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28 Dic 2022
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Entrevista

«Entender el lenguaje te da muchísimo poder»

Mar Abad

Entrevista a Eva Belmonte. Periodista. Codirectora de la Fundación Civio. Autora del ‘Diccionario Ilustrado BOE-Español’

Los amaneceres de esta periodista son las páginas del BOE. Las lee cada mañana y conoce tan bien el lenguaje farragoso que se gastan que ha publicado un Diccionario Ilustrado BOE-Español. 

Llueve lo indecible. Pero a la gata Lola le da igual. Está recostada en una butaca y apenas levanta la cabeza para saludar a la visita. 

—¿Quieres un té o un café? —me pregunta Eva Belmonte.

—No, gracias. Un vaso de agua va estupendo.

Mientras la codirectora de Civio, una organización que vigila a los poderes públicos, prepara dos vasos de agua gigantes, a la medida pluvial de la que está cayendo, el sonido de su apellido… 🎶… Belmonte… 🎶… me lleva a una de mis escenas preferidas del periodismo español:

—¡Niña, saca el jamón!

Manuel Chaves Nogales gritaba esta frase cada vez que Juan Belmonte llegaba a su casa. Era el año 1935. El periodista estaba escribiendo una biografía del torero y, siempre que se sentaban a charlar, pedía a su mujer que sacara a la mesa lo más rico que tenían: ¡el jamón! 

¡Esa es la actitud! 

No imagino a la periodista Eva Belmonte en traje de luces. Pero cuando mueve las manos, brillan sus anillos y, cuando se echa el pelo hacia un lado, relucen unos pendientes de plata. En sus gestos hay destellos luminosos del añil de sus ojos y sus uñas de azul. Chándal negro de rayas blancas, vaqueros ajustados y calcetines de andar por casa. A Eva Belmonte, con ese apellido, no le da el porte para zapatillas de felpa. 

Nos sentamos en el salón de su casa, le pongo un micro de solapa y le digo que se eche al palique. Belmonte es una mujer con imperio y tiene una historia que ya habla sola. Por eso, para esta biografía en un suspiro, es mejor preguntarle poco y que ella cuente. Como esa lección de periodismo que es poner encima de la mesa un buen plato de jamón. 

Fuera sigue jarreando. La gata Lola está a lo suyo (no sabe la juerga que se está perdiendo con tanto cable del micro, de los auriculares y de la grabadora) y nosotras vamos a lo nuestro. ¡Record!

El amanecer

El BOE es el canto del gallo de la Administración. A las siete y media de la mañana amanece cada día la vida oficial. A esa hora la Agencia Estatal Boletín Oficial del Estado publica su diario, el BOE, llueva, truene o sople el viento rojo africano. Así cada santo día de lunes a sábado y con un solo respiro: el día del Señor.

Desde hace diez años, Eva Belmonte vive en la franja horaria del BOE. Se levanta a la hora que lo publican, lo lee, lo descifra y, si hay algo importante, lo convierte en una noticia y lo saca en la web El BOE nuestro de cada día. Pongamos de ejemplo el pasado 20 de abril. Ese día publicaron un real decreto sobre las mascarillas y lo explicaron con párrafos de este pelaje:

Así, pues, el Gobierno, haciendo uso de la referida habilitación, aprobó el Real Decreto 115/2022, de 8 de febrero, por el que se modifica la obligatoriedad del uso de mascarillas durante la situación de crisis sanitaria ocasionada por el COVID-19, quedando sin efecto lo dispuesto en los apartados 1 y 2 del artículo 6 de la Ley 2/2021, de 29 de marzo, cuyos supuestos se vienen rigiendo desde entonces por lo dispuesto en el real decreto citado.
 
Belmonte lo leyó, se arremangó y se echó al teclado a contar en lenguaje a pie de calle lo que decía el real decreto. Y desde el mismo titular de su artículo dejó ya las cosas claras: Fin de las mascarillas también en interiores: así queda la cosa.

Es su rutina mañanera para vigilar lo oficial del día a día. Pero a veces ocurre algo gordo y aparece un boletín extraordinario a media tarde. ¡O un domingo! Por ejemplo, cuando abdicó Juan Carlos I publicaron un boletín a deshoras. ¡Y ay del día que sale un BOE por la noche!, como en la pandemia, porque eso significa que a Belmonte le toca trasnochar. Porque no deja escapar ni uno. Ahí está ella para verlos todos, llueva, nieve o venga un tifón.

