello y no recuerdan a la persona que les propició tal favor. Aparece en escritos del siglo XIV. Aparecerá también en El Quijote, cuando Sancho Panza dice: «No sé dirá por mí, señor mío, el pan comido, y la compañía desecha», argumentando así Sancho que no es una persona desagradecida. Es a partir del siglo XIX, cuando aparece la expresión. Será a partir del siglo XIX cuando aparezcan los primeros escritos en los que se relaciona el pan comido con la parte fácil de hacer cualquier cosa (ya no solo con lo sencillo que es olvidar un favor prestado por otra persona en virtud nuestra).

Comerte la lengua el gato. La usamos cuando una persona se ha quedado sin palabras después de que le hemos preguntado algo. Hay varias hipótesis sobre el origen de esta expresión. Una de ellas dice que, durante la Edad Media, castigaban a los ladrones y malhechores cortándoles la lengua para dársela a los perros, gatos y ratones. Otra sostiene que viene del gato de nueve colas, un instrumento de tortura que se usaba en los barcos ingleses cuando algún marinero revelaba un secreto que el capitán le había confiado.

En boca cerrada no entran moscas. Se usa para advertirnos de que seamos discretos y sepamos callarnos ante determinadas situaciones. De lo contrario, podría pasarnos algo desagradable. El origen de este refrán está ligado al reinado de Carlos I. Parece ser que el monarca tenía una deformación en la mandíbula que le impedía cerrar la boca por completo. En un viaje a Calatayud, un lugareño le dijo al rey: «Cerrad la boca, majestad, que las moscas de este reino son traviesas».

OLFATO

Olfato

Me huele que, a estas alturas, el lector puede estar ya hasta las narices de expresiones relacionadas con los sentidos. Hay que tener olfato para darse cuenta de estas cosas, así que seremos breves.

Oler a chamusquina. La expresión se usa para dar a entender que algo despierta sospechas. Es bastante posible que el dicho esté relacionado con los autos de fe, con las quemas de condenados por la Inquisición. Los sospechosos de un delito grave, antes incluso de ser inculpados, olían a chamusquina, pues su seguro destino era la hoguera.

Olerse la tostada. Hace referencia a cuando, sin saberlo a ciencia cierta, se está bastante seguro sobre un hecho o situación, la cual es percibida como negativa. De ahí el componente pesimista de la expresión. Para encontrar el origen, hay que olvidarse del pan y bucear en la jerga de la germanía, la lengua de los maleantes de los siglos XVI y XVII. En ella, tostada es utilizada como prejuicio, engaño o timo. Por lo tanto, la expresión significa olerse el engaño.

 

Este reportaje es uno de los contenidos del número 12 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras.
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