Esa constancia ha hecho que esta periodista de Elche con habla de Madrid sea una experta en convertir el lenguaje jurídico y administrativo en lenguaje de la calle, y una experta en desentrañar qué demonios quieren decir exactamente palabras como contrato menor, despacho ordinario o personal eventual. Pero… ¿qué pasó para que Eva Belmonte empezara a interesarse por algo tan aburrido como el BOE? Pero… ¿qué te entró, alma de cántaro? 

Razones que la razón no entiende

Eva Belmonte quería trabajar en periodismo político. En 2004 entró en la redacción de El Mundo en Barcelona y pronto descubrió que su profesión, en realidad, consistía en perseguir a políticos para que le dieran cualquier declaración. «Me vi todo el día copiando y pegando sus citas. Pero esta cosa de repetir lo que me decían sin comprobar si era cierto, esto de hacer de lorito del poder, me ponía bastante nerviosa». 

Entonces decidió comprobar si esas declaraciones eran ciertas o eran un pan y toros. «Yo, cuando tenía un rato, miraba el Diario Oficial de la Generalitat de Cataluña, el BOE catalán, y siempre que lo miraba encontraba una noticia. Siempre había algo. Yo decía: “Esto es un cofre, esto hay que aprovecharlo. Hay un montón de noticias periodísticas ahí”». 

Y un día de julio de 2012 El Mundo la despidió y se quedó sin trabajo. Primero sintió vértigo, después vino un vacío y de inmediato se dijo: ¡Tengo que hacer algo! ¡Lo que sea! ¡Leer el BOE! 

Antes había consultado el boletín oficial del Estado para ver si lo que decían los políticos era cierto. Pero ahora tenía un motivo más. Cuando la despidieron, se encontró con ese mundo oficinesco que no se entiende ni con gafas de aumento. «Tenía la sensación de que, cuando te enfrentas a la burocracia, dependes de gestores, de una persona que te hace la declaración, de otra que te ayuda… Y vi que, si no entiendes lo que te dice la Administración, estás vendido».

Belmonte decidió coger el toro por los cuernos y gestionar ella misma sus asuntos legales y administrativos. Lidió con leyes crípticas y papelotes enigmáticos. «Me tuve que pelear con toda esa burocracia», ganó tablas, «y entonces me dije: “Igual esto tiene sentido como profesión”. O sea, que mi profesión sea traducir esta información».

Ese trabajo consistiría en poner el foco de su oficio periodístico en la Administración con un doble objetivo: «Encontrar lo que ocultan los políticos detrás de esa forma de hablar y ayudar a que todo el mundo entienda lo que publica el BOE en ese lenguaje que apenas entiende alguien más que los abogados del Estado».

Fue entonces cuando la periodista empezó a levantarse a la hora oficial que marca el Boletín del Estado. Lo leía, buscaba la información que merecía ser noticia y lo publicaba en un blog al que llamó El BOE nuestro de cada día. Al principio temblaba. ¡Qué nervios! «Era la primera vez que publicaba algo sin tener un medio detrás, sin que nadie me revisara, sin estar en una cabecera grande.

A mí no me conocía nadie y pensaba: ¿cómo y por qué vas a hacer esto?».

Pero pronto muchas personas vieron el sentido de El BOE nuestro de cada día. Algunos medios empezaron a utilizarlo como fuente porque esta reportera, sola en su casa, a esa hora canalla en la que aún no ha salido el sol, hacía un trabajo de comprobar datos y descubrir noticias que ellos no hacían en sus grandes redacciones llenas de periodistas. 

Frases que no entiende ni Dios

¡Qué duro fue aquel otoño de 2013 en el que nació El BOE nuestro de cada día! Belmonte, cada día, salía de la cama para enfrentarse a unos textos que parecían arameo. «Al principio era la sensación de no entender nada. En el lenguaje normal, si no comprendes algo, puedes interpretarlo por el contexto. Pero en el BOE esto no funciona así, porque muchas palabras significan una cosa concreta y, si no sabes lo que significan, no sabes qué está diciendo». 

Belmonte tenía la sensación de estar totalmente perdida. «Era como leer un idioma nuevo que ni siquiera podía sobreentender por el contexto, porque no hay contexto. De hecho, se supone que el preámbulo, la exposición de motivos de las normas, es el contexto. Es lo que te dice: “Hemos aprobado esto”, pero muchas veces en realidad no se ha aprobado nada y otras veces el preámbulo se usa únicamente para hacer propaganda».

Pero ahí siguió Belmonte cada mañana, ¡al toro, por los cuernos! «Era como ir leyendo diccionarios para entender lo que decía cada día el BOE. Lo que pasa con el lenguaje administrativo es que se entiende por otros textos. Es como necesitar muchos diccionarios. Si quieres entender cómo funcionan los contratos y qué significa lo que pone ahí, tienes que leer la Ley de Contratos y estudiar los nombramientos».

Ahora, más de tres mil días después, los madrugones duelen menos. Belmonte ya es bilingüe: habla el español de la calle y también el español del BOE. Ese que se derrama por los párrafos en cadenas interminables de subordinadas, ese que dice voces que no salen del ruedo jurídico, ese que se relame en palabras y locuciones de la fealdad del así como, el de acuerdo con y el asimismo.  

Pero… la persona que escribe así… ¿sabe que es un lenguaje críptico que destroza las entendederas? «Yo creo que el problema del BOE es que el objetivo no es que todo el mundo lo entienda. El objetivo es que las decisiones pasen los filtros de los tribunales. Que no te lleven a juicio». 

Pero eso no significa que las personas que escriben el BOE no puedan escribir mejor. «Muchas veces te das cuenta de que en un texto legal, algo que dicen en un párrafo se podría decir en tres palabras y seguiría siendo estricto y formal. Hay un montón de perífrasis, de subordinadas… Justo lo contrario de lo que te enseñan en la carrera de periodismo».

Además, muchos escriben así «por ego». Porque redactan para ellos mismos. «Abogados del Estado para abogados del Estado. Esto también se nota mucho cuando un periodista escribe para otros periodistas, porque no utiliza un lenguaje claro, sino que está por ahí floriporeando». 

Aunque también hay que decir que algunos palabros, por feos que sean, tienen que estar ahí sí o sí. «Algunos términos que aparecen en el BOE significan una cosa concreta y no se pueden cambiar. Por ejemplo, honorabilidad. Esta palabra significa que una persona no ha sido condenada antes. Y hay que decirlo exactamente así. Lo que sí puedes hacer es redactar frases más directas. En la pandemia publicaron un texto que decía algo así como “los espacios habilitados para el baile se podrán llenar de mesas, pero no se podrán utilizar para los usos habituales de estos espacios” y lo que querían decir era “no se puede bailar”. Esta forma de escribir produce la misma sensación que esas personas que no son muy cultas y retuercen el lenguaje para aparentar serlo».

Diccionario BOE-español

Tan diestra es Belmonte en el idioma del BOE que hace un año publicó el Diccionario Ilustrado BOE-Español (Ariel) junto al dibujante Mauro Entrialgo. Ahí explica qué significan términos como disposición derogatoria («un chimpún») o gases licuados del petróleo envasados («la bombona de butano»). 

Le pregunto si se siente una intérprete o una traductora y me contesta: «Yo es que… Es que sigo pensando que hago periodismo. Porque lo que hago es explicar de forma sencilla una realidad compleja. En este caso la realidad compleja es el lenguaje. En realidad, no es traducir, sino interpretar. Es ir un poco más allá. Es esta cosa del periodismo que me parece tan bonita, que es explicar una realidad supercompleja de forma supersencilla, en cuatro párrafos, para que todo el mundo la entienda».

Después le pido que describa el lenguaje del BOE. Me dice que pertenece a la familia del lenguaje jurídico y que es recargado y retorcido. «Todo está conectado y eso es lo que más me fascina. No puedes entender una cosa si no te has leído la ley a la que remite». Y tiene un efecto adherente espantoso. «Es un lenguaje que se te pega sin querer y esto le pasa a la gente que escribe estos textos. Por ejemplo, cuando te presentas a una oposición y tienes que leer 20.000 textos así, se te acaba pegando». 

A ella le ha ocurrido. «A veces hablo con gente que escribe leyes y en ese momento hablo como ellos. Hablo a otro nivel. Y me doy cuenta de que estoy adaptando mi registro. Alguna vez que un amigo me ha oído charlar con alguien de leyes, luego me ha dicho: “Hablas totalmente distinto. Es como si cambiaras de idioma”».

¡Madre mía! Me Pregunto hasta dónde puede calar el lenguaje del BOE y le pregunto si, cuando está con un abogado, le dice: «Voy a proceder a realizar una cosa». Para mi tranquilidad, responde: «No, no. No llego a tanto. Pero hay cosas que sí hago. Por ejemplo, citar las leyes por número. Sería más fácil decir Ley de Contratos que Ley 19/2015, pero esta gente las nombra por número. Y eso implica que o tienes las leyes supercontroladas o es imposible entender qué dicen. Por eso no es tanto que yo retuerza el lenguaje como que de repente me ponga a nombrar leyes por el número».

¿Qué historias cuenta el BOE?

Hace un siglo al diario oficial del Estado lo llamaban la Gaceta y eso le daba un aire más literario. Pero cuando lo convirtieron en boletín, ¡ay!, empezó a sonar más aburrido y más lejano. Le pregunto a Belmonte qué cuenta el BOE y me dice: «Pues es como el tablón de anuncios del pueblo, pero en grande. Es un poco como el ‘Se hace saber’, como el pregón del alcalde, pero a lo bestia. Es el lugar donde se anuncian las leyes, las normas, los nombramientos, los contratos, las convocatorias de subvenciones, los avisos». 

Incluso los avisos chiquitillos. «Hay un apartado en el BOE que se llama ‘Notificaciones’ para avisarte de que te han enviado una carta a tu casa y no te han encontrado. Entonces lo notifican en el blog del BOE para que lo leas. En lugar de buscarte por tus datos del padrón o donde sea, pues publican en el BOE o en cualquier boletín autonómico que te están buscando».

Y aunque la palabra boletín suene aburridísima, algo debe de haber por ahí que divierta un poco, ¿no? Una vez leí en una entrevista que Eva Belmonte decía que el BOE era un «coñazo». Así. Literal. Pero en diez años de lectura alguna vez lo habrá pasado bien. Le pregunto y… ¡sí! «Un montón, sobre todo con los expedientes de Declaración de Patrimonio Cultural Inmaterial: los bailes, las fiestas, las celebraciones… Están escritos de forma superdivertida y se nota que lo ha redactado el historiador que lleva el tema o el concejal de Cultura del pueblo. No están escritos con lenguaje administrativo y muchas veces la parte de la descripción de ese bien cultural inmaterial es superbonita».

Eva Belmonte recuerda un texto del BOE sobre la cultura de la sidra. «Es mi favorito a años luz porque está escrito muy retorcido, hay muchas florituras y se nota mucho que lo ha escrito un historiador. Esta persona te está diciendo que con la sidra eres más sociable que con cualquier otra bebida y que produce matrimonios y peleas entre pueblos vecinos. También es muy bonita la descripción de la paella, que hace poco la declararon patrimonio cultural inmaterial. Cuentan cómo se hacía aquí y cómo se hacía allá. Esta cosa histórica de contar que si había disputas, que si se come con cuchara o con tenedor y también alguna bromilla. Y claro, esto es un bálsamo en medio de los textos legales. Los expedientes de Declaración de Patrimonio, y sobre todo los inmateriales, son divertidísimos porque están escritos muy locos».

¡Qué intriga! Busco en el BOE la declaración de la cultura sidrera asturiana como bien de interés cultural de carácter inmaterial y encuentro un texto de 2013. Pero ¡madre de mi vida! ¡Parece escrito en 1873! Dice: «La fiesta conlleva también excesos en la comida, en la bebida y en el vestido; es el derroche lo que hace más grande la fiesta, ya que se llevan a cabo actos opuestos a la contención cotidiana. Son momentos de despilfarro porque se oponen a una vida diaria dedicada al ahorro cuidadoso». Ahora entiendo por qué Belmonte a veces se ríe cuando lee el BOE.

Paro la grabadora y me alivia ver que también ha parado de llover. La gata Lola sigue a lo suyo y ni se despide de la visita. Me voy, vuelvo a acordarme de la escena del jamón y pienso: ¡Qué estupendo es escuchar a un Belmonte!

 

Esta entrevista es uno de los contenidos del número 16 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras.
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